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¿Quiénes son los talibanes? – The New York Times | nytimes.com

¿Quiénes son los talibanes? - The New York Times

Era sorprendente, porque hasta meses antes, cuando tomaron las armas, muchos de los combatientes eran poco más que pupilos religiosos. Su nombre mismo significaba “estudiantes”. Se hacían llamar talibanes.

Un cuarto de siglo más tarde, después de sobrevivir una coalición militar internacional en una guerra que cobró decenas de miles de vidas, los estudiantes de antaño son los dirigentes del país. Otra vez.

Aquí hay un vistazo a los orígenes de los talibanes, cómo lograron obtener el control de Afganistán no una sino dos veces y lo que hicieron cuando tomaron el poder la primera vez y cómo han gobernado desde que volvieron a tomar el poder en agosto de 2021.

Los talibanes surgieron en 1994, en la agitación posterior a la retirada de las fuerzas soviéticas de Afganistán en 1989. El grupo estaba arraigado en las zonas rurales de la provincia de Kandahar, en el corazón de la etnia pashtún en el sur del país.

La Unión Soviética había invadido a su vecino en 1979 para apuntalar el gobierno comunista de Afganistán, y eventualmente encontró el mismo destino que otras potencias que habían intentado imponer su voluntad en el país: la expulsión.

Los soviéticos fueron derrotados por combatientes islámicos conocidos como muyahidines, un mosaico de facciones insurgentes que contaban con el apoyo de un gobierno de Estados Unidos muy presto a enzarzarse en una guerra subsidiaria contra su rival de la Guerra Fría.

Pero la alegría causada por esa victoria duró poco, ya que las distintas facciones se enfrentaron y comenzaron a luchar por el control. El país cayó en el caudillismo y en una brutal guerra civil.

En este contexto, los talibanes, con su promesa de anteponer los valores islámicos y luchar contra la corrupción que impulsaba las luchas de los señores de la guerra, atrajeron seguidores rápidamente. Durante meses de intensos combates, se adueñaron de gran parte del país.

Los soviéticos fueron derrotados por combatientes islámicos conocidos como muyahidines, un mosaico de facciones insurgentes que contaban con el apoyo de un gobierno de Estados Unidos muy presto a enzarzarse en una guerra subsidiaria contra su rival de la Guerra Fría.

Pero la alegría causada por esa victoria duró poco, ya que las distintas facciones se enfrentaron y comenzaron a luchar por el control. El país cayó en el caudillismo y en una brutal guerra civil.

En este contexto, los talibanes, con su promesa de anteponer los valores islámicos y luchar contra la corrupción que impulsaba las luchas de los señores de la guerra, atrajeron seguidores rápidamente. Durante meses de intensos combates, se adueñaron de gran parte del país.

En 1996, los talibanes declararon un Emirato Islámico e impusieron su estricta interpretación del Corán y la aplicaron con brutales castigos en público, entre ellos azotes, amputaciones y ejecuciones en masa. Y restringieron de manera muy severa el papel de las mujeres, manteniéndolas fuera de las escuelas.

También dejaron claro que no tolerarían cualquier práctica religiosa rival: a principios de 2001, los talibanes destruyeron unas imponentes estatuas conocidas como los Grandes Budas de Bamiyán, objetos de admiración en todo el mundo. Los talibanes los consideraban blasfemos y se jactaron de que su destrucción era sagrada. “Es más fácil destruir que construir”, observó el ministro de Información y cultura de los militantes.

Había un marco de gobierno moderno, con ministerios y una burocracia. Pero en la calle, eran los edictos religiosos, y el capricho de los comandantes individuales los que dictaban la vida cotidiana de los afganos.

Sin embargo, no controlaban todo el país. El norte, donde se habían instalado muchos de los muyahidines, siguió siendo un bastión de resistencia.

Los talibanes se basan en una ideología que dicta que las mujeres solo deben ocupar los roles sociales más limitados.

La última vez que gobernaron, prohibieron que las mujeres y las niñas realizaran la mayoría de los trabajos e incluso que asistieran a la escuela. Y las mujeres que eran sorprendidas fuera de casa con el rostro descubierto se arriesgaban a castigos muy severos. Las mujeres solteras que fueran vistas en compañía de hombres solteros también enfrentaban penas.

Luego de que el gobierno talibán fue derrocado por una coalición liderada por Estados Unidos, las mujeres hicieron avances en Afganistán durante las dos décadas de ocupación estadounidense. Sin embargo, desde que los talibanes volvieron a tomar el poder en agosto de 2021, el grupo ha hecho retroceder constantemente esos logros y ha reinstaurado una dura interpretación de la ley islámica que asfixia los derechos de las mujeres.

El nuevo gobierno talibán ha prohibido a las niñas asistir a las escuelas secundarias. Las mujeres se visten de pies a cabeza con burkas que las ocultan en público, y cualquier mujer que viaje a más de 70 kilómetros de su casa debe ir acompañada por un pariente masculino. La mayoría de las mujeres que trabajan están limitadas a empleos en la educación o la salud, al servicio de otras mujeres y niñas.

Las crecientes restricciones a los derechos de las mujeres han costado al nuevo gobierno una ayuda vital de los donantes extranjeros, que rechazaron los decretos. Y para muchas mujeres de las principales ciudades, donde la ocupación occidental tuvo un efecto más profundo en la vida cotidiana, la sensación de pérdida que ha supuesto la segunda toma de posesión de los talibanes ha sido profunda.

“Siempre supuse que mi vida sería mejor que la de mi madre”, dijo Marwa Quraishi, de 23 años, que fue a la universidad y trabajó en un ministerio del gobierno antes de ser despedida por los talibanes tras la toma del poder. “Pero ahora veo que la vida será en realidad mucho peor para mí, para ella, para todos nosotros”.

Los talibanes se basan en una ideología que dicta que las mujeres solo deben ocupar los roles sociales más limitados.

La última vez que gobernaron, prohibieron que las mujeres y las niñas realizaran la mayoría de los trabajos e incluso que asistieran a la escuela. Y las mujeres que eran sorprendidas fuera de casa con el rostro descubierto se arriesgaban a castigos muy severos. Las mujeres solteras que fueran vistas en compañía de hombres solteros también enfrentaban penas.

Luego de que el gobierno talibán fue derrocado por una coalición liderada por Estados Unidos, las mujeres hicieron avances en Afganistán. Pero dos décadas más tarde, cuando Estados Unidos negociaba un acuerdo de retirada de tropas con los talibanes, muchas dijeron estar preocupadas de perder el terreno ganado.

Y a medida que los militantes recuperan el poder, se han visto amplias señales de que dichos temores están bien fundados.

Por ejemplo, combatientes talibanes ingresaron a las oficinas de un banco en Kandahar y ordenaron a las nueve mujeres que trabajaban ahí que se marcharan y dijeron que sus familiares varones debían ocupar su lugar, reportó Reuters. Y este mes, en la ciudad de Kunduz, al norte del país, los nuevos gobernantes talibanes de la ciudad ordenaron a las mujeres que habían trabajado para el gobierno que abandonaran sus puestos de trabajo y no volvieran nunca más.

“Es muy raro no tener permitido ir al trabajo, pero así es ahora”, dijo una de las trabajadoras del banco en Kandahar.

Cuando estaban en el poder, los talibanes hicieron de Afganistán un refugio seguro para Osama bin Laden, un excombatiente muyahidín nacido en Arabia Saudí que formaba un grupo terrorista con intenciones globales: Al Qaeda.

El 11 de septiembre de 2011, el grupo dio un golpe que sacudió al mundo al derribar las torres del World Trade Center en Nueva York y dañar la sede del Pentágono en Washington. Miles de personas murieron.

El presidente George W. Bush exigió a los talibanes que entregaran a Al Qaeda y a Bin Laden. Cuando los talibanes se rehusaron, Estados Unidos invadió el país. Al desatar una intensa campaña de ataques aéreos, y con la ayuda de antiguos grupos muyahidines de la coalición antitalibán de la Alianza del Norte, Estados Unidos y sus aliados pronto derrocaron al gobierno talibán. La mayoría de los oficiales de Al Qaeda y de los talibanes que sobrevivieron huyeron a Pakistán.

Veinte años más tarde, algunos de esos mismos funcionarios talibanes formaban parte de la delegación que llegó a un acuerdo para que Estados Unidos abandonara Afganistán, y estarán entre los nuevos gobernantes del país.

Con el refugio y la ayuda del ejército de Pakistán —una fuerza que recibe una significativa ayuda financiera de Estados Unidos para ayudar a cazar a Al Qaeda— los talibanes se reformaron como una insurgencia guerrillera.

Estados Unidos comenzó a destinar recursos a una nueva guerra en Irak, y los funcionarios estadounidenses dijeron al mundo que Afganistán estaba en camino de convertirse en una democracia de estilo occidental con instituciones modernas. Pero muchos afganos empezaron a sentir que esas instituciones extranjeras no eran más que otra manera de que los líderes corruptos robaran dinero.

Los talibanes empezaron a ganar terreno y apoyo, sobre todo en las zonas rurales. Su número creció: algunos combatientes fueron intimidados para que se unieran, otros se ofrecieron como voluntarios, casi todos ellos mejor pagados que los policías locales. Y el grupo encontró un rico filón de reclutamiento entre la diáspora afgana en Pakistán, compuesta por familias que habían huido de la violencia anterior como refugiados y se habían criado en escuelas religiosas.

“Seis años después de haber sido expulsados del poder, los talibanes demuestran una ferocidad y resiliencia que alarman”, reportó el Times en 2008 y observó que “una insurgencia relativamente mal organizada ha logrado mantener a raya a los ejércitos más poderosos del mundo”.

Los talibanes capearon el temporal cuando el presidente Barack Obama amplió enormemente la presencia militar estadounidense en Afganistán, hasta llegar a unos 100.000 soldados en 2010. Y cuando los estadounidenses empezaron a retirarse unos años después, los insurgentes empezaron a ganar terreno de nuevo. Fue una campaña de persistencia, en la que los talibanes apostaron a que Estados Unidos perdería la paciencia y se iría.

Tuvieron razón. Más de 2400 vidas estadounidenses, dos billones de dólares y decenas de miles de muertes de civiles y fuerzas de seguridad afganas después, el presidente Donald Trump llegó a un acuerdo con los talibanes y declaró que las fuerzas estadounidenses abandonarían Afganistán a mediados de 2021. El presidente Joe Biden respaldó el planteamiento, y presidió una retirada de tropas sin concesiones, incluso cuando los talibanes empezaron a engullir distritos enteros, y luego ciudades.

Esta semana, solo nueve días después de que los talibanes tomaran su primera capital de provincia, los insurgentes entraron en la capital, Kabul. El gobierno talibán de Afganistán se ha reanudado.

Desde que tomaron el poder en agosto de 2021, pareciera que los talibanes han logrado que Afganistán retroceda en el tiempo. Su nuevo gobierno ha reinstaurado un emirato regido por una estricta interpretación de la ley islámica, implementando un edicto tras otro que limita los derechos de las mujeres e institucionaliza las costumbres patriarcales.

Los hombres de las oficinas gubernamentales han recibido instrucciones de dejarse crecer la barba, vestir ropas tradicionales afganas y gorros de oración, y dejar de trabajar para rezar. La música está oficialmente prohibida, y los noticieros, programas de televisión y películas extranjeras han sido retirados del espacio radioeléctrico. Miles de mujeres que ejercían de abogadas, juezas, soldados y policías fueron separadas de sus cargos.

Hasta ahora, los talibanes no han reanudado los brutales castigos públicos que definieron su primer gobierno. Pero han empleado tácticas de estado policial, como los registros puerta a puerta y las detenciones arbitrarias, para hacer cumplir sus decretos y eliminar cualquier vestigio de disidencia. También han detenido, golpeado y encarcelado a periodistas, y han ordenado a los medios de comunicación no “contradecir los valores islámicos” ni informar “en contra de los intereses nacionales”.

Estas tácticas han infundido una corriente de miedo en la vida de quienes se oponen a su gobierno y han suscitado la condena generalizada de los observadores internacionales de derechos humanos. La brutal represión y la revelación pública de que los talibanes habían dado cobijo al líder de Al Qaeda en Kabul también han contribuido al creciente aislamiento del país, que vuelve a caer en la categoría de Estado paria.

Thomas Gibbons-Neff, Christina Goldbaum y Najim Rahim colaboraron con reportería.


Fuente de TenemosNoticias.com: www.nytimes.com

Publicado el: 2022-08-12 23:15:52
En la sección: NYT > The New York Times en Español

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