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En el Gran Vallenato, todos somos Adolfito

Sí, somos notas cómplices en la canción que las ciudades tejen para contar su historia. Y en esta partitura asistimos, no para atestiguar, sino como secuaces de personajes que nacen y se escabullen entre la herrumbre gris del alma humana; muchas veces, siendo cebo absurdo de circunstancias, más absurdas aún, pero vitales para el engranaje sinfónico de nuestras urbes.

Ya sea un tal Salvador matando a un Jeremías por encargo, con suficiente rigor oficinesco para enorgullecer al más estricto burócrata; o que un gordo insolado, un par de sodomitas del plomo y un suertudo Jorgito, bailen entre sí los azares de la pésima suerte, casi predicha desde el inicio; o través de mudas paredes de hotel; o con un drama sobre la instrumentalización personal del narcotráfico que nos recuerda a la Hannah Arendt de la banalidad del mal; o entre el sopor vallenatero que retrata los ridículos automatismos de un secuestro cerca de la guajira venezolana; o que otro hombre en Maracaibo solo tenga sueños, canciones y una mala melodía repitiéndose en su cabeza sin descanso; o una historia sobre un húngaro en Caracas con respuesta para la violencia en el cuerpo y música de Tchaikovsky como soundtrack de sus días; o timoneando el viaje beat de un Adolfito cualquiera por el desdén más infrarealista de una Caracas fundida al derrape nocturno; o cual sea la vida que se manosee, no importa, porque mirar al vecino no volverá a ser igual: El gran vallenato nos incrustará su lente capaz de escudriñar las costuras del espejo y la osamenta tras nuestro closet.

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¿La clave? El pulso serpenteante (que recuerda al mejor de los Onettis posibles, ametrallado por un caribe subterráneo más rotundo aún) de Joaquín para sostener en cada relato, el temblor de sus protagonistas y nuestra atención; como si nos agarrara los ojos y arrastrara para llegar al final. Pero no definitivamente, no, más bien parecieran artificios en código poético que abren la puerta hasta la siguiente narración, empujándonos por un pasillo de cuentos conexos que dialogan entre sí a través de su oscuridad, mientras nosotros, sus lectores, sostenemos un fosforo apunto de apagarse, apunto de quemarnos los dedos, incapaces de voltear la mirada y dispuestos a prendernos en candela con la siguiente página.

Por E.L. Carrascal

Fuente de TenemosNoticias.com: breinguash.com

Publicado el: 2023-06-06 16:32:15
En la sección: Entretenimiento – Breinguash

Publicado en Entretenimiento