¿Estás tratando de joderme, Frank?”. “¿Quién llama?”. “Soy tu presidente, Frank. Y anoche tus chicos se cagaron en la bandera americana”. Estas palabras las pronunció Lyndon B. Johnson, presidente de Estados Unidos, en una llamada telefónica a Frank Stanton, presidente de CBS. Hay certeza, si no evidencia, de que esta llamada fue real.
Con una ristra de palabrotas que habrían hecho sonrojarse al marine más curtido –y algún término menos grosero, pero más duro, como ‘traición’–, Johnson protestaba por las imágenes emitidas la noche anterior en el informativo de CBS News.
Y esto ocurrió en agosto de 1965, mucho antes de que las protestas por la Guerra de Vietnam se desbordaran en una ola de impopularidad que desembocaría en la retirada estadounidense del conflicto diez años después.
Primeras imágenes impactantes
El reportaje que indignó a Johnson se refería a la toma y la destrucción del pueblo de Cam Ne por las tropas estadounidenses. Su autor fue Morleyo Safer, corresponsal de la cadena, y, aunque había dejado claro en su crónica que había sospechas fundadas de que el pueblo era un baluarte del Vietcong, sus palabras se disiparon ante la violencia de las imágenes, que mostraban a los marines sacando de sus chozas de paja a hombres, mujeres y niños y, ajenos a sus súplicas, incendiándolas con lanzallamas y encendedores.
El impacto de la crónica provocó un terremoto en CBS News: el público no iba a reaccionar bien cuando viera a sus soldados quemando casas de civiles, pero, en aras de las obligaciones del periodismo, no podían dejar de emitirla.
Al hacerlo, causaron la primera gran crisis entre la prensa y la Casa Blanca con Vietnam como protagonista. Se ha extendido mucho la idea de que los medios estadounidenses mantuvieron una posición antivietnam en su cobertura de la guerra, hasta el punto de causar de forma indirecta la derrota de Estados Unidos. También se ha dicho que ello fue así, en buena parte, gracias a que los periodistas pudieron desarrollar su labor sin trabas ni censuras.
Ni una cosa ni la otra son ciertas. Cuando se emitió el incidente de Cam Ne, Estados Unidos llevaba años disfrutando del apoyo mayoritario de sus medios. El presentador estrella de los propios informativos de la CBS, Walter Cronkite, apoyaba firmemente la intervención. Antes de 1968, la gran mayoría de las noticias publicadas o emitidas –incluso después de Cam Ne– fueron positivas.
Desde el principio se obtuvieron testimonios gráficos impresionantes, como la inmolación en 1963 de un monje para protestar por la prohibición de portar banderas budistas, fotografía que apareció en la prensa de todo el mundo; pero The New York Times informó del incidente en páginas interiores, sin incluir la foto, mientras en primera plana hablaba sin cesar de los éxitos obtenidos por las tropas en su lucha contra el más reciente bastión del comunismo.
Autocensura y censura oficial
Todo estaba controlado. La idea de la guerra sin censura periodística no aguanta un examen serio. De hecho, como escribió el profesor de comunicación Michael X. Delli Carpini en su estudio Vietnam y la prensa, los reporteros se enfrentaron a tres tipos de censura: la primera, la que ellos mismos se imponían, ya que un periodista no dejaba de ser un ciudadano “y a menudo, un patriota. Y cuando escriben sobre asuntos internacionales, especialmente sobre guerras, su tendencia es no sabotear los intereses de la nación”.
La segunda, la de los medios, divididos entre su lealtad a la nación y su papel de guardianes del gobierno y presionados por sus intereses económicos –ventas y anunciantes–, a los que podía afectar un punto de vista considerado antipatriótico. Y la tercera, la que de forma efectiva se ejerció desde la Casa Blanca e instituciones allegadas.
En su llamada, el presidente Johnson amenazó con que, a menos que CBS News se retractara de la información emitida, el gobierno revelaría pruebas de que Morley Safer era un agente comunista. Paralelamente, el Pentágono inició una campaña para conseguir que lo despidieran.
Llovía sobre mojado, porque en 1963 Kennedy había intentado el despido de David Halberstam, reportero de The New York Times. Llegó a convocar en el Despacho Oval de la Casa Blanca a su amigo James Reston, jefe de la delegación del periódico en Washington, acompañado de Arthur Sulzberger, director del diario, para que sacaran a Halberstam de Saigón. Sulzberger no solo se negó a hacerlo, sino que incluso le canceló las vacaciones para que siguiera enviando sus crónicas sin interrupción.
Pero ¿el trabajo de Halberstam había sido realmente tan negativo? En sus crónicas escribía: “Son un puñado de hombres duros de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos que viven una existencia precaria entrenando a varios cientos de montagnards, u hombres de las tribus de las montañas (…); los americanos (…) parecen completamente indiferentes al peligro (…): ‘Tenemos un trabajo que hacer y lo hacemos’”. Difícilmente se puede calificar un texto así de antipatriota.
Lo que ocurrió, más bien, es que la administración estaba desde un principio acostumbrada a controlar hasta la última palabra sobre Vietnam. Contribuía a ello la poca importancia del conflicto y la escasa atención que merecía: era una guerra mínima, que quedaría resuelta en cuestión de meses, en un lugar que pasaba casi inadvertido dentro del ingente escenario de la Guerra Fría. Y, además, Estados Unidos ni siquiera estaba implicado en ella: su papel se limitaba a prestar apoyo al gobierno de Vietnam del Sur.
‘Los cuentos de las cinco’
Cuesta imaginar que hubo un momento en el que los corresponsales enviados allí podían contarse con los dedos de una mano –frente a los más de 600 que llegó a haber acreditados en unos tiempos en los que, como dijo el profesor Milton J. Bates en su libro Reporting Vietnam: American Journalism 1959-1975, “cualquiera con una cámara podía trabajar como reportero en Vietnam”–, pero así fue, con el añadido de que los primeros en llegar lo desconocían todo sobre el país y sobre el conflicto.
El idioma era una barrera añadida a la hora de buscar fuentes que no fueran el parte diario del ejército estadounidense, que llegaría a ser conocido como ‘los cuentos de las cinco’. Según admitió Floyd Kalber, corresponsal de la NBC, casi todo lo que hicieron al principio fue “informar de la posición del gobierno”.
Dean Rusk, secretario de Estado de Comunicación, había dado instrucciones precisas al Alto Mando: informar solo de hechos positivos y, si algún reportero planteaba temas inconvenientes, recurrir a la excusa de que esa información estaba censurada por el gobierno de Vietnam del Sur.
La cobertura en casa no iba mucho mejor: en enero de 1962, durante una rueda de prensa, se preguntó a Kennedy si había tropas americanas combatiendo en Vietnam y contestó sencillamente “no”, a pesar de que la primera muerte oficial de un soldado estadounidense se había producido tres semanas antes.
Este control empezó a debilitarse a medida que los corresponsales establecieron una red de fuentes fiable. Junto con Halberstam llegaron nombres que se harían míticos, como Malcolm Browne (ganador del Pulitzer por su foto del monje quemándose a lo bonzo), Peter Arnett o Homer Bigart, que en 1962 informó de que el número de ‘asesores’ en Vietnam excedía la cifra de 865 autorizada por los Acuerdos de Ginebra de 1954 y en realidad superaba de largo los 5.000.
También comenzó a incrementarse el número de enviados especiales, cuya llegada no coincidió con el camino hacia la victoria, como había ocurrido en la II Guerra Mundial, sino con un recrudecimiento del conflicto. Y apareció también un nuevo y decisivo participante: la televisión. Los primeros corresponsales televisivos llegaron en 1963, y un estudio realizado al año siguiente reveló que este medio era la principal fuente de noticias para el 54% de los americanos, porcentaje que iría en continuo aumento.
Surgen voces críticas
El viaje al país del secretario de Defensa Robert McNamara y el informe secreto elaborado a su vuelta impulsaron a Johnson a incrementar aún más el número de efectivos y a autorizar los bombardeos y la presencia de tropas de infantería.
1964 fue el año en que todo comenzó a cambiar, con más reporteros que nunca antes moviéndose por las zonas de conflicto, gracias a la ayuda del Comando de Asistencia Militar del ejército americano (MACV por sus siglas en inglés), y con el incidente del ataque al destructor Maddox en el Golfo de Tonkín utilizado como excusa por Johnson para los bombardeos sobre el norte. Ante el silencio oficial, los corresponsales recurrieron a sus fuentes y dieron una cifra de entre 75.000 y 100.000 soldados en el país.
El informe de McNamara fue, obviamente, ocultado, y en su lugar se elaboró una versión oficial que muchos medios seguían aceptando y difundiendo. Pero, bajo aquella pulida superficie, latía por primera vez una incertidumbre sobre si la guerra podía, efectivamente, ganarse.
El frente informativo no estaba solo en Vietnam, sino también en Washington, donde las voces disidentes empezaban a hacerse oír. Y ya no era tan fácil crear campañas para acallarlas. Este cambio de rumbo no significó que la prensa se hubiera vuelto contra su país, sino que reflejaba el desconcierto que sentían los propios mandos militares ante el desarrollo de la guerra, la incompetencia del ejército survietnamita y la corrupción del régimen de Diem.
Ni siquiera el reportaje de Cam Ne afectó a la opinión pública: muchos espectadores se indignaron por su emisión tanto como el presidente Johnson. Para ellos fue todo un choque, ya que las crónicas televisadas no solían mostrar la brutalidad de la guerra; por lo común, el reportero llegaba al lugar de la batalla cuanto esta había terminado.
Algunas estimaciones cifran entre el 3 y el 6% el total de crónicas filmadas que reproducían enfrentamientos bélicos. El papel básico que jugó la televisión no llegaría hasta 1968 con la Ofensiva del Tet, y su protagonista sería el periodista televisivo Walter Cronkite, conocido como ‘el hombre más fiable de América’.
La cara oculta de Vietnam
En febrero de ese año, un mes después del comienzo de la ofensiva, Cronkite viajó a Vietnam. El día 27 emitió desde Saigón un especial informativo muy alejado del apoyo incondicional que había mantenido hasta entonces y donde, cosa muy rara en él, incluyó espacio para un editorial: “Decir que estamos hoy más cerca de la victoria es creer, contra toda evidencia, a los optimistas que se han equivocado en el pasado. Sugerir que estamos al borde de la derrota es caer en un pesimismo sin razón. Decir que estamos en un punto muerto parece ser la única conclusión realista, aunque insatisfactoria”.
Aquella pieza ha sido señalada como el pistoletazo de salida indiscutible para que otros medios se atrevieran a cambiar su punto de vista. No lo hicieron por capricho: la guerra llevaba en marcha ya varios años, sin que se avistara aquella victoria fácil que se prometió en un primer momento, y el número de bajas en las filas norteamericanas no dejaba de aumentar. Solo la Ofensiva del Tet, si bien terminó con la derrota del Vietcong, costó la vida a más de 4.000 soldados estadounidenses.
Cuanto más aumentaba el número de bajas americanas en la Guerra de Vietnam, más se reducía el apoyo al gobierno, y la decisión de aumentar los efectivos hasta los 200.000 hombres fue el punto final. El rechazo se hizo tan intenso que Lyndon B. Johnson no se presentó a la reelección.
Su sucesor, Richard Nixon, dijo sobre el papel de la prensa en la guerra: “Los medios se concentraron sobre todo en los fallos y debilidades de nuestras propias fuerzas. (…) Esto terminó contribuyendo a la impresión de que estábamos luchando en arenas movedizas, tanto militares como morales, más que hacia un objetivo importante y digno. (…) El resultado fue una seria desmoralización en el frente doméstico”.
Pero Nixon olvidó hablar de la información que el gobierno había ocultado. En 1971, The New York Times y más tarde The Washington Post iniciaron la publicación de los famosos ‘Papeles del Pentágono’, que revelaban la verdadera implicación en Vietnam de las administraciones de Eisenhower, Kennedy y Johnson, sus violaciones sistemáticas de tratados internacionales, sus operaciones encubiertas para justificar nuevos ataques y su apoyo al golpe de Estado que acabó en 1963 con la vida de Ngo Dihn Diem, el presidente al que ellos mismos habían apoyado.
Nixon intentó detener la ‘bomba’ llevando a los medios a los tribunales, pero el derecho a informar prevaleció y los lectores y los demás medios tuvieron acceso a la cara más sucia de Vietnam.
Testimonios gráficos
La oposición a la Guerra de Vietnam llegó a constituir una noticia de tanta importancia como la guerra en sí, y los nuevos testimonios gráficos, como la foto tomada por Eddie Adams en 1969 del policía matando de un tiro en la cabeza a un prisionero del Vietcong o la de la niña quemada por el napalm, tomada por Nick Ut en 1972, ya no se ocultaban ni censuraban sino que se publicaban en primera página.
Tras la firma de los Acuerdos de París el 27 de enero de 1973, Estados Unidos fue reduciendo paulatinamente su presencia en Vietnam. Pero la cobertura periodística continuaba y, cuando el Norte tomó Saigón, se demostró que aún quedaba una última foto por hacer; su autor fue el holandés Hubert ‘Hugh’ Van Es, que consiguió captar de forma inolvidable la retirada de uno de los últimos helicópteros que evacuaban al personal americano justo antes de la caída de la ciudad. Fue el 29 de abril de 1975.
Van Es vio la escena desde el edificio de enfrente, subió a la azotea y tomó diez fotos a toda velocidad. Ninguna otra imagen podría haber retratado de una forma tan definitiva el fin de una guerra que parecía perder más sentido con cada batalla. Loren B. Jenkins, corresponsal de Newsweek, declararía años después que si Vietnam le había enseñado algo fue “a no creer nunca a un oficial. Me convirtió en un tremendo escéptico”.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-02-28 05:00:00
En la sección: Muy Interesante