En la España medieval del siglo X, Sancho I de León, conocido como «el Craso», se encontró en una encrucijada que puso en jaque tanto su salud como su liderazgo. Heredero de un reino fragmentado por guerras y ambiciones nobiliarias, su extrema obesidad le costó el respeto de sus súbditos y, finalmente, su trono. Expulsado por su propia incapacidad para liderar en el campo de batalla, Sancho se enfrentó a una lucha desesperada por la redención. Su solución: una radical y peligrosa «dieta milagro» que prometía la recuperación de su salud y la reconquista de su corona.
Los reinos cristianos del siglo X
En el siglo X, la península ibérica estaba dividida entre reinos cristianos y territorios musulmanes, con la Reconquista marcando el pulso político y territorial. Sancho I, hijo de Ramiro II de León y la infanta navarra Urraca Sánchez, emergió en este tablero de ajedrez como un actor clave en el reino de León. A pesar de su linaje noble, Sancho pronto fue más conocido por su sobrenombre «el Craso» debido a su excesivo peso. Antes de su drástica pérdida de peso, su vida estaba marcada por indulgencias culinarias extremas, consumiendo grandes cantidades de carne de caza y vino. Esta obesidad le incapacitaba físicamente, impidiéndole cabalgar o liderar en batalla, y, por tanto, socavaba su autoridad, haciéndolo objeto de desprecio y desconfianza entre sus súbditos y la nobleza, lo que contribuyó a su deposición.
La pérdida del trono
Sancho I sufrió la ignominia de ser depuesto por sus nobles en 958, quienes lo consideraron incapaz de gobernar y defender el reino de León. Su descomunal peso no solo le impidió liderar en el campo de batalla, sino que también fue un símbolo de su fracaso para mantener el orden y la autoridad. En medio de esta humillación, Sancho se vio forzado a buscar refugio con su abuela, la reina Toda de Navarra, una mujer de resuelta determinación que aún ejercía influencia en los asuntos políticos. Fue en Navarra donde Sancho encontró protección y una oportunidad de redención. Su abuela apeló a Abderramán III, el poderoso califa de Córdoba, quien, intrigado por la propuesta, envió a su renombrado médico judío, Hasday Ben Shaprut, para evaluar y tratar la condición de Sancho. Así comenzó una extraordinaria y ardua jornada de transformación para el desposeído rey.
Una dieta imposible
El tratamiento prescrito por Hasday Ben Shaprut para Sancho I fue extremo y poco convencional, destacando por su rigor y la crudeza de sus métodos. La estrategia central fue una dieta de ayuno forzado, llevada a un nivel extremo, pues según las crónicas, llegaron a coserle la boca a Sancho, dejando solo una pequeña abertura para una pajita por la cual podía ingerir extrañas infusiones. Este procedimiento radical buscaba evitar cualquier consumo de alimentos sólidos, y lo mantuvieron así durante cuarenta días.
Además del ayuno, Shaprut implementó un régimen de ejercicios físicos en condiciones muy duras. Sancho era llevado a pasear por los jardines, apoyado y a veces literalmente arrastrado por sirvientes, para asegurarse de que se mantenía activo a pesar de su debilidad. Se complementaban estas caminatas con baños de vapor diseñados para hacerlo sudar profusamente, ayudando así a la pérdida de líquidos y toxinas acumuladas.
Los efectos físicos del tratamiento fueron brutales: Sancho perdió peso a un ritmo vertiginoso, lo que resultó en una considerable flacidez de la piel, que fue tratada con masajes intensos para intentar recuperar algo de su tono original. Psicológicamente, el proceso fue igualmente exigente, marcado por momentos de desesperación y dolor, pero también por una creciente esperanza a medida que Sancho comenzaba a ver los resultados de su transformación. Esta experiencia extrema no solo cambió su cuerpo, sino que también reforzó su determinación, elemento clave que lo acompañaría en su lucha por recuperar su trono.
La recuperación del trono
Tras someterse al riguroso tratamiento de Hasday Ben Shaprut, Sancho I experimentó una transformación notable que le permitió recuperar su movilidad y el respeto perdido entre sus súbditos y la nobleza. La dramática pérdida de peso lo reconfiguró física y mentalmente, preparándolo para reclamar su trono con una nueva imagen de fuerza y determinación. Con el apoyo militar crucial de Abderramán III, Sancho regresó a León, reafirmando su autoridad y liderazgo ante aquellos que antes dudaban de su capacidad.
Sin embargo, la sostenibilidad de su salud y su gobernabilidad se convirtieron en cuestiones persistentes. Aunque físicamente más capaz, la extrema naturaleza de su dieta planteaba preocupaciones sobre posibles repercusiones a largo plazo en su bienestar. Además, la necesidad de mantener la lealtad y el orden en un reino aún frágil exigía un liderazgo continuo y robusto. Sancho tuvo que navegar por estos desafíos con cuidado, demostrando que su transformación física era solo el principio de un reinado que aspiraba a ser tan duradero como su nueva figura.
La historia de Sancho I, aunque mezclada con leyendas y objetivos científicamente imposibles de lograr, nos recuerda que la salud y la política están intrínsecamente ligadas, modelando percepciones y poder aún hoy día. Aunque su «dieta milagro» es insostenible como real, subraya una verdad eterna: la transformación personal puede redefinir destinos, tanto en el pasado como en el presente.
Referencias:
- García Osuna J. M. 2013. El rey de León Sancho I “El Craso”. Nalgures 9, 127-149.
- Gargantilla, P. 2016. Enfermedades que cambiaron la historia. La Esfera de los Libros.
- Torres Sevilla, M. Sancho I. Real Academia de la Historia.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-07-23 15:00:00
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