Existe el estado de opinión, muy difundido en la historiografía inglesa y adoptado por ciertos divulgadores, de que la acción realizada en la primavera de 1587 por la Marina inglesa, al mando de Drake, obstaculizó y atrasó la campaña prevista para ese otoño, según el diseño del plan de Juan de Zúñiga. Esto se fundamenta en la destrucción de duelas y aros para la construcción de pipas (toneles) necesarias para los aprestos navales que se realizaban en Lisboa y Cádiz. Pero ¿fue así y, realmente, resultó tan importante y decisivo para la Armada?
A finales de abril de 1587, una flota de 28 naves inglesas al mando del pirata Francis Drake atacaba la bahía y el puerto de Cádiz durante dos días consiguiendo quemar y apresar una serie de barcos que se alistaban con diferentes destinos. A continuación se dirigió al Algarve portugués, donde, para el 15 de mayo, tras desembarcar en el área del cabo de San Vicente y tomar el castillo de Sagres (entre otros), acampó durante cierto tiempo a sus anchas.
Durante este lapso interrumpió el tráfico ordinario de cabotaje y la actividad pesquera, apresando un sinnúmero de navíos cargados con duelas y aros para la fabricación de pipas, siempre en atención a los informes elaborados por el propio Drake, Thomas Fenner o William Borough. La flota inglesa dejó este escenario a principios de junio.
Para Robert Hutchinson, autor de La Armada Invencible (Pasado & Presente, 2013), los ingleses “asestaron un golpe especialmente importante al destruir el suministro de todo un año de aros de hierro y duelas de madera para la fabricación de barriles. Esto resultó ser todo un desastre táctico para la Armada”.
Este divulgador afirma también que “según el cálculo oficial de los daños, los españoles perdieron veinticuatro naves, valoradas en 172.000 ducados”. Lo que no dice Hutchinson, lo decimos a continuación: solo 17.426 ducados de los 172.100 (esa es la cantidad correcta) perdidos pertenecían a la corona española; el resto, hasta el total que se afirma, correspondía a mercaderes venecianos, genoveses, franceses y otros que comerciaban y/o tenían su base en Cádiz.
En La Gran Armada. La mayor flota jamás vista desde la creación del mundo (Planeta, 2011), los conocidos Geoffrey Parker y Colin Martin abundan en la primera opinión. “Ciertamente, la pérdida de veinticuatro barcos constituía un serio revés (…) y la destrucción de la provisiones (en especial, como Drake había señalado, de los aros y duelas de los barriles) resultó desalentadora”.
Como se puede ver, la actuación de la flota inglesa estuvo encaminada en dos direcciones: el ataque a Cádiz con la destrucción y apresamiento de naves con vituallas y complementos y la irrupción sobre el cabo de San Vicente con el corte de las líneas de comunicaciones y expolio de más de 100 naves y navíos cargados con duelas de madera y aros para la fabricación de pipas.
En la costa del Algarve
Tras un primer intento fallido de tomar la ciudad de Lagos, Drake se trasladó a poniente y asaltó la punta de Sagres y el cabo de San Vicente. Después de varios días de saqueos y destrucción tomaron la vuelta de Lisboa, donde anduvieron desafiantes, pero sin establecer batalla con la Armada que allí se aprestaba, y retornaron al área del cabo de San Vicente para avituallarse principalmente de agua y aprovechar para despalmar varias naves, dejando la zona libre a primeros de junio.
A finales de mayo, en su segunda estancia en San Vicente, Drake escribía en su parte de campaña a Francis Walsingham –secretario principal de la reina Isabel I– lo siguiente: “(…) han tenido lugar diversos combates entre los españoles y portugueses y nosotros, en los cuales Dios ha permitido que apresásemos fuertes, navíos, embarcaciones, carabelas y otras varias naves, más de un centenar, la mayor parte cargadas, algunas con remos para las galeras, tablones y maderamen para navíos y pinazas, aros y duelas de barril, y otros muchos pertrechos para esta Gran Armada”.
Añadía que “los aros y duelas pesaban más de 16 o 17 cientos de toneladas, lo que no puede suponer menos de 25 o 30 mil toneladas, si se hubiese tratado de barriles listos para cargar licores”, de modo que procedió a su destrucción mediante la quema. Desde luego, si estos valores son ciertos, el impacto sobre los aprestos navales españoles tuvo que ser no solo significativo, sino demoledor. Tanto como para anular el operativo o retrasarlo no se sabe cuánto tiempo.
En este sentido se expresaba Thomas Fenner, capitán del galeón Dreadnought, también en un escrito destinado a Walsingham para aclarar una serie de datos sobre el contexto. Según él, apresaron y quemaron “cuarenta y siete carabelas y embarcaciones, algunas de 20, 30, 40, 50 y algunas de 60 toneladas, cargadas de duelas de barril, aros, leñamen, remos y pertrechos similares”, además de un número aproximado de 60 embarcaciones de pescadores. Al parecer los éxitos más notables fueron un filibote procedente de Dunkerque de 150 toneladas con mercadería y otro, de la misma procedencia, de 140 toneladas, cargado de maderas.
Pero quizás el relato más interesante sea el de William Borough, vicealmirante y segundo al mando de la escuadra inglesa, muy crítico con la actuación de Drake. “Desde entonces hemos apresado unos 28 o 30 navíos y embarcaciones, de los que uno era un filibote de Dunquerque, con mercancías de gran valor a bordo, con destino a San Lúcar, otro una pequeña urca de Holanda cargada de maderamen y pertrechos españoles procedentes de Galicia, con destino también a San Lúcar, y los dos de ellos siguen en nuestro poder.
El resto eran pequeñas carabelas y embarcaciones entre 16 y 40 toneladas, la mayoría cargadas con duelas de barril, aros, maderamen, palos para remos y cargas similares de pequeño valor, y algunas no llevaban nada más que lastre”, indica en una de sus cartas. Y añade: “(…) además de cierto número de botes de pesca que encontramos cerca del cabo de Sagres, de los cuales algunos fueron conservados para usarse como botes de nuestros navíos y el resto fueron destruidos”. Esto está escrito el 15 de junio a bordo del Golden Lion, anclado frente a la costa de Dover, en Inglaterra. Cuando la campaña había concluido.
Una exageración inglesa
Como se aprecia, solo dos naves tenían cierta importancia; el resto eran pequeñas, con escasa capacidad de carga. La que más tenía una capacidad de 60 toneladas inglesas, y recalco esto porque el observador inglés utilizaría su unidad de medida para aforar las embarcaciones. En el sistema español del XVI esta embarcación representaría una nave de 55 toneladas y en el mejor de los casos con una capacidad portante de 50 toneles macho, tanto como 100 pipas. Un navío de unas 20 toneladas inglesas tendría una capacidad de 30 pipas. En el mejor de los casos, los ingleses habrían destruido entre 1.000 y 1.500 pipas (de 420 a 615 toneladas de carga de licores).
En este sentido, Drake afirma haber quemado toneles con capacidad de carga de 25.000 toneladas en peso. Se está refiriendo al tonel inglés de 252 galones, es decir, 1147 kg sin contar el recipiente. Esas veinticinco mil toneladas supondrían 21.796 toneles ingleses; como estos eran mas del doble de grandes que la pipa usada en Andalucía, estaría hablando de más de 40.000 pipas destruidas, para las que hubiesen hecho falta no menos de 400 embarcaciones de 60 toneladas inglesas.
Pero, al margen de estas exageraciones, lo que sí es cierto es que durante un mes una flota inglesa al mando de Francis Drake dejó sentir su presencia en una zona tremedamente sensible para el tráfico marítimo y comercial hispano, lo que hace pensar que algo sí tuvo que afectar a los abastecimientos, aprestos navales y traslado de fuerzas españolas. Pero, aparte de esto, ¿influyó la incursión de Drake en Cádiz realmente en el operativo que Álvaro de Bazán y Guzmán, marqués de Santa Cruz, preparaba con la intención de invadir Inglaterra?
La lógica apunta a que si se produjo un bache en el acopio de las pispas, sobre todo en su fabricación por la falta de aros y duelas, esto tuvo que verse reflejado en la contaduría y proveeduría de Andalucía y Lisboa. Además, una cifra tan alta de apresamientos debió quedar registrada, sobre todo cuando el sistema administrativo español era un fiel registro y reflejo de lo que sucedía en el Imperio.
Pero este reflejo en los documentos oficiales no existe. De hecho, el 25 de junio, Felipe II escribía a Martín de Padilla, su capitán general de las Galeras de España, dándole instrucciones de no salir a buscar al enemigo pues la seguridad de Cádiz era más importante que los sucesos del cabo San Vicente, dado que, por el informe recibido de su gobernador del Algarve, Fernán Téllez de Meneses, el valor de lo apresado no tenía la consideración suficiente.
De la inteligencia británica a la torpeza española
Para los españoles, las intenciones de la expedición de Francis Drake estaban claras: el inglés pretendía expoliar el tráfico marítimo y quién sabe si enfrentarse a la Armada que se preparaba en Andalucía. Esto es tan notorio que el 18 de mayo el rey escribe una carta dando instrucciones al duque de Medina Sidonia en la que le manifiesta su alivio por la Flota de Indias y le hace la consideración de que “podría estar allí para cortar el paso a lo que viene de Italia para Lisboa”. Así que desde ese instante queda anulado el envío de convoyes desde Cádiz a Lisboa y viceversa.
Pero ¿en qué consistía realmente el plan de Drake? Pues, en sus propias palabras, en esto: “Ahora que estamos bien dotados de las provisiones necesarias, nuestra intención es (Dios mediante) interceptar la Armada que debe provenir del Estrecho y de otras varias partes antes de que se reúna con las fuerzas del Rey, en el cumplimiento de lo cual no faltarán ni intenciones ni esfuerzos”.
La historiografía que ha encumbrado a este pirata como máximo exponente de las futuras tácticas revolucionarias a desarrollar en el verano de 1588 ve en las líneas anteriores una visión doctrinal naval innovadora, que se anteponía a la concepción hispana de la estrategia marítima.
Así, Julian S. Corbett, quizá el mayor creador del mito de Drake, no duda en declarar su profunda admiración por un marino que se adelanta en el tiempo y las formas. “Esto muestra que Drake no contemplaba su ataque al puerto de Cádiz como el principal objeto de la expedición, como se supone generalmente. Su visión era mucho más profunda y mucho más moderna. Evidentemente, lo que esperaba hacer era batir individualmente a las diversas escuadras españolas o, al menos, impedir su concentración en Lisboa”.
Es cierto que el primer temor de la Casa de Contratación y de los consejeros de Felipe II era que, después de atacar Cádiz, el inglés tomase como objetivo la Flota de Indias, cordón umbilical del Imperio; pero la flota inglesa preferió desangrarse en una cadena de batallas navales contra todo aquello que se moviese en las costas de Andalucía y Portugal. Desde luego, a corto plazo y para una vez, el designio estratégico era lógico.
No se iban a dejar sorprender
En un estado de preparación para la guerra como el que se vivía en la península ibérica, las prevenciones ante los imprevistos estaban reguladas por un pensamiento naval hispano-portugués. Así, las comunicaciones entre Cádiz y Lisboa (y viceversa) se hacían con convoyes escoltados. Algo tácticamente y estratégicamente superior al pensamiento naval que pudiera plantear Inglaterra.
Mucho antes del ataque de la flota inglesa, el 21 de marzo, se encontraba alistada en la bahía de Cádiz una flota mercante de 21 navíos con destino a Lisboa, que llevaba bastimentos para la Armada; eran naves pequeñas, en su mayoría carabelas, algún escorchapín y chalupa, e irían escoltados por cuatro pataches de guerra.
Toda esta agrupación navegaría en conserva de estas unidades al mando del capitán Luis Rodríguez; entre todos transportarían en torno a 1.305 quintales de bizcocho, 501 pipas y 16.054 fanegas de trigo, más “seis mil trescientos y cincuenta clavos estoperoles, y mil y novecientas y cuarenta gavillas, y quinientos y setenta y cuatro clavos de diferentes suertes”.
A su vez –en las mismas fechas–, en contramarcha, salía de Lisboa Juan Martínez de Recalde con su escuadra reducida a cuatro naos y dos pataches, en misión de descubierta y limpieza de piratas de las aguas del cabo San Vicente. Aprovechando esta situación se enviaba al alférez Esteban Ochoa con seis pataches y siete zabras en lastre para remontar el Guadalquivir y aprovisionarse en Sevilla (naves que irían en conserva, es decir, escoltadas por la escuadra de Recalde). Estas embarcaciones retornarían a Lisboa en el gran convoy que partiría el 7 de julio de Cádiz al mando de Martín Padilla.
Esta forma de proceder, que muestra cómo estaba organizado el pensamiento naval español en aquel momento, echa por tierra la supuesta gran afectación de Drake y sus hombres sobre los aprestos navales españoles. Lo destruido por los ingleses en cabo de San Vicente no fue más que mercadería de cabotaje de escasa cuantía, de mercaderes locales y pescadores. Todo lo de valor para la Armada de Lisboa se hacía mediante el mecanismo de los convoyes, lo que justifica que en los documento de contaduría y proveeduría no quede rastro ni vestigio de lo expoliado en esta área y sí de lo ocurrido en Cádiz.
Las pipas, preocupación de estado
El recipiente más utilizado para el transporte era la denominada pipa, un tonel con 443,5 litros de capacidad (dos ocupaban el espacio equivalente a una tonelada). La pipa estaba en el orden cotidiano de cualquier acto logístico y hay que tener en cuenta que todas las naves, independientemente de su tamaño, tenían una dotación de pipas base. Por ejemplo, un galeón de guerra de 650 toneladas con 362 personas a bordo necesitaba 400 pipas de agua, 200 de vino y 15 de vinagre.
En el momento concreto de la incursión de Drake, el esfuerzo naval hispano era enorme. No solo se mantenían las rutas del Mediterráneo con sus diferentes escuadras de galeras, sino que a esto había que sumar la preparación de la Gran Armada en Lisboa, la formación de la Flota de Indias de ese año, 1587, y el sostenimiento de la Escuadra de Galeras de España, que daba protección a todos los movimientos navales en el golfo de las Yeguas y parte del mar de Alborán. Teniendo en cuenta todo esto, no es de extrañar que el número de pipas fuera una preocupación constante a nivel de Estado.
Un mes antes del ataque a Cádiz, el duque de Medina Sidonia exponía su preocupación por la falta de pipas y aros para poder dotar a la Flota de Indias de ese año. Este problema no solo ocurría en Cádiz; también Francisco Duarte, proveedor en Lisboa, andaba a la busca y captura del preciado recipiente. Quince días antes de la aparición de Drake, en concreto el 14 de abril, Antonio de Guevara manifestaba que no había suficientes pipas en Andalucía, pero que entraban en proceso de fabricación.
El 8 de mayo, el mismo rey escribía a Francisco Duarte haciéndole notar la falta de pipas en Andalucía y ordenándole socorrer a Antonio de Guevara con el envío de unas cuatro mil, tanto montadas como por piezas (duelas y aros), haciendo constar que se enviase mediante un convoy. Nótese que la fecha de la instrucción es anterior a la toma del cabo de San Vicente y Sagres.
Es más, a 23 de mayo, una vez conocidos los acontecimientos del sur de Portugal y que ya se habían dado las órdenes pertinentes de suspensión del tráfico marítimo, las “4.000 pipas, las 2 mil dellas abatidas y las otras 2 mil levantadas”, se retrasarían en el envío por “tener avisos que andaba por el cabo de San Vicente la armada inglesa”. Así que Antonio de Guevara debería agudizar el ingenio para no retrasar los aprestos de Cádiz. La evidencia es clara: Drake no pudo tomar ese formidable número de duelas, aros y pipas, puesto que no se enviaron.
Para primeros de junio, el duque de Medina Sidonia tenía en fase final de alistamiento las quince naos retraídas de la Flota de Indias, más 22 urcas, así como las seis naves llegadas de Sicilia, y de un momento a otro se esperaban las cuatro galeazas y dos carracas procedentes de Nápoles. Precisamente, en esta impresionante agrupación se habían embarcado 9.000 pipas procedentes de Jerez y aún restaban por llegar otras 2.000, que saldrían el 7 de junio con destino a la bahía. En total serían 11.000 unidades.
Cuando el 11 de julio la potente Armada compuesta por 81 unidades da a la vela en el golfo de Cádiz con ruta a Lisboa, en las entrañas de las naves de transporte (29 urcas, 15 naos y 13 navíos menores) van 10.632 pipas de vino de 27,5 arrobas cada una, 385 de vinagre de 29 arrobas y 1.633 de aguada, una cantidad total que superaba en 1.650 las que Guevara tenía acopiadas en Jerez, un mes antes.
El ataque de Drake a Cádiz había sido un revulsivo para el potencial naval y la capacidad productiva hispana. Lo del cabo San Vicente, una estela en el agua para las necesidades logísticas, no fue decisivo para el retraso de la Armada. Este se produjo, mas los motivos fueron otros.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-04-08 06:30:00
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