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racismo, violencia y conflicto social

racismo, violencia y conflicto social

La memoria suele ser más llevadera cuando está edulcorada, y el recuerdo de 1968 en Estados Unidos nos trae hoy ecos de las coloridas comunidades hippies y contraculturales en San Francisco, con una banda sonora de “buenas vibraciones” por cortesía de The Beach Boys. Pero lo cierto es que la mayor parte de los estadounidenses vivieron el 68 como un año fundamentalmente violento, en el que la agresividad y la muerte estuvieron presentes casi desde el primer tañido de las campanas del nuevo año provenientes de los escenarios de la Guerra de Vietnam, más encarnizada que nunca. 

Estados Unidos en 1968, un país en llamas: racismo, violencia y conflicto social. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Además, sin necesidad de ser llamado a filas y enviado al infierno de la península Indochina, en su propio país cualquier norteamericano temía por su seguridad (si era blanco) o por el maltrato de sus conciudadanos (si era negro o de otra minoría racial). En este contexto, los afroamericanos empezaron a mostrar su hartazgo frente a la insoportable segregación cotidiana.

Del “Verano caliente del 67” a la Ofensiva del Tet

El relato de lo que ocurrió en 1968 en EE UU no puede entenderse sin situarse en medio de ese clima de violencia que inundaba la vida del país. En 1967, se había más que doblado el número de soldados americanos muertos en Vietnam: 9.353 de un total de 15.997 desde el inicio del conflicto, con una cifra de heridos que rozaba los 100.000. 

Y los primeros datos del 68 presagiaban un empeoramiento: el 2 de enero, minutos antes del fin de la tregua de Año Nuevo, el Vietcong mató en una sola acción a 26 soldados yanquis; al cabo de la primera semana del año, ya eran 185 los caídos. Ello a pesar de que el ejército americano contaba con una potencia letal temible: en esos mismos siete días había acabado con la vida de 1.438 enemigos y la semana siguiente batió su récord absoluto de toda la guerra, al eliminar a 2.968 combatientes del régimen comunista norvietnamita.

Frente a esta realidad, los americanos no encontraban alivio en el interior de su propia nación, donde la inestabilidad y la inseguridad se estaban convirtiendo en la norma. El conflicto racial había desbordado su marco tradicional –los estados del sur, siempre anclados en las inercias de su pasado esclavista– para llegar a las grandes urbes del norte. 

Un agente golpea con la porra a un joven afroamericano durante los disturbios y saqueos que siguieron a la Marcha por los Derechos Civiles en Memphis, el 28 de marzo de 1968. Foto: Associated Press.

El año anterior se habían producido en ellas gravísimos disturbios, hasta un número de 159, lo que llevó a acuñar la frase “El largo verano caliente de 1967”, ya que la mayoría de enfrentamientos tuvieron lugar en esas fechas. El más destructivo fue el de Detroit, que duró cinco días y en el que hubo 43 muertos, 1.189 heridos y 2.000 edificios dañados.

Si la situación ya era de por sí problemática, aún podía empeorar, y así ocurrió en todos los frentes. En Vietnam, la guerrilla comunista lanzó por sorpresa el 31 de enero la llamada Ofensiva del Tet (nombre de la fiesta de Año Nuevo en ese país). No fue una operación militar más, sino el primer caso de ataques suicidas con un gran componente mediático; algo que hoy, por desgracia, resulta habitual, pero que entonces era una absoluta novedad como táctica militar o guerrillera. Sus acciones se desarrollaron primordialmente en Saigón, la capital de Vietnam del Sur, donde lanzaron pequeños comandos contra seis objetivos: la Embajada americana, la Estación de Radio Nacional, el Palacio de la Independencia y tres cuarteles generales.

La batalla vivida en 1968 en Saigón dejó la ciudad devastada. En la imagen, un tanque avanza en pleno ataque al barrio chino de la ciudad, Cholon. Foto: Getty.

Con el efecto sorpresa a su favor, los asaltantes de la legación americana lograron introducirse en ella, igual que en la radio, donde tenían que cumplir una de sus principales misiones, de corte propagandístico: emitir a la nación un mensaje de Ho Chi Minh, algo que no lograron, ya que se cortaron antes las líneas de sonido que comunicaban con la torre de transmisiones. Sin embargo, lo sorpresivo de la ofensiva, su originalidad y el hecho de realizarse en la capital, donde estaba la mayoría de enviados especiales de la prensa, le proporcionaron una gran cobertura en EE. UU., favorecida por las primeras emisiones vía satélite.

Reclutas en rebeldía

Al día siguiente, el 1 de febrero, se iba a producir un hecho que, aunque aislado, daría la vuelta al mundo: en plenas represalias contra los autores de la ofensiva, el jefe de la policía nacional de Vietnam del Sur, Nguyen Ngoc Loan, ejecutó en plena calle y ante las cámaras a un detenido disparándole con su pistola. La brutalidad de la acción fue captada por la cámara del fotógrafo Eddie Adams, de Associated Press, y la imagen se convirtió en un acicate para todas las conciencias, alentando el movimiento contra la guerra en Estados Unidos.

Ejecución en Saigón, fotografía de Eddie Adams tomada en 1968 durante la Guerra de Vietnam. Foto: Associated press.

La evolución del conflicto y la política de Johnson hacían que se requiriesen más soldados, por lo que su administración anunció la abolición de las prórrogas estudiantiles para alumnos de posgrado. Esto provocó un clamor entre los jóvenes, que multiplicaron sus protestas en las universidades. Sus acciones fueron cada vez más llamativas, con el objetivo de captar la atención de los medios de comunicación. Así surgieron, por ejemplo, las sentadas en lugares públicos, pioneras por entonces y que hoy forman parte de las herramientas de todo colectivo de manifestantes. También se convocaron huelgas de hambre, por ejemplo, entre los estudiantes de Harvard.

Entre quienes tenían la espada de Damocles del reclutamiento más próxima, arreciaron las acciones para boicotear la llamada a filas. “Fuck the draft (“Al carajo el reclutamiento”) decía, con grandes letras, un popular cartel que mostraba a un joven quemando su cartilla militar. Muchos aprovecharon becas en el extranjero, como Bill Clinton, que con 22 años se oponía a la guerra y estuvo en 1968 y 1969 en Oxford con una beca. Allí fue uno de los principales organizadores de una gran manifestación transnacional llamada “Moratoria para el fin de la guerra en Vietnam”.

Una multitud de estudiantes protesta contra la Guerra de Vietnam, el racismo y el sistema en Des Moines (Iowa) el día de las elecciones (5 de noviembre de 1968). Foto: Getty.

Un abismo generacional

Otros estudiantes optaron directamente por la deserción y se marcharon del país; su principal refugio fue Canadá. Una consecuencia profunda de esta protesta estudiantil sería aumentar la brecha generacional, ya que los jóvenes se sentían arrastrados por sus mayores a un destino que rechazaban. 

El rector de la Universidad de Columbia, Grayson Kirk, lo explicó así, reconociendo su perplejidad: “Nuestros jóvenes, en cantidades alarmantes, parecen rechazar cualquier forma de autoridad, venga de donde venga, y se han refugiado en un nihilismo turbulento e incipiente. No sé de ningún otro período de nuestra Historia en que el abismo generacional haya sido mayor o más potencialmente peligroso”.

El ambiente antibélico se fue extendiendo, propiciado también por la percepción que empezaron a trasladar los propios medios tras la Ofensiva del Tet: la impresión era que, a pesar de los enormes recursos empleados, la guerra no se estaba ganando, como reconoció el mítico presentador televisivo Walter Cronkite en un programa especial que tuvo una gran influencia; incluso sobre el presidente, el demócrata Lyndon B. Johnson, que había apostado por la implicación estadounidense en la guerra desde el inicio de su mandato.

El trigésimo sexto presidente de los Estados Unidos Lyndon B. Johnson. Foto: Wikimedia Commons.

Año de elecciones

A la incertidumbre en Vietnam y la gran contestación juvenil venía a sumarse la inquietud propia de un año electoral. En noviembre se elegiría nuevo presidente y las opciones estaban muy abiertas. Johnson, debilitado por el fracaso de su agresiva política de guerra, anunció por sorpresa a finales de marzo que no concurriría a la reelección por el Partido Demócrata, al mismo tiempo que empezaba a reducir los bombardeos.

Entre los candidatos demócratas, Eugene McCarthy, el primero en liza que se había mostrado contrario a la continuidad de la guerra, estaba consiguiendo excelentes –e inesperados– resultados en las elecciones primarias. Robert Kennedy, que entró en campaña después de que Johnson anunciara su renuncia, buscó de manera clara empatizar con la juventud y sus demandas sociales con vistas a ganar el voto popular, ya que el establishment de su partido apoyaba a Hubert Humphrey. Este era un candidato business friendly, favorito de los actores económicos, que veían a Bobby Kennedy con prevención, temiendo que sus programas sociales acabarían en subidas de impuestos.

En el campo republicano, además de un representante clásico del conservadurismo, Richard Nixon, inasequible al desaliento de sus anteriores derrotas, emergía la figura de Nelson Rockefeller, perteneciente a la multimillonaria familia pero considerado liberal (similar a izquierdista en el argot político americano) e incluso progresista o, como mínimo, moderado.

King y los Panteras Negras

En ese complicado momento, y como en una tormenta perfecta, el problema racial también alcanzó proporciones dramáticas. Una huelga de los basureros negros en Memphis, celebrada en marzo bajo el eslogan “I am a man” (“Soy un hombre”), fue declarada ilegal por el alcalde de la ciudad y reprimida violentamente, con el resultado de un joven negro de 16 años muerto. 

Huelga de los basureros negros, que desfilan en marzo del 68 con el eslogan «Soy un hombre» por un estrecho pasillo formado por tanques y soldados de la Guardia Nacional en Memphis. Foto: Getty.

Martin Luther King apoyaba a los huelguistas y se encontraba en un motel de esta ciudad sureña cuando, el 4 de abril por la tarde, fue asesinado por disparos de un rifle mientras despedía a sus colaboradores en el patio del establecimiento.

Su asesinato acabó de dar carta de naturaleza a la reacción violenta de la población negra, que promovió revueltas en las principales ciudades del norte, de Boston a Washington y Chicago, con un balance de 46 muertos. Esta actitud llevaba tiempo larvándose y se considera que, a la fecha de su muerte, el líder afroamericano estaba perdiendo posiciones en su apuesta por la no violencia frente a otras organizaciones que defendían acciones mucho más contundentes. Una de las principales era el Partido de los Panteras Negras (Black Panthers Party).

La mayor amenaza a la seguridad interna del país”. Así definía a los Panteras Negras el tododeroso jefe del FBI, J. Edgar Hoover, ese mismo año. Muy al contrario de lo propugnado por Martin Luther King, los Panteras animaban a sus militantes a llevar armas y a defenderse activamente contra la violencia. Protagonizaron asesinatos en enfrentamientos con la policía, en particular en Oakland, populosa ciudad industrial al norte de San Francisco con mayoría de población de color.

Los Panteras Negras, calificados de amenaza a la seguridad, iban armados y propugnaban la autodefensa violenta. En la imagen, piden la liberación de uno de sus líderes, Huey P. Newton. Foto: Getty.

En lo político, proponían un decálogo programático muy radical que incluía puntos como la exención de los negros del servicio militar, así como el “poder para determinar el destino de nuestra comunidad negra”. Este “nacionalismo negro”, como se le llamó, se sintetizaba en un objetivo final: “Queremos tierra, pan, vivienda, educación, ropa, justicia y paz”.

Empoderamiento afroamericano

En mayo, EE. UU. aceptó finalmente entablar negociaciones con Vietnam del Norte. Las conversaciones comenzaron el día 3 y pareció abrirse una rendija para la paz. Sin embargo, otros dramáticos acontecimientos irrumpieron en el frente político: al filo de la medianoche del 4 al 5 de junio, Robert Kennedy fue asesinado en Los Ángeles, al final de un mitin, por un joven militante palestino.

El suceso tendría una profunda incidencia en muchos ámbitos, entre ellos la problemática racial. Kennedy había dado el mejor y más recordado discurso de su carrera como reacción al asesinato de Luther King, al poco de conocer la noticia. En campaña, uno de sus ejes centrales había sido “la justicia racial y social”, de forma que había sido visto como una esperanza también entre la población afroamericana.

Con la repentina orfandad de líderes moderados, la filosofía del Black Power fue ganando relevancia entre la atribulada población negra. El apogeo reivindicativo de esta facción llegaría durante los Juegos Olímpicos celebrados en México en octubre

Allí, los atletas estadounidenses de raza negra Tommie Smith y John Carlos lograron las medallas de oro y bronce, respectivamente, en la prueba de los 200 metros. Al escuchar desde el podio su himno nacional, agacharon la cabeza y levantaron el puño, enfundado en un guante negro. Smith alzó el derecho, representando el “Black Power”, y Carlos, el izquierdo, en homenaje a la “Unidad Negra”. De esta forma, ambos puños pretendían formar “un arco de unidad y poder”. Además, habían subido al podio sin zapatos y con calcetines negros, para simbolizar la pobreza de su raza. Smith llevaba un pañuelo negro al cuello, mientras que Carlos portaba un collar de abalorios cuyas cuentas representaban, según dijo, a las personas linchadas o asesinadas.

Los medallistas negros Smith y Carlos bajan la cabeza y alzan el puño al son de su himno en las Olimpiadas de México (16 de octubre de 1968). Foto: Associated Press.

Su protesta les acarrearía la expulsión del equipo olímpico e incontables críticas, aunque el paso del tiempo la ha convertido en un acto de importancia histórica por su atrevimiento. En la rueda de prensa posterior a la obtención de la medalla, Smith resumió así la esencia del problema racial, incluso para una estrella del deporte: “Si gano soy un americano, no un afroamericano. Pero si hago algo mal, entonces dicen que soy un negro”. 

Hay que explicar que en EE UU, tradicionalmente y todavía en aquellos años, se utilizaba la palabra castellana “negro” para designar despectivamente a los pertenecientes a esta raza. Una de las consecuencias de las protestas del 68 sería, precisamente, su progresivo abandono.

Todas las tensiones de ese tremendo año parecieron confluir en las elecciones presidenciales del martes 5 de noviembre. El perfil de los candidatos no auguraba que ninguno de ellos tuviera la capacidad de recoger el aliento de quienes protestaban: finalmente, el Partido Demócrata había escogido al preferido del establishment, Hubert Humphrey, mientras que los republicanos habían optado por el muy conservador Richard Nixon. Para complicar las cosas, también concurrió como independiente el gobernador de un estado del sur, Alabama. Se trataba de George Wallace, que era el más reconocido y desacomplejado partidario de continuar segregando a la población negra.

Richard Nixon –apodado por sus críticos “Dick el Tramposo”– venció en las primarias republicanas de 1968. Arriba, el asno Jack, mascota de los demócratas, “reacciona” ante el titular. Foto: Getty.

Empieza la era de Nixon

El resultado final demostró que todo lo sucedido ese año no había hecho sino atemorizar a los votantes, que se refugiaron en los brazos de Nixon, claro vencedor con 301 votos electorales frente a los 191 de Humphrey. Para más inri, Wallace consiguió el mejor resultado de un tercer candidato en un sistema tan bipartidista como el americano: logró 46 votos electorales al vencer en cinco estados del sur profundo: Alabama, Georgia, Mississippi, Louisiana y Arkansas.

En su discurso de investidura, el 20 de enero de 1969, el nuevo presidente acertó al describir la situación de su país como una crisis no material, sino “de espíritu”. Declaró: “Somos ricos en bienes, pero estamos desgarrados en espíritu; alcanzamos la Luna con magnífica precisión, pero fracasamos, en discordia estridente, en la Tierra… Estamos atrapados en la guerra queriendo la paz”. Pero, aunque su diagnóstico resultase por momentos brillante –posiblemente, mérito del asesor que escribía sus intervenciones, el periodista Ray Price–, el gran drama de Nixon fue que no sería el adecuado para coser las múltiples heridas y desgarros que 1968 dejaba.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-09-18 06:33:40
En la sección: Muy Interesante

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