Así que, monstruos no he hallado, ni noticia, salvo de una isla que es aquí en la segunda a la entrada de las Indias, que es poblada de una gente que tienen en todas las islas por muy feroces, los cuales comen carne humana…». Esto escribía Cristóbal Colón en una carta en la que anunciaba la llegada a las Indias y a la provincia de Catayo. En ese fragmento hacía referencia a una información sobre la isla de Bohio que había recibido por parte de los indígenas de comunidades arawak cercanas. Estos nativos utilizaron el término caniba para referirse a sus enemigos, los caribes.
Más tarde, en su diario, Colón registró, en el episodio del viernes 23 de noviembre de 1492, el siguiente texto, el cual incluía el primer uso en la historia de la expresión caníbal, a partir de una degradación de la palabra caribe: «…El Almirante navegó todo el día hacia tierra, siempre al sur. Sobre ese cabo se sobrepone otra tierra, que también va para el este, y que aquellos indios que llevábamos la llamaron Bohio. Decían que era muy grande y que allá había una gente que tenía un ojo en la frente, y otros, que los llamaban caníbales, de quienes demostraban tener mucho miedo…».
Efectivamente, aquella fue la primera vez que se hacía mención al canibalismo. Colón fue el encargado de acuñarlo y difundirlo, hecho que vendría a estigmatizar a los habitantes de las Antillas y de las actuales costas de Colombia y Venezuela que no se sometieron al dominio ibérico y, finalmente, estos supuestos actos de barbarie serían un argumento para justificar la conquista y el sometimiento de sus gentes.
Grabado basado en una xilografía de un libro de 1557 sobre Brasil de Hans Staden. El testimonio
de este marino y soldado alemán confirma los relatos de acciones caníbales en el Nuevo Mundo.
A día de hoy, aún existe el debate en torno a qué tenía de cierto y qué de mito el hecho de afirmar que existían abundantes comunidades caníbales en el Nuevo Mundo. Según W. Arens, en su libro The Man-Eating Myth, la mayoría de alusiones a comunidades con estas prácticas carecían de la más mínima evidencia y estaban incentivadas más bien por intereses políticos o sociales. Muchos de los relatos de acciones caníbales se basaban en prejuicios y malas interpretaciones por parte de los europeos hacia las costumbres de las civilizaciones con las que entraban en contacto. Tales temores llevaron en aquellos tiempos de descubrimiento, colonización y conquista a dudar de la condición humana de los indígenas, es decir, de su capacidad de tener alma.
Sin embargo, otros testimonios, como el de Hans Staden, parecían confirmar estas prácticas. Hans fue un soldado y marinero alemán que, en 1557, relató en sus crónicas las penurias que padeció al ser secuestrado por una tribu tupí en Brasil. En esos largos meses de cautiverio afirmaba haber sido amenazado con firmes promesas de comérselo y describió también al detalle (con minuciosos esquemas y dibujos) todos los festines con carne humana que presenció.
Sea como fuere en las Américas, es cierto que el canibalismo (práctica de alimentarse con miembros de la propia especie) está muy presente en el reino animal. A todos nos suenan casos de roedores que se comen a sus crías o crías que se comen a sus madres, e incluso parejas sexuales que se devoran, pero lo que nos ocupa aquí es la antropofagia, la acción de humanos comiendo humanos. ¿Qué pruebas tenemos de su existencia real?
Representación del canibalismo en la prehistoria. La evidencia de antropofagia más antigua se
ubica en los yacimientos de Atapuerca, en la Gran Dolina, y data de unos 850 000 años.
La evidencia de antropofagia más antigua estudiada hasta la fecha se ubica en los yacimientos de Atapuerca, en la Gran Dolina, y data de hace aproximadamente 850 000 años. Es decir, que el canibalismo ya se daba entre nuestros antepasados evolutivos. En su obra El Canibalismo. Hambre, deleite o misticismo, la doctora Yolanda Fernández Jalvo explica que el canibalismo ha acompañado siempre al género humano, pero en diversas circunstancias y por diferentes motivos. Todas las especies de nuestro linaje han llevado a cabo prácticas caníbales (Homo antecessor, Homo heidelbergensis, Homo neanderthalensis y, por supuesto, Homo sapiens) y en todas las partes del mundo se han dado casos de antropofagia. Pese a que, en nuestros días, y desde el etnocentrismo de la cultura hegemónica occidental, vemos esta práctica como una aberración, en el pasado se producía, incluso, sin que hubiera tan siquiera una situación de extrema necesidad.
Las evidencias en los fósiles permiten no solo confirmar la existencia de canibalismo prehistórico, sino también caracterizar el tipo de antropofagia practicada, que la doctora Fernández clasifica en tres tipos: supervivencia, dietético o ritual. Es decir, por motivos meramente de necesidad, por costumbre gastronómica o bien por algún tipo de creencia espiritual o cultural.
Según los estudios, el canibalismo que se daba en la prehistoria de forma más habitual era el canibalismo dietético, es decir, los humanos eran simplemente parte de la dieta de otros humanos en algunos lugares y periodos. Esto puede entenderse, a nivel biológico, como una estrategia de grupo que soluciona dos problemas. Por un lado, la muerte de un miembro del grupo supone una atracción indeseada de carroñeros que pone en peligro a la comunidad. Por otra, la comida que proporciona el cuerpo de un compañero evita poner en peligro al grupo en actividades de obtención de alimentos, las cuales siempre implican un riesgo (expediciones de caza, carroñeo o recolección).
Si avanzamos en la línea temporal, en la Edad Media, médicos y curanderos consideraban que el consumo de placenta, huesos molidos o humores de individuos sanos eran reconstituyentes milagrosos para sus pacientes. Del mismo modo, durante el Renacimiento, la idea de que la sangre pudiera curar la epilepsia fue apoyada por las más altas autoridades médicas de Europa. Un tratamiento popular fue también la momia: carne seca, a menudo pulverizada, de cadáveres egipcios embalsamados. Pero algunos médicos incluso utilizaban sustancias derivadas de cadáveres más recientes, estos incluían grasa y sangre fresca, así como masa muscular, cuidadosamente tratada y secada antes de su uso. Hasta entre los tratamientos administrados en 1685, in extremis, al rey Carlos II, encontramos gotas hechas de cráneo humano.
Macabra imagen en la que una pareja
rusa vende partes humanas en un mercado
debido a la hambruna sufrida en 1921.
Tal como señala Richard Sugg en su obra Murder after Death, desde finales del siglo XV, los europeos condenaron universalmente el canibalismo primitivo de la recientemente descubierta América, sin embargo, casi nadie se refería explícitamente a esta medicina del cadáver como caníbal. No obstante, claramente, se trataba de una forma de canibalismo, que sobrevivió hasta finales del siglo XVIII, e incluso todavía se podían encontrar practicantes de la misma en algunas regiones de Alemania hace tan solo unos cien años.
Pero ¿qué ocurre en nuestros días? En la actualidad, la diversidad cultural, pese a estar en un alarmante decremento, sigue siendo la responsable de que podamos encontrar prácticas —en este caso con cadáveres humanos— tan variopintas y sorprendentes como macabras. De entre ellas, el canibalismo sigue siendo uno de los elementos envueltos en mayor morbo y tabú. ¿Podemos aún encontrar prácticas caníbales en la actualidad?
SIGLOS XX Y XXI
A principios del siglo XX también hubo casos de canibalismo documentados en Europa, concretamente en la década de 1930, en gran parte de Ucrania, durante la que se conoce como la Hambruna Soviética de 1932-33.
Tenemos, por otro lado, a la organización secreta Leopard Society, activa hasta mediados del siglo XX en África occidental, en países como Sierra Leona o Costa de Marfil, quienes se dice que eran muy violentos con los turistas. Asesinaban, desmembraban a sus víctimas y se alimentaban de ellas, creyendo que esto los fortalecía y les permitía convertirse en leopardos.
En esa misma región, en la década de 1980, Médicos sin Fronteras, la organización benéfica internacional, proporcionó pruebas fotográficas y documentales de festines caníbales ritualizados por parte de comunidades locales que capturaron a representantes de Amnistía Internacional que se encontraban en una misión de investigación en la frontera con Guinea. Sin embargo, Amnistía Internacional se negó a publicar este material. El entonces secretario general de la organización, Pierre Sane, explicó en un comunicado interno que «…saber lo que hacen con los cuerpos después de cometer violaciones de derechos humanos no es parte de nuestro cometido ni de nuestra preocupación…». Posteriormente, se verificó la existencia de este tipo de canibalismo a gran escala en Liberia.
Está también, por supuesto, el notorio caso conocido como el milagro de los Andes, ocurrido en 1972, en el que el avión que transportaba a un grupo de rugby uruguayo se estrelló en la susodicha cordillera y los supervivientes, que permanecieron allí durante unos setenta días, decidieron alimentarse con pequeños trozos de los cadáveres de sus compañeros, envueltos en bolas de nieve.
Sobre estas lineas, fotografía de 1900 con más de 100 nativos de samoanos, tribu de Fiji,
sentados en el suelo en su aldea rodeados de restos óseos (de cerdo) durante un banquete.
AÑO 2023
Y, finalmente, si hablamos estrictamente de lo que ocurre hoy en día, en pleno 2023, los indicios —y ciertos rumores y mitos— apuntan a cuatro lugares muy concretos: la tribu wari de Brasil, la comunidad amahuaca en Perú, los monjes aghoris de India y las sociedades asmat y korowai de Papúa Occidental.
Los waris, también conocidos como pakaa nova (nombre del río donde los colonos los contactaron por primera vez), son una comunidad indígena de Brasil que habita únicamente en siete aldeas dentro de la selva amazónica, concretamente en el estado de Rondônia. Se trata de una sociedad agricultora, seminómada y polígama a la cual se le ha atribuido, hasta nuestros días, la práctica del canibalismo.
Más concretamente del endocanibalismo, o consumo de carne humana únicamente de miembros de la propia comunidad. Esto forma parte de toda una cosmovisión que considera a la familia parte fundamental del universo. Los waris creen, incluso, que el cuerpo de un hombre y una mujer que han contraído matrimonio pasan a ser el mismo. Por lo tanto, la ingesta del cadáver de un familiar refleja sumo respeto y amor hacia el fallecido, que vuelve a formar parte de los que de él se alimentan.
Enfrentamientos armados en Monrovia, capital de Liberia. En los años 80 se verificó la existencia
de canibalismo a gran escala contra turistas o extranjeros en esta zona de África occidental.
Inmediatamente después de la muerte, los parientes más cercanos abrazan el cuerpo sin vida. El mismo se dejaría reposar durante unos tres días, mientras los miembros de la familia de otros asentamientos llegan al funeral. En ese momento, el cadáver habría comenzado a descomponerse, por el calor y la humedad del Amazonas, y la piel a abrirse un poco, de manera natural. Ese sería el instante de extirpar los órganos viscerales y, finalmente, cocinar el cuerpo. Los parientes más cercanos del difunto no suelen consumir la carne, pero instan al resto de asistentes a ello. Este acto de canibalismo aliviaría el dolor de la familia, ya que significa que el alma del difunto se mantendría en los cuerpos vivos de los familiares, en lugar de ser abandonado y vagar eternamente por el bosque. Esta práctica se considera un acto de compasión, amor y también de dolor. Los órganos con mayor valor espiritual para los waris son el corazón y el hígado.
La realidad es que, pese a las leyendas en torno a la continuidad de esta tradición por parte de los waris, según todos los estudios de campo, a día de hoy es un hecho que ya no se realiza. Los últimos casos documentados se remontan a principios de la década de los 70. Los motivos que llevaron al cese de dichas actividades fueron dos, principalmente: la cristianización de las comunidades waris y las prohibiciones por parte del gobierno, que trataba de frenar los graves casos de enfermedades digestivas por consumo de carne en mal estado.
Los amahuacas son un pueblo indígena del sureste de la cuenca amazónica entre Perú y Brasil. Completamente aislados hasta el siglo XVIII, actualmente están amenazados por la deforestación, las enfermedades y la violencia provocada por los extractores de petróleo y las madereras ilegales. Se estima que quedan únicamente en torno a 400 miembros de esta comunidad guerrera. De tradición cazadora, son una de las comunidades más esquivas de la región.
Practican una forma de endocanibalismo que consiste en consumir algunos de los huesos pulverizados del difunto después del entierro, la posterior exhumación y un proceso de cremación. Los fragmentos de huesos y dientes carbonizados se muelen, se mezclan con sopa y los consume el pariente más cercano. Se cree que tal práctica destierra al espíritu del fallecido, que se considera malévolo.
La antropóloga Gertrude E. Dole nos presenta un relato conmovedor en torno al canibalismo mediante la ceniza de los huesos entre los amahuaca: «…Una madre llora mientras prepara el cuerpo de su hija fallecida para la cremación, moliendo los huesos hasta convertirlos en polvo, mezclándolos con un líquido hecho de maíz listo para beber y, posteriormente, arrojar las cenizas restantes al río…».
Un sadhu o aghori baba de barba blanca hindú. Los monjes aghoris son una secta de sadhus
ascéticos shivaístas de India, que organizan macabros rituales y practican el necrocanibalismo.
Los monjes aghoris (del sánscrito aghora; literalmente «sin miedo») son una secta de sadhus ascéticos shivaístas de India, con su origen entre los siglos VII y VIII. Esta temida comunidad suele organizar rituales, precisamente para oponerse a las nociones de pureza comunes en el hinduismo ortodoxo, que son considerados de naturaleza macabra. Las prácticas incluyen: vivir en cementerios, untar cenizas de cremación en sus cuerpos, usar cráneos humanos para elaborar joyas y kapālas (copas hechas de calaveras en las que se dice que Shiva suele beber), fumar marihuana, consumir alcohol y meditar sobre cadáveres. Aunque contrario a la corriente principal del hinduismo, estas prácticas ejemplifican la filosofía aghori de criticar las relaciones sociales comunes y los miedos mediante el uso de actos culturalmente ofensivos. Además, demuestran la aceptación de la muerte como una parte necesaria y natural de la experiencia humana. Los aghoris son conocidos por practicar, hoy en día, el necrocanibalismo, lo cual suele crear rechazo y los aísla de la sociedad.
Por último, llegamos a uno de los casos más interesantes y controvertidos, el de las comunidades korowai y asmat. Puesto que los asmat han sido ampliamente investigados tras la muerte en la región de uno de los herederos de la fortuna Rockefeller, y se ha certificado que abandonaron las prácticas caníbales, nos centraremos en la tribu korowai, menos estudiada y con un estilo de vida más tradicional. Se trata de un pueblo indígena de cazadores recolectores de alrededor de 3000 individuos que habita las selvas profundas de Papúa Occidental (Indonesia) y algunas regiones de Papúa Nueva Guinea. Esta comunidad, que hasta la década de 1970 no había tenido conocimiento alguno de la existencia de otros humanos excepto ellos mismos, es conocida por vivir en casas construidas en las copas de enormes árboles, a más de 30 metros de altura. Pero también les rodea un halo de misterio respecto a la continuidad de sus prácticas antropófagas. De hecho, se les denomina comúnmente los últimos caníbales.
Para la tribu korowai, el canibalismo es un ritual vinculado a la venganza. Ellos creen en la existencia de un demonio llamado Khakhua y, cuando uno de los miembros de la comunidad muere inesperadamente, le adjudican el asesinato al mencionado demonio. Acto seguido, los sabios de la aldea suelen decidir vengarse de Khakhua, bajo la convicción de que, al alimentarse del cuerpo del fallecido, se están comiendo también al demonio asesino. Un sistema de justicia implacable.
Del mismo modo, practican este tipo de venganza caníbal contra sus enemigos. Al vencer a un oponente de otra tribu, los guerreros korowais, tradicionalmente, devoraban sus vísceras como manera de destruir el aura espiritual del contrincante y absorber sus poderes terrenales.
Se supone, de todos modos, que es una práctica que está cayendo en desuso debido a la cristianización y la aculturación occidental. Algunos antropólogos, incluso, sugieren que la antropofagia en comunidades korowais está completamente extinguida. Es un hecho difícil de constatar, sobre todo en las zonas más remotas de la selva. No obstante, en el año 2012 se reportaron casos de canibalismo en esta comunidad, con las consecuentes detenciones de los miembros que lo practicaron, ya que hubo siete asesinatos asociados a esta práctica ritual.
Como vemos, la antropofagia nos ha acompañado incluso desde antes de existir como especie y, de una forma u otra, lo sigue haciendo. Bien como mito o bien como realidad en algunos oscuros rituales que todavía persisten en lejanos rincones de nuestro planeta. Y, todo ello pese a que, según dicen los expertos, el cuerpo humano no es para nada nutritivo en comparación con la carne de otros animales.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-07-22 08:30:00
En la sección: Muy Interesante