En las faldas montañosas de los Zagros, cerca de la moderna ciudad de Kermanshah, Irán, se alza uno de los testimonios más sofisticados del arte imperial sasánida: el complejo rupestre de Taq-e Bostan. Tallado directamente en la roca entre los siglos III y VII d. C., este conjunto de relieves y nichos monumentales no solo constituye una cima técnica del arte sasánida, sino también una valiosa fuente visual para entender la ideología, las estrategias de propaganda y la estética de esta dinastía persa. En sus múltiples escenas —que incluyen coronaciones, cacerías y representaciones divinas—, se condensan los ideales de poder, legitimidad y grandeza que los soberanos sasánidas aspiraban a proyectar.
El emplazamiento y su evolución
Taq-e Bostan (en persa, «el arco del jardín») se concibió como un monumento rupestre monumental, ubicado de forma estratégica a las afueras de Ctesifonte, la capital occidental del imperio. El lugar crea un paisaje cargado de simbolismo combinando un entorno natural privilegiado, donde se ubica un manantial sagrado y una pared rocosa, con la intervención escultórica humana. El complejo se articula en torno a dos grandes nichos abovedados (iwan) y varios relieves adyacentes. Aunque las obras más antiguas datan del reinado de Ardacher II (379–383), el conjunto alcanzó su forma definitiva bajo Cosroes II (590–628).
Este desarrollo prolongado en el tiempo resulta clave para entender que Taq-e Bostan se convirtió en una construcción visual del poder imperial a lo largo de generaciones, en la que cada rey pudo añadir su sello personal al legado de sus predecesores. La riqueza iconográfica de sus relieves permite explorar las estrategias de representación visual que usaron los sasánidas para legitimar su gobierno frente a sus enemigos y su propia élite.
Coronaciones y legitimidad divina
Ardashir II
Uno de los elementos centrales del conjunto es el relieve de coronación de Ardashir II, también conocido como Artajerjes II. En él, el monarca recibe un anillo de investidura de manos de una figura que, durante mucho tiempo, se identificó como el dios Ahura Mazda. No obstante, algunos estudios recientes han cuestionado esta interpretación tradicional. Según una lectura crítica propuesta por Anne Hunnell Chen y otros especialistas, la figura en cuestión se correspondería, probablemente, con Sapor II, el predecesor de Ardashir II.
Esta interpretación cambia de forma radical el significado del relieve: ya no se trataría de una investidura divina, sino de una transferencia de poder dinástico y político entre monarcas. A los pies de ambas figuras yace el enemigo derrotado, que la tradición asocia a Juliano el Apóstata, emperador romano vencido en 363. Esta identificación, sin embargo, también ha sido objeto de revisión crítica.
Cosroes II
La escultura principal de Cosroes, situada en el gran iwan, reproduce un esquema similar. En ella, el rey aparece flanqueado por dos figuras: el dios Mitra y Ahura Mazda, quien le entrega el anillo real. Esta representación resume la teología política sasánida, según la cual la realeza obtenía su poder y autoridad a través de la investidura divina, con el soberano actuando como intermediario entre el mundo de los hombres y las divinidades.
No obstante, algunas voces críticas han advertido que estas imágenes deben analizarse con cautela. No expresan tanto una teología sistemática como una representación de la autoridad adaptable a cada circunstancia política concreta. En otras palabras, la iconografía pudo haberse utilizado para confirmar el poder más que para explicarlo.
Las escenas de caza: política y espectáculo
Junto a las investiduras, las representaciones de cacerías reales constituyen el otro gran eje temático de Taq-e Bostan. Estas escenas, en particular las talladas en el gran iwan, muestran a Cosroes II en elaboradas actividades cinegéticas: caza de jabalíes y ciervos, a caballo y en barco, o acompañado por músicos y cortesanos.
Estas representaciones también despliegan un profundo significado simbólico. La caza se presenta como una metáfora del buen gobierno: el rey que domina la naturaleza también mantiene el orden y actúa como protector del cosmos. El lujo de las vestimentas, el dinamismo de las figuras y la complejidad de la composición —con varias escenas superpuestas y encadenadas— reflejan una estética refinada, cercana a la teatralidad bizantina y a los códigos visuales del arte helenístico.
Estudiosas como Anne Hunnell Chen han destacado que estas escenas de caza, pese a su exuberancia, no deben tomarse como un testimonio directo de los rituales cortesanos, sino como construcciones visuales destinadas a glorificar la figura del soberano y a reforzar su carácter casi sobrehumano. En ese sentido, Taq-e Bostan no ofrece tanto un registro histórico como una visión idealizada del poder real.
Un estilo artístico virtusos para alabar el poder real
Uno de los aspectos más notables de Taq-e Bostan lo ofrece su virtuosismo técnico. La talla en roca alcanza aquí un grado de refinamiento inédito en el mundo iranio, con detalles minuciosos en las telas, las armaduras, las crines de los caballos o los instrumentos musicales. Los artistas sasánidas desarrollaron un lenguaje propio, que, sin embargo, también sabía dialogar activamente con las corrientes artísticas del Mediterráneo oriental.
Así, se detectan claras influencias helenísticas y romanas, visibles en la composición frontal, los ropajes plisados y los motivos vegetales, pero también elementos locales y mesopotámicos. Esta hibridación estética ha llevado a algunos estudiosos a situar el arte de Taq-e Bostan en una encrucijada cultural, donde el Irán sasánida no aparece como un espacio aislado, sino como un actor que participa de las redes visuales del mundo tardoantiguo.
Críticas e interpretaciones alternativas de Taq-e Bostan
Aunque Taq-e Bostan suele presentarse como la culminación del arte imperial sasánida, la unanimidad en torno a esta interpretación ha sido cuestionada en las últimas décadas. Algunos expertos han criticado la tendencia a considerar su arte como un producto exclusivo de la propaganda dinástica. Según esta visión crítica, centrarse solo en el poder real eclipsa otras posibles lecturas, ya sean rituales, religiosas o incluso performativas.
Del mismo modo, el uso de categorías modernas como «arte estatal» o «iconografía imperial» se ha puesto en tela de juicio, ya que puede proyectar sobre la antigüedad estructuras conceptuales anacrónicas. Taq-e Bostan no debe analizarse únicamente desde la óptica del poder estatal, sino también como espacio sagrado, santuario visual y escenario simbólico donde convergen lo político, lo religioso y lo artístico.
Más que un discurso político tallado en la roca
Taq-e Bostan constituye una de las expresiones más complejas y ambiciosas del arte sasánida, donde la escultura rupestre se convierte en un medio de afirmación visual del poder. A través de la representación de las investiduras solemnes y las cacerías espectaculares, los reyes sasánidas no solo celebraron su reinado, sino que construyeron una imagen cuidadosamente elaborada de su autoridad, bendecida por los dioses y sostenida por la virtud guerrera.
Sin embargo, las interpretaciones actuales invitan a matizar esta lectura: más que un reflejo fiel del poder, Taq-e Bostan es un espejo deformado, una alegoría visual idealizada. Por tanto, una mirada crítica y contextualizada permite apreciar la riqueza estética y semiótica de este conjunto escultórico excepcional.
Referencias
- Hunnell Chen, Anne. 2023- «The Sasanian Empire and Its Art» en Rubina Raja (ed.), The Oxford Handbook of the Hellenistic and Roman Near East, pp. 163-182. Oxford University Press.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-06-22 15:00:00
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