Menú Cerrar

Eduardo Santos, 50 años de su muerte

Eduardo Santos, 50 años de su muerte

“A las 3:30 de la madrugada de ayer, en su casa de la calle 67 con carrera 13 de Bogotá —que no abandonó ni siquiera durante los años en que ocupó la Presidencia de la República—, falleció el doctor Eduardo Santos, director-propietario de EL TIEMPO”. Así comenzaba, hace cincuenta años, la noticia de primera página de este periódico sobre la muerte de quien había sido su faro mayor. 

Hasta su último día, Eduardo Santos Montejo —uno de los personajes más influyentes del país en el siglo XX, presidente en el periodo 1938-1942— estuvo al tanto de lo que pasaba en el periódico. “No quiero ser otra cosa en la vida sino periodista y nada más que periodista”, escribió en el editorial con el que se estrenó como dueño del periódico, en 1913. Tenía 25 años. Ya era definido como “uno de los jóvenes más importantes de Colombia”.

Santos Montejo nació en Bogotá en agosto de 1888. Descendiente de la heroína Antonia Santos —hermana de su abuelo paterno—, su padre fue el abogado, periodista y político santandereano Francisco Santos Galvis, que dejó su tierra y salió rumbo a Bogotá para desarrollar su profesión en la capital. Aquí conoció y se casó con Leopoldina Montejo. La familia —con cinco hijos varones: Hernando, Guillermo, Enrique, Eduardo y Gustavo— vivió en la calle de La Esperanza, en el barrio La Candelaria. De ese lugar Santos guardaba los mejores recuerdos. Antes de que llegara la hora de dormir, su padre les leía páginas y páginas de sus clásicos favoritos, como Cervantes o Dickens. Quizás así le quedó sembrada la que sería después una afición desaforada por la lectura. Su padre murió cuando él tenía 12 años. A partir de ese momento, madre e hijos afrontaron la vida solos. Graduado de bachiller en el Colegio del Rosario, Santos obtuvo el título de abogado de la Universidad Nacional, carrera de la que le oyeron decir después que le generaba “la menor simpatía imaginable”. 

En 1909 —con 21 años— dio sus primeros pasos en la que sí era una de sus pasiones: el periodismo. Lo hizo de la mano de su amigo Tomás Rueda Vargas, con quien le dio forma a La Revista, un medio centrado en la política, aunque también le abría espacio al arte y literatura. Santos publicó ahí sus primeros textos periodísticos, si bien ya se había estrenado en El Debate, periódico que surgió para respaldar la causa republicana, que él defendía. “En aquel ambiente de entusiasmo y de fe escribí un artículo sobre las clases altas y su indiferencia por los problemas políticos que tan hermosamente se presentaban en esos días de lucha”, escribió al recordar su primer texto en letra de molde, según lo registra Enrique Santos Molano en su libro Los jóvenes Santos. 

Santos, quien ha colaborado frecuentemente en este diario, está para regresar de Europa y tenemos su promesa de que entrará a la redacción de EL TIEMPO

Las letras lo llamaban por un lado, por el otro lo esperaba la política. Su siguiente paso fue París, ciudad que estaba cerca de sus afectos. Viajó con la idea de profundizar sus estudios de derecho, pero terminó formándose en literatura y sociología. Fue un tiempo que aprovechó para ver de cerca el panorama político europeo y analizarlo en relación con la realidad colombiana. Desde allí enviaba colaboraciones a un medio que acababa de nacer en Bogotá: EL TIEMPO. Fundado por su amigo Alfonso Villegas Restrepo, el periódico empezó a circular el 30 de enero de 1911. Santos apareció como colaborador desde el segundo número. Cuando se acercaba su regreso a Colombia, Villegas escribió en el periódico: “Santos, quien ha colaborado frecuentemente en este diario, está para regresar de Europa y tenemos su promesa de que entrará a la redacción de EL TIEMPO”. 

Ya en Colombia, su participación en el periódico se hizo más frecuente. Pero entonces lo empezó a llamar también su segunda pasión. Santos era respetado en el mundo político y no dudó en aceptar cuando en el gobierno de Carlos E. Restrepo le ofrecieron un cargo en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Se debatía así entre la esfera de lo público y el periodismo, cuando le llegó la opción de ser el dueño de EL TIEMPO. La situación económica del diario era difícil. Villegas, lleno de deudas, se vio obligado a cerrarlo. Santos —soñador y pragmático a la vez— pensó en comprarlo y se lo propuso a Villegas. A partir de julio de 1913, ya era el director-propietario de un medio que bajo su mando comenzó a crecer hasta volverse, en menos de diez años, el más influyente en el país. “Que EL TIEMPO sepa exactamente lo que quiere ser, lo que debe ser, lo que tiene que ser, y no conceda importancia a lo que son los demás. Que piense, ante todo, en sí mismo y en sus características”. “Se ha acentuado pavorosamente la tendencia a considerar el periodismo tan solo como una industria, como una manera de hacer dinero, explotando la malsana curiosidad y la escasa cultura de las grandes masas. […]Esto da éxitos diarios, pero puede causar, generalmente causa, males inmensos a poco o largo plazo”. Santos no perdía oportunidad para plantear lo que consideraba el deber ser del periódico. Quizá esta es su frase más conocida: “El escritor de un diario debe vivir en una casa de cristal”. Su talante le permitió afrontar la persecución política debido a las ideas que defendía desde sus páginas, y que condujo a la clausura temporal del diario ordenada por Gustavo Rojas Pinilla. “Y que si llega la hora, que nos ha llegado ya varias veces, de jugarse la cabeza contra las dictaduras, que EL TIEMPO se la juegue sin vacilar —escribió—. Todo antes que claudicar y humillarse, y traicionar su pasado y su presente”. 

*** 

Los actos que podrían caracterizar la administración que termina son todos actos de paz, animados por el deseo de vigorizar a la patria, de intensificar la convivencia colombiana y de servir a todos mis compatriotas

Al asumir un papel activo en la política —primero como defensor de las ideas republicanas, después de las liberales—, Santos fue pieza clave en diferentes momentos. Entre ellos, el regreso del liberalismo al poder, en 1930, con Enrique Olaya Herrera. Ocho años después, él mismo luciría la banda presidencial. Santos llegó a la Presidencia después de Alfonso López Pumarejo y su ‘Revolución en marcha’. Su mandato fue conocido como ‘La gran pausa’. Su administración se caracterizó por tener un sello de conciliación en medio de tiempos turbulentos —en el país, y en el mundo: le correspondió el estallido de la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias—, por llevar a cabo avances en diferentes sectores, como la educación, la vivienda, la salud o la cultura. En su cuatrienio se crearon entidades como el Fondo Nacional del Café, la Escuela General Santander, el Instituto de Crédito Territorial, el Instituto Geográfico Agustín Codazzi o la Radio Nacional de Colombia. “Su administración se interesó por aliviar la vida de los habitantes del campo. El suyo fue un gobierno nacional muy importante» —dice el escritor e investigador Enrique Santos Molano. “Los actos que podrían caracterizar la administración que termina son todos actos de paz, animados por el deseo de vigorizar a la patria, de intensificar la convivencia colombiana y de servir a todos mis compatriotas”, escribió Santos Montejo al hacer un balance de su mandato. 

Admirador de las ideas de Santander, con una habilidad diplomática que en muchas ocasiones empleó en beneficio del país; dueño de una memoria prodigiosa y una cultura que le permitía dominar asuntos de diversa naturaleza, a Santos los elogios le llegaban desde todos los ángulos. “Muy grandes pueden ser los colombianos que habrán de venir, pero no mucho más grandes que usted, doctor Santos, en cualquiera que sea la dimensión de la historia”, dijo Guillermo León Valencia. “No solo fue un gran colombiano, sino uno de nuestros buenos presidentes”, afirmó el conservador Mariano Ospina Pérez. “El genio de Eduardo Santos fue cartesiano —dijo Germán Arciniegas—. Tenía el arte de aclarar las cosas aplicando las reglas naturales del sentido común”. “Por años su presencia se identificó con la estabilidad democrática de la república”, escribió Abdón Espinosa Valderrama. “El ascenso impresionante de este hombre, especialista en disminuir su importancia, se explica por su refinada intuición interpretativa de los colombianos —dijo Enrique Caballero—. Ternura y patriotismo bajo la niebla impenetrable de la discreción. Eso fue Eduardo Santos”.

*** 

Eduardo Santos

Foto:Archivo EL TIEMPO

Él solía decir que tenía tres sombras protectoras. Sus “sombras amadas”, que lo acompañaron espiritualmente hasta sus últimos días: su madre, Leopoldina Montejo; su esposa, Lorencita Villegas de Santos, y su hija, Clarita Santos Villegas. El 25 de noviembre de 1917, Eduardo Santos Montejo se casó con Lorencita Villegas, hermana de Alfonso, conocida en el país por su labor social antes, durante y después del mandato presidencial de su esposo. Fue un matrimonio que duró cuarenta y dos años, hasta la muerte de Lorencita en 1960, y a ella le gustaba decir que en ese lapso solo estuvieron separados treinta y nueve días. Estaban unidos por el amor, también por el dolor: Clarita, la única hija que tuvieron, murió en febrero de 1926, antes de cumplir tres años. “De pronto, brutalmente, en pocas horas inesperadas y absurdas, la niña se fue… ¡Qué honda y angustiosa pena, callada y abrumadora!”, escribió Santos. Ambos se fortalecieron para seguir adelante, sin abandonar nunca la memoria de su hija. Al morir Lorencita, nada volvió a ser igual en la vida de Santos. “Con su muerte, quedó devastado. En sus cartas se siente un hombre más melancólico, sin la chispa que tenía”, dice la escritora y periodista Maryluz Vallejo, que acaba de publicar Estrictamente confidencial, que reúne la correspondencia pública y privada de Eduardo Santos. “El tono de las cartas permite descubrirlo en otra faceta —agrega Vallejo—. Su humor, su curiosidad. Su generosidad. Su cultura humanística, su sensibilidad. El Santos de las cartas es un Santos sin filtros”. 

Mi vida se confunde con la de El Tiempo

Después de haber viajado por el mundo, la casa de la calle 67 con carrera 13 se convirtió en su universo. Rodeado de su biblioteca con miles de libros, de su jardín, de las fotos que lo llevaban a los recuerdos, recibía a sus amigos y seguía al tanto de la vida del país y del mundo. Combinaba en sus conversaciones la opinión acertada sobre algún hecho nacional o internacional con un verso de sus poetas preferidos. Leopardi, Carducci, Verlaine, Rimbaud. Hasta sus últimos días estuvo interesado en la continuación de las obras sociales de su esposa y, por supuesto, pendiente del periódico: no dejaba de enviar sus comentarios a la redacción, sobre todo cuando veía que algo podía hacerse mejor. “Mi vida se confunde con la de El Tiempo”, dijo Eduardo Santos Montejo. Y esa frase puede ayudar a comprender su historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-03-27 08:50:00
En la sección: EL TIEMPO.COM -Cultura

Publicado en Cultura

Deja un comentario