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El protagonismo de la Guardia Civil en la lucha contra la guerrilla antifranquista

El protagonismo de la Guardia Civil en la lucha contra la guerrilla antifranquista

A los españoles de buena fe que, engañados por un grupo de criminales, abandonasteis a vuestras familias y andáis desconcertados por los montes». Así comenzaba una octavilla de la Guardia Civil dirigida a los guerrilleros andaluces, que continuaba preguntando: «¿Aún no os habéis convencido de que estáis abandonados a vuestra propia suerte en estos montes?». El escrito trataba de sembrar el desánimo entre esos hombres que aún resistían a Franco, conminándoles a entregarse.

Un guardia civil a caballo en una imagen de octubre de 1939. Foto: EFE.

La Guardia Civil, principal institución encargada de combatir a la guerrilla antifranquista, estaba empezando a ganar la batalla al que había sido uno de sus más importantes enemigos desde el final de la Guerra Civil hasta los años cincuenta. Las formas en las que se libró esta batalla fueron variando al compás de la evolución del fenómeno guerrillero y de los acontecimientos internacionales, convirtiéndose en una persecución implacable que culminaría con la victoria del régimen.

Los inicios de la persecución

En una primera etapa, entre 1939 y 1942, la guerrilla se componía de pequeños focos dispersos y descoordinados de hombres armados que generalmente habían huido de los campos de concentración y las prisiones en las que se les había recluido tras el fin de la guerra, así como por una pequeña parte de soldados republicanos y militantes de partidos que habían decidido no entregarse al régimen. En los lugares en los que los sublevados se habían hecho con el poder durante el conflicto, el fenómeno guerrillero comenzó antes: fue el caso de Galicia, cuyos montes comenzaron a llenarse de «huidos» en 1936. El régimen no creía que estos grupos constituyeran un problema grave, por lo que encargó su represión a los tercios rurales de la Guardia Civil, que desde mediados del siglo XIX había protagonizado la persecución del bandolerismo.

Rendición de milicianos republicanos en Somosierra, tras la batalla de Guadarrama (1936). Foto: ASC.

Esta estrategia quedó desbordada entre 1941 y 1942, cuando los acontecimientos internacionales impactaron de lleno en España. El curso de la Segunda Guerra Mundial empezaba a ser desfavorable para el Eje, lo que alimentaba las expectativas de la oposición fuera y dentro del país: los enemigos del régimen creían que este iba a quedar debilitado al perder sus apoyos, e incluso albergaban la esperanza de que los aliados intervinieran en España. El Partido Comunista impulsó el movimiento guerrillero, que cambió sus características: los pequeños grupos aislados y descoordinados ampliaron sus redes del entorno local al internacional y transformaron su estructura para conformar un verdadero ejército, jerarquizado y dividido en agrupaciones.

En consonancia con el cambio que había experimentado su enemigo, el régimen tuvo que adaptar sus estrategias de contrainsurgencia. Esta primera transformación se centró en los cuerpos encargados de su persecución. Como director de la Guardia Civil se escogió a Camilo Alonso Vega, militar destacado que se había encargado de la supervisión de los campos de concentración. Bajo su mando, las Comandancias Provinciales fueron dotadas de plenos poderes, amplios fondos y un gran número de hombres. Se aumentó asimismo la coordinación entre los mandos para poder responder de forma conjunta a partidas que cruzaban las fronteras provinciales. Los comandantes más destacados eran desplazados de una provincia a otra para replicar sus éxitos. Fue el caso de Eulogio Limia Pérez, curtido en esta lucha desde sus primeros tiempos: en 1937, fue el encargado de reprimir a los fuxidos en Galicia; en 1945 fue trasladado a Toledo; en 1947, a Ciudad Real, y dos años después, se le envió a Granada para sofocar la resistencia guerrillera.

Camilo Alonso Vega, director general de la Guardia Civil desde julio de 1943. En la imagen, en una ceremonia en 1940. Foto: EFE.

Al esfuerzo de la Guardia Civil se sumó el del Ejército: en las zonas donde la guerrilla era más fuerte, sería este el que se encargaría de combatirla, quedando la Guardia Civil bajo sus órdenes. El cuerpo de los Tabores de Regulares, curtido en los crueles métodos de las guerras de Marruecos, fue desplegado en las combativas provincias de Málaga y Granada en 1944. Mientras tanto, la Brigada Político Social de la Policía, encargada de las labores de inteligencia, se ocupó de desactivar sus apoyos en las urbes. También se unieron patrullas paramilitares formadas por miembros de Falange o del Somatén, que desde 1941 se situaron bajo la supervisión de las Comandancias Provinciales y los Gobernadores Militares.

El Trienio del Terror (1947-1949)

La estrategia de lucha contra la guerrilla experimentaría una nueva transformación en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Una vez más, fueron los acontecimientos internacionales los que marcaron esta nueva fase. En 1947 las esperanzas de intervención se habían agotado: la guerra había concluido con la victoria de los aliados, pero sin que estos actuaran contra el régimen de Franco, que había sabido aprovechar la coyuntura de la Guerra Fría para apuntalar su existencia.

En este contexto, la Guardia Civil aplicó una nueva estrategia contrainsurgente basada en la experiencia de una lucha que llevaba desarrollándose una década en el país y en las técnicas empleadas por los nazis en la Francia ocupada y transmitidas durante la guerra a las fuerzas de seguridad españolas.

Una de las principales medidas fue la puesta en marcha de contrapartidas, es decir, grupos de guardias civiles móviles que recorrían la sierra persiguiendo a las partidas guerrilleras. Las contrapartidas estaban constituidas por 7 guardias voluntarios, más 2 o 3 guerrilleros que habían sido detenidos o habían desertado y cuya colaboración se premiaba con reducciones de condena. La información que aportaban era muy importante: conocían el terreno, las formas de actuar de sus antiguos compañeros y quiénes eran sus apoyos civiles. Los miembros de la contrapartida se alojaban en la montaña, se vestían de guerrilleros y actuaban como si lo fueran, generando un clima de incertidumbre entre los habitantes de la zona, que así no sabían si al ayudar a uno de los huidos estaban delatándose ante un guardia. Además, las contrapartidas se encontraban directamente bajo el mando de las Comandancias, eliminando todos los mandos intermedios que existían en el cuerpo, lo que las dotaba de flexibilidad.

En la guerra, la Guardia Civil combatió en columnas y grandes unidades y realizó labores policiales en la retaguardia. Foto: Album.

Otra importante pieza de esta estrategia era la de introducir infiltrados en las organizaciones guerrilleras: en muchos casos se reclutaban entre sus colaboradores, amigos y familiares. La mayor parte de los grupos guerrilleros fueron desactivados debido a la traición de uno de sus miembros o de sus allegados: en la Agrupación Guerrillera de Granada, la Benemérita consiguió infiltrar a tres colaboradores entre sus cinco jefes.

A este sistema se unió un instrumento legal clave para la persecución de la guerrilla, el Decreto-Ley sobre represión del bandidaje y el terrorismo de abril de 1947, que definía estos delitos de forma muy amplia para que las penas establecidas, que abarcaban de la reclusión menor a la muerte, se aplicaran de la forma más flexible posible de acuerdo con lo que interesaba hacer con cada detenido. A los jefes guerrilleros más importantes se les ejecutaba: a algunos de ellos se les reservaba no ya el fusilamiento, sino el cruel método del garrote vil. Así fue ejecutado el jefe de la Agrupación Guerrillera de Extremadura-Centro, Julio Navas Alonso, en noviembre de 1947. Un castigo ejemplarizante que contrastaba con el trato suave reservado a los desertores, lo que mandaba un importante mensaje a la guerrilla y sus apoyos civiles: si persistís en la lucha, os perseguiremos de forma implacable. Si colaboráis, evitaréis ese destino.

Imagen de Pascual Duarte (1975), dirigida por Ricardo Franco, en la que el protagonista es ejecutado a garrote vil. Foto: Album.

Junto a esta, una «ley» no escrita se convirtió en un elemento central de la guerra contra la guerrilla: la denominada «Ley de Fugas», que consistía en fingir que un detenido había tratado de huir y que, al intentar evitarlo, se le había disparado. Cientos de personas murieron de este modo entre 1947 y 1952: guerrilleros, apoyos civiles conocidos como «la guerrilla del llano» o meros sospechosos de ser una cosa o la otra. Esta forma de guerra sucia se complementaba con las nuevas técnicas de interrogatorio y tortura aprendidas de la Gestapo en Francia.

La población civil, por tanto, también fue el objetivo de la contrainsurgencia desplegada por el régimen. Algunas medidas tomadas para sofocar el apoyo de los civiles perjudicaban a grandes sectores de la población, como la prohibición de realizar trabajos en la sierra tales como la recogida de leña o esparto. También se desalojaron municipios enteros, como Acebuchal, en Málaga, que fue completamente vaciado entre 1948 y 1953.

La victoria del silencio

El régimen invirtió un máximo esfuerzo en silenciar desde el principio la existencia de la guerrilla antifranquista: no convenía que los españoles supieran de estos focos de resistencia que ponían en cuestión la idea de que Franco había alcanzado la victoria definitiva. El relato oficial calificaba a los guerrilleros de «bandoleros», a los que así desprendían de su significado político: si estas personas eran simples criminales que asaltaban, robaban y mataban, era más sencillo evitar que generaran simpatías entre los civiles o que alimentaran las esperanzas de los enemigos del régimen. Así, la Dirección General de Seguridad prohibió terminantemente a sus fuerzas el uso de términos como «guerrilleros» o «maquis».

Sembrar el miedo y la desconfianza, así como desactivar los apoyos civiles con los que contaban, fue en última instancia una de las estrategias más efectivas entre las empleadas por la Guardia Civil contra la guerrilla. La represión fue especialmente cruda en Sierra Morena, en la zona noroeste de la Península y en Levante. En Córdoba, de 300 guerrilleros sobrevivieron 3; parte de sus familiares fueron asesinados y a 160 civiles detenidos se les aplicó la Ley de Fugas. En el eje Galicia-León-Asturias, una de las tácticas favoritas de la Guardia Civil fue el incendio de caseríos, mientras que en el de Valencia-Cuenca-Jaén se produjeron numerosas deportaciones de campesinos.

Miembros del maquis. Foto: Getty.Getty

Para 1948, la guerrilla estaba prácticamente desactivada en el centro del país; en 1952 se alcanzó el mismo objetivo en Levante y en el sur. Juanín y Bedoya, considerados los últimos guerrilleros en activo, fueron detenidos y asesinados en 1957. El encargado de capturarlos fue el famoso Eulogio Limia Pérez, representante del éxito de una lucha que había comenzado con la propia Guerra Civil y que se cerraba entonces con la derrota de la guerrilla, causada por el arrinconamiento de los guerrilleros, diezmados por las traiciones y delaciones, la extensión de la desconfianza y el miedo entre sus apoyos civiles y el uso de una propaganda que silenciaba sus motivaciones. A partir de entonces, la resistencia al régimen habría de tomar caminos distintos a los de los montes.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-04-05 04:04:34
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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