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Descubre los discursos históricos de la reina Isabel II

Descubre los discursos históricos de la reina Isabel II

En el ejercicio de sus funciones, los jefes de Estado están obligados a pronunciar un buen número de discursos institucionales. A lo largo de su dilatado reinado de más de setenta años, la reina Isabel II del Reino Unido tuvo la oportunidad de dirigirse a sus súbditos en multitud de ocasiones, pero solo unas pocas de esas alocuciones públicas pueden considerarse históricas por su trascendencia.

Isabel II pronuncia su discurso en la Apertura del Parlamento en 2016. Foto: Getty.WPA Pool

Al inicio de la Segunda Guerra Mundial y ante el peligro que suponían los bombardeos de la Luftwaffe sobre las principales ciudades del Reino Unido, se planteó la posibilidad de evacuar a la familia real a Canadá, por aquel entonces dominio británico. Churchill también ordenó la creación de una unidad especial del Ejército que debía velar por su seguridad y la de las joyas de la Corona, símbolos de la supervivencia del Imperio, en caso de que se produjese la invasión alemana.

Hacer del mundo un lugar mejor y más feliz

En un primer momento, Jorge VI y su esposa Isabel, reina consorte, permanecieron en el castillo de Windsor, mientras las princesas Isabel y Margarita residían en Sandringham House, propiedad de la familia real situada en la costa de Norfolk. Poco después, las dos jóvenes princesas se trasladaron a Windsor por expreso deseo de sus padres. Ante los comentarios que insistían en recomendar la salida hacia Canadá de sus dos hijas, la reina Isabel rechazó de plano cualquier insinuación en ese sentido, dando por zanjado el asunto.

Jorge VI de Inglaterra durante su discurso inaugural del Museo Marítimo Nacional en Greenwich. Foto: Getty.

La decidida actitud de los reyes y sus hijas de permanecer junto a su pueblo, en el momento álgido de la campaña alemana de bombardeos, y compartir el destino de sus súbditos aumentó la popularidad de la familia real hasta niveles poco conocidos hasta entonces. Antes de la guerra, la imagen de la institución había sufrido un duro desgaste debido a las veleidades amorosas del inmaduro y caprichoso Eduardo VIII, tío de la princesa Isabel, que antepuso su amor por la divorciada norteamericana Wallis Simpson a su deber como rey. Su abdicación apenas atenuó los efectos de una crisis constitucional que hizo tambalear los cimientos de la monarquía. Para empeorar las cosas, el duque de Windsor y su esposa no ocultaron su admiración por Hitler y el nazismo, como tuvieron ocasión de demostrar durante una visita a Alemania en octubre de 1937.

Obligado por las circunstancias, Alberto, hermano menor del duque de Windsor que al acceder al trono adoptó el nombre de Jorge VI, tuvo que recomponer el daño causado con gestos como su decisión de permanecer en el Reino Unido, junto a su pueblo, en el peor momento de la guerra. Sin apartarse de esa línea, se pensó que sería buena idea que la princesa Isabel, heredera imprevista, dirigiese una alocución radiada a los niños británicos. Todos en su entorno estaban convencidos de que las palabras de la joven princesa, de tan solo catorce años, tendrían un efecto positivo en la moral de toda la nación. Sin embargo, nadie imaginaba el éxito de audiencia que iban a tener sus palabras y la buena impresión que causarían entre los súbditos de la monarquía.

La fecha elegida para emitir el mensaje fue el 13 de octubre de 1940, durante la emisión del programa The Children’s Hour («La hora de los niños»). Sentada frente a una mesa en uno de los salones del castillo de Windsor y acompañada por su hermana Margarita, la princesa Isabel se puso por primera vez delante de un micrófono de la BBC. La voz adolescente pero firme de la joven heredera difundió por todo el país un mensaje que despertó la emoción de aquellos que lo escucharon. Lejos de adoptar un lenguaje cursi o sensiblero, sus palabras sonaban cercanas y espontáneas mientras manifestaban la solidaridad de las dos princesas con el sufrimiento de los niños británicos y agradecían el valor mostrado por los soldados en su lucha contra el enemigo. En uno de sus pasajes más emocionantes afirmaba que «…será responsabilidad nuestra, de los niños de hoy, hacer del mundo de mañana un lugar mejor y más feliz». Al escuchar estas palabras, muchos creyeron oír la voz de una futura reina.

La princesa Isabel hace su primera alocución radiada, acompañada de su hermana menor, la princesa Margarita Rosa, el 12 de octubre de 1940. Foto: Getty.

El inicio de una tradición

Las tensiones y preocupaciones de la Segunda Guerra Mundial pasaron factura a Jorge VI y en septiembre de 1951 se le diagnosticó un cáncer de pulmón. Debido a la enfermedad del rey, Isabel comenzó a representar a su padre en casi todos los actos oficiales, dura prueba que le sirvió para adquirir la experiencia necesaria para su futuro papel de reina.

A principios de 1952, la princesa Isabel y el duque de Edimburgo iniciaron una larga gira por Australia, Nueva Zelanda y Kenia. Jorge VI acudió a despedirles en la escalerilla del avión y en su rostro eran evidentes las huellas de la grave enfermedad que padecía. Isabel y su esposo se encontraban en el país africano, última etapa de su viaje, cuando recibieron la noticia de la muerte del rey. Isabel regresó apresuradamente vestida de luto. No había tenido tiempo de despedirse de su padre, pero mientras descendía del avión que le trajo de vuelta su rostro se mostraba serio, sin permitir la debilidad de expresar una emoción.

A pesar de la pompa y solemnidad de la ceremonia de coronación de Isabel II, muchos se preguntaron en el Reino Unido si la joven reina sería capaz de soportar sobre sus hombros el peso de la monarquía. Decidida a coger firmemente las riendas de una institución que volvía a ser puesta en entredicho durante las tensiones de la Guerra Fría, Isabel II tuvo claro desde el principio que debía acercar la Corona al pueblo. Posiblemente, tuvo presente el resultado obtenido con su discurso adolescente dirigido a los niños cuando decidió continuar con la tradición instaurada por su abuelo, el rey Jorge V, de pronunciar un discurso navideño.

En 1957, las cámaras de televisión de la BBC entraron por primera vez en las estancias del castillo de Windsor para transmitir el mensaje de Navidad de la reina a todos los británicos. Tras las notas del himno God Save the Queen, Isabel apareció en directo en pantalla rodeada de una cuidada puesta en escena que pretendía ser hogareña. Isabel II inició su discurso con una breve referencia a su abuelo, el primero en dirigirse a sus súbditos en esas fechas, para después referirse a los duros momentos por los que atravesaba la nación y la situación de la Commonwealth, que se había extendido con la independencia de varios países africanos.

Isabel II en su primer discurso de Navidad. Foto: Getty.

Con la pausada lectura del mensaje, aprendido de memoria, buscó transmitir esperanza y calma al pueblo británico en apenas siete minutos y medio. Sin embargo, los espectadores notaron a su reina excesivamente rígida y en algunos momentos titubeante debido a los nervios contenidos; pero aunque pareciera distante, para muchos británicos fue como si la reina entrase personalmente en sus casas para felicitarles la Navidad. La iniciativa tuvo tanto éxito que desde entonces Isabel II nunca faltaría a sus citas navideñas y su ejemplo sería imitado por otras monarquías europeas.

Annus horribilis

Con el paso de los años la reina Isabel II adquirió la soltura necesaria para pronunciar miles de discursos oficiales e institucionales con un estilo muy personal que le servía para mantener siempre las formas. Gracias a una pronunciación clara y tono neutro, sus palabras transmitían una imagen sosegada en la que todo estaba bajo control.

A comienzos de la década de los ochenta todo parecía sonreír a la familia real británica. La glamurosa boda de Carlos y Diana escenificaba un cuento de hadas hecho realidad, la victoria de las fuerzas británicas en la guerra de las Malvinas reverdeció anacrónicos laureles imperiales y devolvió el orgullo nacional, mientras la divertida boda del díscolo príncipe Andrés con la espontánea Sarah Ferguson hizo pensar a todos que por fin sentaría la cabeza. Las imágenes tomadas a los miembros de la familia real en esos años los mostraban sonrientes y relajados; apenas una década después, los rostros de los mismos protagonistas se habían vuelto sombríos.

Boda de Carlos, Príncipe de Gales, y Lady Diana Spencer en la catedral de San Pablo, el 29 de julio de 1981. Foto: Getty.

Al principio de los 90, la luna de miel de la monarquía británica con su pueblo había experimentado un vuelco radical. Los tabloides publicaban en sus primeras páginas las desavenencias matrimoniales entre Carlos y Diana. Y así los años, 1992 sería el detonante de una situación que ya llevaba tiempo latente. En una rápida sucesión de acontecimientos, el 19 de marzo se anunció que el príncipe Andrés se separaba de su esposa, la duquesa de York. Un mes después se hizo público el divorcio de la princesa Ana y el capitán Mark Phillips. El 8 de junio apareció en las librerías Diana: su verdadera historia, una biografía autorizada por la princesa y escrita por el periodista Andrew Morton, en la que exponía con todo lujo de detalles el calvario de supuestas humillaciones que tuvo que soportar al lado de su marido y la incomprensión que encontró en la familia real, especialmente en la reina.

Con ocasión del 40 aniversario de su coronación, el 24 de noviembre de 1992 Isabel II pronunció un discurso en el palacio de Guildhall, en la City londinense. Ese día estaba convaleciente de un fuerte catarro y antes de hablar pareció tener algún problema con los papeles del discurso. La reina contuvo la respiración y comenzó a leer ante un salón repleto de invitados. Después de los saludos protocolarios entró en materia, sorprendiendo a una audiencia que no estaba acostumbrada a oír hablar a su reina desde el corazón.

Isabel II en un discurso en 1992: el annus horribilis. Foto: Getty.

Isabel II empezó diciendo: «1992 no ha sido un año en el que mire atrás con gusto (…) Ha resultado ser un annus horribilis. Sospecho que no soy la única que piensa así». En su alocución también dedicó unas sutiles palabras a la prensa amarilla, que con críticas feroces atacaba sin descanso los comportamientos de los miembros de la familia real. En este sentido, la reina dijo: «A veces me pregunto cómo juzgarán las generaciones futuras los acontecimientos de este año tumultuoso. Me atrevo a decir que la historia adoptará una visión un poco más moderada que la de algunos comentaristas contemporáneos», al mismo tiempo que pidió a los periodistas «un toque de gentileza, buen humor y comprensión».

El que fue conocido a partir de entonces como discurso del annus horribilis o de Guildhall fue posiblemente uno de los más sinceros, personales y amargos que Isabel II tuvo que pronunciar a lo largo de su reinado. Pero sus palabras, cargadas de finos reproches, no tuvieron el efecto buscado: los tabloides siguieron siendo despiadados en sus ataques mientras la familia real perdía popularidad. Por si la reina no hubiera tenido bastante, cuatro días después de su visita a la City, varias alas de su querido castillo de Windsor fueron completamente destruidas por un pavoroso incendio.

Luto por Diana de Gales

En los años siguientes, el matrimonio de Carlos y Diana siguió dando a la reina quebraderos de cabeza y proporcionando titulares a la prensa amarilla. En 1997 ninguno de los dos ocultaba a sus amantes, mientras la imagen de la familia real se resentía ante una opinión pública muy crítica con su actitud.

El 31 de agosto de 1997, la princesa Diana de Gales viajaba junto a su amante Dodi Al-Fayed a bordo de un coche que circulaba a gran velocidad por las calles de París huyendo de los paparazzi que los perseguían. El chófer que lo conducía perdió el control del vehículo en el interior del túnel del Alma, estrellándose violentamente contra una de las columnas de la estructura. La pareja de amantes murió a consecuencia de las graves heridas producidas en el accidente sin que se pudiera hacer nada por salvar sus vidas.

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Jose Manuel Manuel González

La noticia de la muerte de Diana causó una gran conmoción en el Reino Unido y fuera de sus fronteras. La entrada al palacio de Kensington, residencia oficial de la princesa, se cubrió con un manto de ramos de flores y mensajes de condolencia. Sin embargo, la tristeza mostrada por el pueblo británico contrastaba con el silencio y aparente indiferencia de la familia real, con la soberana a la cabeza, que apenas se dejó ver fría y distante. Esta actitud, atizada por los tabloides británicos, aumentó el rechazo popular, que no comprendía cómo Isabel II era capaz de ser tan insensible. La reina incluso era partidaria de celebrar un funeral de carácter privado, en contra de la opinión de su hijo Carlos.

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La razón que puede explicar este comportamiento, al margen de la entonces difundida necesidad de preservar la intimidad de los hijos de la princesa, radica en el rígido protocolo que regía la vida pública de la familia real y del que la figura de la reina era máximo garante. Esta observancia estricta a la hora de guardar las formas, que impedía expresar públicamente o en privado cualquier emoción, atenazó a todos sus miembros en medio del impacto social causado por la muerte de Diana.

La reacción inmediata fue una fuerte caída en los índices de popularidad de Isabel II. Algún analista se atrevió a declarar que el pueblo había dejado de amar a su reina. Ante el cariz que empezaban a tomar los acontecimientos se elevaron voces, como las del entonces primer ministro Tony Blair, que reclamaron una intervención de la reina para que los ánimos se serenasen. La respuesta por parte de la soberana se tradujo en un discurso televisado a la nación.

De luto riguroso, Isabel II apareció impertérrita en las pantallas de televisión. En su alocución, además de manifestar un pesar con el que a simple vista parecía estar incómoda, se refirió a Diana como «una persona formidable» que «nunca perdió la capacidad de reír ni en los buenos ni en los malos momentos». También dijo de ella que «fue un excepcional y generoso ser humano» y que «nadie que conoció a Diana la olvidará nunca». Sin embargo, en esta ocasión las palabras de la reina sonaron carentes de empatía y forzadas por las circunstancias, sin producir el efecto balsámico que muchos esperaban.

Despedida

Al margen de los titulares que han hecho correr ríos de tinta en las últimas décadas, lo cierto es que desde ese aciago año de 1992 y la posterior muerte de la princesa Diana, las cosas no fueron igual para Isabel II. El paso de los años también afectó a su incansable vitalidad, limitando cada vez más sus actos públicos.

En los últimos tiempos las glamurosas bodas de los príncipes Guillermo y Enrique, no exenta esta última de gran polémica y sus consecuencias posteriores, han intentado adaptar la institución de la monarquía a los nuevos tiempos con aires renovados. Pero en todo caso, ha sido Isabel II la que ha seguido llevando todo el peso de la Corona, a pesar de los nuevos escándalos protagonizados por sus hijos y su avanzada edad.

En las Navidades de 2021, la reina se dispuso a dar el que iba a ser su último mensaje a los británicos. Había sido un año muy duro para ella, la muerte de su esposo Felipe de Edimburgo, inseparable compañero durante tantas décadas, y las tristes condiciones en las que se despidió de él debido a las restricciones impuestas por la pandemia, supusieron momentos muy difíciles.

La Reina Isabel II graba su retransmisión anual de Navidad en el Salón Blanco del Castillo de Windsor el 23 de diciembre de 2021 en Windsor, Inglaterra. Foto: Getty.Victoria Jones

La reina apareció en pantalla luciendo el mismo broche de zafiros que llevó en su luna de miel y acompañada por una foto en la que posaba junto a su esposo. El discurso estuvo dedicado a recordar la memoria de su amado Felipe de Edimburgo, irreparable pérdida que le hizo solidarizarse con el dolor de las familias que habían visto morir a sus familiares por la terrible pandemia. Aun así, también hubo lugar para la esperanza en su discurso, mientras animaba a los británicos a disfrutar de las fiestas en familia.

Muchos de los que vieron y escucharon ese último discurso intuyeron que sonaba a una despedida que ponía fin a una era. Para una mayoría del pueblo británico, las palabras de aquella venerable anciana, que había permanecido a su lado en los buenos y malos momentos durante siete décadas, consolidaron el respeto y afianzaron el cariño hacia una gran reina.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-03-15 14:12:22
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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