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▷ #OPINIÓN Del Guaire al Turbio: La coco y el marciano #25Jun

Venezuela insta a Guyana a reconocer el Acuerdo de Ginebra

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Han pasado tres semanas y seguiremos hablando del campeonato internacional de tenis, segundo Grand Slam del año, Roland Garros 2025. La final masculina, gesta para la historia, la protagonizaron Carlos Alcaraz y Jannick Sinner. Pero no debemos olvidar la final femenina, jugada el sábado 7 de junio, por otras dos grandes protagonistas: Coco Gauff, norteamericana y Aryna Sabalenka, bielorrusa. Mi goce infinito de ese fin de semana empezó con este match. Yo iba con todo entusiasmo por la simpática y graciosa negrita gringa, No. 2 del mundo, frente a la arrogante, grandota y gritona catira, No. 1 del mundo. La de ébano, sometió a la de marfil una vez más, lo había hecho ya en el US Open. Ésta, no pudo disimular sus lágrimas. ¿Despecho, rabia, reconcomio? Todo a la vez. El coquito moreno se comió  la harina blanca. Le pregunto al eterno racista: ¿cómo te quedó el ojo? Cabe destacar, como goce estético, el esplendor de los músculos sudorosos de la atleta de bronce.

El domingo 8 de junio fue la odisea masculina. En 5 horas y 26 minutos, los gigantes gladiadores Yannick Sinner, italiano, No. 1 del mundo y Carlos Alcaraz, español, No. 2 del planeta, dejaron una inolvidable página para la historia del tenis. Empezando por la duración del partido, el más largo jugado en Roland Garros. Luego, aquella batalla entre un par de grandes. Los dos primeros sets los ganó Sinner, le faltaba uno para ser el campeón. Carlitos parecía perdido, escondidas sus garras y la tradicional sonrisa. De repente, la fiera se despertó en el tercer set: un tie-break, como el del segundo set, pero esta vez ganado por Alcaraz, que estableció la paridad al ganar también el cuarto set, 6-4, como había ganado Sinner el primero. Igualados a dos por sets, había que ir al quinto. ¡Qué drama! Paso a paso, en dos o tres ocasiones Sinner estuvo al alcance de coronarse campeón, pero Carlitos le arrancaba el punto decisivo. Un largo trie-break, para destrozar los nervios de jugadores y público; ellos parecían inconmovibles, con un gran dominio emocional y del lógico cansancio. Finalmente, el murciano se impuso 10-2. Perdón, quise decir el marciano. Así se corrigió, en un juego anterior, refiriéndose a la provincia de la cual es oriundo Carlos Alcaraz, el cronista de tenis venezolano Luis Alfredo Álvarez. Consideró que este muchacho es más bien extraterrestre. Debe serlo.

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¿Qué diferencia a estos dos titanes? Como diría García Lorca, el duende. Sinner es italiano, pero de ascendencia alemana, por lo tanto, frío, con dominio de emociones y, como el serbio Novak Djokovic, de gran técnica, pero no transmite emociones. En cambio, un Nadal o un Alcaraz, de repente arrebatan al público con un tenis, más que deporte, arte, ¿Qué pasa? ¡Que les ha bajado el duende!

¡Carlos Alcaraz bicampeón de Roland Garros! Lo logró también el 2024. Defendía su título. No puedo pedir más. Sólo queda plantear unas reflexiones, pero para gran parte de ellas se me adelantó un escritor y fan del tenis en su artículo Lo que Alcaraz y Sinner nos enseñaron en Roland Garros. Sin su permiso, quiero reproducirlo completo, porque ha pensado por mí:

La vida no pregunta si estamos listos antes de servirnos sus golpes más duros. Como en aquel instante sagrado de Roland Garros – cuando el polvo de arcilla se mezclaba con el sudor de dos gladiadores modernos – comprendimos que estábamos presenciando algo más que tenis: estábamos viendo el espejo de nuestras propias batallas.

Venezuela, hoy, no es un país, es un quinto set en tie break. Somos ese punto decisivo donde todo duele pero todo importa, donde cada gesto lleva el peso de una historia que se niega a terminar. Alcaraz y Sinner nos mostraron que cuando el cuerpo grita «basta», el espíritu puede susurrar «un poco más». 
Y ese poco más es siempre la diferencia.

Hubo un momento – usted lo sabe, yo lo sé – cuando el español y el italiano se miraron a través de la red y reconocieron lo mismo: no estaban compitiendo contra el rival, sino contra el fantasma de sus propios límites. Nosotros también. Cada venezolano lleva dentro su propio Roland Garros particular: esa voz que pregunta «¿hasta cuándo?» y el corazón que responde «hasta que sea necesario» o “hasta el final”

La arcilla de París se convirtió en metáfora pura: cuánto más te esfuerzas, más marcas dejas. 
Las nuestras no son huellas de zapatillas deportivas, sino de pies descalzos que siguen caminando cuando el asfalto quema. 

Sinner, cayó de rodillas pero se levantó con los ojos llenos de futuro. Alcaraz lloró no por el triunfo, sino por haber descubierto que su límite estaba más allá de donde creía.

¿No es esto exactamente lo que nos pasa?
La crisis nos enseña que somos capaces de inventar soluciones que antes no imaginábamos, de resistir presiones que creíamos insoportables, de encontrar belleza en rincones donde antes solo veíamos ruinas.

El tenis – como la vida – es el arte de responder a lo inesperado. 
El golpe perfecto, no existe; existe el golpe que das cuando no puedes más pero das igual. Venezuela está aprendiendo esto a diario: improvisamos comidas pero no perdemos la sazón, reinventamos trabajos pero no la dignidad, sufrimos apagones pero no apagamos la esperanza.

Cuando el sol se ponía sobre París y Alcaraz alzó el trofeo, ambos jugadores ganaron algo más valioso que un título: la certeza de que habían llegado al fondo de sí mismos y encontraron ahí, en ese lugar secreto donde solo van los valientes, la chispa que hace posible lo imposible.

Nosotros también. 
Cada mañana, que amanece en Caracas, Maracaibo o Ciudad Bolívar es una bola que viene a nuestro lado de la cancha. Podemos dejarla pasar o devolverla con toda el alma. 
La grandeza, no está en ganar siempre, sino en jugar siempre – incluso cuando sabes, que el partido está cuesta arriba.

Porque al final, cuando el marcador de la vida se apague, no nos preguntarán «¿ganaste?» sino «¿cómo jugaste?»
Y queremos poder decir: «Jugué cada punto como si fuera el último. Caí, pero me levanté. 
Perdí sets, pero no la fe. 
Y cuando ya no podía más, jugué un poco más».

Esa es la lección eterna del “Roland Garros”: que somos más fuertes de lo que creemos, más resistentes de lo que imaginamos, y más capaces de lo que nadie nos dijo. Venezuela no necesita milagros – ya los estamos haciendo cada día. Solo necesita recordar lo que estos dos muchachos, con raquetas, nos demostraron: que el verdadero campeón no es el que no cae, sino el que cada vez que cae, se levanta, con más amor por el juego.

El partido continúa. Nuestra pelota. 
Nuestro saque. 
Nuestra historia.

Gracias a Dios, por permitirnos ser testigos de un espectáculo tan grandioso, donde cada punto, cada set, fue una lección de vida. 
Un recordatorio, de que, no importa, cuán difícil sea el camino, siempre podemos encontrar la fuerza para seguir adelante. 
Que este partido, como la vida misma, nos inspire a levantarnos, a seguir luchando y a vivir con pasión, coraje y determinación. 
¡Gracias, Dios por darnos la oportunidad de aprender, crecer y vivir con la fortaleza de los campeones!

¡¡¡Vamos por más…!!!

José Gerbasi

Sí, vamos por más, porque tenemos confianza en la fuerza de nuestra fe en la verdad, la libertad y la justicia. Los mercenarios del narcotráfico, corruptos y crueles, representantes de un gobierno espurio, no nos van a destruir. Hay fuertes motivos de esperanza: así como llegaron y se llevaron en silencio a un grupo de rehenes asilados en una embajada, ¿no llegarán también a la alcoba de los secuaces?  ¡Mercenarios, temblad!

Alicia Álamo Bartolomé

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.elimpulso.com

Publicado el: 2025-06-25 10:57:00
En la sección: ▷ Archivos de Opinion – El Impulso

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