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Más angustia, ahora septentrional – Runrun.es: En defensa de tus derechos humanos

Ley de Enemigos Extranjeros Más angustia, ahora septentrional, por Alejandro Armas AAAD25

Alejandro Armas

21/03/2025

@AAAD25

Henos aquí, aún sumidos en el estancamiento de la política venezolana, con una dirigencia opositora que a todas luces no tiene ningún plan para hacer valer su reclamo sobre las pasadas elecciones presidenciales, más allá de esperar a que alguna presión internacional cambie las cosas; con políticos que se están presentando como alternativa opositora a aquella espera, llamando a “votar” en unas “elecciones” que a casi nadie le importan porque las masas perdieron cualquier fe en que ese “voto” sirve para algo; y con una elite gobernante que sigue imponiendo sus designios radicalmente excluyentes al resto de la población. Henos, pues, aún estancados con todo eso. E pur si muove, diría Galileo. Este país políticamente inerte está a la vez sacudido en otros aspectos. Miren nada más la economía, que sigue deteriorándose, con un aumento de la devaluación del bolívar y de la inflación. Nadie hace nada efectivo al respecto. El país se siente, en ese sentido, no solo en movimiento sino a la deriva. Es La balsa de la Medusa de Géricault, con unos 25 millones de náufragos.

Lo que sucede en Venezuela ya es mucho más que suficiente motivo para que alguien se sienta muy preocupado. Ha sido así por más de una década. No en balde hemos experimentado una de las estampidas migratorias más grandes en la historia de Latinoamérica y una de las más grandes del planeta hoy. Cuando el país propio, por mucho que se le quiera, es injustamente convertido en un infierno, es inevitable para millones, como Dante, sentir que ya no hay nada más que hacer ahí, mirar hacia arriba y tratar de llegar a otras esferas, esperando encontrar a Beatriz como metáfora de una vida decente. En este caso, “arriba” es simplemente “afuera”, sin verticalidad. Prácticamente cualquier otro país latinoamericano, norteamericano o europeo es considerado preferible.

Sin embargo, entre todos esos, creo que Estados Unidos suponía un atractivo especialmente marcado. Por varias razones, empezando por ser el país en el mismo continente que ofrece una calidad de vida material más elevada. También por una larga historia de afinidad cultural que en parte se debe a un siglo de vínculos económicos, forjados al calor de una refinería petrolera y la consiguiente adopción de muchos elementos culturales norteamericanos (somos, verbigracia, el único país sudamericano donde el béisbol ha sido por décadas más popular que el fútbol, cosa que apenas entre generaciones jóvenes de la actualidad quizá ha cambiado). En parte también se debe al inigualable alcance de la cultura estadounidense mediante sus medios de comunicación masivos y sus industrias culturales (el cine, la televisión, etc.), uno de los mecanismos de soft power más efectivos.

En fin, tener puentes con Estados Unidos y ser en nuestro propio país como Estados Unidos ha sido por al menos cien años una aspiración en la psiquis colectiva del venezolano. El inglés está en nuestro pensum de educación básica y hay no pocos colegios privados bilingües. Muchos padres venezolanos sueñan con que sus hijos vayan a una universidad de la Ivy League. Tener un apartamento en Miami es, en palabras del sociólogo Pierre Bourdieu, uno de los mayores gestos de distinción. ¿Será todo esto “pitiyanquismo”, como cuestionó originalmente Mario Briceño Iragorry, muchísimo antes de que el chavismo se apropiara del término? Quizá. Pero ahí ha estado siempre y es notable que ni siquiera la presente elite gobernante, heredera de los movimientos políticos de extrema izquierda de la centuria pasada y que se identifica como rabiosamente antiestadounidense, haya podido cambiar las cosas. Tal vez porque ni los propios miembros de dicha elite se toman en serio su propaganda dizque antiimperialista. Ellos también, en el fondo, aprecian la cultura estadounidense y la imitan.

Como he dicho, la situación en nuestro país ya es una fuente de quebrantos de cabeza más rica que las del Orinoco, el Danubio, el Nilo, el Ganges y el Yangtze juntas. No necesitamos fuentes foráneas. Y creo, por todo lo narrado en los párrafos anteriores, que muy pocos venezolanos esperaban hasta hace muy poco que la política estadounidense sería una de ellas. Pero miren nada más el surgimiento y rapidísima radicalización de un discurso político contra la presencia de venezolanos en ese país. Sí, hablo de venezolanos a secas y no de venezolanos con prontuario criminal. Porque eso es lo que está ocurriendo, aunque el pretexto de las autoridades use a los delincuentes del Tren de Aragua como manto encubridor de sus acciones.

¿Cómo se explica entonces la invocación, por parte del gobierno de Donald Trump, de una ley del siglo XVIII para realizar expulsiones masivas exprés de venezolanos? El texto de marras es la Ley de Enemigos Extranjeros, aprobada en 1798, cuando Estados Unidos era una república recién nacida, muy lejos del estatus de máxima potencia militar que es hoy. Había temores, razonables, de que el país fuera reconquistado por Gran Bretaña o dominado por otra potencia europea. Así que se redactó una ley que, en caso de agresión por otro Estado, permitiera la deportación inmediata de extranjeros. Dado que fue concebida en estas circunstancias y en tiempos de menor preocupación por los derechos humanos, invocaciones posteriores han sido bastante controvertidas.

Claro, si algo hay que reconocerle al presidente Trump es que a la controversia no le rehúye. En tan solo dos meses de regreso a la Casa Blanca, ha introducido una serie de medidas que apuntan a transformar radicalmente la forma en que se ejerce el poder en su país. Entre ellas, la referida invocación de la Ley Enemigos Extranjeros. El enemigo señalado en cuestión es el Tren de Aragua. Honestamente ignoro cuántos sujetos adscritos o que estuvieron adscritos a esa organización criminal están presentes o hayan estado presentes en suelo norteamericano. No tengo problemas con que individuos con probada pertenencia al Tren de Aragua sean confinados a lugares donde no sean un peligro para terceros y paguen por sus delitos. Creo además que un Estado tiene derecho a no permitir en su territorio la presencia de personas que ingresaron sin autorización, incluso si fuera de eso no han cometido falta alguna.

El problema es que a todas luces se está usando la Ley de Enemigos Extranjeros para criminalizar a venezolanos a priori y, más que deportarlos, someterlos a castigos injustos después de la expulsión. Las denuncias de sus abogados indican un patrón por el que venezolanos son catalogados como miembros del Tren de Aragua, sin debido proceso ni derecho a defenderse de esa acusación. Los argumentos para el señalamiento son más que cuestionables, incluyendo el mero hecho de tener tatuajes que las autoridades migratorias consideran caprichosamente simbología de bandas criminales (nota bene: los delincuentes venezolanos históricamente no han usado tatuajes para eso, como sí han hecho sus pares centroamericanos).

Si a esos venezolanos acusados de ser hampones se les hubiera deportado por estar indocumentados y ya, nadie tendría derecho a reclamar. En vez de eso, ahora están en una cárcel salvadoreña para terroristas, quién sabe por cuánto tiempo. Obra y gracia de un acuerdo entre los gobiernos de Trump y Nayib Bukele, por el cual el primero pagará al segundo por el cautiverio (lo cual no deja de sonar, tétricamente, como la reducción de personas a mercancías). Con semejante incentivo monetario, ¿por qué va a querer el autoritario presidente salvadoreño ponerse a revisar si hubo errores en la atribución de membresía al Tren de Aragua y proceder a excarcelar a los agraviados, como cándida o cínicamente sugieren los apologistas de todo esto para desestimar la oleada de indignación y consternación producida?

Ver los rostros llenos de angustia de los familiares de estos venezolanos rompe el corazón. Pero no todo puede ser llanto. Hay que actuar. Sobre todo, porque la espera de que la elite gobernante venezolana, cuyo historial de interés por el bienestar de las masas todos conocemos, haga algo efectivo con este embrollo pudiera ser fútil. Desde la propia Venezuela es poco lo que la sociedad civil puede hacer, ciertamente. Pero igual hay que intentarlo. Que esas voces las escuchen quienes en Estados Unidos están actuando para frenar estas prácticas y les sirvan de aliento y, quizá, apoyo. Nos tocó un mundo insólitamente injusto, pero sentándonos a lamentarnos no lo vamos a cambiar.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Fuente de TenemosNoticias.com: runrun.es

Publicado el: 2025-03-21 18:15:00
En la sección: Opinión archivos – Runrun.es: En defensa de tus derechos humanos

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