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La dependencia de China inquieta cada vez más en Bruselas: ¿desacoplarse o reducir riesgos? | elperiodico.com

La dependencia de China inquieta cada vez más en Bruselas: ¿desacoplarse o reducir riesgos?

El 97% del litio utilizado en la Unión Europea procede de China, así como el 93% del magnesio comunitario o el 80% de los paneles solares que los países del bloque instalaron el año pasado. Son solo tres ejemplos de la dependencia europea de China para abastecerse de ciertas materias primas y productos esenciales para el desarrollo de sus industrias estratégicas. Durante la pandemia, la Comisión Europea trató de cuantificar esa dependencia. Empezó por identificar 137 categorías de productos –todos ellos asociados a sectores vitales como la salud, la defensa o el espectro digital– que llegan mayoritariamente de fuera de sus fronteras y cuyas importaciones no podría sustituir con sus capacidades industriales actuales. Llegó a una conclusión reveladora: más de la mitad del valor de importación de esos productos procede de China, concretamente el 52%. 

Esa dependencia es especialmente acentuada en todo lo relativo a las llamadas tierras raras, elementos químicos esenciales para la fabricación de productos tecnológicos y armamento, pero también de baterías eléctricas y otros componentes básicos para la transición ecológica, semiconductores y chips o principios activos para la fabricación de muchos medicamentos. “Cada vez hay más consenso en la UE sobre nuestra dependencia de Estados Unidos para la transición digital y de China para la transición ecológica”, asegura Miguel Otero, investigador del Instituto Elcano. “Y eso, obviamente, preocupa en Bruselas”.

Los problemas que se derivan de la dependencia exterior quedaron patentes durante la pandemia y, más recientemente, tras la invasión rusa de Ucrania, que ha obligado a Europa a diversificar a marchas forzadas su suministro energético. Ambas sacudidas sirvieron para acelerar los planes de autonomía estratégica y seguridad económica en la UE, muy influenciados también por la creciente desconfianza hacia China, su principal socio comercial. 

“La autonomía estratégica está motivada por los recelos hacia China, pero no solo”, asegura Luís Pinheiro, economista de CaixaBank Research. “Bruselas ha pasado a identificar a China como un rival sistémico. Parece que estamos entrando en un mundo de bloques, aunque será necesario mantener la cooperación con Pekín en numerosos ámbitos”. Bruselas todavía no ha entrado en la senda de colisión auspiciada por Washington, pero se está progresivamente acercando, a medida que se impone la idea de que los riesgos superan a las oportunidades en la relación con Pekín. De momento, la política oficial aboga por “minimizar riesgos, en lugar de desacoplarse” del gigante asiático, según lo expresó a finales de marzo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, una de las mayores exponentes de la línea dura.

Diversidad de criterios

Pero, como en tantas otras cosas, la postura europea frente a Pekín está lejos de ser homogénea. “Hay un debate muy intenso que trasciende países, ideologías y partidos”, dice Otero desde el Instituto Elcano. “Por un lado, aquellos que piensan que China es una amenaza seria y habría que reducir la dependencia; por otro, aquellos que consideran que se exagera la preocupación por la seguridad y creen que Europa no debería dejarse arrastrar por la competencia entre EEUU y China”.

Los halcones están poco a poco ganando la batalla. Un grupo que, a grandes rasgos, incluiría a los países escandinavos, los bálticos o algunos del centro del continente como Países Bajos. “China es la mayor amenaza para la seguridad económica holandesa”, afirmaron en primavera sus servicios de inteligencia. Todos tienen muy presente lo que le sucedió a Lituania en 2021, cuando permitió a Taiwán abrir una oficina de representación en Vilnius. Pekín respondió a las bravas interrumpiendo la mayoría de sus importaciones del país báltico, una decisión que el G7 llegó a calificar como un acto de “coerción”.

En el otro extremo estaría la Francia de Emmanuel Macron, el dirigente que con más claridad ha defendido la idea de que la UE no debería comportarse como “un vasallo” de EEUU en su relación con China para tratar de erigirse, en cambio, en un “tercer poder” con autonomía propia en la incipiente guerra fría entre las dos superpotencias. Unas palabras que en el clima actual de relanzado atlantismo –a raíz de la guerra en Ucrania– generaron muchas más críticas que aplausos a ambos lados del Atlántico. 

Rebajar la interdependencia con China

Lo cierto es que, si bien Bruselas no ha entrado apenas todavía en la dinámica de guerra arancelaria y sanciones abanderada desde Washington, sí se percibe como mínimo una intención de rebajar su interdependencia con China, que es también el principal mercado para las exportaciones europeas. Para empezar, el acuerdo de comercio e inversión que ambas capitales cerraron a finales de 2020 no ha sido ratificado por el Parlamento Europeo y se da por muerto. Paralelamente, Huawei ha sido en gran medida desterrado de los sistemas 5G europeos, aunque persiste mucha tecnología china en la llamada ‘periferia’ de los sistemas de telecomunicaciones, según un estudio de la consultora Strand Consult.

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Por otro lado, Italia ha anunciado su intención de desvincularse de la Nueva Ruta de la Seda, el masivo proyecto global de infraestructuras financiadas por el Gobierno chino, después de haber sido el primer país europeo en sumarse a la iniciativa. Y quizás más importante, Bruselas aspira a prohibir la deslocalización de empresas autóctonas para producir tecnología sensible –desde inteligencia artificial a microchips avanzados o supercomputadoras– en territorio de “rivales sistémicos”, como dejó claro al presentar esta semana su estrategia de seguridad económica.

Por más que se hable de seguridad estratégica y muchos aboguen por reducir la dependencia china, parece haber consenso a la hora de concluir que la UE no tiene actualmente las capacidades industriales para prescindir de las importaciones chinas en muchos de sus sectores estratégicos. “Ahora mismo sería muy difícil reducir esa dependencia a corto plazo”, afirma Otero. “Antes de nada deberíamos debatir si conviene producir ciertas cosas aquí. El desarrollo humano se basa en la división del trabajo y la ventaja competitiva hace que algunos puedan producir ciertas cosas mejor y más barato. Una vuelta a la autarquía tendría un coste enorme y representaría una involución espectacular”, añade desde el Instituto Elcano.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.elperiodico.com

Publicado el: 2023-06-28 01:00:17
En la sección: El Periódico – internacional

Publicado en Internacionales