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La Resistencia yugoslava durante la II Guerra Mundial, un todos contra todos

La Resistencia yugoslava durante la II Guerra Mundial, un todos contra todos

La Historia ha hecho de los Balcanes un puzle de pueblos, lenguas y religiones. La parte de Europa que por el norte limitan los cursos de los ríos Kupa, Sava y Danubio y que desde allí se extiende entre los mares Adriático y Jónico por el oeste y entre el Egeo y el Negro por el este posee una dimensión y una población semejantes a las de España, pero hoy en día, después de las cruentas guerras que precedieron y siguieron a su último desmembramiento, está ocupada total o parcialmente por una docena de Estados distintos. Grecia, Albania, Bulgaria, Macedonia, Bosnia-Herzegovina, Kosovo y Montenegro tienen todo su territorio en esa zona, y el resto se encuentra ocupado parcialmente por Croacia, Serbia, Rumanía, Turquía y Eslovenia. 

La Resistencia yugoslava durante la II Guerra Mundial, un todos contra todos. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

En cuanto a las lenguas, aunque de orígenes distintos (el rumano procede del latín, el albanés y el macedonio de idiomas autóctonos, el serbio y el búlgaro del antiguo eslavo), la convivencia forzosa en aquella área las ha ido aproximando en un fenómeno que se conoce como diasistema, hasta el punto de que se considera a los Balcanes un área lingüística común, aunque con muchos matices. Y en cuanto a las religiones, Eslovenia y Croacia son mayoritariamente católicas, Kosovo, Albania y la zona turca son musulmanas y las restantes son mayoritariamente ortodoxas. Teniendo esto en cuenta, se entiende que la convivencia nunca haya resultado fácil en los Balcanes. Fue allí, en Sarajevo, donde Gavrilo Princip llevó a cabo el atentado político que desencadenó la gran pesadilla de la Primera Guerra Mundial.

De la estabilidad a las tensiones

Tras la firma del armisticio en 1918 y la liquidación del Imperio austrohúngaro, la situación en los Balcanes desembocó en un intento desesperado de unificación que culminó en diciembre con la proclamación del Reino de los Croatas, Serbios y Eslovenos bajo la corona del rey Pedro I. Al principio, todo fue bien: había necesidad y ganas de estabilidad, e incluso voluntad de entendimiento. Pero las tensiones crecieron lentamente, las protestas y los asesinatos políticos menudearon y el nuevo rey Alejandro I tomó las riendas con firmeza absolutista ante el peligro inminente de desintegración del Estado. 

Quiso unificar y centralizar el nuevo país eliminando las regiones históricas de un plumazo, suprimió el Partido Comunista, arrestó a los disidentes políticos que consideró peligrosos y cambió de nombre a su reino, al que llamó Yugoslavia, “tierra de los eslavos del sur”. Pero esa voluntad integradora no consiguió sino inflamar todavía más las tensiones nacionalistas que florecían en todo el país. El propio Alejandro fue asesinado en 1934 por un nacionalista macedonio instigado por el croata Pavelic. Su hijo y sucesor, Pedro II, sólo tenía entonces 11 años de edad y fue nombrado regente su tío, el príncipe Pablo.

Como no podía ser menos, en el brasero balcánico encontraron su hoguera los combustibles políticos del siglo XX, es decir, el fascismo, el comunismo y el nazismo. Alentados por Italia y Alemania, los croatas logran un estado autonómico en 1939, con política exterior propia, aunque federado con el resto del país. Los países del Eje, iniciada ya la guerra y triunfante el ejército del Reich, reciben la adhesión de Hungría, Eslovaquia, Rumanía y Bulgaria. Alemania exige el paso de sus tropas por Yugoslavia con el fin de apoyar a los fascistas italianos, que no conseguían invadir Grecia, y el príncipe Pablo firma la adhesión de Yugoslavia al Eje en marzo de 1941, rompiendo la neutralidad del país.

Desmembramiento de la unidad balcánica

Desde el principio de la guerra, la división secular entre los pueblos balcánicos había situado a los croatas del lado nazi-fascista y a los serbios en el bando de los aliados. Dos días después de la adhesión al Eje, al regreso del príncipe Pablo tras firmar el tratado, los generales serbios mandados por Dusan Simovic lo derrocan y proclaman rey a Pedro II, que todavía no era mayor de edad. Aunque los golpistas manifiestan que seguirán en el Eje, Hitler no tarda ni dos semanas en bombardear Belgrado. Las tropas de la Wehrmacht invaden Yugoslavia, y el rey Pedro y sus generales se exilian a Inglaterra.

Tras la alianza con Alemania, la invasión de Yugoslavia por el Tercer Reich fue un hecho, ordenándose matanzas de judíos y gitanos. Arriba, serbios asesinados por las fuerzas nazis. Foto: Getty.

Como era de esperar, la artificial e inestable unión balcánica queda desmembrada. Incluso sus regiones son subdivididas y repartidas entre Italia, Hungría, Rumanía y Alemania. A las tensiones habituales entre ellas se añade ahora el escenario de la guerra y la presencia de numerosas fuerzas ocupantes, convirtiendo aquel eterno laberinto político en un verdadero infierno donde los rencores seculares reciben impulso y justificación, con el agravante de que ahora todo el mundo está armado.

Caen las caretas. Croacia queda en poder de los separatistas ustachas que detestan la idea de una Yugoslavia unida y llevan una década de terrorismo a sus espaldas, durante la que se han especializado en colocar bombas en los ferrocarriles con destino a Belgrado. Ahora, dueños absolutos del poder en su nuevo Estado independiente y respaldados por Hitler, se hacen con Bosnia- Herzegovina. Los ustachas mandados por el criminal Ante Pavelic eran católicos fanáticos y supremacistas raciales y, durante los años de la guerra, llevaron a cabo numerosas acciones de exterminio como consecuencia de su estricto nacionalismo exacerbado. Proscribieron el alfabeto cirílico y forzaron a la conversión al catolicismo a los serbios, mayoritariamente ortodoxos.

Pavelic estableció un Estado totalitario en Croacia, basado en el culto a la nación y a su caudillo, él mismo. Foto: Getty.

El régimen croata de corte nazi

De los seis millones de habitantes que tenía Croacia, sólo la mitad eran croatas. Había dos millones de serbios y el resto eran musulmanes bosnios, judíos y gitanos. Pavelic empieza por promulgar una serie de leyes raciales cortadas por el patrón nazi contra los judíos y los gitanos, en las que pronto se incluyen otras leyes que afectan a la gran minoría serbia, para cuyos miembros se decreta el toque de queda y a los que, como a los judíos (que en su mayor parte eran sefardíes), se les obliga a exhibir un distintivo de color azul en la ropa. Se les prohíbe vivir en el centro de las ciudades y sus posesiones son confiscadas y entregadas a croatas. Los dirigentes ustachas actúan discrecionalmente, sin tapujos ni complejos. Las masacres se multiplican, y el propio ministro de Justicia declara abiertamente que no son sino el principio de un plan oficial encaminado al exterminio de judíos y serbios.

Respecto a estos últimos, el proyecto croata era eliminar a la mitad y obligar al resto a convertirse al catolicismo o a exiliarse en territorio serbio. Al efecto, los ustachas organizaron su propia red de campos de concentración, un total de 24, cuyos desdichados prisioneros padecieron monstruosidades aún mayores que los deportados a Alemania. El campo de Jasenovac (el Auschwitz croata) se llevó la palma en ese sentido, con un total de 360.000 muertos. Allí, un guardián llamado Petar Brzica logró un récord macabro: aunque parezca imposible, en una sola noche y provisto de una especie de cuchillo de carnicero, este sujeto degolló a un total de 1.360 prisioneros judíos y serbios entre hombres, mujeres y niños. Después de la guerra, el monstruoso recordman consiguió llegar a Estados Unidos, donde su pista se perdió a pesar de los esfuerzos de los servicios secretos israelíes para encontrarlo.

El srbosjek (“cortagargantas”) fue el arma que utilizó el croata fascista Petar Brzica para degollar a sus víctimas, prisioneros del campo de concentración de Jasenovac. Foto: ASC.

En cuanto a los serbios, su actitud era bien distinta. Tras la invasión nazi de Serbia, la población se sintió humillada por los alemanes, abandonada por Inglaterra y traicionada y amenazada por Croacia. El Reich implantó sus temibles leyes raciales y coercitivas en el territorio serbio, arrestó a judíos y gitanos y montó un gobierno títere y colaborador, al estilo del de Pétain en Francia. Su interés era controlar el país distrayendo el menor número posible de efectivos alemanes en vísperas de la Operación Barbarroja, nombre en clave de la invasión de la Unión Soviética para la que se precisaba un enorme número de tropas. Con este fin, utilizó como policía represora a la población de origen alemán de Serbia y de la Voivodina. Pero, desde los primeros momentos, los nazis se encontraron en Serbia con dos grupos organizados de guerrilleros: los chetniks monárquicos de Draza Mihailovic y los partisanos comunistas de Josip Broz, apodado Tito.

Las dos guerrillas de Serbia

Mihailovic era un oficial serbio que durante la invasión nazi consiguió huir a las montañas occidentales, la Ravna Gora, en las que reunió a 10.000 combatientes. Desde allí se puso en contacto por radio con el Gobierno de Londres, que concibió grandes esperanzas sobre las posibilidades de esa guerrilla en un momento en que los alemanes estaban necesitados de todas sus fuerzas tras la invasión de la Unión Soviética. Pero Mihailovic no respondió con la intensidad ni la eficacia soñada por los ingleses. Se quedó instalado en sus montañas, reforzándose y organizándose, y solamente mantuvo escaramuzas defensivas con las tropas nazis. Estaba atenazado por las terribles represalias –cien civiles serbios fusilados por cada alemán muerto– que, ante cualquier ataque, ejercían los alemanes sobre la población civil y los prisioneros de guerra. La verdadera estrategia de Mihailovic residía en formar un núcleo de combate que pudiera auxiliar a los británicos cuando realizasen su esperado desembarco.

Los líderes de la Resistencia yugoslava, Tito y Mihailovic, posan con otros miembros de sus respectivos movimientos antinazis. Foto: Getty.

Por el contrario, la estrategia de los partisanos comunistas a las órdenes de Tito consistía en hostigar a los alemanes siempre que fuera posible, sin tener en cuenta las represalias. En octubre de 1941, tras un ataque conjunto de chetniks y partisanos contra los alemanes, estos últimos masacraron en represalia a más de 2.000 campesinos serbios en Kragujevac, incluidos niños. Tito era un sólido dirigente comunista con experiencia en la Primera Guerra Mundial y en la guerra civil rusa, en la que luchó con el Ejército Rojo. 

En 1936 participó activamente en la organización del Batallón Dimitrov, formado por voluntarios balcánicos para combatir en la Guerra Civil española. Eran 800 hombres que intervinieron en los grandes combates de la Batalla del Jarama junto a los voluntarios británicos y norteamericanos. Muchos de los supervivientes nutrieron como oficiales las filas de los partisanos de Tito.

Miembros del Batallón Dimitrov en una reconstrucción de la Batalla del Jarama en 2017. Foto: Getty.

Mihailovic y Tito eran incompatibles. Sólo se entrevistaron dos veces antes de romper las hostilidades abiertamente. En lugar de unirse contra el enemigo común, se desangraron peleando entre sí. En los caóticos Balcanes de aquellos años, todos combatían contra todos en una especie de rencoroso delirio de sangre y crueldad. Pero los partisanos comunistas de Tito, además, proponían un futuro para después de la guerra. Proyectaban restaurar la unidad de Yugoslavia bajo un régimen republicano federal en el que cada cultura, religión y etnia de los Balcanes dispusiera de una amplia autonomía. Era una propuesta atractiva para quienes habían sido testigos y víctimas de la rápida desintegración de su país, pero no así para los nacionalistas fanáticos (como los ustachas) que se negaban a contemplar un futuro que no fuese la independencia total de su región, una vez convertida en Estado. No hay que olvidar que los nazis no eran los únicos invasores de Yugoslavia: también estaban los italianos, los húngaros y los búlgaros, que se habían anexionado regiones más o menos grandes del antiguo reino.

Los primeros partisanos de Tito fueron los serbios perseguidos en Croacia por los ustachas. Hay que tener en cuenta que, como comunistas que eran, sus actividades estuvieron mediatizadas inicialmente por el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin, pero cuando los alemanes invadieron Rusia esos inconvenientes se disolvieron y los partisanos se vieron con las manos libres para actuar. A los tres meses, se hicieron con el control de la ciudad de Ucize, y lo mantuvieron hasta que los nazis enviaron cuatro divisiones para recuperarla. Luchando desde entonces como guerrilleros y maquis, se refugiaron en Bosnia y crearon un Comité Nacional de Liberación que funcionaba como un gobierno provisional en la sombra.

Alemanes e italianos contra partisanos

Las operaciones de los partisanos serbios de Tito en la Croacia ustacha fueron tan lejos, que el dictador Pavelic tuvo que recurrir a la ayuda de los italianos invasores para hacerles frente. En el territorio serbio, que los alemanes controlaban por medio de un gobierno títere, chetniks y partisanos empiezan colaborando para aprovechar el vacío que dejaron en Serbia las fuerzas invasoras nazis enviadas al frente ruso. En respuesta, Hitler ordenó grandes represalias: cien civiles serbios fusilados por cada alemán muerto. Las dos fuerzas resistentes no llegaron a un acuerdo estratégico ni político ,y finalmente, se lanzaron a combatir entre ellas. Por su parte, los británicos no sabían muy bien a qué bando apoyar. No confiaban en los partisanos de Tito, pero pronto comprendieron que estaban mejor organizados y eran mucho más efectivos contra los alemanes que los chetniks.

A su vez, los alemanes ponen en marcha la tercera fase de su ofensiva contra los resistentes, y tanto los chetniks como los partisanos se retiran a zonas más seguras. Sin dejar de luchar contra los nazis, Tito se refugia en Bosnia hasta que, en 1943, sus hombres empiezan a recibir armamento moderno de los británicos.

Las tropas de la Wehrmacht desplazadas en Yugoslavia lucharon por frenar las acciones de los partisanos. Arriba, soldados alemanes revisan las vías ferroviarias para evitar sabotajes. Foto: Photoaisa.

Los aliados lo reconocen como único interlocutor en la región a partir de la Conferencia de Teherán y celebran su mérito por haber conseguido inmovilizar una media de 15 divisiones nazis e italianas durante la guerra, sustrayéndolas de los frentes activos. Pero, además, Tito se revela durante la guerra como un formidable estratega. En 1943, los alemanes y los italianos se ponen de acuerdo para actuar conjuntamente contra los partisanos y lanzan la primera fase de la Operación Weiss, que obliga a Tito a retroceder hasta el río Neretva.

Allí le esperan 14.000 chetniks dispuestos a cerrarles el paso y hacerles luchar en dos frentes a la vez, pero Tito se aprovecha de la descoordinación entre sus enemigos. Los chetniks no reciben las armas que los italianos les han prometido y, además, son atacados por los alemanes mientras luchan contra los de Tito. Así y todo, los combates de la Operación Weiss provocan decenas de miles de víctimas a los partisanos. Y cuando termina, los nazis desencadenan la Operación Schwarz, que proyecta terminar drásticamente con la Resistencia yugoslava, ante la posibilidad de un desembarco de los aliados en los Balcanes. Esta vez, sus tropas, ya diezmadas, deben enfrentarse a una fuerza combinada de alemanes, italianos y chetniks que les supera en una proporción de 5 a 1.

Un explorador partisano en las montañas de Yugoslavia. Foto: AGE.

Tito pierde a la mitad de sus tropas y resulta gravemente herido, pero logra trasponer las gargantas del río Sutjesta e internarse en Bosnia oriental. A esas alturas, después de haber resistido a seis ofensivas nazis, su prestigio entre los aliados es enorme. Y, cuando el Ejército Rojo libera Yugoslavia, Tito gana las elecciones con el 91% de los votos, crea una policía política, fusila al responsable de los chetniks, Mihailovic, y promulga una Constitución calcada de la soviética que le permite perpetuarse en el poder –enfrentándose a menudo con los dirigentes de Moscú– hasta su muerte en 1980, a los 87 años de edad.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-08-28 02:46:57
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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