Una de las cosas que aprendemos de pequeños es a negociar con el intercambio de cromos. Con diez años entiendes en el patio del colegio, con los sobres que comprabas a cinco pesetas, que la escasez determina los precios. Una de las lecciones de economía más sencillas de meterte en la cabeza, y que los más avispados llegaban a sublimar aplicando la elasticidad de la demanda, era aprovechar la sensibilidad que generaba el efecto posesión de quienes no tenían un cromo difícil de conseguir y llegaban a cambiar muchos por el más deseado.
En mi caso el cromo que recuerdo que me enseñó el valor de la negociación, y también porqué no decirlo de la resignación por no conseguirlo, fue el de Maradona, recién llegado al Barcelona en la temporada 82-83. Llegué a ver como aquel cromo de Ediciones Este se cambiaba por más de los que yo tenía repetidos, por 500, incluso por mil. La imposibilidad de tenerlo me sirvió para asimilar que si la suerte me iba a ser esquiva, porque no había forma que me saliese en los sobres que podía comprar, lo que no debía hacer era perder la cabeza por el ‘efecto posesión’, consistente en valorar un bien más por el hecho de tenerlo en las manos que por lo que realmente vale.
La negociación con cromos, que casi todos los niños hemos hecho, es el mejor acercamiento para entender cómo funcionan los mercados. Y, sin embargo, algo que se logra entender desde muy pequeño acaba siendo incomprensible para la mayoría de adultos, incapaces de asimilar que la naturaleza por la que suben o bajan los precios de las acciones es la misma por la que la que había que poner muchos cromos para tener el de Maradona y en cambio nadie te quería cambiar los de Carrete, Arteche, Migueli, Camacho y Goicotxea, que se te acumulaban repetidos, y debían de darse patadas hasta encerrados en el taco de repetidos con las gomas puestas. Pero esto último ya es otra historia.
El cambio de cromos para un inversor es una práctica usual. Se cambian las acciones que ya han subido por las que se creen que van a subir más. Aunque también abusamos de la idea de cortar las flores bonitas -las que crecen y demuestran fortaleza- y quedarnos con las marchitas –las que están castigadas y nunca se recuperan–. Esta también es otra historia, la de caer en la trampa de valor.
La metáfora del cambio de cromos tiene otra parte mucho más positiva para los que sí invertimos que es que fiscalmente es una de las figuras que más nos favorece. Pensemos en el error que hemos podido cometer invirtiendo en China en los últimos años con el convencimiento de que es el mercado que más barato se puede comprar. La solución es sencilla: se vende el Fidelity China Consumer y se compra el Pictet China, o viceversa. Las minusvalías sirven para compensar plusvalías hasta en los próximos cuatro ejercicios.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.eleconomista.es
Publicado el: 2024-09-28 11:02:37
En la sección: elEconomista Mercados