El 8 de septiembre de 1900, la ciudad de Galveston, Texas, enfrentó una de las mayores tragedias naturales de la historia de Estados Unidos. Conocido como el huracán de Galveston, este huracán categoría 4 se cobró la vida de más de 8.000 personas y arrasó por completo la isla, dejando una marca indeleble en la memoria colectiva de la nación. A más de un siglo de su devastación, el huracán sigue siendo el desastre natural más mortífero del país.
Galveston antes del desastre
A finales del siglo XIX, Galveston era una ciudad en auge. Con una población cercana a los 40,000 habitantes, la isla se destacaba como el puerto más importante de Texas y uno de los principales centros comerciales del Golfo de México. Galveston no solo era el corazón económico del estado, sino también un símbolo de prosperidad y modernidad, con grandes mansiones y una red de tranvías eléctricos que recorría la ciudad.
Sin embargo, su ubicación en una barrera insular la hacía extremadamente vulnerable a las tormentas. Con el punto más alto de la isla apenas a 2.7 metros sobre el nivel del mar, la ciudad carecía de defensas naturales para protegerse de los embates del océano. Aunque ya había precedentes de tormentas tropicales en la región, la magnitud del huracán que se avecinaba era inimaginable.
Galveston antes del desastre. Foto: Wikimedia Commons
El aviso que no llegó a tiempo
El sistema meteorológico en Estados Unidos a principios del siglo XX era rudimentario. Aunque la Oficina Meteorológica de Estados Unidos (hoy el Servicio Meteorológico Nacional) tenía algunos indicios de la formación de una tormenta, las comunicaciones eran limitadas, especialmente en alta mar, y la predicción de huracanes era una ciencia imprecisa.
El 4 de septiembre, el ciclón pasó por Cuba como una tormenta tropical. Los meteorólogos de la época predijeron que se movería hacia el noreste, alejándose de la costa de Estados Unidos.
Pero la tormenta tomó un giro inesperado hacia el oeste, dirigiéndose hacia el Golfo de México. A medida que avanzaba, ganaba intensidad, convirtiéndose en un huracán categoría 4. La falta de comunicación inmediata y la subestimación de la trayectoria del huracán llevaron a que las advertencias llegaran tarde. Para cuando los habitantes de Galveston comprendieron la magnitud del peligro, ya era demasiado tarde.
El 8 de septiembre, la tormenta golpeó la costa de Texas con una fuerza abrumadora. Los vientos huracanados, que alcanzaban más de 215 km/h, destrozaron edificios y arrancaron árboles de raíz. Pero lo peor estaba aún por venir: el oleaje, una muralla de agua de más de 4.5 metros de altura, arrasó la ciudad, destruyendo todo a su paso. El agua avanzó sin piedad, llevándose casas, puentes y cualquier estructura que encontrara en su camino.
Galveston, una ciudad llena de vida y riqueza, quedó irreconocible. Más de 3.600 edificios fueron destruidos, y miles de personas quedaron atrapadas en sus hogares o ahogadas por la fuerza del agua. Algunos sobrevivientes se refugiaron en lo que quedaba de los edificios más resistentes, como la casa de Isaac Cline, jefe de la estación meteorológica de Galveston, que había intentado advertir a la población horas antes del impacto. Sin embargo, su hogar también sucumbió ante la tormenta, llevándose consigo la vida de su esposa.
A comienzos del siglo XX, Galveston era la ciudad más esplendorosa de Texas. Tras la tormenta de 1900, jamás se recuperaría del todo. Créditos: Biblioteca del Congreso
El día después: un paisaje de muerte
Cuando el huracán finalmente pasó, la ciudad quedó sumida en el caos. Los supervivientes deambulaban por las calles destruidas, rodeados de cuerpos y escombros. En una carta escrita poco después del huracán, Charles Law, un vendedor ambulante que se encontraba en Galveston durante la tormenta, relató: «El domingo por la mañana, después de la tormenta, salí a las calles y vi los horrores más terribles que se puedan imaginar. Cuerpos por todas partes, casas destrozadas, y la gente caminando en shock, con heridas y laceraciones».
El recuento oficial de muertos fue de 8.000, aunque algunas estimaciones elevan la cifra a 12.000, ya que muchos cuerpos fueron arrastrados al mar o sepultados bajo los escombros. La magnitud de la tragedia desbordó a las autoridades locales. De hecho, los daños se estimaban en más de 20 millones de dólares (700 millones de dólares en la actualidad).
Ante la imposibilidad de enterrar tantos cuerpos, se optó por cargarlos en barcazas y arrojarlos al mar. Pero el océano los devolvía a las costas, por lo que, finalmente, se decidió incinerar los cadáveres en grandes piras funerarias a lo largo de la ciudad.
Portada del periódico El Paso, 10 de septiembre de 1900. Fuente: Wikimedia Commons
La reconstrucción: levantarse de las cenizas
A pesar de la devastación, los ciudadanos de Galveston mostraron una notable resiliencia. Decidieron reconstruir la ciudad, pero con nuevas medidas de protección. Uno de los proyectos más ambiciosos fue la construcción de un muro de contención, el famoso «seawall», diseñado para proteger la ciudad de futuros huracanes. Esta barrera de concreto, que inicialmente cubría 5 kilómetros, se amplió en las décadas siguientes para abarcar gran parte de la costa de la ciudad.
Además, los ingenieros llevaron a cabo una hazaña sin precedentes: elevar el nivel de toda la ciudad. Utilizando jacks y toneladas de arena, levantaron más de 500 bloques de edificios hasta 3.3 metros sobre su nivel original, incluyendo algunos de los inmuebles más grandes de la ciudad.
Una casa volcada de lado, con varios niños posando frente a ella, después del Gran Huracán de Galveston en Texas. Créditos: Biblioteca del Congreso.
Aunque Galveston nunca recuperó su estatus como el principal puerto de Texas (un título que pasó a Houston), la ciudad se convirtió en un símbolo de supervivencia y resistencia ante la adversidad. El huracán de 1900 no solo cambió la historia de Galveston, sino que marcó un antes y un después en la forma en que Estados Unidos enfrentaba los desastres naturales.
A lo largo del siglo XX, la tecnología meteorológica avanzó significativamente, con la creación de satélites y sistemas de radar que permiten predecir con mayor precisión la trayectoria e intensidad de los huracanes. Sin embargo, el huracán de Galveston sigue siendo un recordatorio de la vulnerabilidad de las zonas costeras frente a la furia incontrolable de la naturaleza. En comparación, huracanes recientes como Helene o el actual Milton, aunque devastadores, se enfrentan a una población mucho mejor preparada gracias a las lecciones aprendidas del pasado.
Hoy, a medida que Milton amenaza la costa de Florida con su poder destructivo, las advertencias tempranas y la preparación exhaustiva permiten evitar una tragedia como la de 1900. Pero la historia de Galveston sigue viva, recordándonos el devastador poder de la naturaleza y la importancia de estar siempre preparados.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-10-08 16:57:51
En la sección: Muy Interesante