Imaginar que un ser humano vuelva a regenerar un brazo o una mano después de perderla sigue pareciendo ciencia ficción. Sin embargo, un equipo de científicos ha descubierto una pista valiosa observando a uno de los animales más extraordinarios del mundo: el ajolote. Gracias a ejemplares que brillan en la oscuridad, los investigadores empiezan a descifrar cómo este anfibio logra lo que nuestro cuerpo ha olvidado hacer: reconstruirse por completo.
Ajolotes luminiscentes y una molécula clave
Los ajolotes, conocidos por su eterna sonrisa y sus branquias externas, han fascinado a la biología por su asombrosa habilidad para regenerar partes del cuerpo dañadas. Pero hasta ahora, el mecanismo exacto de esta hazaña era un rompecabezas.
Un reciente estudio publicado en Nature Communications reveló que una molécula llamada ácido retinoico, famosa en tratamientos de acné, es la encargada de dar las instrucciones precisas a las células para reconstruir solo la parte necesaria: una mano, un brazo o una cola.
James Monaghan, líder del equipo de la Universidad de Northeastern, explicó que las células humanas también usan ácido retinoico durante el desarrollo embrionario, pero pierden esa capacidad de “escuchar” sus señales tras el nacimiento.
Para seguir las rutas del ácido retinoico, los investigadores utilizaron ajolotes modificados genéticamente para que brillaran en verde allí donde la molécula activaba células regenerativas. Así, pudieron observar en tiempo real el proceso de reconstrucción.
Un experimento “Frankenstein” para entender la regeneración
En sus primeras pruebas, el equipo de Monaghan inyectó dosis elevadas de ácido retinoico a los ajolotes. El resultado fue sorprendente: en lugar de regenerar solo la parte perdida, crecían extremidades de más. Una simple mano amputada podía regenerarse como un brazo entero.
Este fenómeno despertó más preguntas: ¿cómo controla el ajolote que no se sobrepase en su regeneración? La respuesta la encontraron al identificar una enzima, la CYP26B1, encargada de descomponer el exceso de ácido retinoico. Bloquearla generaba el mismo efecto “Frankenstein”.
La investigadora Catherine McCusker, experta en regeneración de salamandras, destacó que este hallazgo muestra cómo los niveles naturales de la molécula y su degradación equilibran el proceso regenerativo para que sea preciso.
Lo que podría aprender la medicina humana
Monaghan explica que, cuando un ajolote se lesiona, sus células se “reinician”, olvidan su función original y vuelven a un estado primitivo, receptivas a las órdenes del ácido retinoico para construir la nueva extremidad.
Los humanos, en cambio, no reinician sus células tras una lesión; el cuerpo sella la herida con cicatrices y finaliza el proceso. Por eso no podemos regenerar una mano o un pie como ellos.
Sin embargo, entender a fondo cómo el ácido retinoico guía las células en los ajolotes podría inspirar terapias genéticas revolucionarias. Monaghan sugiere que, usando tecnologías como CRISPR, tal vez bastaría con activar o desactivar ciertos genes en momentos clave, sin necesidad de insertar genes nuevos, para reactivar capacidades regenerativas dormidas.
Un horizonte prometedor pero desafiante
Aunque la regeneración humana total aún parece lejana, McCusker cree que estos estudios abren la puerta a nuevas formas de curar heridas sin cicatrices o acelerar la recuperación de tejidos dañados.
Mientras que un ajolote reconstruye una mano en pocos días, replicar este proceso en humanos podría llevar años y requerir una precisión quirúrgica. Por eso, profundizar en estos mecanismos biológicos básicos es clave para avances médicos futuros.
Los ajolotes, esos pequeños guardianes de secretos luminosos, podrían tener la llave para que algún día dejemos atrás las cicatrices y aprendamos a reconstruirnos tal como ellos lo hacen en la penumbra de un laboratorio.
[Fuente: CNNEspañol]
Fuente de TenemosNoticias.com: es.gizmodo.com
Publicado el: 2025-06-15 16:11:00
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