“Nada en literatura es original, o casi, profesor, porque si se trata de cartas, ponen sobre tus papilas, sobre la explanada de tu lengua, el sabor dulce, ácido o amargo de la originalidad manifiesta que nos pertenece: la de nuestra propia existencia”
Por ROGER VILAIN
Hace una punta de años, en mi primer día de clases como estudiante de Letras, Ángel Vilanova, profesor tan riguroso como de muy malas pulgas, llegó a decir que ninguna obra literaria es original salvo la primera de la que no existen noticias.
Como adolescente en busca de novedades la literatura no fue la excepción. ¿Acaso algo mejor que un cuento cuya originalidad le chorreara por los poros? Lo que Vilanova nos arrojaba a las narices, como quien da los buenos días, excitó a fondo mi atención y en su momento me puso los ojos como platos. Al paso del tiempo entendí aquello, hice mío el comentario que me había intrigado, por lo que otras realidades, otras vertientes de lo llamativo poco a poco aguijonearon mi interés. Así, a propósito del arte de escribir di con resplandores diferentes hasta que mucho después, pero muchísimo después, volví a recordar el asunto, justo cuando descubrí los diarios literarios.
Nicanor Parra sostuvo, refiere Edmundo Moure (1) en un pequeño ensayo, que “antes de él la poesía había sido el paraíso o el reino del tonto solemne”. Menuda forma de manifestar a gritos que la originalidad chapoteaba de cabeza en su interior. Y continúa expresando Moure: “Algo de razón hubo en el aserto (…) Pero poco a poco estas afirmaciones se deshacen como terrones expuestos a la lluvia. Porque aparecen los precedentes (…) En el caso parreano Francois Villon, dos siglos más tarde, Quevedo; en Chile, Carlos Pezoa; en Portugal, Fernando Pessoa (…) Baste”. Con razón el buen Saramago (2) lanzó una piedra como esta: “Todo discurso, escrito o hablado, es intertextual y apetecería, incluso, decir que nada existe que no lo sea”.
Declaré arriba que el asunto —aquello de la originalidad— regresó a mí luego de leer libros de diarios. El de Ana Frank, pongo por caso. El de Kafka, el de Susan Sontag, el de C.S. Lewis o el de Silvia Plath. El de Vila Matas, el de Renard, el de Ribeiro y el de Pizarnik. El de Tolstoi y el de Oliveros, el de Virginia Woolf y el de Victoria de Stefano. Paro aquí. Nada es original, recordado profesor, pero hablando de diarios se me vino a la cabeza el sablazo final, o sea, los cinco tomos de la correspondencia de Cortázar, género éste —el epistolar— primito hermano de aquel —el de los diarios—, abanderados ambos de lo original perdido.
Cierto martes de un agosto acuchillado por el sol pagué con remordimientos, en Babel Libros de Granada, la fortuna que no tenía por el epistolario del cronopio. Al leerlo, empujado por los resortes de la memoria, grité a todo pulmón ¡bingo!, ¡al fin!, ¡eureka!, y añadí otros aullidos parecidos. Nada en literatura es original, o casi, profesor, porque si se trata de cartas, ponen sobre tus papilas, sobre la explanada de tu lengua, el sabor dulce, ácido o amargo de la originalidad manifiesta que nos pertenece: la de nuestra propia existencia.
Entre el diario y el epistolario se me ocurre que viene a cuento levantar las cejas, ponerse capcioso. Es verdad que de la intertextualidad, siguiendo a Saramago, no se salvan ni los sueños, pero no neguemos que la vida contada gracias a diarios y misivas expone a través de la literatura el hecho original de una vida que resulta inédita e irrepetible. Quizás en ellos arde semejante condición, la original, rara avis en el arte de rasguñar folios, hundido en la noche de los tiempos.
1 Moure, Edmundo (2024). El mito de la originalidad literaria. Tomado de: https://www.meer.com/es/79442-el-mito-de-la-originalidad-literaria (11-06-2025).
2 Saramago, José (1998). Cuadernos de Lanzarote (I). Madrid: Alfaguara.
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Fuente de TenemosNoticias.com: www.elnacional.com
Publicado el: 2025-06-21 02:30:00
En la sección: EL NACIONAL