La victoria en las elecciones polacas de Karol Nawrocki, que será el siguiente presidente hecho a medida del partido Ley y Justicia (PiS) de Jaroslaw Kaczynski, impone una prórroga en la cohabitación tóxica entre un presidente ultranacionalista y el Gobierno del europeísta Donald Tusk. Ha sido una victoria por una ventaja mínima, entre los dos bloques que se han alternado el poder en Polonia. Refleja la polarización del país y los abismos que separan al campo, feudo del PiS, del voto urbano, bastión liberal. Fue una noche electoral de infarto. Primero alzó los brazos en señal de victoria el candidato europeísta Rafal Trzaskowski, pero quien ganó el conteo final fue su rival. Su triunfo fue recibido con júbilo por la ultraderecha europea del húngaro Víktor Orbán y el austríaco Herbert Kickl. La presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen, dirigió al ganador un escueto mensaje expresando su confianza en una «excelente colaboración». Bruselas y Varsovia entraron en confrontación en los ocho años, de 2015 a 2023, en que el PiS dominó tanto la presidencia como el gobierno. Tusk no ha podido revertir esa situación, por el bloqueo a sus reformas impuesto por el ahora presidente saliente, Andrzej Duda, asimismo comandado por el PiS.
Nawrocki, de 42 años, historiador, exboxeador y con algún oficio ocasional turbio o vinculado a la criminalidad juvenil, asumirá la presidencia en agosto, cuando expire el mandato de Duda. Se convertirá en jefe de las Fuerzas Armadas de Polonia, un país que ha aumentado su gasto en Defensa al 5% del PIB y cuyo ejército terrestre es el más potente del flanco este. Se comprometió en campaña a mantener el bloqueo a los propósitos reformistas de Tusk. Podrá hacerlo, puesto que las competencias presidenciales incluyen el veto a las leyes. Tusk solo podría neutralizarlo con una mayoría parlamentaria de tres quintos, de la que no dispone.
Además, la imposibilidad de llevar adelante sus planes, incluido el de levantar la prohibición al aborto, han afectado su credibilidad y alimentado el malestar entre sus socios de coalición. En Varsovia se atribuía la derrota de Trzarkowski a un voto de castigo a Tusk. Por lo pronto, la nueva figura de la política nacional será Nawrocki, un neófito cuyo lema es «Polonia, para los polacos», católico y tradicionalista, que se dice defensor de la «identidad polaca» y admirador, por supuesto, de Donald Trump.
El europeísmo polaco aspiraba a la victoria de Trzarkowski para apuntalar con un presidente leal al primer ministro la pujanza de Polonia dentro del bloque comunitario. Su situación estratégica en el flanco este, su fuerte inversión en Defensa y un notable crecimiento económico –un 3% del PIB anual– le sitúan en esa dirección. Pero los retrocesos democráticos procedentes de los anteriores gobiernos del PiS, desde los ataques a la independencia del poder judicial al control sobre los medios o el acoso a los colectivos LGTBI, derivaron en sucesivas aperturas de expediente contra Varsovia. Polonia ha rechazado además una y otra vez las sucesivas propuestas de la UE en política migratoria para defender la línea más dura, incluido el cerrojo puntal al asilo, algo en lo que coindicen tanto el PiS como los liberales de Tusk.
Un par de rasgos suavizan un poco las asperezas con Bruselas: el PiS de Kaczynski no secunda las dinámicas prorrusas de otras ultraderechas europeas. Si algo comparten los ultranacionalistas polacos con los liberales de Tusk es un atlantismo muy arraigado, así como la animadversión hacia todo amago de dominio por parte de su vecino, Alemania.
Varsovia se comportó en el inicio de la invasión rusa de Ucrania como un gran aliado hacia el vecino agredido. Fue el primer país de acogida para millones de refugiados y aceleró el apoyo militar a Kiev cuando otros europeos titubeaban por temor a cruzar líneas rojas. El PiS dominaba en esa fase tanto la presidencia, con Andrzej Duda, como el Gobierno, liderado entonces por Mateusz Morawiecki.
Con la llegada al poder de Tusk se mantuvo ese compromiso. Pero luego empezaron a enturbiarse en las relaciones entre Duda y Volodímir Zelenski, entre reproches procedentes de agravios históricos y el malestar del campo polaco por el trato, a su juicio, preferencial a las importaciones de grano ucraniano. Varsovia llegó a interrumpir los suministros de armas a Kiev y empezó a recortar subsidios a los refugiados. Del compromiso incondicional con Ucrania se ha pasado a priorizar la defensa nacional, blindar fronteras y suspender el derecho de asilo a la inmigración irregular desde Bielorrusia, considerada parte de la guerra híbrida lanzada por Moscú.
La gran incógnita ante la segunda ronda electoral era el comportamiento del electorado de Confederación, el partido radical y libertario liderado por Slawomir Mentzen, con millones de seguidores en redes sociales. En la primera vuelta se convirtió en tercera fuerza. Pese a quedar apeado de la lucha por la presidencia, Mentzen ha acaparado el protagonismo en la última fase de la campaña hasta ser cortejado sin tapujos por ambos finalistas, Nawrocki y Tszarkowski. El aspirante del PiS jugaba con cierta ventaja por cercanía ideológica. Pero buena parte del electorado de Mentzen rechaza el tradicionalismo católico y las estructuras avejentadas del PiS. Se llegó a estimar que un 21% de su base electoral, especialmente los jóvenes, se decantaría por el alcalde de Varsovia. Finalmente el trasvase de votos libertarios en dirección europeísmo fue de un 11%. La Confederación de Mentzen ha llegado al panorama polaco para quedarse. Es una formación joven, con capacidad para robarle terreno al PiS, un partido aún fuerte pero desgastado y cuyo líder, Kazcynski, muestra ya claros signos de debilitamiento físico.
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Fuente de TenemosNoticias.com: www.elperiodico.com
Publicado el: 2025-06-02 10:39:00
En la sección: El Periódico – internacional