La base es un remanente de la guerra hispano-estadounidense y de la intervención militar de Estados Unidos en la guerra de independencia cubana contra el régimen colonial español – el cáliz envenenado de la enmienda Platt de 1901, que hizo de Cuba un protectorado estadounidense.
La ocupación estadounidense de la Bahía de Guantánamo se formalizó en 1903 y más tarde pasó a estar regulada por el tratado de 1934.
Según ese acuerdo, Cuba le alquila la zona a Estados Unidos por unos miles de dólares al año – un pago simbólico porque La Habana se niega a cobrar el cheque en protesta por lo que considera una ocupación “ilegal” de su territorio. El alquiler solo puede terminar si las dos partes así lo deciden o si Estados Unidos abandona la base.
Esto hace de Guantánamo la base militar estadounidense más antigua en suelo extranjero y la única rechazada por el país donde se encuentra.
Washington reconoce la soberanía cubana sobre ese pedazo de tierra y mar, y la ha esgrimido a conveniencia para negar a migrantes, trabajadores civiles extranjeros, solicitantes de asilo y sospechos de terrorismo los derechos garantizados por la Constitución estadounidense y el derecho internacional. Un limbo legal.
Como escribí en mi libro de 2017 sobre seis exprisioneros de Guantánamo enviados a Uruguay, ‘Guantánamo entre nosotros’, años antes de que Bush inaugurara la prisión ilegal para presuntos terroristas, la base ya había sido una gigantesca cárcel a cielo abierto para decenas de miles de haitianos y cubanos que huían de sus países.
La crisis migratoria haitiana (1991-1994) estalló luego del golpe de estado contra el presidente democrático Jean-Bertrand Aristide. La guardia costera de Estados Unidos interceptó a más de 38 000 personas que abandonaron el país por mar en los primeros seis meses y los mandó a campamentos superpoblados en Guantánamo, donde las condiciones de vida era deplorables, o los deportó a Haití.
Solamente 10 500 obtuvieron asilo en Estados Unidos luego de pasar por controles y revisiones del personal naval. Esas revisiones incluían una prueba de VIH, y a quienes dieron positivo se les impuso una exigencia mayor para probar que existía un “temor bien fundado” de persecución si regresaban a su país.
Unos 250 refugiados con VIH fueron entonces realojados en un campamento aparte en Guantánamo, con lo cual Estados Unidos se convirtió en el único país con un campo de prisioneros exclusivo para personas con VIH.
En 1993, un juez estadounidense ordenó a la administración de Bill Clinton cerrar el centro de detención por VIH y brindar a los detenidos atención de salud adecuada y acceso a defensa legal para procesar sus pedidos de asilo.
El juez dijo que mantener a los haitianos bajo “arresto arbitrario e indefinido” violaba sus derechos al debido proceso. Su detención prolongada, agregó, “no sirve otro propósito que el de castigarlos por estar enfermos”.
Fue la primera vez que la justicia estadounidense ordenaba al gobierno cerrar un centro de detención en Guantánamo. A lo largo de los años, Washington se ha negado implacablemente a hacerlo. Al contrario, un gobierno tras otro ha aprovechado las ventajas de ese agujero negro legal que el propio Estados Unidos cavó en el extremo oriental de Cuba.
Mientras la crisis haitiana evolucionaba, otra empezó: miles de balseros cubanos se lanzaron al mar en embarcaciones improvisadas luego de que el presidente de Cuba, Fidel Castro, levantó en agosto de 1994 la prohibición de emigrar.
La gente escapaba de la represión política y de la escasez y penurias de la profunda recesión que experimentaba el país (conocida como el ‘período especial’), cuya economía enferma había perdido las muletas luego de la implosión de la Unión Soviética en 1991.
Cientos de miles se habían ido de Cuba hacia Estados Unidos desde la revolución de 1959, y en general eran bien recibidos. Pero ante el temor de un flujo migratorio incontrolable, el gobierno de Clinton ordenó interceptar a los balseros en el mar y encerrarlos en Guantánamo.
En menos de dos meses, más de 32 000 personas fueron capturadas y llevadas a campamentos de detención separados de los migrantes haitianos.
En su apogeo en 1994, Guantánamo llegó a albergar a casi 50 000 refugiados viviendo en tiendas, sin agua corriente y con escaso acceso a comida, higiene y un sistema apropiado para salir de allí y ser admitidos en Estados Unidos. Hubo protestas e incidentes de violencia. A los revoltosos los pusieron en un sitio aparte que los militares llamaron Campo Rayos X.
Algunos cubanos fueron enviados temporalmente a Panamá, pero la mayoría logró al final permiso para vivir en Estados Unidos.
Para 1996 no quedaban migrantes detenidos en Guantánamo. Quedó, en cambio, el Campo Rayos X – el sitio y el nombre de lo que sería el primer experimento de una prisión militar para sospechosos de terrorismo.
Si tenés suficientes años, puede que recuerdes las imágenes del Campo Rayos X: prisioneros en uniformes anaranjados, encadenados y con las caras cubiertas por mascarillas y antiparras, los oídos con orejeras y las manos esposadas y con mitones. Están sentados sobre las rodillas en una postura insoportable y vigilados por militares en unas jaulas al aire libre, rodeadas de alambres de púas. Si no, podés googlearlas.
Vuelvo a mi visita a Guantánamo en 2017.
El comandante Clarke y sus oficiales nos dijeron a los periodistas que era importante que diéramos el mensaje de que entonces los prisioneros eran tratados de manera humana y de acuerdo a las Convenciones de Ginebra, uno de cuyos artículos establece que “los prisioneros de guerra deberán ser protegidos en todo tiempo […] contra los insultos y la curiosidad pública”.
Por esta razón, alegó Clarke, no podíamos hablar con los hombres ni fotografiar sus caras.
En cambio, sí podíamos mirarlos, tomar fotos y filmarlos, siempre que no aparecieran los rostros. Podíamos espiarlos en silencio a través de ventanas de vidrios unidireccionales mientras rezaban o cenaban en un espacio común en el Campo VI. Solamente se nos prohibía entrevistarlos. No podíamos hacer oír sus voces – extraña interpretación de lo que es la “curiosidad pública”.
Un videoclip posteado en X por la actual Casa Blanca expone cómo las autoridades estadounidenses deshumanizan y se burlan de los migrantes indocumentados, a los que se ve encadenados antes de abordar un avión para ser deportados.
El video titulado ‘ASMR: Illegal Alien Deportation Flight’ (vuelo de deportación de extranjeros ilegales) muestra cadenas que tintinean cuando las sacan de una caja y se las colocan a una persona. ASMR significa ‘respuesta sensorial meridiana autónoma’ y se usa para describir una sensación física placentera que se dispara al mirar videos con sonidos inusuales.
La crueldad sin ley no es nueva, pero puede empeorar.
Este artículo se publicó originalmente en openDemocracy.
RV: EG
Fuente de TenemosNoticias.com: ipsnoticias.net
Publicado el: 2025-02-26 10:00:00
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