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Al interior de un salón en Uvalde: un tirador sádico y 78 minutos de terror | nytimes.com

Al interior de un salón en Uvalde: un tirador sádico y 78 minutos de terror

UVALDE, Texas — Los primeros disparos provinieron del pasillo fuera del salón de clases. Arnulfo Reyes, un maestro de cuarto grado de la escuela primaria Robb, recordó con rapidez el entrenamiento en caso de un tirador activo que había practicado tantas veces y les dijo a sus 11 estudiantes que se acostaran debajo de sus pupitres y que hicieran “como que están dormidos”.

Una sombra negra apareció en una de las puertas del aula y una ráfaga de fuego destelló de la punta de lo que parecía ser un rifle. Reyes sintió que una bala perforaba su brazo, desgarrando un pedazo de carne y hueso. Entonces, el tirador volteó hacia los niños. El maestro dijo que el caos fue tan brutal y tan repentino que no escuchó ningún quejido de ellos mientras sus cuerpos eran despedazados.

Reyes estuvo tirado en un charco de su propia sangre durante lo que se sintió como una eternidad hasta que escuchó a policías reunirse en el pasillo justo afuera de la puerta del salón de clases. Sus estudiantes estaban callados, muertos o agonizando; otros niños en un aula contigua todavía estaban vivos, pidiendo ayuda en una voz débil. El maestro se dijo a sí mismo que los agentes irrumpirían y los salvarían en cualquier momento. Sin embargo, los minutos pasaron y nadie vino al rescate.

Alrededor de media hora después, el tirador, sentado cerca de donde Reyes estaba tendido en el suelo, parecía burlarse de él. Colocó su arma en la espalda del educador y disparó de nuevo.

“Pienso en ello cada vez más. ¿Qué pudieron haber hecho diferente?”, dijo Reyes en una entrevista en la que narró los hechos del 24 de mayo, cuando un tiroteo en el plantel causó la muerte de 19 estudiantes y dos maestras.

Reyes describió la agonía que las víctimas sintieron a medida que los policías que estaban reunidos en el pasillo posponían entrar a los salones de clases donde el tirador estaba escondido (esperaron cerca de 78 minutos en una respuesta demorada que una investigación preliminar de las autoridades indica que se complicó debido a la búsqueda de una llave y la decisión de intentar proteger las vidas de los agentes en el lugar).

Reyes relató: “Seguí esperando a que alguien llegara. Pero cuando no vi a nadie, solo pensé, nadie vendrá”.

Más de un mes después de la tragedia, mientras Reyes intenta recuperarse de las graves heridas que sufrió, los recuerdos de ese día se reproducen una y otra vez en su mente. El día comenzó con una alegre ceremonia de fin de curso, tras la cual casi la mitad de los dieciocho estudiantes de cuarto grado de la clase de Reyes se fueron a casa con sus padres. Once se quedaron porque querían ver la película de Los locos Addams.

Reyes recordó: “Se suponía que sería un día sencillo, justo antes de las vacaciones de verano”.

De la nada, el maestro y sus alumnos escucharon lo que ahora se sabe eran balazos que venían del pasillo. Los poderosos tiros hicieron que algunos escombros llegaran al salón. “Había pedazos de muro volando”, narró Reyes.

El tirador entró primero al salón 112, el cual estaba conectado con el aula de Reyes a través de otra puerta. La policía señaló que el sujeto disparó de forma indiscriminada e hirió de manera fatal a dos maestras, Irma Garcia y Eva Mireles, así como a varios de sus alumnos.

Reyes se dirigió a sus estudiantes. Recuerda haberles dicho: “De acuerdo, ya hemos practicado esto. Métanse debajo de los pupitres, ¿está bien? Solo cierren sus ojos y hagan como que están dormidos”.

“No quería que vieran nada”.

Reyes no recuerda si el tirador entró por la puerta que conecta las dos aulas o si regresó al pasillo. Sin embargo, su siguiente recuerdo es ver una figura fantasmagórica que vestía un suéter con capucha negra sobre la cabeza y lo que se veía como una mascarilla quirúrgica negra que ocultaba la mitad de su rostro.

“Solo vi una sombra y sus ojos”, dijo.

Entonces, salieron dos destellos de un rifle, dirigidos a Reyes. “Me disparó primero”, dijo. Relató que el impacto se sintió como un golpe ardiente en todo su brazo izquierdo, como lava caliente. Le arrancó una gran porción del antebrazo.

El agresor apuntó con rapidez su rifle hacia los estudiantes y comenzó una lluvia de fuego que fue tan veloz y despiadada que terminó casi tan pronto como empezó y no se escuchaba nada en el aula más que silencio. “Es probable que hayan muerto al instante”, dijo Reyes, aunque precisó que algunos podrían haber fallecido durante la larga espera. El educador aseguró que tal vez estaban en silencio porque “estaban conmocionados”.

Los primeros policías llegaron al exterior de la puerta del salón alrededor de tres minutos después de que el tirador ingresó a la escuela, según una cronología preliminar. Reyes comentó que después del ataque inicial podía escucharlos hablando entre ellos en el pasillo justo afuera del aula.

En un momento dado, Reyes escuchó a uno de los policías gritarle al asesino: “¡Sal, queremos hablar contigo!”. El hombre armado no respondió, aunque la policía dio a conocer que dos agentes sufrieron rozones de bala cuando el sujeto disparó una ráfaga contra la puerta del salón. La charla de los policías cesó. “Ya no se escuchaba nada más”, dijo Reyes.

La mayoría de sus alumnos probablemente no podían ser salvados, dijo Reyes. Pero al menos un niño sobreviviente en el aula de al lado debió de oír también a los agentes, dijo, porque escuchó a alguien pedir ayuda.

“Oficiales, entren”, escuchó decir a una pequeña voz. “Estamos aquí”.

Durante varios minutos, el tirador se paseó por el aula y luego se encaramó a la mesa del profesor mientras Reyes yacía boca abajo en el suelo. En lo que creía que era un intento de burlarse de él —o de asegurarse de que estaba muerto—, el pistolero dejó que un vaso de agua goteara de un escritorio a la espalda de Reyes. A continuación, el pistolero untó la cara del profesor con un poco de su propia sangre y le colocó en la espalda el teléfono del profesor, que no dejaba de sonar mientras sus familiares desesperados intentaban localizarlo.

Parecía estar tratando de provocar una reacción, dijo Reyes. “Iba a asegurarse de que yo también estuviera muerto. No tenía nada que perder”.

Cerca de 30 minutos después de haber ingresado al aula, al parecer sin la certidumbre de si Reyes todavía estaba con vida, el agresor le disparó una segunda vez, en esta ocasión en la espalda baja. El maestro confesó que en ese momento estaba seguro de que no sobreviviría. Se dijo a sí mismo: “No voy a lograrlo. Me voy a desangrar”.

Entonces, escuchó al tirador volver al aula 112. Hubo más disparos. Luego, escuchó al agresor cerrar las persianas de una ventana que ve hacia el exterior.

Reyes no recuerda cuánto tiempo más pasó, pero, de repente, escuchó mesas que se deslizaban y pisadas fuertes en el salón de al lado. Hubo más tiros y después, silencio.

Un hombre que era parte de un equipo de la Patrulla Fronteriza que irrumpió en el aula contigua y mató al tirador se acercó al educador y lo exhortó a “pararse si podía”. Cuando no pudo, el agente lo arrastró de la punta de sus pantalones para sacarlo de la masacre. “Pidió ayuda para cargarme. Estaba muy pesado”, dijo, con una sonrisa peculiar.

Reyes mencionó que otro agente de repente gritó con una palabra malsonante: “¡Hay niños aquí abajo!”.

Algunos de ellos todavía estaban vivos en el salón de clases contiguo. La escuela se llenó de manera repentina de una multitud compuesta por policías, médicos, personal de ambulancias y, en el exterior, padres desesperados. A Reyes lo transportaron en helicóptero a un hospital en San Antonio, donde lo sometieron a diversas intervenciones quirúrgicas.

Los médicos le colocaron una placa metálica de unos 15 centímetros de largo en el brazo para la herida abierta, cubriéndola con un injerto de piel de su pierna derecha. Un par de bolsas de drenaje siguen recogiendo los fluidos procedentes de la parte baja de la espalda y del brazo. Los médicos le han dicho que no recuperará el movimiento completo del brazo.

Ahora está de vuelta en su modesta casa de Uvalde, ciudad en la que vive desde que era un niño. Está decorada con antigüedades y carteles inspiradores. “Todo lo que necesitas es amor”, reza uno de ellos, y “Hace falta un gran corazón para ayudar a formar mentes pequeñas”.

Había soñado con ser abogado, dijo, pero hace 18 años encontró su vocación como maestro de primaria, los últimos 10 de ellos en la escuela primaria Robb.

Tras un año difícil en el que tuvo que dar clases a distancia debido a la pandemia, Reyes se alegró de ver a todos sus alumnos volver a clase en 2022. “Este año fue diferente, lo podía sentir”, dijo. “Tenían un vínculo estrecho. Querían aprender”.

Cuando piensa en los alumnos que murieron en su clase ese día, la mayoría de ellos de apenas 10 años, se encuentra recordándolos no en la muerte, sino en la vida.

Estaba Rojelio Torres, quien de repente se había empeñado para aprender a multiplicar y dividir. “Era muy ambicioso. Quería ser bueno en todo”.

Y Jose Flores, quien vivía para el almuerzo y el recreo y era un “corajudo”, es decir, se ponía nervioso cada vez que no entendía una lección o un problema de matemáticas. “Se cerraba y yo le decía: ‘No hagas eso’. Y lo hizo, aprendió a controlar su frustración”. Josecito, como le llamaba su familia, fue nombrado en el cuadro de honor por primera vez el día que fue asesinado.

¿Y quién podría olvidar a Jayce Luevanos? Era el popular payaso de la clase que le recordaba a Reyes al extravagante personaje cinematográfico Ace Ventura interpretado por Jim Carrey. A Jayce le gustaba llevar una camiseta con la imagen de un refrigerador en la que se leía: “Soy un poco más cool que tú”.

Una tarde reciente, Reyes se sentó junto a una cruz folclórica azul que le regaló la madre de Tess Mata, una de las víctimas, y un bloque de granito grabado con fotografías de todas las víctimas. Una prima, Belinda Aguilera, pasó a visitarlo para ver cómo seguía. “Ya está mejor. Gracias a Dios”, expresó Aguilera, mientras revisaba a Reyes, quien estaba sentado solo en un sillón.

Aguilera, quien vive cerca de la escuela, manifestó que ella fue una de las personas que llamó por teléfono a Reyes en un estado de pánico después de escuchar varios disparos. “Pensé en ti de inmediato porque sabía que estabas ahí”, le contó su prima, mientras trataba de contener las lágrimas.

“Lo lamento mucho”, agregó. “Siento que mi llamada causó que él te hiciera eso”.

Reyes respondió que no, para tratar de reconfortarla en un momento en el que prácticamente todos han perdido cualquier sensación de consuelo. El maestro le dijo que no era su culpa.

Ella no parecía convencida. Aguilera habló sobre la larga recuperación que le espera a Reyes. No solo para que sanen sus heridas, sino todo lo demás. “El dolor nunca se irá”, dijo.

Edgar Sandoval es reportero de la sección Nacional, donde escribe sobre personas y lugares del sur de Texas. Anteriormente fue reportero de periódico en Los Ángeles, Pensilvania y Florida. Es el autor de The New Face of Small Town America. @edjsandoval


Fuente de TenemosNoticias.com: www.nytimes.com

Publicado el: 2022-07-12 03:00:08
En la sección: NYT > The New York Times en Español

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