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‘Angelo se fue porque quiso’. La entrevista de la actriz con revista Bocas

'Angelo se fue porque quiso'. La entrevista de la actriz con revista Bocas

Lleva casi 40 años en las pantallas y en las tablas y es parte de la historia de la televisión colombiana. Hace tres meses falleció su hijo Angelo –que sufría una enfermedad que le impidió caminar desde los 12 años– y recibió el apoyo incondicional de todas las personas que la conocen y de desconocidos que se solidarizaron con su historia. Hoy, a sus 62 años, Luly Bossa sigue actuando, encuentra en la oración personal un lugar seguro, es totalmente disciplinada con sus intensas rutinas de ejercicio, escucha el grupo de pop coreano BTS y quiere que la experiencia de su hijo quede como legado. 

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En los momentos más duros y difíciles, Luly Bossa ha comprobado que se encuentra rodeada de personas dispuestas a apoyarla. El 9 de marzo de este año falleció su hijo Angelo, de 22 años, quien tenía una enfermedad rara llamada distrofia muscular de Duchenne, un síndrome que afectaba sus músculos, que le quitaba las fuerzas y que le impidió caminar desde los 12 años. Luly Bossa siempre estuvo con él: aprendió todo lo que pudo sobre esa enfermedad, logró llevar la educación de su hijo a su casa y descifró los laberintos burocráticos del sistema de salud para garantizar que siempre tuviera las terapias necesarias. La muerte de Angelo le trajo rabia y tristeza. Después, quedó totalmente sorprendida cuando recibió a través de todas sus redes sociales los mensajes de apoyo y la ayuda masiva de sus seguidores: “Nunca se me va a olvidar eso. La gente se botó a dar: yo no tenía seguro funerario y personas que no conocía llegaban a decirme: ‘recíbame esto, estoy con usted’”, dice. “No me imaginé que Angelo y yo hubiéramos tocado a tanta gente. Fue una sorpresa muy grande ver el aprecio que le tenían a ese pelado”.

Luz Helena Bossa, o Luly Bossa, como le han dicho siempre, nació en Barranquilla el 14 de mayo de 1962. De esa época apenas recuerda una casa hermosa en el barrio El Prado, que construyó su papá, un ingeniero civil, desde los cimientos. Todo cambió a sus tres años, cuando su padre murió: Luly se fue a vivir a Cartagena a la casa de sus tíos, mientras que su mamá llegó a Bogotá para trabajar en diseño de modas. Con el tiempo, Luly también viajó a Bogotá, donde estudió en un colegio de monjas. “Yo chocaba con las monjas, tuve matrícula condicional. Cuando ponían sanciones con las que no estaba de acuerdo, yo iba y les decía que no me parecía justo, entonces me castigaban más”. En sus días no había un minuto libre y desde entonces hizo de las rutinas de ejercicio una parte esencial de su vida. Perteneció a la liga de voleibol de Bogotá. Estudió administración de hotelería y turismo. Fue una época en la que no le decía no a nada: subía trotando a Patios, hacía pesas, jugaba voleibol cuando podía, modelaba para la marca en la que trabajaba su mamá y, cuando se lo propusieron, comenzó a trabajar en televisión.

Leer su hoja de vida es pasar lista a los últimos 40 años de la televisión en Colombia: Trabajó en series y telenovelas icónicas como Navarro, Azúcar, Ana de Negro, Cinco viudas sueltas, El zorro, Isabel me la veló y Lala’s Spa. Trabajó con directores como Carlos Duplat, Carlos Mayolo y Pepe Sánchez. Y también dejó huella en el teatro, donde actuó en obras dirigidas por Jorge Alí Triana y Ramiro Osorio, y compartió escenario con Fanny Mikey en una versión de La Celestina. Mientras repasa su trayectoria cambia de acentos: del costeño, cuando recuerda a su mamá, al argentino, cuando habla de Fanny Mikey, o al antioqueño o el caleño, cuando recuerda a algunos actores o directores con los que trabajó.

En el 2001 se filtró un video que ella y una antigua pareja, el bailarín Beto Pérez, habían decidido grabar mientras tenían sexo: “Me juzgaron, más a mí que a él, pero lo interesante es que con los años, muchos volvieron para pedirme perdón”. Para ella, ese episodio quedó atrás y ni siquiera desea nombrar a la persona que lo hizo público. Desde ese momento decidió resguardarse, dedicarse a sus hijos, Lucciani y Angelo, y empezar a buscar respuestas en Dios: todos los días dedica horas a la oración y ve videos que le ayudan a entender mejor su dimensión espiritual.

Luly Bossa nació en Barranquilla el 14 de mayo de 1962.

Luly Bossa nació en Barranquilla el 14 de mayo de 1962.

Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Han pasado poco más de tres meses desde que Angelo falleció. Luly Bossa baja las escaleras de su casa. Tiene unos leggings, un suéter y unas pantuflas para estar cómoda. “Amo la moda, amo ser fashionista, pero no lo soy porque los fríos de Bogotá son muy duros como para vestirse bien: uno siempre quiere estar arropado”, dice. En los últimos días ha estado trabajando en la producción de la colección para el emprendimiento que comenzó su hijo. Se llama Angelous Miracula –el origen del nombre de Angelo en latín– y son objetos con frases, reflexiones y pensamientos que compartía con él para mantenerlo motivado.

Detrás de Luly bajan Sushi y Nube, un perro y un gato, ambos blancos, cachorros e inquietos, que no paran de jugar durante toda la entrevista. Llegaron hace apenas un par de meses y se convirtieron en su compañía: “Antes tenía mis matas, mi bar, pero ahora me tocó quitar todo porque ellos no paran”, dice. “Me tienen loca, pero los amo”.

Esta es Luly Bossa: una mujer que, a sus 62 años, nunca se ha dejado derrotar.

Cuando diagnosticaron a Ángelo usted trató de aprenderlo todo sobre la enfermedad y tuvo varias peleas para que le dieran los cuidados y las terapias adecuadas. ¿Cómo fue eso?

Cuando Ángelo estaba chiquito yo no entendía lo que le pasaba y los médicos tampoco, porque el examen molecular para diagnosticarlo no lo hacían acá. ¡Se demoraron ocho años para hacerle el examen! Eso fue un gran cagadón por parte de ellos. Era un caso rarísimo porque cuando tú ves los casos de distrofia muscular de Becker-Duchenne los médicos dicen: “No va a crecer”. Pero Ángelo creció hasta los 1,80 m y seguía. Yo todo lo leo, lo busco, lo investigo: revisaba los medicamentos que le recetaban, buscaba sobre el funcionamiento de los músculos, y eso me fue dando propiedad para tomar decisiones. Al principio yo me iba a la Superintendencia de Salud y, eso sí con el favor de Dios, me encontré con ángeles que me iban ayudando. Yo peleé mucho contra el sistema. Hay desinformación y deshumanización por parte de muchos médicos: un médico no tiene derecho a quitarte la fe. Ellos dicen: ¿para qué hace eso si igual se va a morir? ¡¿Qué les importa?! ¡Ese no es el trabajo de ellos! Cuando escribí mi autobiografía, Fuego entre las piernas, un libro en el que conté mi vida, pero que quedó con un título horrible por un mal consejo que me dieron, leí el juramento hipocrático y me di cuenta de que muchos médicos –no todos, porque también hay médicos bacanos– están muy lejos de eso. Otra pelea fue cuando le hicieron todas las cirugías, que le estiraron las piernas, le operaron las rodillas y el talón de Aquiles, le corrigieron el pie equino, en fin, cuando le hicieron todo yo tuve que pelear para que le dieran las terapias en un buen centro de rehabilitación. Yo tenía el problema de la educación de Angelo, y allá me dijeron: ‘lleve su caso a la Secretaría de Educación’. Eso es una cosa que la gente no sabe: ¿cómo poner a estudiar a sus hijos si ellos tienen que estar en casa? Pero finalmente fui, hice un derecho de petición y como eso es un derecho, le pusieron profesores en casa: yo fui feliz, eso me resolvió la vida.

¿Cómo es cuidar a alguien respetando su independencia?

Yo hay algo que siempre le digo a la gente: dejen de pobretear a sus hijos. Ellos no son huevones, ni siquiera si tienen parálisis cerebral. Ellos también tienen sueños y uno tiene que ayudarles a alimentarles los sueños. Yo hacía que Angelo tuviera un vision board en la parte de atrás de la puerta, entonces cuando él la cerraba se veía con músculos, parado, yendo a la universidad. Yo tenía la certeza absoluta de que Angelo se iba a parar. Es que él estaba bien, se fue porque quiso, porque estaba viendo que yo estaba pasando mucho trabajo y estaba sufriendo mucho. Sabía que se venía todo este problema con la salud y me oía llorando en las madrugadas: él empezó a cargarse, había gente que no era buena y lo llamaba y lo insultaba, yo me encontraba comentarios en redes sociales. Alguien le dijo que era un inútil o empezaban a hablarle mal de mí.

¿Qué ha significado para usted ser madre soltera?

Descubrí poco a poco que los niños tienen derecho a conocer a sus padres, ¡así los señores sean unas lacras! Yo todavía tengo una demanda por responsabilidad contra el papá de Angelo, por la restauración de derechos, porque él nunca quiso ayudar. Eso viene desde pandemia.

¿Cómo enfrentaron sus hijos el hecho de tener una mamá famosa?

Lucciani gozó lo que no pudo Angelo. Yo me lo llevaba para Estados Unidos, para Venezuela. A donde sea que yo estuviera grabando o haciendo montajes, él se iba para allá conmigo. Eso sí, él sufría mucho con la fama. Tenía muchos celos. Él me enterraba las uñas cuando íbamos por la calle y se quedaban mirándome o se acercaban a hablarme. “¡Por qué te miran mamá!”. Angelo sí era más fresco.

«Ese machismo afecta mucho la autoestima, porque uno empieza a creer que no tiene derecho a tener una relación con una persona buena», dice Luly Bossa.

Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

En el 2001 la prensa se metió con su vida privada cuando fue publicado un video que hacía parte de su intimidad. ¿Esto afectó su carrera?

Mucha gente me preguntaba por qué no me iba del país. ¡Pero yo no iba a abandonar a mis hijos! Además, yo no había hecho nada de lo que tuviera que avergonzarme: le dije a un man: “Sí, filmémonos”, y luego esa vaina salió, se filtró. ¿Qué podía hacer? Yo no sé si en el medio profesional me juzgaron, creo que fue más por el abogado que yo tenía, Jaime Lombana, que era el abogado de Caracol, el del doctor Álvaro Uribe, etcétera. O sea, de la crema y nata de los abogados penalistas de este país. Y como era el abogado de Caracol, tal vez desde RCN como que me castigaron. Por ejemplo: a mí Carlos Duplat me llamó para La caponera y de RCN le dijeron que no dizque porque yo tenía contrato de exclusividad. ¡Eso no era cierto! Y me pasaron cosas muy desagradables: hubo libretistas que decían que yo había tenido la culpa, un actor que me dijo una cosa tenaz. Por eso me alejé mucho de todo el mundo desde ese momento.

Fue encontrarse con la doble moral…

¡Claro! Antes de que pasara eso yo llegaba a un sitio y los manes hacían apuestas para ver quién me tocaba el culo. Con esto ya fue la tapa. Dije: “¡No quiero volver a saber de nadie!”.

¿Cómo se ha enfrentado usted a ese machismo?

Ese machismo afecta mucho la autoestima, porque uno empieza a creer que uno no tiene derecho a tener una relación con una buena persona, que lo valore. Por eso llevo tanto tiempo sola. Desde mi última relación, hace casi 14 años, no volví a confiar en nadie. Yo era superagresiva, incluso desde antes, porque uno estaba bailando y se venían encima: “¡No me vengan a joder!”. Sin embargo, hay que aclarar que muchos, años después, volvieron a buscarme para pedirme perdón.

¿Esa filtración fue producto del machismo?

No sé. Fíjate que a Beto Pérez no se lo perdonan. Nada de lo que él ha hecho ha tenido rating. Hace un tiempo hicieron una novela sobre su vida [Nadie me quita lo bailao] y hay quienes dicen que él pagó para que se la hicieran. Él habló conmigo después y me dijo que a él sí le querían hacer ese homenaje. Pasaron muchas cosas y hay muchos puntos de vista, pero indudablemente la que se llevó la peor parte fui yo. Además, cuando pasó eso estaba embarazada de Angelo. 

Luly Bossa:

Luly Bossa: «empecé a leer los salmos porque me di cuenta de que cuando tenía problemas, que generalmente eran con los hombres, los salmos me daban tranquilidad».

Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

Usted inició un proceso judicial cuando se filtró ese video, por el cual recibió una compensación económica. ¿Fue suficiente?

No, ningún dinero compensa los daños, pero esa fue la primera vez en este país que se lograba una sentencia de ese tipo. Esto afectó mi honra, mi buen nombre, hubo contratos que se cayeron… Me pasaron muchas cosas, pero eso yo no lo saco a ventilar porque es algo que le pertenece a mi vida y a mi crecimiento. Esto afectó a mis hijos de una manera en que la persona que hizo el daño no se imagina. Pero, como te dije, para mí no vale la pena hablar de eso. Las cosas que te pasan las puedes mirar como un fracaso o como una lección, y para mí eso fue una lección ni la berraca. Para mis hijos también lo fue. Mis maestros son mis hijos, y cuando el diablo te ataca, lo hace a través de la gente que más quieres. Pero eso solo lo sabe Dios, en mi intimidad, que es lo que yo confieso cada mañana.

Hablemos de su carrera. ¿Siempre supo que lo suyo era la actuación?

Yo estudié en un colegio de monjas y como era tan inquieta siempre me metía a las actividades artísticas o deportivas, a lo que fuera. Como en primero de bachillerato una vez le dije a una compañera que declamaba poesía: venga, cambiemos, y escogí El brindis del bohemio. Yo empecé a leer y la gente lloró. Yo tenía una excelente memoria, las monjas se quedaban aterradas, pero estudiar diálogos es una cosa muy distinta. El caso es que el día de la presentación eso estaba lleno: papás, abuelos, primos, nietos, familias, la dirección del colegio… Yo no sé cuántos versos hice, pero de pronto se me fue la letra. Qué vergüenza. Yo dije: “¡En la vida me vuelvo a montar en un escenario!”. No fue nada grato mi primer encuentro con la actuación. Pero yo siempre estuve acostumbrada a estar en escena: mi mamá trabajaba con Pepe Douer en Pat Primo, ella vestía a las reinas que concursaban, entonces yo a los 12 años ya estaba montada en pasarelas. A los 15 o 16 años era modelo, conmigo probaban las tallas. Pero nunca le he atribuido nada de lo que he conseguido a esto [se señala la cara]: yo no quería conseguirme las cosas por los ojos verdes. No. Yo decía: “Quiero conseguirme las cosas porque puedo hacerlas”, porque siento la satisfacción de los logros por medio del esfuerzo.

¿Y entonces, cómo terminó en televisión?

Cuando me gradué mi mamá me dijo: “Me tienes que entregar un título”. Me puse a estudiar Administración de Empresas Hoteleras y Diseño de Modas, pero me estaba enloqueciendo porque tenía que responder con trabajos de las dos universidades y decidí retirarme de diseño. Esa carrera tenía matemáticas, contabilidad, química de alimentos… Ya en los últimos semestres yo trabajaba en un hotel, estudiaba y seguía con el modelaje: un día estaba en una gira para Hernán Zajar y no sé cómo yo había conocido en ese grupo a Ronald Ayazo, que en ese momento estaba haciendo Los cuervos y ya había montado su escuela. Una compañera mía del trabajo, que era cantante, me pidió que les llevara una nota. Cuando se las entregué, Ronald me dijo: “¿A ti no te interesa venir a leer un libreto?”. Yo le dije: “Sí, pero ahora me tengo que ir a un desfile”. Finalmente fui, leí intuitivamente el libreto y me dijo: “¿Por qué no te quedas?”. Yo estaba terminando mi carrera, haciendo la tesis. Pero me empecé a quedar ahí y a conocer personas que trabajaban en televisión. Digamos que mi padrino, o el “hada madrino” mío en esto, es Luis Eduardo Arango: un día me vio en unas grabaciones de Don Chinche. Me habían invitado a un capítulo porque necesitaban un personaje con unas características muy específicas y me dijo: “Entonces qué, monita. ¿Vos que hacés acá?”. Cuando le dije, me contó que había un nuevo proyecto de Carlos Duplat y que él me iba a recomendar. Fui, hice el casting de Navarro y ‘Pla Pla’ [Carlos Duplat] me dijo: “Pues yo me tiro al agua por vos”. Así fue como empecé: el día en que estaba brindando con la copa de champaña por mi grado de administradora, les dije a mis hermanos y a mi mamá: “Les tengo una noticia: hace tres meses estoy trabajando en televisión y si eso me funciona, pues voy a seguir”.

Luly Bossa confiesa que le gusta el pop coreano y que su hijo Angelo le mostró Dynamite.

Luly Bossa confiesa que le gusta el pop coreano y que su hijo Angelo le mostró Dynamite.

Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS

¿Y el teatro?

Llegó después. Yo siempre he sido muy nerda investigando las cosas, como mucho libro. Eso es lo que a mí me distinguía frente a las otras mamás con lo de Angelo. Cuando entré a hacer patinaje de velocidad contraté a un man que había sido campeón panamericano y estaba a las seis de la mañana en la pista. Así he sido toda mi vida, es mi filosofía. Empecé a leer sobre lenguaje teatral y a estudiar: tuve clases con Pavel Novitsky; con él estudié los clásicos. Unos meses después empecé a hacer Baño de damas, que dirigía Ramiro Osorio. Esas giras eran una locura: trece actrices y un actor. Yo no sé cómo hacía. Hubo un momento en que tenía teatro y dos novelas al mismo tiempo. Luego Marlene Henríquez me buscó un día, éramos casi vecinas, y me presentó con Fanny Mikey, la ‘pelired’, en el Teatro Nacional, y cuando me vio, dijo: “Esta es, pero tenés que hacerte unos rayitos”. Con ella terminamos haciendo La Celestina.

Usted puede haber participado en medio centenar de títulos, sumando novelas, series, películas y obras de teatro. ¿Cuáles son las que más recuerda?

Primero Ana de Negro, que era tremenda: la recuerdo porque fue mi primer protagónico, trabajé con mi mamá, que estuvo como veinte capítulos haciendo de mi mamá. Segundo, Tiempos difíciles, porque fue, literalmente, muy difícil: grabábamos en Ambalema y al otro lado del río Magdalena estaba la guerrilla. En esa época yo estaba haciendo una temporada de La mojiganga, con Jorge Alí Triana y Fanny Mikey: los domingos terminaba función de teatro a las ocho y media o nueve de la noche y al otro día a las seis y media de la mañana salía en un avión para allá. Y por último yo creo que Lala’s Spa, que fue muy difícil para mí porque el peso estaba sobre mí porque todo sucedía en mi casa y yo era la mamá de la protagonista; también justo nos cogió la pandemia… ¡Trabajé tanto! Además, yo tengo una disciplina muy tenaz con el entrenamiento, y como no había transporte, cuando tenía pico y placa me levantaba a las tres y 45 de la mañana para alcanzar a llegar. Fue una temporada bien difícil.

Me ha llamado la atención que cuando usted recuerda las anécdotas, habla con los acentos de las personas que recuerda…

Cuando hice La Celestina y estudié teatro clásico me di cuenta de que el castellano antiguo, aunque es muy complicado y todo, es pura música. Yo tengo una teoría muy personal y es que los personajes, los seres humanos, somos partituras de Dios: tu ritmo, tu forma de caminar, son el reflejo de un tempo externo, pero también interno. Eso me ayudó mucho a entender los personajes que interpretaba. Con los acentos pasa lo mismo, y eso lo fui descubriendo con el tiempo. Lo cómico es que un día me senté a hablar para la película In fraganti con el director Juan Camilo Pinzón y cuando le dije esto me dijo que había una universidad en Estados Unidos que enseña una teoría de la musicalidad con el personaje. ¡No estoy tan loca!

La música está presente en muchas de las obras teatrales que ha hecho.

La primera fue Vereda tropical, de Rubén Cuello. Ahí llamaron a Ariel del Mastro, el hijo de Nacha Guevara, que era un duro haciendo luces. Yo estuve tres meses viviendo en Cali haciendo temporada, fue impresionante. Después hice Se busca un tenor, luego me llaman para hacer La mojiganga… Y con todo eso yo empiezo a despertarme a las dos de la mañana con música y letras de canciones. ¡Me levantaba cantando! Me conseguí una grabadorcita y desde entonces empecé a componer. Yo he sido muy autodidacta y tengo la disciplina para estudiar absolutamente todo. Por ejemplo, amo la literatura fantástica: me gusta escribir y dejar volar la imaginación. Tengo un libro terminado que me han rechazado varias editoriales; es una saga que se llama Tierra de esperanza. Para escribirla me tocó investigar mucho de las costumbres judaicas y meto también muchas cosas colombianas para no embarrarla cuando creo los personajes fantásticos. Yo sé que ese libro se va a publicar.

Espiritualidad, salmos y ejercicio

En su vida hay otro aspecto importante: Dios y la oración. ¿Cómo empezó eso?

Empecé a leer los Salmos cuando tenía veinte, veintialgo de años, porque me di cuenta de que cuando tenía problemas, que generalmente eran con hombres, los Salmos me daban tranquilidad. Ya cuando estaba trabajando en televisión empecé a ir a una iglesia cristiana y comencé a interesarme mucho por la palabra, por la forma como la explicaban. Y ya antes de que naciera Lucciani empecé a hacer rituales de oración temprano, antes de levantarme, pero eso es un trabajo intenso, continuo, de comunicación. Así fue creciendo mi relación con Dios y empecé a darme cuenta de que cuanto yo más me acercaba a Dios, era cuando más recibía ataques.

¿Qué significa Dios para usted?

Es el polo a tierra y es el polo al cielo. Lo que nos conecta y nos permite conectarnos. La pérdida de Angelo es devastadora: yo todos los días lo lloro, todavía lo extraño, veo sus videos y no quiero olvidarme de él… Pero, digamos, la roca, la fortaleza mía, es Dios.

¿El ejercicio sigue siendo importante en su vida?

¡Claro! Yo me levanto a las cinco y diecinueve de la mañana, tiendo la cama, oro, hago mi journal –porque yo escribo en un diario todo lo que siento cuando leo la Palabra en la Biblia– y bajo a entrenar. Caliento veinte minutos y ahí empieza mi entrenamiento. Yo tengo las pesas, la elíptica, las bandas: el lunes hago cuádriceps y glúteos; el martes, pecho y bíceps; el miércoles, isquiotibiales; el jueves, tríceps y espalda; el viernes, glúteos, y el sábado, full body. Antes yo salía, tenía una ruta para trotar, pero la seguridad es una vaina muy tesa. Además, las pesas se han convertido en un factor definitivo para mi salud en este momento porque los músculos son los que sostienen los huesos.

¿Qué proyectos tiene para este momento?

Antes de que Angelo se fuera, estábamos trabajando en hacer camisetas y buzos con frases inspiracionales. Justo acabo de llegar de Medellín, donde estaba buscando talleres para hacer las prendas, y ahora la empresa se llama como él quería que se llamara: Angelous Miracula, que es el origen de su nombre en latín. En eso estoy ahora: quiero que el legado de Angelo sea llegarle a la gente con los mensajes que él buscaba para estar motivado. Ya en temas de actuación, en diciembre trabajé en una miniserie con Sandra Corrales, una escritora y directora colombiana que estaba radicada en Venezuela y volvió hace cinco años a Colombia. Se llama Roomies y es una serie como para Netflix, pero todavía le falta, está en proceso de edición. Yo le pedí a Dios: “Quiero ser feliz en una miniserie”. Y ahí fui feliz, además porque mi personaje está basado en una muchacha que es superfán de BTS, y yo soy muy fan de BTS.

¿De verdad? ¿Le gusta el pop coreano?

¡Me encanta BTS porque lo que cantan es salud mental y no eso de “te voy a poner en cuatro”, donde cosifican todo el tiempo a la mujer! Es que el reguetón tiene un huevo de aquí a Shanghái. Además, me encanta el coreano, y el grupo lo descubrí con Angelo, que fue el que me mostró Dynamite. 

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2024-07-02 01:00:00
En la sección: EL TIEMPO.COM -Cultura

Publicado en Cultura

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