Moby es un filósofo de la música moderna. Además de tener uno de los discos más disruptivos de la electrónica dentro de su hoja de vida –Play, su magnífica obra conectora del punk, el hiphop, el góspel y el dance cumplió 25 años en mayo–, el controversial vegano, autor y músico estadounidense ha escrito libros y producido discos que reflejan el zeitgeist (espíritu de la época) desde varios frentes: el musical, el ambiental, el social, el tecnológico.
Conforme a los criterios de
El ejemplo perfecto es esta charla que inició con una sencilla pregunta sobre cómo se encontraba e inmediatamente se torna en una disertación sobre lo que significa hoy en día preguntarle a alguien cómo está. Moby está lanzando su álbum número 22, titulado Always Centered at Night, inspirado en la nostalgia del dance cuando todo era dance, en el poder de las voces y en el agridulce sabor del presente en la boca y la inspiración de uno de los músicos más prolíficos de la generación X.
¿Cómo ha estado?
Qué pregunta complicada. A veces muy bien, otras no tanto. En estos momentos, las cosas van bien y la verdad no me puedo quejar de mucho.
Sí, es algo complicada si uno se pone a mirar el estado del mundo, pero yo le preguntaba cómo ha estado en relación con la grabación de este nuevo álbum, cómo lo hace sentir este nuevo proceso de grabación, de promoción, y esas cosas…
Pues, algo me sucedió hace como 12 años y fue que decidí dejar de pensar en la música como un trabajo. Sé que lo es técnicamente, pero comprendí que el comercio de la música estaba ahí, pero no se me hacía tan interesante. Lo que me parece interesante es HACERLA y conectar con la gente a través de sus componentes espirituales. Para mí eso es mucho más interesante que cualquier mecanismo de comercio que tenga que hacerse.
Sé que he tenido trabajos que he odiado, como cuando lavaba platos en un centro comercial. Detestaba ese trabajo y quería compartimentar, irme a casa y olvidarme de él.
¿Y cómo separa usted el arte del comercio? Quiero decir, admiro que haya dejado de pensar en la música como un objeto de comercio porque usted ha sido comercialmente muy exitoso, de manera que en ese sentido me parece difícil que pueda hacer algo en lo que es bueno sin pensar en ello como un trabajo.
Usted me acaba de acordar de un artículo que leí sobre un antropólogo que había hecho un viaje al Pacífico Sur, a una isla. Y andaba caminando por la isla y les preguntó a los nativos dónde estaban sus iglesias. Y los nativos le preguntaron, “¿qué quieres decir?”. El antropólogo explicó: “¿a dónde van a hacer alabanza?” .Y los nativos le señalaron a todas partes. “Nosotros hacemos adoración en todas partes”. Vivimos en un mundo muy fragmentado. Y con el tiempo me he dado cuenta que no hay muchos límites entre trabajo, creatividad, espiritualidad, autocuidado, salud, existencialismo y filosofía. Todas están involucradas entre sí. Ahora: sé que he tenido trabajos que he odiado, como cuando lavaba platos en un centro comercial. Detestaba ese trabajo y quería compartimentar, irme a casa y olvidarme de él. Debería sentirme culpable porque es un privilegio funcional, pero hoy en día amo mi trabajo y eso nunca termina, porque nunca es verdaderamente un trabajo.
Entonces, cuando usted empieza a trabajar en una nueva obra de arte y se empieza a concentrar en cada una de las piezas que lo componen, ¿cuáles son las partes más difíciles de llevarlo a cabo? Porque los trabajos, como dice usted, también están muy fragmentados en sí mismos.
Uno de los retos interesantes fue recordarles a los cantantes que no tenían que escribir pop. Vivimos en este mundo en el que el pop parece haberse apoderado de todo. Y muchos compositores y cantantes han sido entrenados para que escriban letras estúpidas de pop. En muchos casos, es parte de mi trabajo reafirmar a los cantantes que esta es una oportunidad para ser creativos, para escribir cosas personales, poéticas, interesantes, no tienen que tener sentido sino ser honestas y creativas. El otro reto me hace pensar en el escultor Auguste Rodin, a quien le preguntaron cómo hacer una escultura alguna vez y contestó que retiraba las partes que no contribuyen a ella. Siento que parte de mi trabajo como músico es una combinación entre escultura y cocina. Es como ser escultor y cocinero. Resolver qué agregar y qué quitar, cómo arreglar cosas. No diría que es una parte difícil del trabajo, pero sí es retadora e interesante, porque a veces en una pieza de música hay algunos elementos maravillosos y otros que no los apoyan. Y se pueden retirar y reemplazar… no es difícil ni desagradable, pero sí es un reto muy interesante.
No sé por qué amo las voces, pero amo las voces sobresalientes. No tienen que ser perfectas técnicamente, pero tienen que ser especiales, comunicar la experiencia humana: emoción, vulnerabilidad, fuerza.
¿Tiene propósitos artísticos en este nuevo álbum? Usted siempre ha tenido propósitos artísticos muy poderosos cuando hace álbumes. Yo lo recuerdo porque cuando lanzó ‘Hotel’, usted escribía en las notas del disco compacto unas líneas muy conmovedoras sobre la razón por la cual le fascinaban los hoteles, y esas líneas se complementaban perfectamente con lo que uno oía. ¿Es este el caso con este nuevo álbum?
Hay dos, tres razones. Una de ellas es la más obvia, que tiene que ver con celebrar todas estas voces incluidas en el nuevo álbum. No sé por qué amo las voces, pero amo las voces sobresalientes. No tienen que ser perfectas técnicamente, pero tienen que ser especiales, comunicar la experiencia humana: emoción, vulnerabilidad, fuerza. Se trata de coleccionar todas estas voces. A mí no me gusta mi propia voz. A veces canto, a veces no. Pero me interesa más oír las voces de los demás. El otro –y es un poco nostálgico– es recordar cómo era la música electrónica para bailar antes de que se pudiera definir. Y no tengo problemas con la música electrónica luego de que la definiera, pero recuerdo esta época de los años ochenta, en la que la música dance no tenía definición. DJ como David Mancuso, como Larry Levan. The Clash era música para bailar. Grace Jones era música dance. New Order era dance, pero Manu Dibango también. Y era música rara, y producida de forma distinta y clandestina, pero también todo era música dance.
¿La nostalgia del dance le da ganas de volver a esos días en los que el dance no era definido por ninguna tendencia sino por lo que significaba para la gente entonces?
A mí me encanta el estado actual de la música dance y de la electrónica porque es muy democrático y muy igualitario. El hecho es que la electrónica y el dance son el tipo de música que todo el mundo puede hacer. Es un género que no tiene barreras idiomáticas y en general, la tecnología con la que se puede hacer no cuesta mucho. Ese aspecto me encanta. Pero también me encanta ese período entre 1984 y 1985, en que el dance era un espacio ecléctico y abierto, cero comercial y proveniente de todas las culturas: de la gay, de la latina, de la afro. Y todas las canciones reflejaban esas culturas. Estar en Nueva York en 1985 lo hacía sentir a uno como un antropólogo, oyendo música que era producto de tantos orígenes. Hoy en día a eso lo llaman “apropiación”. No digo que estén equivocados quienes dicen eso, pero diría que si se mira más profundamente, es mucho más un entusiasmo cultural. Cuando entré a una discoteca gay como hombre blanco hetero, no debí estar ahí, pero me encantó estarlo. Me encantó la celebración y la cultura, y me sentí igual cuando escuché por primera vez música africana o latina, o influenciada por el góspel. Es una nostalgia por ese período de descubrimiento y la dificultad de hacerlo. Hoy en día uno tiene Spotify y SoundCloud y esas cosas son geniales, me encantan. Pero en aquella época, para oír música había que hacer un esfuerzo muy grande para encontrarla. Y eso era muy interesante.
Si alguien no entiende la música que está oyendo en cinco segundos, la cambia. Si no entienden una película o un libro en cinco segundos se apagan. Y eso es muy triste, porque significa que la cultura es cada vez más estúpida, más obvia.
A mí también me gustan las nuevas tecnologías, pero me da la impresión de que están afectando nuestra manera de descubrir música y de relacionarnos con ella. Todo este asunto del algoritmo, en especial respecto a ese elemento del descubrimiento y la exploración. Y no se siente tan positivo.
Pero también en esa época había un aspecto muy interesante del arte y es que no solo era difícil de encontrar, sino que también había que pagar por él. Y no estoy diciendo… me encanta la música gratis, no me malinterprete… sino que en esa época, uno compraba un libro después de descubrirlo, lo llevaba a la casa y lo leía hasta que tuviera sentido para uno. Y si uno no lo entendía, seguía leyendo hasta hacerlo. Lo mismo pasaba con la música o con el cine. Había experimentación intencional y no intencional. Sí creo que la capacidad de tenerle paciencia a lo que no entendemos ya no existe. Si alguien no entiende la música que está oyendo en cinco segundos, la cambia. Si no entienden una película o un libro en cinco segundos se apagan. Y eso es muy triste, porque significa que la cultura es cada vez más estúpida, más obvia. Siendo en la cultura de la experimentación en los años setenta u ochenta, cuando uno iba a alguna sala de cinearte a ver a Tarkovsky o Eraerhead de Lynch: uno se sentaba ahí hasta que entendiera la película.
¿Estamos viviendo el fin de la música significativa?
Hace unos días estaba conversando con algunos amigos y se quejaban de la música que oyen sus hijos, porque no es lo suficientemente interesante. Y uno de ellos me decía que los papás deberían sentirse ofendidos por la música que oyen los hijos, porque es ruidosa, política y agresiva, no porque sea aburrida y predecible. ¿Se acuerda de cómo era la música? ¿The Clash, Public Enemy, Billie Holiday, Los Beatles?… la música era tantas cosas y solía retar a la gente y empujar a la humanidad en otra dirección. Solía retar y luego definir el statu quo, y ahora la música hace hasta lo imposible por acomodarse a él. Y el statu quo es basura. No sé adónde se fueron la rebelión y la belleza. Cuando intento escuchar música moderna, solo oigo bandas sonoras para coreografías de TikTok.
¿Pero eso va a cambiar?
De pronto. Pero quizás también la humanidad está entrando en una etapa muy retadora sin importar por dónde se vea: cambio climático, microplásticos, la caída de la democracia, pandemias futuras. De pronto la conversación que estamos teniendo es bastante elegante, y en diez años la gente la vea y diga: “wow, no puedo creer que hubo una época en que la gente tenía suficiente comida y seguridad para andar por ahí, hablando de música”.
AUTOR: ALEJANDRO MARÍN
Para EL TIEMPO
@themusicpimp
Escuche el pódcast

Alejandro Marín
Foto:
Escuche a Alejandro Marín en el Bilingual Pódcast en Spotify y en Apple Podcasts y en La X, Más Música, y véalo en Canal Trece todos los lunes a las 10:00 p. m.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com
Publicado el: 2024-06-23 01:00:00
En la sección: EL TIEMPO.COM -Cultura