Daniel Lozano, fundador de KindWorks.AI, cree que la bondad –sí, la bondad– puede transformar las organizaciones, los liderazgos y hasta los países y con su invento ha llegado a más de una veintena de organizaciones que están aplicando, en distintas partes del mundo, esta curiosa combinación entre lo artificial y lo profundamente real. Aquí está su historia.
Escuche esta entrevista en formato pódcast:
Daniel, tengo una curiosidad: ¿todas estas inquietudes tuyas comenzaron desde temprano en tu vida? ¿Cómo eras de niño?
Desde que tengo uso de razón, mi cabeza ha funcionado a 300 kilómetros por hora, je, je. Era un niño inquieto, con muchísima energía, al que le costaba adaptarse al ritmo de los demás. Mientras mis compañeros de clase seguían la lección, yo ya estaba adelantado, leyendo tres o cuatro libros al tiempo. Me aburría fácil, y eso desesperaba a algunos profesores. No fue fácil. Me costaba encajar, y a los demás les costaba entender cómo funcionaba mi mente.
¿Y tu familia?
Una familia muy amorosa. Mi mamá y mi papá siempre estuvieron ahí. Me apoyaron, me acompañaron, buscaron alternativas para que yo pudiera canalizar esa energía. Pero también fue un reto constante. Me inscribían en cuanta actividad había: deportes, grupos extracurriculares, lo que fuera. Yo necesitaba estar estimulado todo el tiempo. Pero llegó un punto en que entendimos que algo más profundo tenía que pasar.
¿Qué pasó ahí?
Me cambiaron de colegio a uno que entendía que no todos aprendemos igual. Ese nuevo entorno me dio herramientas para desenvolverme mejor. Y ahí descubrí la música. Entré al coro, comencé a cantar, y por primera vez sentí que podía aterrizar todo eso que pasaba en mi cabeza. Era como si el cerebro, que iba a mil, encontrara una pista para aterrizar. Me cambió la vida. También el deporte jugó un papel clave. Esa combinación me ayudó a conectar, a tener mejores relaciones, a concentrarme. Y los resultados académicos empezaron a mejorar notablemente.
¿Qué estudiaste en la universidad y ese paso por ahí cómo te fue definiendo para llegar a ser lo que ahora eres?
Sí, terminé entrando a la Universidad de los Andes, donde estudié Economía y luego hice un máster en la misma área. Me apasionaba la macroeconomía, tanto que terminé siendo profesor de esa materia. Esa etapa fue muy importante porque ahí empecé a entender el país desde una mirada estructural; a conectar los datos con la realidad social.
¿Cuál fue tu primer trabajo?
Empecé en el Ministerio de Hacienda como practicante, en el equipo que revisa el ‘Marco fiscal de mediano plazo’. Fue una experiencia muy valiosa. Después me fui al sector bursátil y me convertí en jefe de investigaciones económicas y estrategia. Tenía equipos grandes a cargo, mucha responsabilidad; manejábamos billones de pesos. Nos destacamos por diseñar estrategias que le ganaban al mercado constantemente. Pero el ritmo era intensísimo. Me levantaba a las 4 de la mañana a estudiar los mercados asiáticos. Eran números por todos lados. Una época de muchísima intensidad y aprendizaje.
¿Y qué te hizo cambiar de rumbo?
Aunque todo parecía ir bien –buen salario, estabilidad, visibilidad en medios–, algo no me dejaba tranquilo. Sentía que mi trabajo tenía poco impacto real, que estaba haciendo bien las cosas, pero no estaba contribuyendo de forma significativa al mundo. Así que decidí hacer un MBA en la Universidad de Chicago, que en ese momento era la número uno en el mundo. Y fue allí donde mi perspectiva cambió por completo.
¿Qué cambió exactamente?
Descubrí el poder transformador de la tecnología. Entendí que la escala de impacto que te permite es impresionante. Con tecnología puedes mejorar la vida de millones de personas. Salí de ahí directo a Silicon Valley, a Cisco Systems, donde me ofrecieron un lugar en su programa de liderazgo. Fue una oportunidad espectacular. Lideré el lanzamiento de un producto que alcanzó 1.500 millones de dólares en ventas en 80 países. Fue el lanzamiento de mayor crecimiento en ventas en la historia de la compañía.
Sé que fuiste a parar en Londres también en ese camino…
Exacto. Pues, fíjate, José Manuel, que no me salió a tiempo la renovación de la visa de trabajo. Cisco, con mucha generosidad, me trasladó a Londres. Allí lideré el desarrollo y lanzamiento del producto de inteligencia artificial más importante de la compañía en ese momento: AI Network Analytics. Predecía fallas de internet y las solucionaba antes de que ocurrieran. Fue adoptado rápidamente por más de mil empresas en el mundo. Al mismo tiempo, aproveché para hacer un máster en Ingeniería de Software en Oxford. Siempre he tenido exceso de energía. Y en Oxford me nombraron presidente de la Sociedad de Inteligencia Artificial. Era 2017, mucho antes de que todo este tema estuviera de moda.
Me gusta que nos detengamos ahí, porque la vida no es todo color de rosa y muchas lecciones quedan de los fracasos. Insisto mucho en ello en estas entrevistas…
En efecto, entonces vino el golpe. Cisco me pidió regresar a Estados Unidos, pero el Gobierno no había aprobado mi visa. Me dijeron: “Hicimos todo lo posible, pero no te podemos esperar más”. Así que en cuestión de días perdí el trabajo, la visa en el Reino Unido también se vencía, y el plan de vida con mi pareja –alemana, con quien me había casado para poder trasladarnos juntos– se desmoronó. Ella había renunciado a su empleo. Yo estaba angustiado. No sabía dónde iba a vivir, dónde iba a trabajar, cómo iba a recomenzar.
¿Qué hiciste?
Regresé a Silicon Valley a recoger mis cosas. Abrí el cuarto de almacenamiento donde había dejado todo. Y ahí, entre cajas, encontré una botella de vino. No sé por qué, pero sentí que debía regalársela al vigilante del edificio. Él me dijo: “Llevo tres años aquí y nadie había hecho algo así por mí”. Me agradeció con una sonrisa que no olvido. En ese instante sentí una energía muy poderosa. Pasé de estar derrotado a estar completamente enfocado. Entré en flow. En dos semanas tenía ofertas en Berlín, Madrid y Vancouver, con Amazon Alexa. Visa para mí y mi esposa, beneficios, todo. Firmé los papeles, pero algo me decía que debía entender mejor lo que me había pasado.
¿Y ahí nace KindWorks?
Sí. Me metí de lleno a estudiar neurociencia. Y descubrí algo que me voló la cabeza. Un acto genuino de bondad eleva los niveles de serotonina, oxitocina y dopamina positiva. A la vez, reduce el cortisol, que es la hormona del estrés. Y eso es clave, porque cuando el cortisol está alto se bloquea la corteza prefrontal, que es la que nos permite tomar decisiones sabias. Y pensé: si esto me pasó a mí, ¿cómo usamos la inteligencia artificial para ayudar a otros a vivirlo también?
¿Cómo aterrizaste esa idea entonces?
Estructuré una plataforma con tres componentes: contenido basado en evidencia, un asistente virtual llamado Beni y un sistema de analítica que mide el clima organizacional respetando la privacidad. Beni se conecta vía Teams, WhatsApp o Slack y sugiere prácticas concretas de bondad: reconocer en público, dar retroalimentación efectiva, tener conversaciones difíciles. Lo que se genera es una cultura de sinceridad, empatía y productividad.
¿Y qué resultados tangibles has obtenido con tu proyecto?
Hemos trabajado con 22 organizaciones, muchas de ellas inicialmente escépticas. Pero los resultados hablan por sí solos: equipos que venden 30 por ciento más, climas laborales más sanos, personas más conectadas con su propósito. Además, recogemos datos éticos que nos permiten detectar barreras culturales y proponer soluciones junto con aliados como elempleo.com, Michael Page o Be to Grow.
¿Cuál ha sido tu mayor obstáculo después de consolidada tu idea?
Liderar KindWorks mientras vivía un divorcio. Fue una decisión en buenos términos, sin abogados, con respeto mutuo. Pero fue duro. Y al mismo tiempo, tenía que seguir haciendo crecer la empresa, dando ejemplo, cuidando a mi equipo. Ahí entendí que también hay que ser bondadoso con uno mismo.
Daniel, luego de este camino de innovación tan interesante, ¿cómo ves el país?, ¿qué le dices hoy a Colombia?
Que necesitamos conversaciones sinceras. No amabilidad superficial. Que nos digamos la verdad, con compasión. Que escuchemos al otro. Que no abandonemos nuestras instituciones. Que no abandonemos a nuestra Policía Nacional, a nuestra la Rama Judicial. Yo troto con ellos todas las semanas y realmente lo que ha sido más bonito es que ellos sientan que estamos con ellos para sacar este país adelante. Cada colombiano puede mejorar un uno por ciento cada día. Esa suma de microcambios puede transformar al país.
Y si volvieras a ese punto en que lo perdiste todo y pudieras cambiar algo de lo que hiciste en ese momento, ¿harías algo distinto?
Sí. Confiaría más. Sabría que todo va a estar bien. Porque cuando uno actúa desde la bondad, los caminos aparecen. Siempre aparecen.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com
Publicado el: 2025-06-28 02:49:00
En la sección: EL TIEMPO.COM -Cultura