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Maria José Pizarro: ‘Mi papá no ordenó la toma del Palacio de Justicia’ – Cultura

Maria José Pizarro: 'Mi papá no ordenó la toma del Palacio de Justicia' - Cultura

María José Pizarro siempre recuerda el día en el que el director del Liceo Francés de Bogotá la llamó frente a todo el salón por su apellido real. Todos la conocían como María José Barón. A los ocho años, sus padres se lo habían cambiado para poder salir del país y esconderse unos años en Europa. Sin embargo, ese llamado público solo podría significar una tragedia: su madre la esperaba llorando a mares en una oficina de la escuela por la noticia que habían presentido durante toda su vida y con la que ese día el país entero estaba conmocionado: ¡Mataron a Pizarro! ¡Mataron al comandante del M-19! Su padre.

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Rubén Blades es la portada de la edición #125 de la Revista BOCAS

Carlos Pizarro –quien se hacía llamar Coronel Aureliano Buendía, y así como el personaje garciamarquiano quería terminar sus días en un taller de alquimia– advirtió su muerte en la cena de la noche anterior. Muchas veces su familia fue llamada a reconocer cuerpos tras falsas noticias de su muerte. Pero ese 26 de abril de 1990, cuando María José había cumplido apenas 12 años y su padre llevaba 45 días de iniciar su campaña presidencial, un joven de 21 años le asestó 15 tiros en la cabeza y el cuello durante un vuelo de Bogotá a Barranquilla. Al día de esta entrevista, a unas semanas de cumplir 45 años, María José aún recibe amenazas de muerte.

María José Pizarro Rodríguez nació en Bogotá el 30 de marzo de 1978, unos meses antes del robo de armas del Cantón Norte del M-19. Su madre, Myriam Rodríguez, estudió diseño textil en Nueva York, donde fue parte activa en las protestas contra la guerra de Vietnam y las dictaduras del Cono Sur en América Latina. Por su parte, Carlos Pizarro, hijo de un almirante y una artista –descendiente en cuarta generación de José Acevedo y Gómez, autor del Acta de Independencia de Colombia–, había desertado de las Farc, lo habían echado de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Javeriana por promover huelgas y estaba creando el Movimiento 19 de Abril, que se convertiría en una de las guerrillas más reconocidas en la región y la primera que firmaría la paz en Colombia.

Cuando llegué a los pocos días del asesinato de mi padre, me senté con los demás niños. Y alguien dijo: ‘menos mal mataron a ese guerrillero hijueputa’. Y yo era la hija del guerrillero hijueputa

La infancia de María José se dio entre amenazas, viajes para esconder su rastro y pequeños, pero intensos momentos de felicidad junto a sus padres y abuelas. Le enseñaron desde niña a saber qué decir y qué callar. Estuvo en Bogotá, Cali, Nicaragua, Francia, España y Ecuador en un lapso de diez años, el tiempo en el que el M-19 se tomó la embajada de República Dominicana (1980), el Palacio de Justicia (1985) y secuestró a Álvaro Gómez (1988). Finalmente, en 1989, su padre las llamó a ella y a su madre a una finca en Mesitas del Colegio donde estaba reunido todo el movimiento y anunció –tras una votación– que dejaría las armas y que se lanzaría a la Presidencia.

Cuando se graduó del colegio, se fue de mochilera por Latinoamérica. En el 2002, recibió amenazas de muerte y se exilió en Barcelona durante ocho años. Allí estudió Artes Plásticas con énfasis en Joyería Artística en la Escuela Massana y en ese oficio y en aquella ciudad se reconcilió con el país, con ella misma y tuvo a su segunda hija, Aluna.

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Fue nombrada negociadora en los diálogos con el ELN y presidenta de la Comisión Legal para la Equidad de la Mujer, 

Durante cinco años luchó por recuperar su identidad: tras un proceso de impugnación de paternidad en el que tuvo que exhumar el cuerpo de su padre dos veces para demostrar que era su hija, recobró el apellido de su padre. Desde el exilio empezó a hacer un trabajo de archivo y registro de la historia de Carlos Pizarro que se convertiría en la exposición Ya vuelvo: Carlos Pizarro, una vida por la paz, presentada en Barcelona, Bogotá y Cali. Regresó a Colombia en el 2010 definitivamente y en el 2015 lanzó el documental Pizarro y el libro De su puño y letra, donde recogió las cartas de su padre.

Del 2011 al 2013, trabajó en la Secretaría de Cultura y hasta el 2017 estuvo en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Fue en el 2018 cuando la senadora Ángela María Robledo la convenció de entrar a la política para encabezar la coalición Decentes en la Cámara de Representantes. En el 2022 fue elegida senadora por el Partido MAIS de la coalición del Pacto Histórico y fue designada como negociadora de paz con el ELN junto al presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie.

Pizarro también fue nombrada presidenta de la Comisión Legal para la Equidad de la Mujer y liderará la Comisión accidental contra el abuso sexual en el Congreso frente a las denuncias del exsenador Gustavo Bolívar sobre una presunta red de explotación sexual. No obstante, en las últimas semanas, a través del medio Vorágine,
se ha conocido el caso de Wendy Paola Calderón, líder política de la Colombia Humana, quien se suicidó tras haber denunciado por acoso a un miembro de la UTL de David Racero y por violencia política a un edil apoyado por Maria José Pizarro. La madre de Calderón señaló que los líderes del Partido –incluyendo a Pizarro– le dieron la espalda.

Recientemente, la Universidad de Magdalena le otorgó el título honoris causa en Historia y Patrimonio por su labor en la memoria del país. También fue protagonista durante la posesión del presidente Gustavo Petro cuando, sorpresivamente, fue llamada para imponer la banda presidencial que era, según el protocolo, una responsabilidad del presidente del Senado. Allí vio por segunda vez la Espada de Bolívar, la misma que en 1991, junto con otros niños del M-19 había entregado al expresidente César Gaviria en el acto de devolución por parte de esta guerrilla. Según noticias de la época, los niños estaban allí pues serían “el símbolo de la nueva Colombia”.

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Pizarro tuvo un papel protagónico en la posesión del presidente Gustavo Petro. 


María José Pizarro siempre lleva una pañoleta en el pecho. Tiene dos tatuajes: en el brazo derecho desde hace muchos años, tiene un pequeño símbolo de una hermandad medieval que relacionaba los unicornios con la iluminación humana. A
lo largo del izquierdo, tiene una ilustración de un jaguar, una orquidea y un frailejón, una representación de ella y sus hijas. En el 2016 se rapó la mitad de la cabeza para darles –dice– más modernidad a sus canas y hoy se ha convertido en su sello. Tiene tres hermanos de distintas novias de su padre: Claudia –hija de su madre e hija de crianza de su padre–, María del Mar –quien también es congresista– y Carlos, el menor. Solo con la primera tiene una relación fraternal. Tiene dos gatas, África y Kira, y una perra llamada Leia que no es suya –sino de un miembro de su UTL–, pero que la gente siempre la relaciona con ella. Pero al final, siempre la acompaña su madre, Myriam Rodríguez: “ella es la guía, la que mantiene la línea ética y la memoria”.

En la entrada de su casa se ven dos cosas: una pintura de Carlos Pizarro y el póster del documental Pizarro (2015), con una fotografía de ella a los 5 años junto a su padre en Cuba. En el centro de su sala hay una obra de arte del grafitero El Pez que parece una alusión urbana del Guernica de Picasso. Allí, junto a su familia, María José recibe a la Revista BOCAS.

¿En qué momento fue consciente de que su padre no era un héroe para todo el mundo?

Cuando lo mataron. Yo estudiaba en el Liceo Francés y cuando llegué a los pocos días del asesinato de mi padre, me senté con los demás niños. Y alguien dijo: “menos mal mataron a los malos, menos mal mataron a ese guerrillero hijueputa”. Y yo era la hija del guerrillero hijueputa. Me hicieron un matoneo tan terrible en el Liceo Francés en esos años, lo que escribían en los baños, la forma en la que me gritaban cuando caminaba por los salones del colegio. Se enteraron de que yo era hija de Carlos Pizarro. Por supuesto se supo y los niños, seguramente repitiendo lo que escuchaban en sus casas, me hablaban con agresividad. Pero yo era solo una niña que había perdido a su papá, que lo habían matado de 15 tiros en la cabeza, después de firmar la paz.

Su padre lo había anunciado la noche anterior. ¿Cómo reaccionó usted ante esa advertencia?

Era una cena donde estaban muchos amigos que no veía hace mucho tiempo. Cuando llegó mi papá, mi hermana le dijo: “Carlos, tú no estás usando chaleco antibalas”, y mi papá le dijo “si me van a matar, me pegan un tiro en la cabeza. El chaleco antibalas no me sirve de nada”. Entonces yo creo que cuando él vio nuestras caras de impresión, se sentó al lado nuestro y nos dijo “posiblemente me van a matar muy pronto; por favor, no me olviden”. Al otro día por la mañana lo mataron de 15 tiros en la cabeza. Yo por eso afirmo que el asesinato de mi padre no solamente es un crimen de lesa humanidad, sino un crimen contra la paz, porque la sociedad colombiana tardó 30 años en poder construir nuevamente una oportunidad de paz.

Cuando usted nació, sus padres vivían en la clandestinidad y se dio el robo de armas del Cantón Norte. Imposible pensar en más agitación en su casa, ¿cierto?

Sí, yo nací en marzo y el robo de armas del Cantón Norte fue el 31 de diciembre de 1978. Muchos de los militantes de los Montoneros (Argentina), de los Tupamaros (Uruguay) nos decían que era mejor que no cogieran a los guerrilleros con sus hijos, pues estaba toda esa experiencia de los hijos desaparecidos. Entonces me dejaron con mi abuela materna. Recuerdo que nos allanaron la casa muchas veces. A mi hermana Claudia, que era una niña de 8 años, la interrogaron. Fue como una época de muchísima zozobra, porque la persecución que se desató fue brutal. El Estado no nos protegió, sino que nos expuso. A mis abuelos se los llevaron también para interrogarlos al Cantón Norte. Mi hermana y yo quedamos solas. Luego tuvimos militares viviendo dentro de la casa. Dormía uno por la mañana y otro pasaba el día adentro. Era una violación completa a nuestra intimidad como familia. Mis papás huyeron y en octubre de 1979, los ubican en Santander, los detienen, los torturan como 26 días y luego los llevan a la cárcel.

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Pizarro lució un vestido rojo con tucanes diseñado por Diego Guarnizo.  Incoporó en su espalda el rostro de su padre, Carlos Pizarro, hecho con chaquiras, fue desarrollada por exguerrilleros.

Usted ha dicho que sus primeras memorias fueron en la cárcel.

Sí, recuerdo visitar a mi mamá, que estaba presa en la cárcel de mujeres de Bucaramanga. No sé por qué una noche me dejaron quedar a dormir con mi mamá y yo recuerdo una cama de princesas con velos. Esa noche fue como… ¡poder dormir con mi mamá! Eso para mí fue el mejor día de mi vida. Pero unos años después, hablando con ella me enteré de que no era una cama de princesas, sino que eran sábanas o telas que ellas ponían a los lados de la cama para tener un poco de intimidad. Y en La Picota, yo siempre les decía a los guardias que mi papá era una buena persona. Recuerdo el esfuerzo inmenso que hacían todos los presos políticos por construir un lugar que no pareciera una cárcel. Cuando llegábamos, llenaban todo de afiches, de colores, hacían obras de teatro.

En 1982, sus padres salieron de la cárcel por el armisticio firmado con el expresidente Belisario Betancur. Los líderes del M-19 se marcharon a Cuba. ¿Cómo fueron esos días?

Cuando llegamos a Cuba para la Navidad de ese año, estábamos los hijos de todos, de Bateman, de Álvaro Fayad, de Iván Marino, de Boris. Me acuerdo que era una casa grande ahí, en Santa María del Mar. Allí nos reunimos y jugábamos en la playa juntos. Aparte, recuerdo mucho a Bateman en ese momento con una sonrisa. Él se paraba en el marco de la puerta con ese ser costeño y su afro. Y se reía. Era como la sensación de que estaban todos vivos en ese momento. Bateman murió unos meses después y poco a poco fueron muriendo todos, y mi papá fue el último de esa generación de viejos luchadores. Allá se me cayó el primer diente y a la hija de Álvaro Fayad también, así que nos dieron unas muñequitas de trapo negras. Recuerdo que bajábamos a la playa al atardecer con mi papá, que era un apasionado de la ciencia ficción y de los cuentos de piratas. Mi papá nunca me contó la Caperucita Roja, sino las historias de los personajes de Cien años de soledad. Mi favorita era la historia de amor de Rebeca y Mauricio Babilonia. Y el personaje que más me gusta es Arcadio Buendía, el patriarca [risas].

Como alguna vez lo hizo Gustavo Petro en el M-19, Carlos Pizarro también se hacía llamar el coronel Aureliano Buendía. ¿Por qué?

Porque él quería terminar en una casita frente al mar con las puertas abiertas para que pudiera entrar y salir todo el mundo en un taller de alquimia. El coronel Aureliano Buendía decía que necesitaba tal nivel de concentración para pegar cada una de las escamas de los pescaditos de oro que conseguía olvidar los horrores de la guerra. Y yo creo que a mí un poco me pasó también en el taller de joyería. Ahí es que empiezo a encontrar los caminos de la memoria.

Después de Cuba, empezó una vida en la que tuvo que refugiarse en Nicaragua, en Cali, Colombia, en Francia, España, Ecuador. ¿Cómo fue su vida en esos lugares?

En el corazón de la niña estaba la ausencia porque no veía nunca a mis papás. No podíamos decir nada de nuestras vidas en el colegio. Pero también recuerdo tener la conciencia de saber por qué estaban luchando mis padres. A mí nunca me dijeron mentiras e hicieron todo lo posible para que yo entendiera. Cuando les preguntaba, decían “queremos que todos los niños puedan crecer en un mundo distinto”.

A los 18 años, usted decidió irse de mochilera por Latinoamérica.

Por esos años empezó un movimiento de gente a viajar por Latinoamérica. Recuerdo que Mano Negra junto con Todos Tus Muertos en ese momento estaban haciendo el Expreso del Sol. Fueron imágenes muy icónicas para mi generación. Yo quería entrar a estudiar en la universidad cine y televisión porque quería viajar. Me presenté a la Universidad Nacional y no pasé. La situación económica de mi familia en ese momento era complicada, y me decepcionó mucho el hecho de no entrar. Y no sé, este país me dolía también muchísimo. Entonces dije: “me quiero ir, olvidarme de todo e irme a vivir otra vida”. Y me fui con mi perra Libertad.

Por el camino nació su primera hija, Maya.

No soy muy amiga de contar mis romances, pero me encontré con un chico joven también, igual que yo, de 22 años. Empezamos a viajar juntos y yo quedé embarazada en Ecuador. Seguimos viajando por el resto de Sudamérica, yo embarazada, y nos separamos antes de que naciera mi hija. De todo el viaje, Maya es por supuesto el mejor regalo y la que me trajo de vuelta a mi vida… a dejar de estar huyendo.

Luego, al regresar, fue para España por 8 años.

No fue por decisión; me amenazaron. Carlos Castaño había publicado el libro Mi confesión, donde hacía toda una serie de afirmaciones. Empezaron a hacer llamadas amenazantes a mi casa y yo pedí apoyo en la Embajada española. Así que salí hacia Barcelona y me encontré con la vida del migrante. Por supuesto, la vida es más difícil con una niña tan chiquita, de un año y medio. Tenía que hacer lo que fuera, cuidar niños, limpiar casas, trabajos en servicio, podríamos decir en hostelería. Pero, bueno, allá me fui con un sueño también. Por eso escogí Barcelona, porque quería estudiar joyería en la Escuela Massana. Me presenté y ahí sí me aceptaron. Me tocó igual la dificultad de estudiar, trabajar y ser mamá al mismo tiempo. Pero logré sacarlo adelante.

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Maria José Pizarro tiene dos gatas, África y Kira.

¿Cómo se reconcilió con el país?

Barcelona no solamente es una ciudad hermosa, es una ciudad con historia, con memoria, de resistencias, de dignidades a través de su lengua. Creo que si no hubiera terminado en Cataluña, a lo mejor no habría regresado. Pero como ese es uno de los lugares donde se han hecho grandísimos ejercicios de memoria por la Guerra Civil española y lo que en particular vivió el pueblo catalán, pues creo que fue una tierra que me invitó también a regresar. Entonces allá empecé a querer saber por qué mi vida estaba ligada con la historia de Colombia. Allá lancé la exposición Ya vuelvo, luego la traje aquí a Colombia, empecé a crear el documental Pizarro y a construir un archivo.

Usted tenía un taller de orfebrería en el que meditaba todo esto; un poco como su padre quería terminar sus días, ¿no?

Mi madre me llevó los casetes de las entrevistas de mi padre y yo los ponía mientras trabajaba en mi arte. El ejercicio de la joyería es muy mágico porque efectivamente tú estás en esa mesa y el mundo se apaga. Es como un mundo muy íntimo. La mesa tiene justo el tamaño de la vista y tú estás ahí, como en un mundo micro. Y claro, empiezas a pensar, a escuchar, a sentir de una manera diferente. En mi trabajo final relacioné la joyería y la memoria. Cuestionar también a través de la estética. Aunque a modo de insulto, algunos me dicen ‘la joyita Pizarro’.

¿Cómo lidiar con esa verdad más oscura de la historia de su padre?

He hecho un trabajo de 20 años, he estado en los lugares donde mi padre combatió. Por ejemplo, mi papá se tomó un pueblo, creo que era Miranda o Florida, y el combate duró muchas horas. Al final se rindieron. Mi papá hizo que todos sus hombres del M-19 les rindieran honores a los militares por su valentía en el combate. En la guerra suceden horrores, pero se puede tener ética y respeto por el otro.

¿Y el Palacio de Justicia?

Mi papá no ordenó la toma del Palacio de Justicia, pero como comandante o como miembro de la Comandancia tuvo responsabilidades políticas, claro. En un momento conocí a Helena Urán, hija del magistrado Urán, desaparecido en la ‘toma’ o ‘retoma’ del Palacio de Justicia. También con Pilar Navarrete, que su esposo es uno de los desaparecidos de la cafetería. Yo me acerqué a ellas y les pedí perdón en nombre de mi padre. Y entendí lo difícil que es pedir perdón, pero también lo importante que era para mí.

A los 13 años, usted y un grupo de niños del M-19 devolvieron la espada de Bolívar al Gobierno colombiano. ¿Cómo fue para usted el día de la posesión, la investidura de la bandera y ver nuevamente la espada?

Recuerdo lo doloroso que fue para los militantes del M-19. Me pareció un acto necesario, pero fue una forma carente de grandeza y fue triste porque una organización que entrega su símbolo tiende a desaparecer, como efectivamente sucedió en esos años posteriores. Pero en la posesión de Gustavo Petro, que es una persona que viene de esta historia, cuando la pone otra vez ahí a los ojos de los colombianos, era ver cómo ese sueño había permanecido y como si en ese momento se conjurara la lucha de los padres y nuestras luchas.

En el 2018 entró a la vida política. ¿Recuerda sus primeros días como congresista?

Sentía que tenía que cumplir las expectativas, pues la gente sabía que yo era la hija de Carlos Pizarro. De hecho, el día de la posesión llevé el sombrero de mi padre y lo puse sobre mi curul, y me pareció simbólico porque él había sido asesinado y le había sido quitada la posibilidad de estar en ese lugar, pero yo, su hija, había logrado recoger esas banderas tres décadas después. También me parecía simbólico que él pudiese acompañarme en ese momento, ya que las balas de quienes lo asesinaron me impidieron poder compartir con mi padre un momento así. Recuerdo una representante a la Cámara que insinuó que a mí, por ser hija de Carlos Pizarro, me chorreaba sangre de las manos.

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La Universidad de Magdalena le otorgó el título honoris causa en Historia y Patrimonio por su labor en la memoria del país.

Usted dirige la Comisión Accidental que va a investigar las denuncias respectivas en el Congreso de la presunta red de acoso sexual. ¿Qué pasará con esas denuncias?

Lo primero es que no es algo que suceda exclusivamente en el Congreso, sino que es una situación que hemos vivido las mujeres en este país y en el mundo durante décadas. El Congreso es un lugar patriarcal y machista, ocupado por hombres de manera mayoritaria. Allá estás enfrentando a hombres muy poderosos. Así que hay que investigar, analizar y construir espacios seguros. Pero yo no soy juez de la República y no puedo condenar a nadie. Fueron más de 600 mujeres asesinadas el año pasado, 3 veces el número de asesinatos de líderes sociales en el país y las asesinaron solo por ser mujeres. En el Congreso ellas tienen que sentir la seguridad y la protección para atreverse a denunciar. Y es muy difícil enfrentarse a esos poderes sola. Entonces no están solas. Estamos juntas.

Recientemente se conoció en la opinión pública el caso de una líder política de la Colombia Humana que se suicidó tras presentar denuncias por acoso y maltrato en el Partido. ¿Qué dice usted ante esto?

Primero, quiero hacer una aclaración: ni mi equipo legislativo ni yo estamos involucradas en estas denuncias de acoso, maltrato y violencia sexual. Ahora bien, luego de la investigación publicada por Vorágine y La Liga Contra El Silencio, supe de la magnitud de las denuncias y las otras situaciones, que como cuenta la madre de Wendy, la llevaron a la dolorosa situación de suicidio. Manifiesto mi total rechazo frente a los hechos y violencias por las que tuvo que pasar Wendy y me solidarizo con su familia, esto nos hace un llamado como sociedad y movimiento político a construir e insistir en espacios seguros para las mujeres. Frente a la denuncia de acoso sexual, puedo afirmar que no tenía conocimiento. Una vez enterada por la publicación periodística, solicité incluir este caso en la investigación que adelantamos desde el Congreso sobre acoso y violencias contra las mujeres, y activar de manera pertinente el protocolo construido para ello, por supuesto, respetando la decisión y manejo que quiera dar la familia. Asimismo solicitamos públicamente a la Fiscalía celeridad en la investigación.

¿Qué quejas recibieron y qué manejo se le dio en el Comité?

Atendimos a Wendy en su momento, porque me buscó para hablar sobre una posible falsificación de títulos del edil Edwin Marulanda, debo ser clara: no recibimos información o denuncias sobre violencia sexual o política en su contra. Mi equipo atendió esta denuncia, lo que derivó en la solicitud que remití al Comité de Ética del Partido MAIS, para que desde allí se investigara y tomara la decisión pertinente frente al caso. Las mujeres hasta la fecha no contamos con mecanismos idóneos para atender las violencias basadas en género en los partidos y movimientos políticos, conscientes de ello, durante la pandemia hicimos esfuerzos para generar un mecanismo para atender las violencias basadas en género, sin embargo, no fue posible concluir esta intención, por lo que emprendí la construcción del proyecto de ley de violencia política contra las mujeres, del cual soy autora y ponente, y que está listo para su tercer debate en Cámara de Representantes, después de haber pasado por dos más en la Comisión Primera y Plenaria del Senado. Con la aprobación de la ley, tendremos por fin una herramienta con la que desgraciadamente no contó Wendy.

Hay quienes consideran que hay otras personas con mayor trayectoria en la lucha por los derechos de las mujeres para asumir ese cargo, ¿qué les dice?

Yo seguramente no encajo en el feminisómetro de algunas feministas; soy una mujer que defiende los derechos de las mujeres, que ha sido coherente en esa defensa y en los derechos de las personas e injusticias que no me permiten vivir en esta sociedad mirando hacia otro lado como si no pasara nada. Prefiero hacer un llamado para que a través de las luchas comunes que damos desde distintos sectores podamos avanzar en nuestros derechos.

Usted y el presidente de Fedegán, José Félix Lafaurie –y su esposa, María Fernanda Cabal– siempre han tenido diferencias políticas. ¿Cómo ha sido su relación con él ahora que también fue nombrado delegado en las negociaciones con el ELN?

No hablamos normalmente y tampoco somos amigos, pero ha primado una buena relación de respeto y hasta ahora nos estamos conociendo. Hay espacios de conversación que son muy interesantes, no desde la confrontación política, sino desde la construcción de la paz. Nos hemos podido acercar de una manera diferente. Creo que ha sido un hombre respetuoso con el proceso de paz, con su condición de delegado y con la tarea que le dio el presidente de la República. Yo creo que para mí, el mayor honor es estar en esa mesa de diálogos, cerrar el ciclo o ayudar a cerrar el ciclo de las guerrillas latinoamericanas y terminar una labor o un camino de paz que inició mi padre hace 32 años. Un proceso de paz en el que él fue asesinado.

Va a lanzar su autobiografía en la Feria del Libro. ¿Por qué hacerlo en este momento?

Tenemos un presidente que perteneció a una historia que poco se sabe y quiero invitar a quienes sientan curiosidad o quieran leer esta historia a adentrarse en las reflexiones de otra generación de hombres y mujeres. Aquí arranca otro capítulo de mi vida.

La edición #125 de la Revista BOCAS está en circulación desde el domingo 26 de febrero de 2023.

Esta entrevista fue realizada por Gabriela Herrera Gómez
F
otos por Pablo Salgado
Revista BOCAS
Edición #125 Febrero – Marzo

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Fuente de TenemosNoticias.com: www.eltiempo.com

Publicado el: 2023-02-25 01:05:35
En la sección: EL TIEMPO.COM – Cultura

Publicado en Cultura

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