¿Hasta qué punto puede una herramienta de inteligencia artificial basarse en obras previas sin incurrir en plagio? ¿Debe una película de Pixar convertirse en alimento de una máquina sin permiso ni pago? Estas preguntas ya no pertenecen a un debate filosófico o a un foro académico. Se están dirimiendo en un tribunal de California, con Disney y Universal a un lado, y Midjourney —una de las plataformas de generación de imágenes por IA más conocidas del mundo— al otro.
Desde la llegada de la fotografía digital hasta la revolución del streaming, la industria del cine ha demostrado ser una de las más resilientes e innovadoras. Pero esta vez, el enfrentamiento no es contra un nuevo formato, sino contra una tecnología que se alimenta de su propia historia. Hollywood sabe que no puede detener la inteligencia artificial. Lo que busca es algo más complejo: domesticarla.
El corazón del conflicto: ¿Qué es crear y qué es copiar?
Las demandas recientes se centran en la acusación de que Midjourney ha utilizado material protegido por derechos de autor —imágenes y personajes de franquicias como Star Wars, Los Simpson o Toy Story— para entrenar su modelo de IA. El resultado: una herramienta que puede generar nuevas imágenes en segundos, pero con una base tan reconocible que raya en el plagio.
No se trata de una sospecha sin fundamento. En 2024, los investigadores Gary Marcus y Reid Southen publicaron pruebas de cómo Midjourney podía generar imágenes prácticamente idénticas a personajes de Disney, simplemente escribiendo su nombre. Según Marcus, «la sorpresa no es que haya una demanda, sino que haya tardado tanto en llegar».
Desde el punto de vista legal, hay dos problemas clave. El primero es evidente: si el resultado final de la IA infringe derechos de propiedad intelectual, ya hay una base para la reclamación. El segundo es más delicado, pero igualmente grave: el hecho de que el modelo haya sido entrenado con ese contenido sin autorización.
La defensa de Midjourney: el argumento del uso justo
Frente a las acusaciones, Midjourney probablemente apelará al concepto de fair use o uso justo. Esta doctrina permite ciertos usos no autorizados de material protegido, siempre que sean considerados «transformativos». Es decir, si la herramienta no busca vender copias idénticas, sino crear algo nuevo y distinto, podría tener cobertura legal.
Este argumento ya ha sido utilizado con éxito por empresas como Google, en su proyecto Google Books, o por los fabricantes de videocassettes en los años 80, cuando se discutió la legalidad de grabar programas de televisión para verlos después.
Pero los tribunales han sido hasta ahora reacios a extender este principio a modelos de IA generativa entrenados con obras enteras sin autorización expresa. Y en el caso de Midjourney, la evidencia visual de similitud con personajes como los Minions podría inclinar la balanza en contra.
La estrategia de Hollywood: sentar las bases para el futuro
Todo indica que el objetivo final de Disney y Universal no es bloquear el desarrollo de la IA, sino garantizar su lugar en la cadena de valor. Como ha señalado Adam Eisgrau, de la organización Chamber of Progress al Washington Post, los estudios ya han adoptado tecnologías como CGI y reconocen el potencial de la IA para abaratar costes y agilizar procesos creativos.
Pero ese mismo potencial, si se deja sin regular, podría socavar la estructura económica de la industria. Las productoras temen un escenario donde la inteligencia artificial pueda generar contenido visual —escenas, trailers, incluso películas enteras— sin necesidad de licencias ni derechos. Un «salvaje oeste digital» donde cualquiera puede invocar un Mickey Mouse reimaginado sin pasar por caja.
Por eso, más que una guerra, esto parece el comienzo de una negociación. Un «primer disparo», como lo describe el abogado Chad Hummel. Disney y Universal no solo piden daños y perjuicios. Exigen filtros que impidan que herramientas como Midjourney puedan generar imágenes basadas en sus personajes.
Precedentes legales: la delgada línea entre inspiración y apropiación
El caso de Disney contra Midjourney se suma a una oleada de demandas similares. El New York Times ha demandado a OpenAI por supuestamente haber entrenado a ChatGPT con sus artículos. En ese caso, los periodistas lograron hacer que el chatbot reprodujera textos enteros del periódico, lo que reforzó la acusación de infracción.
La diferencia clave con Midjourney es la naturaleza visual de las pruebas. Mientras que un chatbot puede parafrasear o reformular, una imagen que reproduce a Buzz Lightyear sin licencia deja poco espacio para la interpretación.
James Grimmelmann, profesor de derecho digital en la Universidad de Cornell, cree que la demanda tiene mucho más peso que otras. «Tienen pruebas claras de que usuarios utilizaron Midjourney para generar Minions. Eso puede convencer a un juez de imponer filtros», afirma.
La paradoja de la creación: cuando la IA necesita del arte para funcionar
La ironía en este enfrentamiento es profunda. Las inteligencias artificiales generativas no pueden crear desde la nada. Necesitan alimentarse de datos, y cuanto más ricos y variados sean esos datos, mejores serán los resultados. Pero esos datos, en muchos casos, son creaciones humanas con dueños, derechos y contextos.
Lo que Midjourney y herramientas similares hacen es digerir el pasado visual del cine, la televisión y el arte, y recombinarlo para crear algo «nuevo». Pero si el 90% de ese pasado está bajo copyright, ¿quién es realmente el autor de lo generado? ¿La máquina, el usuario que escribe el prompt, o el estudio que creó al personaje en primer lugar?
Estas preguntas están aún lejos de resolverse, pero la batalla legal actual puede sentar precedentes que definan la relación entre creatividad humana e inteligencia artificial durante décadas.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.eleconomista.es
Publicado el: 2025-06-13 08:47:00
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