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A orillas del mar superior: explorando Mesopotamia

A orillas del mar superior: explorando Mesopotamia

El imperio que levantaron Sargón de Akkad y sus sucesores suele considerarse el primero de la historia. Como casi todos los imperios, tuvo aspiraciones de universalidad: el soberano acadio se declaraba «rey de la totalidad» o «de las cuatro partes (del universo)», imagen que probablemente se refiere a todo el mundo conocido en dirección a los cuatro puntos cardinales.

Otra forma de expresar la misma idea era decir que su gobierno abarcaba «del mar superior al mar inferior», es decir, todo el espacio entre el Mediterráneo y golfo Pérsico por el que fluyen el Tigris y el Éufrates. Ciertamente, era lógico que este último par de opuestos, el de (aguas) arriba/abajo (elītum/šaplītum), revistiera especial relevancia para los mesopotámicos (y para los egipcios), habitantes de grandes valles fluviales.

La cultura urbana y la escritura de Mesopotamia se habían extendido en dirección a ese «mar superior» desde fecha muy temprana. En torno al 2400 a. C., la cara más visible de este fenómeno era Ebla, cuyo nivel de sofisticación pone en evidencia que, aunque sus sistemas socioeconómicos fueran muy distintos, el nivel de desarrollo de la Siria occidental era similar al de Sumer en la misma época.

En todo caso, hacia el 2000 a. C. parece que los mesopotámicos se habían forjado una imagen muy negativa de los «occidentales », llamados mar-tu en sumerio y amurrū en acadio, y volcaban en ellos cuantos elementos de alteridad podían imaginar: aquellas gentes dormían en tiendas y se vestían con pieles, desconocían la agricultura («no saben doblar la rodilla », dice un texto neosumerio refiriéndose a su ineptitud para las tareas agrícolas) y sus costumbres alimenticias y funerarias eran aberrantes.

Los reyes de Ur III llegaron a erigir un muro para tratar de controlar a estos bárbaros, pero desde el cambio de milenio se constata cómo los clanes amorreos más poderosos fueron haciéndose con el poder en diversos núcleos del centro y sur de Mesopotamia. Al clan que se instaló en la entonces pequeña ciudad de Babilonia le aguardaba un futuro brillante gracias, en particular, a la figura de Hammurabi.

Victoria de Josué sobre los amorreos (1625), del pintor francés Nicolas Poussin. Foto: ALBUM

Aquellos occidentales, tan denostados por los mesopotámicos, dejaron así de ser «los otros» para convertirse en un elemento fundamental de la historia y de la cultura del Próximo Oriente, y casi en la personificación de «lo mesopotámico» —un proceso que iba a repetirse varias veces a lo largo de los dos milenios siguientes—. 

Por otro lado, si el iii milenio había estado marcado por la centralidad de la Baja Mesopotamia en lo cultural y en lo político, el ii milenio puede considerarse un periodo multicéntrico, en el que Elam, Anatolia, Siria y la Alta Mesopotamia adquirieron una importancia mucho mayor.

En tiempos de Hammurabi: un viaje al corazón de la Antigua Mesopotamia

En la primera mitad del siglo xviii a. C., es decir, en los días de Hammurabi de Babilonia, aguas arriba del Éufrates había dos grandes formaciones políticas: el reino de Mari (los archivos de cuya capital, Tell Hariri, iluminan la historia de toda la región) y Yamhad, con centro en Alepo. 

Como muchos otros centros de poder siromesopotámicos, Mari estaba gobernada por dinastías amorreas desde el siglo xix, aunque en este reino, al contrario de lo que sucedió en la Baja Mesopotamia, los elementos pastorales y nómadas (los haneos o «habitantes de tiendas») mantuvieron su autonomía y su organización en clanes, tribus y confederaciones, con sus propios jefes y consejos de ancianos.

En torno a Mari y Yamhad orbitaba todo un conjunto de estados más pequeños, dirigidos por monarcas vinculados entre sí por lazos familiares y matrimoniales. Era un mundo políticamente integrado, algo que ilustra, por ejemplo, el tour por tierras occidentales que hizo Zimri-Lim en torno al año 1770 a. C.

Tras ser recibido en Alepo, la familia real de Yamhad (el rey Yarim-Lim, su esposa Gashera y Hammurabi, el heredero al trono) acompañó al rey de Mari durante parte de su viaje; este incluyó una estancia de un mes en la ciudad costera de Ugarit, donde Zimri- Lim recibió visitas y envió regalos diplomáticos a los reyes de Qatna y Hazor.

El declive de la época amorrea: despedida a una era en Mesopotamia

El mismo Hammurabi de Babilonia fue quien, en torno al 1760 a. C., puso fin al reino de Mari: destruyó las murallas de la ciudad y —dice una de sus inscripciones— «convirtió el país en tells (montículos) y ruinas». Como resultado, el Próximo Oriente amorreo quedó dividido en dos zonas de influencia, una centrada en Yamhad y otra en torno a Babilonia, pero la situación no iba a tardar en alterarse debido a la aparición de nuevos actores en el tablero internacional.

Escena de los israelitas contra los dos ejércitos de amonitas y sirios. Foto: ALBUM

En el siglo xvii a. C., en la Alta Mesopotamia es cada vez más evidente la agitación de los hurritas, un fenómeno que terminará desembocando en la formación del reino de Mittani, mientras que en el centro de Anatolia varios líderes luchan por superar la fragmentación política existente. El gran vencedor de este último proceso fue Hattushili I, el primer gran soberano hitita, que eligió como capital la ciudad de Hattusha (Boğazköy) y adoptó su nombre. 

Él y su sucesor, Murshili I, no solo lograron imponerse con éxito a la inestable situación política de su entorno, sino que, de forma novedosa, se lanzaron a realizar campañas militares más allá de Anatolia para obtener botín y reforzar su legitimidad. Dos grandes victorias coronaron todos los esfuerzos: la toma de Alepo y el saqueo de Babilonia, dos hechos que no desembocaron en conquistas duraderas pero que proporcionaron al rey hitita un inmenso prestigio.

Además, la intervención hitita desencadenó modificaciones inmediatas en el tablero político: en Babilonia, el espacio de la dinastía de Hammurabi pronto fue ocupado por los casitas, y en Siria la desaparición de Yamhad dejó un vacío político que sería aprovechado no por los propios hititas, que se replegaron a Anatolia, sino por los hurritas, ya organizados en el agregado político de Mittani. 

Por otro lado, algunos estudiosos consideran que las campañas de Hattushili en Siria tuvieron otra consecuencia de gran alcance: la reintroducción de la escritura en Anatolia.

Según esta teoría, la escritura cuneiforme, abandonada desde el final del periodo paleoasirio, volvió a Anatolia de la mano de un grupo de escribas sirios llevados allí por Hattushili. Estos expertos serían los autores de los primeros textos hititas (escritos en acadio) y los maestros de los escribas hititas que, más adelante, usarían el mismo sistema cuneiforme para transcribir su lengua materna, de tipo indoeuropeo.

Bajo el yugo de tres imperios: la transformación de Mesopotamia a lo largo de las eras

La desaparición del gran reino amorreo de Yamhad abrió un nuevo periodo en la historia de la región siropalestina. Entre el 1550 y el 1180 a. C. (el Bronce Final, en terminología arqueológica), la franja situada entre el Mediterráneo al oeste y el desierto y el Éufrates al este permaneció sometida a uno u otro de los tres grandes poderes imperiales del momento: Egipto en la zona meridional y Mittani y Hatti en la zona septentrional.

El paisaje político de la zona lo dominaba un mosaico de ciudades-estado y pequeños reinos, con una organización política más o menos compleja (los textos aluden sobre todo a reyes, pero también a magistrados y asambleas) y atravesados por tensiones socioeconómicas visibles, por ejemplo, en la extensión del fenómeno de los siervos huidos. 

Puerta de los Leones de Hattusa (actual Turquía), la capital del Imperio hitita en la Edad de Bronce. Foto: ALBUM

En los intersticios de este mosaico se movían gentes dedicadas a la trashumancia y al pastoreo, como los suteos y los alamū o arameos, así como grupos localmente inestables de siervos huidos, proscritos y campesinos sin tierras, individuos que viven al margen del marco fiscal y de control de las ciudades-estado y a los que las fuentes denominan abirū.

Como se ha dicho, fueron los hititas quienes rompieron el statu quo amorreo y acabaron con el gran reino de Yamhad, pero quienes en un primer momento (1550-1350 a. C.) se disputaron el control de la región fueron básicamente Egipto (cuya influencia en Palestina era ya varias veces centenaria) y Mittani. 

Solo a partir de las campañas de Shuppiluliuma I, con Mittani neutralizado más allá del Éufrates y pronto suplantado por Asiria, obtuvieron los hititas un poderío duradero en la región, comenzando así la etapa de dominio egipcio-hitita (1350-1180 a. C.).

Este periodo de la historia de Siria-Palestina, y muy en particular sus últimos doscientos años, es relativamente bien conocido gracias a la rica documentación cuneiforme conservada tanto en las capitales de los reinos «vasallos» —las tablillas de Tell Atchana (Alalah), Ras Shamra (Ugarit), Meskene (Emar) y Tell Mishrifeh (Qatna)— como en los archivos de sus señores hititas (los de Boğazköy) y egipcios (las 350 cartas cuneiformes halladas en la ciudad administrativa egipcia de El-Amarna). 

Si algo caracteriza la documentación de la época es la cantidad y calidad, en términos informativos, de la documentación internacional. Estamos en una edad de oro de los tratados internacionales próximo-orientales, y la correspondencia mantenida por emperadores, reyes y funcionarios es una de las más coloridas y ricas en información de los tres milenios de documentación cuneiforme.

Reyes grandes y reyes pequeños: dinastías y transformaciones

Todos estos textos nos permiten estudiar los mecanismos ideológicos y organizativos que desplegaron los imperios para subyugar y mantener bajo su control a las comunidades siropalestinas. Las relaciones políticas se entendían basadas en una jerarquía de reyes «grandes», es decir los de Egipto, Mittani y Hatti, que consideraban siervos suyos a los reyes «pequeños» de Siria y Palestina.

En el Imperio hitita las relaciones entre el gran rey y sus vasallos a menudo fueron objeto de un tratado, un documento oficial sellado por ambas partes y del que tanto el rey hitita como su súbdito guardaban una copia. 

Asimismo, las autoridades hititas regularon cuestiones más específicas y tan dispares como el trazado de fronteras, las condiciones de devolución de los siervos huidos o las compensaciones económicas que un rey debía pagar si un mercader era asaltado o asesinado en su territorio. 

El Imperio hitita en Siria tenía una estructura piramidal con al menos tres niveles: por debajo del gran rey se situaba la autoridad de los virreyes de Alepo y Karkemish, familiares del anterior y ante los cuales respondían príncipes como el de Ugarit o el de Amurru.

El rey y el ordenador de sacrificios. Pintura mural del palacio de Mari. Museo del Louvre. Foto: ASC

En cuanto a las zonas bajo dominio egipcio, parece que hubo una mayor integración política con el Estado egipcio, aunque nunca llegaron a constituir una provincia suya. Los reyes cananeos sometidos al faraón, considerados meros «alcaldes», estaban obligados a recaudar tributos para él, a informarle de los eventos relevantes de su entorno y a enviar parientes a Egipto durante largas temporadas. 

Había delegados egipcios instalados de forma permanente en torno a tres centros (Simira, Kumidu y Gaza), así como guarniciones militares, más bien modestas, en diversas plazas costeras.

Transiciones y transformaciones: el cambio de era en Mesopotamia durante el siglo XII a.C.

En las primeras décadas del siglo xii a. C., en el Mediterráneo oriental se detectan amplios movimientos de población. Son el signo más visible de la crisis profunda que, en poco tiempo, se llevó por delante a gran parte de los estados palaciegos de la región y todo el «sistema regional» que había caracterizado al Próximo Oriente en las centurias precedentes. 

Sobre la base del registro arqueológico y de los documentos escritos, los historiadores siguen discutiendo tanto las causas de la crisis como la importancia relativa de los cambios y las continuidades. El Estado faraónico resistió a los grupos a los que denominó «pueblos del mar».


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José Luis Hernández Garvi

La continuidad también es notable en el caso de ciudades-estado cananeas como Biblos o Tiro, a las que en el i milenio denominamos «fenicias», y en el sureste de Anatolia sobrevivieron principados de cultura hitita, como en torno a Malatia o Karkemish, exponentes de una nueva cultura «neohitita». Sin embargo, formaciones políticas y núcleos culturales como Hatti, Emar o Ugarit —cuyos textos epistolares parecen iluminar dramáticamente los últimos años de la ciudad— no sobrevivieron a los conflictos y a las mutaciones rápidas y profundas. 

En toda la franja siropalestina la presencia de los imperios se desvaneció por completo, y la vieja cultura urbana tendió a ser reemplazada por una red de asentamientos de tamaño muy inferior; probablemente, muchos habitantes de las ciudades se convirtieron en seminómadas dedicados al pastoreo. Los nuevos protagonistas iban a ser pueblos como los peleset, que a la postre darían su nombre a la región de Palestina, los israelitas o, muy particularmente, los arameos.

En Siria, estos últimos aprovecharon la debilidad de los Estados circundantes para adquirir el poder político, y a lo largo del i milenio fueron infiltrándose en el tejido social y político de Mesopotamia, tal y como habían hecho los amorreos mil años antes. 

Con el tiempo, su lengua suplantaría a los dialectos acadios hablados en Mesopotamia, y su escritura —una versión de ese genial invento siropalestino que fue el alfabeto— terminaría por desplazar al silabario cuneiforme. 

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.es

Publicado el: 2023-11-17 12:30:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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