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allí se reunieron los impresionistas para pintar au plein air

allí se reunieron los impresionistas para pintar au plein air

El París del fin de siècle es recordado como el epicentro de la bohemia, como la ciudad donde se intercambiaban ideas y se fraguaban exposiciones subversivas. Resulta irónico, sin embargo, que, durante los años fundamentales para el desarrollo del impresionismo, sus miembros no pasasen la mayor parte del tiempo en la capital, sino en sus dinámicos suburbios. De entre todos ellos, uno destacó muy por encima de todos los demás. Y es que, sin Argenteuil, el impresionismo no habría seguido el camino que hoy conocemos.

Argenteuil (1874), una de las obras de Édouard Manet en las que más se acerca al impresionismo. Foto: Getty.

Entre la tradición y la modernidad

“Hemos inaugurado la casa. Hemos comenzado nuestra temporada en Argenteuil”. Con estas palabras comunicaba por carta Monet a Boudin su traslado a dicha población en el otoño de 1871. La herencia de su padre y la dote matrimonial de Camille les permitían por fin vivir holgadamente y desplazarse a la periferia parisina junto a su hijo, el pequeño Jean. El incipiente sistema de ferrocarril francés, además, había conseguido conectar el pueblo con la ciudad de París reduciendo aún más la escasa distancia de once kilómetros que los separaba. Monet pintó los puentes de hierro recién construidos en Argenteuil varias veces. En sus pinturas, los viaductos se convierten en los flamantes monumentos de una nueva era. Unas complejas estructuras metálicas cuya estética, sin embargo, no siempre fue bien recibida por la sociedad de la época, que llegó a calificarlas de “largos túneles de hierro sin techo”.

Y es que Argenteuil no solo era un lugar de esparcimiento de la burguesía parisina, sino también un floreciente pueblo industrial.

El Sena y el puente del ferrocarril en Argenteuil (hacia 1885 o 1887), Monet. Foto: Album.

El feliz período que Monet pasó en Argenteuil fue crucial. Podría decirse incluso que el movimiento impresionista no hubiese sido el mismo si el pintor no hubiese decidido trasladarse hasta allí. Claude descubre en Argenteuil la importancia de algunos efectos lumínicos naturales, sobre todo de los rayos de sol que se abren paso entre el follaje, unas “gotas de luz” que en palabras del escritor Émile Zola inundaron muchos de sus cuadros en esta etapa.

Pero también quedó hechizado por el mundo fluvial y de las regatas que se celebraban en el Sena a su paso por la población. Llegó incluso a instalar su taller en una barca- estudio para situarse a nivel del agua y captar así todos los matices del movimiento de las blancas velas y de los balandros sobre las olas. Jamás se había realizado una aventura semejante. A este método experimental debemos algunas de sus obras maestra, como la célebre Regata en Argenteuil (1872).

El barco. En él se ve a Monet y Camille posando en su barco-estudio. Obra de Manet (1874). Foto: Getty.

Pero la etapa de Argenteuil también es conocida por otra singularidad: su retirada a la campiña propició que otros también siguiesen sus pasos hasta el pueblo. Así, por Argenteuil desfilaron algunos de los más destacados impresionistas: Renoir, Sisley y Caillebotte. Incluso Manet, que siempre huyó de la etiqueta del impresionismo, acabó sucumbiendo en Argenteuil a las bondades de la pintura au plein air.

Manet en el campo

Édouard Manet consideraba a Monet el mejor de los impresionistas. También lo tenía por uno de sus mejores amigos. De hecho, la estrecha relación que unió a ambos pintores hizo que Édouard finalmente se desplazase hasta Argenteuil en el verano de 1874 para trabajar junto al que llegó a denominar afectuosamente “el Rafael del agua”. En realidad, la pintura de Manet se encontraba bastante lejos de la senda impresionista: se mantuvo siempre a la sombra de un mundo académico en el que buscó el honor y la fama que proporcionaban los salones oficiales.

A pesar de todo, Manet nunca se encontró más cerca del impresionismo que durante su estancia en Argenteuil. En ella pintó a diario junto a Monet, codo con codo, a veces incluso representando los mismos paisajes con idénticos enfoques. Su pincelada se aclara y se vuelve más suelta y sus temas tornan la mirada hacia lo popular. Manet llega incluso a representar en uno de sus lienzos a su amigo Claude trabajando en su barco-estudio junto a su esposa, capturando así uno de los momentos claves en el desarrollo del impresionismo: ese estudio flotante que salía del interior y se insertaba en medio mismo del Sena.

En la localidad francesa, Édouard también pintó uno de los lienzos más significativos de toda su carrera, Argenteuil. Apenas un año antes, Manet había realizado una serie de retratos, más o menos en la senda académica, que habían despertado la ansiada aprobación para el pintor por parte de los críticos oficiales. Uno de ellos, titulado La buena caña, incluso había recibido una mención honorífica en el Salón de París

La buena caña, cuadro de Manet que recibió una mención honorífica en el Salón de la Academia. Foto: ASC.

El lienzo Argenteuil representaba todo lo contrario. Se trataba de una escena popular, realizada en uno de los descansos de los almuerzos de remeros, en la que una pareja posaba sentada frente al Sena. En la orilla del río, bajo la intensa luz del sol, la pincelada de Manet se vuelve corta y precisa y el color se satura. Cuando finalmente Manet presenta el cuadro en el Salón oficial de 1875, la crítica es tremendamente despectiva. Sus fondos azules son comparados con la superficie de una pared. Gaillardon llega a decir: “Resulta demasiado evidente que los barqueros de Argenteuil son el acabose. Decididamente, Manet no es más que un excéntrico”. 

Para la Academia el pintor había pasado definitivamente a engrosar las filas de lo que ellos calificaban como “la banda de Monet”. Tal vez por eso, pasado el verano de 1874, no siguió experimentando por la senda pictórica de los impresionistas. Pronto volvió a sus retratos y a sus escenas de interior. Pero el recuerdo de su vivencia en Argenteuil y su incursión en la pintura au plein air probablemente nunca le abandonasen. Prueba de ello es que un año después volvió a pintar una escena popular de barqueros sobre un río. Esta vez, sin embargo, los protagonistas serían los gondoleros de Venecia que retrató durante su viaje a Italia.

La familia Monet en su jardín (1874), de Manet. Foto: Getty.

Monet, Renoir y Sisley: la pintura compartida

Si un espectador comparase uno de los famosos lienzos de bañistas pintados por Renoir en su última etapa con uno de los Nenúfares de Monet, podría pensar que se encuentra ante dos universos pictóricos totalmente distintos. Sin embargo, esto no fue siempre así. De hecho, durante la estancia de Renoir en Argenteuil algunas de sus pinturas podrían resultar prácticamente idénticas a las de Monet para un público poco avezado.

Al igual que Manet, Renoir pasó algunas temporadas junto a Monet en Argenteuil, donde pintaron varios cuadros juntos. Parece, sin embargo, que el nivel de afinidad artística que este mostró hacia el pintor de escenas fluviales fue mucho mayor del que experimentó Manet. Así lo demuestran los más de cinco pendants, o vistas compartidas en las que ambos representaron un idéntico tema. Durante sus estancias en la campiña, Renoir llegó a pintar hasta en cuatro ocasiones a Camille, la esposa de Monet.

Madame Monet leyendo (1874), Renoir. Camille posó para varios impresionistas, no solo para Monet. Foto: Album.

Algo similar ocurrió en el caso de Alfred Sisley, que en realidad fue el primero en reunirse con Monet en Argenteuil en el verano de 1872. Y esto no debe sorprender, ya que Sisley había sentido predilección desde joven por el paisaje. A él las vistas rurales del pueblo ribereño le resultaban tremendamente evocadoras comparadas con las bulliciosas calles de París. La sintonía entre Sisley y Monet fue también excelente, lo que supuso que ambos llegasen a pintar hasta cuatro vistas compartidas, entre ellas los famosos lienzos del Puente de Argenteuil.

Debe señalarse que el hecho de que varios pintores trabajasen juntos suponía en sí mismo un acto de tremenda modernidad, el cual requería un considerable nivel de confianza y amplitud de miras. Y es que durante el proceso de la ‘pintura comunal’ tenían que compartirse necesariamente conocimientos, observaciones e incluso trucos técnicos. Un ejercicio que a priori podría recordar más a la labor de aprendices que a la de maestros plenamente consagrados. Pero no cabe duda de que la experiencia les satisfacía plenamente. El tono íntimo del lienzo La familia de Monet en el jardín de Renoir y de su pendant pintado al mismo tiempo por Manet da buena cuenta de ello.

Plaza en Argenteuil (1872), de Alfred Sisley. Foto: ASC.

Caillebotte y el final de Argenteuil

La presencia de Gustave Caillebotte en Argenteuil fue la más continuada y permanente de todas. Incluso llegó a comprar unas tierras en la orilla opuesta del Sena, donde construyó una casa que fue su residencia oficial. Argenteuil ofrecía desde luego una amplia paleta de paisajes y motivos que resultaban especialmente pintorescos para los artistas que buscaban la modernidad más allá de los bulevares de la metrópoli. Un buen ejemplo de ello lo constituye el género de la vista panorámica. No fueron demasiadas las pintadas por los impresionistas, pero dos de las escasas conservadas fueron realizadas por Monet y Caillebotte desde lo alto del monte Orgemont, a las afueras de Argenteuil. No se trataba de vistas detalladas, sino más bien de sugerentes paisajes en los que al fondo se recortan las chimeneas industriales del pueblo.

Pero el sueño de Argenteuil resultó efímero y, poco a poco, los impresionistas se alejaron de la campiña francesa. El grupo inevitablemente se separó (no solo debido a los diferentes avatares de la vida, sino a que cada uno deseaba seguir su camino propio y avanzar en su arte de distintas maneras). Tan solo Renoir se acercó de vez en cuando al retiro campestre de Caillebotte, pero no para pintar en compañía, sino únicamente para visitar a su amigo.

Barcos de pesca en Argenteuil (hacia 1888), de Gustave Caillebotte, el único de los impresionistas que siguió viviendo en la localidad. Foto: ASC.

A finales del año 1885, cuando el grupo impresionista ya se había fraccionado definitivamente, todos excepto Caillebotte habían abandonado el pueblo. La muerte le sobrevino pintando en su casa de Genevilliers (un accidente cerebrovascular apagó su vida en 1894, a los 45 años). Con Caillebotte también moría el último vestigio del ‘parnaso dorado’ de los impresionistas.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-06-04 10:58:05
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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