Menú Cerrar

Así fue el vertiginoso ascenso social de Velázquez

Así fue el vertiginoso ascenso social de Velázquez

Las esperanzas que Velázquez tenía a su llegada a la corte por segunda vez se cumplieron sobradamente. Velázquez había contraído matrimonio con la hija de su maestro, Juana Pacheco (1602-1660), una unión de la que habían nacido dos hijas, Francisca y María Ignacia, y su suegro debió de pensar que la corte era el ámbito donde su maestría podría asegurarle un gran futuro.

Felipe IV, su corte y detalle de las Meninas, óleo de Eugenio Lucas, 1858. Foto: Crédito.

El pretexto del primer viaje fue ir a aprender de los grandes maestros cuyas obras se guardaban en la colección de pinturas que habían atesorado monarcas anteriores como Felipe II y Carlos I, y que se conservaba en el monasterio de San Lorenzo del Escorial. Unas expectativas que se cumplieron gracias a la gestión de un clérigo muy vinculado a la corte, Juan de Fonseca, buen amigo de su suegro y muy cercano a Olivares, y que permitió que el maestro sevillano se viera envuelto por el arte de pintores como Tiziano, Veronés o Tintoretto, entre otros. Una experiencia que daría a su pintura una nueva impronta y le haría olvidar el tenebrismo que impregna sus primeras obras, para dar paso a una luminosidad y un colorido que, hasta entonces, habían sido esquivos en sus cuadros. 

No obstante, Fonseca no consiguió que Velázquez accediera, como se pretendía, a la persona del rey. Pero su retrato de Luis de Góngora, por entonces capellán del monarca, hizo las veces de tarjeta de presentación y, aunque regresó a Sevilla algo desencantado del resultado del viaje, apenas un año después hubo de volver a Madrid, esta vez reclamado directamente por Olivares. Hospedado en casa de Juan de Fonseca, el realismo del retrato de su anfitrión causó tal admiración en la corte que Felipe IV no dudó en encargarle (1623) su propio retrato, una obra lamentablemente desaparecida —posiblemente en el incendio del Alcázar de 1734—, junto con el que pintó del príncipe de Gales, que se hallaba entonces en Madrid para concertar su matrimonio con la infanta María de Austria, hermana del rey. El proyecto nupcial no prosperó, pero la coyuntura sirvió de oportunidad para afianzar la carrera de Velázquez en la corte.

Retrato de Juan de Fonseca, obra de Velázquez. Foto: AGE.

Un rey artista

Apenas cinco años después, Velázquez ya estaba permanentemente instalado en la corte junto con su familia, gracias al nombramiento de pintor de cámara que recibió en 1628 tras la muerte de su antecesor en el cargo Santiago Morán el Viejo (1571-1626). Había conseguido la meta que le había hecho abandonar Sevilla. A ello había colaborado el hecho de que Felipe IV tenía, además de una gran sensibilidad artística, conocimientos de pintura —puesto que había recibido clases de dibujo de Juan Bautista Maino—, y supo apreciar de inmediato las dotes del pintor. Tal fue su admiración por Velázquez que no dudó en emparejar un nuevo retrato ecuestre en los salones del Alcázar con el de Carlos I en la batalla de Mülberg pintado por Tiziano, y que se tenía como la obra cumbre de la especialidad. Con ello, el monarca equiparaba sin rodeos al pintor sevillano con el gran maestro veneciano. Es más, tal era su admiración por Diego de Silva que le asignó un sueldo de veinte ducados al mes, independientemente de la retribución que recibiera por sus encargos y otras concesiones como un beneficio eclesiástico en las islas Canarias que le reportaba 300 ducados anuales y para cuya concesión Olivares tuvo que interceder ante el pontífice Urbano VIII.

La principal obligación de Velázquez como pintor de cámara era realizar los retratos de la familia real, pero también pintar una serie de cuadros para decorar los salones de los palacios reales, una opción que le permitía elegir los temas y, por tanto, trabajar con mayor libertad, un privilegio del que carecían la mayoría de artistas de la época, sometidos a los encargos y, como tal, a los gustos de los clientes. Así, por ejemplo, en 1629 pintó El triunfo de Baco o Los borrachos, su primera obra de tema mitológico. Parece ser que lo hizo influido por Rubens. Sin embargo, la influencia del maestro flamenco no se notó en los retratos reales realizados por Velázquez, ya que mientras Rubens se inclinaba por realizar auténticas alegorías de la monarquía, el sevillano prescindía al máximo de la simbología del poder para insistir en la naturalidad de las poses y acentuar, gracias a la expresión facial, la psicología del retratado.

El triunfo de Baco (1629). En su primera obra de tema mitológico, Velázquez funde lo divino con lo mundano. Foto: ASC.

Ampliación de estudios

Cuando Velázquez viajó a Italia por primera vez, en 1629, contaba con dos años de salario más lo obtenido de encargos diversos, así como con el salvoconducto del rey que calificó el viaje como de ampliación de estudios. Le acompañaban un sirviente y una serie de cartas de recomendación para que le abrieran las puertas tras las que se encontraban algunas de las grandes obras maestras de la historia de la pintura occidental.

Por iniciativa real, Velázquez viajó a bordo de la nave con la que el almirante Ambrosio Spínola regresaba a su Génova natal. Arribó a puerto un mes después, si bien apenas se detuvo en la ciudad ligur, ya que, de inmediato, siguió hacia Venecia, Cento y Roma, donde el cardenal Francesco Barberini, a quien había retratado en Madrid, hizo las gestiones pertinentes para que se le permitiera el paso a las Estancias Vaticanas donde pudo contemplar y analizar la obra de Miguel Ángel y Rafael.

Retrato de María de Austria. Realizado en Nápoles en 1630. Foto: ASC.

La corte, sin embargo, le reclamaba. De ahí que en el otoño de 1630 regresara a Madrid tras una corta estancia en Nápoles —donde trató a José de Ribera El Españoleto—, y realizó el retrato de María de Austria, hermana de Felipe IV, que se encontraba en la ciudad en espera de dirigirse al encuentro de su futuro esposo, Fernando III de Habsburgo.

De nuevo en Madrid

El regreso a la corte representó para Velázquez el auge de su carrera. Su técnica era extraordinaria, gracias a estar en posesión de la mejor formación pictórica que un artista español había recibido hasta entonces. Consagrado a su labor de retratista real, instaló su taller en el propio alcázar y realizó en apenas dos años (1634 y 1635) retratos ecuestres de Felipe III, de su esposa Margarita de Austria, de Felipe IV, del príncipe Baltasar Carlos y de su madre, la reina Isabel de Borbón. Su prestigio crecía por momentos y otro tanto sucedía con su papel en la corte.

Gozando de la plena confianza del rey, de quien era prácticamente su confidente, fue nombrado en 1633 alguacil de la corte y en 1636 ayuda de guardarropa del rey. Cargos que culminarían con ser reconocido como ayuda de cámara en 1643 y superintendente de obras en 1645, unas responsabilidades que le permitirían vivir la intimidad cotidiana del rey y le darían los elementos clave de su personalidad para trasladarlos a sus retratos, clasificados como psicológicos. Asimismo, desde 1631 contaba con un ayudante, Juan Bautista Martínez del Mazo, sin duda alguna el principal heredero de su técnica que, como era usual en el gremio de pintores, acabó por contraer matrimonio con la hija mayor de su maestro, Francisca.

El retrato ecuestre de Felipe IV es el más importante del conjunto. Foto: ASC.

Las circunstancias cambiaron radicalmente a partir de 1640. El declive del Imperio fue también el de Velázquez, al menos en lo relativo a la intensidad de su producción. Las labores cortesanas al servicio de Felipe IV absorbían buena parte de su tiempo, y su cargo de superintendente de obras le reclamaba a la hora de supervisar la amplia reforma que, por entonces, se realizó en el alcázar. Por otra parte, el delicado momento político —levantamiento de Cataluña y Portugal en 1640 o la derrota de los Tercios en Rocroi—provocaron la caída de Olivares, su mayor y mejor protector

Se iniciaba entonces una nueva etapa en la vida del maestro sevillano. Una etapa de introspección personal en la que solo su arte resultó indemne. Porque Velázquez no tenía suficiente con ser reconocido por su arte, e intentó por todos los medios introducirse en el círculo nobiliario de la corte. Para ello quiso entrar en la Orden de Santiago, lo que implicaba la rehabilitación de sus ancestros puesto que el aspirante debía probar que en su línea genealógica no solo figuraba algún miembro de la nobleza, sino también que no había judíos ni conversos. En 1659, el Consejo de Órdenes Militares abrió una investigación sobre su linaje, tomando declaración a más de un centenar de testigos. Finalizada la encuesta, sus pretensiones fueron rechazadas tanto por no poderse acreditar la nobleza de su abuela paterna ni de sus abuelos maternos, como por el hecho de que vivía de la pintura y el trabajo remunerado eximía de la pertenencia a las clases nobles. No obstante, Felipe IV intervino y solicitó la oportuna dispensa del papa Alejandro VII, quien por un breve apostólico de julio de 1659 permitió que se le concediese el hábito de caballero de la Orden de Santiago aun en contra de la opinión del Consejo de Órdenes Militares.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-07-11 07:35:50
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Mi resumen de noticias

WhatsApp