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Así se desarrolló la cruenta batalla del Jarama

Así se desarrolló la cruenta batalla del Jarama

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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En febrero de 1937 se cumplían siete meses desde la sublevación militar que se había impuesto en la mitad del país. En el atormentado cuerpo de España, cuyo brazo derecho luchaba encarnizadamente contra el izquierdo buscándose ambos el corazón, todos los progresos caían del lado de los facciosos, que es el término exacto que tiene nuestro idioma para aquellos que se alzan en armas. Los avances de las columnas franquistas demostraban diariamente la efectividad de los militares profesionales ante los desesperados intentos de frenarlos por parte de una población civil desorganizada y desarmada. El Gobierno cometió tremendos errores hasta que comprendió que la única posibilidad de resistir era organizarse, y entonces se puso a la tarea frenéticamente.

Dos soldados republicanos vigilando la cuenca del Jarama con unos prismáticos en marzo de 1937. Foto: Contacto.

Las columnas de los sublevados, compuestas por mercenarios marroquíes del Ejército de África y legionarios del Tercio de Extranjeros, habían salido de Sevilla el día 2 de agosto de 1936, y tres meses después acampaban ante la capital.

Madrid conocería durante aquel mes de noviembre la época más dura y agitada de toda su Historia, convirtiéndose a su pesar en el centro del interés mundial.

Franco estaba convencido de que entrar en Madrid significaba ganar la guerra y había conseguido reunir a 15.000 atacantes en su periferia. El 6 de noviembre, ante la inminencia del asalto, el Gobierno resolvió trasladarse a Valencia. Era una decisión difícil de entender por los madrileños, que se veían abandonados a su suerte ante el enemigo, pero necesaria para seguir la guerra, que de otro modo podía terminar con la aprehensión del Gobierno en pleno y sus estructuras de mando. La defensa de la ciudad quedó encomendada a una Junta presidida por el general Miaja, quien al estallar la guerra estaba al frente de la 1ª Brigada de Infantería de Madrid. Y Miaja llamó a su lado al coronel Vicente Rojo, un sagaz estratega teórico a quien la experiencia convertiría, con el tiempo, en la figura clave de las operaciones militares republicanas.

En octubre de 1936 Vicente Rojo sería ascendido a teniente a coronel. Foto: ASC.ASC

Un golpe de suerte

El problema principal de los defensores era la falta de armamento. Mientras que los facciosos habían conseguido desde el primer momento la ayuda de Hitler y Mussolini, la República encontró casi todas las puertas cerradas a sus demandas: solamente México y la Unión Soviética estaban por la labor. El día 2 de noviembre, las reservas de oro del Banco de España eran desembarcadas en el puerto ruso de Odesa: casi 8.000 cajones con un peso de 75 kilos cada uno, suficientes para pavimentar por completo la Plaza Roja con una placa sólida de 15 cm de espesor. Como por casualidad, al día siguiente, 3 de noviembre, sobrevolaron la capital los primeros cazas rusos de última generación, los Polikarpov I-15 que en España se llamarían “chatos”.

Franco había fijado la fecha del 8 de noviembre para el gran asalto a la capital, pero la víspera se produjeron dos hechos esenciales para los defensores. El primero fue el desfile de las Brigadas Internacionales por la Gran Vía, que levantó la moral a la población y a los combatientes. El segundo fue un hecho fortuito, un “premio de la lotería” para Miaja y Rojo: en la guerrera de un jefe tanquista italiano muerto en combate se encontraron los planos completos de la ofensiva del día siguiente.

La víspera del ataque franquista a Madrid, las Brigadas Internacionales inyectaron moral a la población desfilando por la Gran Vía (arriba, a su paso por la calle de Alcalá). Foto: EFE.

Estaba planteada como una maniobra distractiva para atraer a los gubernamentales hacia el puente de Segovia y lanzar luego el ataque principal por el puente de los Franceses, la Casa de Campo y el parque del Oeste. Los brigadistas fueron enviados a reforzar la Casa de Campo, y la defensa del puente de los Franceses se encomendó al comandante Carlos Romero Giménez, a quien los mejores historiadores de la Guerra Civil consideran el héroe máximo de la defensa de Madrid, aunque no tiene ni un callejón a su nombre en la ciudad por la que se jugó la vida. Cosas de la memoria o, mejor dicho, de la amnesia histórica.

Primera batalla de Madrid

Contra todo pronóstico, la ciudad aguantó. Luchando como gatos monteses, rellenando latas de leche condensada con dinamita, los milicianos resistieron el ataque, aunque los franquistas consiguieron cruzar el Manzanares y entrar en la Ciudad Universitaria, que fue objeto de combates durísimos. Allí luchó la famosa columna anarquista de Buenaventura Durruti, que a pesar de su merecido prestigio chaqueteó ante los moros. Durruti fue relevado del mando por Miaja y murió el 20 de noviembre (el mismo día que José Antonio Primo de Rivera en la cárcel de Alicante) en condiciones muy discutidas. 

El 23, ante la evidente impotencia de sus tropas para continuar el asalto frontal, Franco decidió asediar la capital cortando sus vías de comunicación y dispuso un ataque sobre la carretera de La Coruña, que se convertiría en una obstinada y cruenta batalla. El día de Reyes de 1937, once batallones marroquíes y cinco de legionarios cortaron la carretera por el kilómetro 13 tras apoderarse de Pozuelo, Húmera y Aravaca. Miaja les enfrentó lo mejor que tenía y los frenó, de modo que, tras un mes de desgaste atroz por ambas partes, el 15 de enero los franquistas desistieron. Sobre el campo de batalla quedaban 15.000 combatientes de ambos bandos.

Baja la moral de los franquistas, sube la de los republicanos

El esfuerzo atacante había sido estéril en la práctica. La carretera estaba batida en un tramo, pero se la podía alcanzar más al norte tomando caminos secundarios. El ejército de África se había estrellado contra la capital. Si no en la tumba del fascismo, Madrid se había convertido en el machadiano rompeolas de todas las Españas.

La experiencia había demostrado a los atacantes que la única manera de tomar la capital era cercarla por completo para evitar la llegada de armas y abastecimientos. Su voluntad era dejarla sin pan y sin cartuchos, pero sólo ejercían el control sobre la mitad occidental del perímetro: desde Seseña, por el sur, a la carretera de La Coruña, por el norte. Quedaban fuera de su alcance las dos grandes arterias que nutrían el corazón de Madrid con los aportes de la media España republicana: las carreteras de Valencia y Barcelona. Ese propósito desencadenaría como primera fase la batalla del Jarama, y como segunda, la de Guadalajara.

Soldados de la 2.ª División italiana del CTV, «Fiamme Nere», avanzan por la carretera durante la batalla de Guadalajara. Foto: Album.

Conviene tener en cuenta un detalle bastante importante. Con el paso de las semanas, las tropas de Franco se debilitaban mientras que las gubernamentales se fortalecían. Una buena parte de las primeras – la más combativa– llevaba luchando desde el verano, y la fatiga acumulada se agravaba por el decaimiento de su moral al no haber logrado entrar en Madrid.

En cambio, los republicanos estaban satisfechos de haber conseguido organizarse militarmente, y la moral iba alta porque habían comprobado que eran capaces de algo que no se había logrado aún: cerrar el paso a Franco. Su situación seguía siendo terrible, sin duda, pero había mejorado mucho respecto a noviembre: estaban mejor armados y sentían detrás de ellos la asistencia y el aliento de toda la ciudad. Disponían de tanques y de aviación. Los carros de combate T-26 soviéticos eran muy superiores a los italianos y alemanes de sus contrincantes, y los nuevos cazas sucesores de los chatos, los Polikarpov I-16, llamados “moscas” por los republicanos y “ratas” por los franquistas, de diseño revolucionario y con enorme capacidad de maniobra, los llenaban de esperanza.

La estrategia lleva al Jarama

Como dos jugadores sentados ante el tablero de ajedrez, tanto los gubernamentales como los sublevados estudiaban la siguiente jugada. Y ambos veían la misma: una vez estabilizadas las posiciones en el norte y el oeste de la capital, el interés del juego se había desplazado al sur y al este. Miaja y Rojo fortalecieron la zona con la idea de desencadenar una ofensiva pensada para el 12 de febrero de 1937, pero ignoraban que el enemigo planeaba la suya para el 24 de enero. Sin embargo, en esa fecha empezó a llover torrencialmente; cuando cesó la lluvia días después, el terreno había quedado impracticable. Al fin, el 6 de febrero, sin que se hubiera secado el barro, Franco ordenó el avance hacia el río Jarama de la División Reforzada de Madrid, una poderosa maquinaria militar a las órdenes del general Orgaz que había absorbido lo más aguerrido de las tropas de choque, compuesta por cuatro brigadas al mando del teniente coronel Asensio y los coroneles Rada, Sáenz de Buruaga y García Escámez, todas ellas bajo el mando directo de Varela. En total, unos 25.000 hombres apoyados por artillería, aviación y carros de combate. Además, se contaba con una agrupación de caballería al frente de la cual se hallaba un capitán franquista de pintoresco apellido: Joaquín Cebollino von Lindeman.

Infografía del desarrollo de la batalla del Jarama. Foto: Carlos Aguilera.

La del Jarama iba a ser la primera batalla campal de la guerra, la primera en la que intervendrían la infantería, la artillería, los carros y la aviación de los dos bandos. Fue un encuentro brutal y a cara de perro con las armas más adelantadas de la época en una superficie de 250 km2. Fue, en consecuencia, una carnicería.

El primer día del avance franquista, 6 de febrero, continuaba lloviendo. Los gubernamentales, aunque esperaban la embestida, supusieron que el enemigo no se movería hasta que el barro se secase y se vieron sorprendidos por el ataque y sacudidos por su fuerza. Los nuevos cañones alemanes de Franco machacaron durante media hora los puestos republicanos y luego avanzaron sobre ellos los tanques. La sorpresa les permitió avanzar hasta Ciempozuelos y La Marañosa, que eran sus objetivos de partida. La reacción gubernamental fue, por una vez, rapidísima. Aquella misma tarde, Rojo organizaba dos grupos de combate mandados por Juan Modesto y el teniente coronel republicano Ricardo Burillo, compuesto cada uno de ellos por dos brigadas mixtas.

Pontoneros de la 21ª Brigada Mixta, al mando del comandante Gómez Palacios, terminando de tender un puente. Foto: Juan Guzmán / EFE.

El día 7 continuó la progresión franquista, que culminó el 8 con la ocupación de los altos de Vaciamadrid, lo cual les permitió batir con la artillería un trecho de la carretera de Valencia. Ese mismo día, las fuerzas facciosas se vieron engrosadas con el aporte de 8.000 portugueses voluntarios del llamado Tercio Viriato y un batallón de voluntarios fascistas irlandeses bautizado Legión de San Patricio.

Los gubernamentales comprendieron la amenaza: echaron mano de tres Brigadas Internacionales, la XI, la XII y la XV (que aún no había completado su formación), enviaron al Jarama todos sus tanques y organizaron una leva en los cuarteles y en los hospitales madrileños, que albergaban a 28.000 soldados heridos o enfermos. Al amanecer del día 10, 32 tanques T-26 seguidos por los 14 batallones producto de la leva se encaminaron al frente. Llovía intensamente y los hombres iban a pie, porque faltaban camiones de transporte. Y el frente se encontraba a más de 30 km.

Los combates más intensos hasta entonces

A esa misma hora, en el bando contrario, Varela ordenó a sus brigadas que cruzasen el Jarama, lo que exigía apoderarse previamente del puente del ferrocarril que salvaba el río a la altura de Pindoque. Para ello se preparó un comando compuesto por marroquíes que, a las tres de la madrugada y armado con gumías y bombas de mano, aniquiló a la guarnición del puente, un batallón franco-belga integrado en la XII Brigada Internacional. Los marroquíes se apresuraron a cortar los cables de las cargas dispuestas para volarlo, pero en la oscuridad nocturna no los vieron todos y los encargados de la voladura, que ocupaban un caserío próximo y habían sido alertados por las detonaciones, lograron hundir un sector del puente. Los zapadores franquistas lo reconstruyeron parcialmente al amanecer del día 11, pero las alarmas ya habían saltado en el bando republicano y el fuego de su artillería se focalizó en las inmediaciones del puente, donde se concentraba la tropa facciosa, causando muchas bajas. La primera en pasar al otro lado fue la caballería de Cebollino, que se topó de frente con un grupo de tanques gubernamentales. Al verlos, los franquistas se precipitaron a instalar una batería antitanque del 37 que puso en fuga a los carros tras destruir dos de ellos. A continuación apareció en el cielo una escuadrilla de cazas republicanos que se dedicó a ametrallar la concentración invasora.

Ambos bandos sentían que sus esfuerzos en el Jarama eran decisivos y echaron mano de cuanto podían disponer. En aquellos días, se produjeron los combates más intensos que la Guerra Civil produjera hasta entonces; los observadores extranjeros y los periodistas los compararon con los de Verdún y Somme en la Gran Guerra.

Deshacer el equilibrio en los altos del Pingarrón

Se debía a que se había llegado a un cierto equilibrio militar. La artillería franquista era superior a la gubernamental, pero los tanques y los aviones republicanos eran superiores a los franquistas. La infantería se batió con denuedo entre los olivares. Cuatro de las 18 brigadas republicanas eran internacionales, y entre ellas recibió su bautismo de fuego la XV, donde luchaban los norteamericanos del Batallón Abraham Lincoln y los británicos del British Batallion. Estos últimos protagonizaron un episodio tan funesto como heroico en la llamada Colina del Suicidio: recibieron municiones equivocadas para sus ametralladoras y tuvieron que defenderse exclusivamente con sus fusiles. De los 600 hombres que habían tomado la colina, sólo sobrevivieron 225.

Miembros del Batallón Lincoln, parte de las Brigadas Internacionales, en 1937. Foto: Getty.

Durante las dos semanas siguientes, los combates llegaron al paroxismo. La denodada resistencia de los gubernamentales desgastaba gravemente a las tropas franquistas, hasta el punto de que estos se vieron al borde de la catástrofe. La aviación republicana dominaba los cielos y el general Orgaz recibió una rotunda negativa a su desesperada petición de refuerzos. Era evidente que la iniciativa de la lucha había pasado al bando gubernamental y que los feroces atacantes resistían ahora como podían. Estratégicamente, el esfuerzo de ambos bandos se centró en la conquista de una elevación natural que domina la vega del río: los altos del Pingarrón. Habían sido tomados al asalto por los moros la noche del día 11, y ahora que los republicanos tenían ventaja intentaron desalojarlos de allí. Los dos bandos eran conscientes de que, si lo conseguían, toda un ala del Ejército franquista quedaría copada.

Violencia sin cuartel… y empate final

La misión se encomendó a las tropas que mandaba Líster –expertas y bravas–, apoyadas por dos Brigadas Internacionales. Tras sufrir enormes pérdidas, consiguieron apoderarse del Pingarrón, pero lo perdieron al día siguiente tras rechazar por tres veces el asalto de los marroquíes de Ceuta al mando del comandante Zamalloa. Los combates al pie del promontorio se recrudecieron y el día 23 la República volvió a intentarlo, después de un violento fuego de artillería concentrado sobre la posición. Apenas cesaron los cañones, las brigadas de Líster atacaron de nuevo, apoyadas por los internacionales, 20 carros de combate y una brigada anarquista. Las seis horas siguientes fueron de una violencia alucinante. Las laderas del Pingarrón se cubrieron literalmente de cadáveres, y los defensores marroquíes perdieron el 80% de sus efectivos. Los de Líster consiguieron alcanzar la cumbre, pero no dominaban el cerro por completo. Entonces, la artillería nacional empezó a disparar sobre ellos a la vez que la gubernamental lo hacía contra los franquistas, que aún ocupaban parte de la posición. El monte se convirtió en un volcán.

El líder comunista Enrique Líster en una trinchera del frente del Jarama. Foto: Juan Guzmán / EFE.

El 27 de febrero, un tabor de marroquíes de Melilla relevó a sus compañeros de Ceuta, justo a tiempo de enfrentarse a la última acometida de los republicanos. Cuando estos llegaron a la cumbre, la lucha fue cuerpo a cuerpo, a bayoneta. Tras cuatro horas de pugna agotadora, los republicanos comenzaron a retroceder y, cuando llegó la noche, regresaron a sus posiciones. Tanto los que se fueron como los que se quedaron estaban exhaustos. Esa misma noche, Franco, que había presenciado personalmente los combates, decidió junto a Varela y Orgaz que no tenía sentido continuar con la ofensiva. Los gubernamentales pensaron lo mismo y el frente se estabilizó. La batalla del Jarama había concluido, pero la guerra no. Su siguiente estación sería Guadalajara.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-06-17 08:41:56
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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