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Bárbaros de ayer… y de hoy, de la Grecia Antigua al siglo XXI

Bárbaros de ayer... y de hoy, de la Grecia Antigua al siglo XXI

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Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

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El término “bárbaro” tiene un significado contradictorio en nuestra lengua. Entre sus acepciones como adjetivo se encuentran las de cruel, tosco y grosero, pero también las de magnífico, excelente o extraordinario. A mediados del siglo XX había triunfado la segunda: si se decía que Fulano tenía un coche bárbaro o que el guateque de Mengano había sido bárbaro, era en sentido ponderativo. En esa acepción de la palabra había una base de admiración por la desmesura que está en el núcleo mismo de la contradicción del término.

En esta ilustración se recrea el ataque de las hordas mongolas en la batalla de Legnica (actual Polonia), en 1241. Foto: Rocío Espín y José Daniel Cabrera.

Su origen es griego. Se usó para referirse a los pueblos que no pertenecían a la comunidad helénica, o sea, a los extranjeros que no hablaban griego. Pero no a todos: los egipcios, por ejemplo, no eran bárbaros para los griegos, porque el término designaba más específicamente a las naciones que consideraban cultural y socialmente menos avanzadas que ellos. Es probable que el adjetivo naciera como una especie de caricatura de las lenguas de esas naciones, que estaban menos desarrolladas fonéticamente que el griego y aún conservaban muchas sílabas labiales: es como si hoy los hubiéramos llamado bláblaros.

Usos y costumbres de «los de fuera»

Claro que, en la denominación general, se incluyeron también las peculiaridades de sus ritos y costumbres que chocaban frontalmente con la cultura griega, regida por el ideal de la moderación. La falta más imperdonable para los helenos era la hybris: el exceso, la desmesura, la sumisión ciega a las pasiones. Y eso era precisamente lo que encontraban detestable en los pueblos bárbaros, esa tendencia irrefrenada a “pasarse tres pueblos”, como diríamos hoy.

Los griegos tenían una sociedad contenida por normas y hábitos: la ética, un término que alude a las buenas costumbres que la tradición ha consagrado como norma de vida. Los romanos traspusieron la idea a su idioma y nos dejaron el vocablo “moral”, que también significa costumbre. Esa palabra está hoy bastante degradada: hablamos de moralista, de moraleja o de moralina con intención despectiva, y nos parece poca cosa calificar de inmoral, por ejemplo, la crisis de los refugiados. Existen motivos para la confusión, porque si la moral es la costumbre el término se vuelve aún más discutible, ya que hay costumbres y tradiciones con las que lo inmoral es no romper ni protestar. La esclavitud era una costumbre hasta que se abolió; la fiesta taurina será una tradición hasta que termine por abolirse, por más que la defiendan los catedráticos de ética.

Cuando los griegos conocieron más a fondo a sus vecinos bárbaros, los cronistas, historiadores y poetas les transmitieron algunas verdades sobre las naciones más próximas, pero también muchas fábulas sobre las que había más lejos. Hablaban de pueblos como el los arimaspos, que vivían más allá de los escitas y sólo tenían un ojo en medio de la frente, o el de los hiperbóreos, que ocupaban las tierras que se extienden más allá de donde nace el viento del norte y que jamás soñaban. Las descripciones incluían hábitos repugnantes, bestialismo, canibalismo y otras costumbres especialmente desagradables para los griegos.

Los arimaspos son una tribu legendaria que supuestamente habitaba al norte del Mundo Antiguo. Sobre estas líneas, un arimaspo luchando contra dos grifos en un relieve del siglo III a.C. Foto: Album.

Los bárbaros y el Imperio

Pero sobre todo, y con carácter general, eran encarnizados enemigos en el combate, poseídos por un ardor guerrero incontenible. De alguna manera, los entendían como gentes atrasadas y degeneradas, niños grandes y maleducados incapaces de convivir con gente civilizada si no era en condición de esclavos. Y en esa condición descubrieron con cierto asombro que, participando de la cultura griega, los esclavos bárbaros podían llegar a ser tan refinados e inteligentes como ellos.

Cuando Roma tomó el relevo a Grecia en el ámbito de la cultura occidental, adoptó también el término “bárbaro” para referirse a ellos. Las grandes masas que constituían el núcleo de la población europea siguieron siendo en conjunto bárbaros, pero su conocimiento por parte de los romanos fue mucho mayor debido a la expansión del Imperio: es decir, debido a la guerra y la conquista. Roma reconoció a centenares de pueblos y tribus bárbaras diferentes, desde los pictos escoceses a los armenios, y un balance aproximado eleva a 60 las lenguas nacionales que circulaban por el Imperio, sin contar centenares de dialectos. Sin embargo, la consideración que le merecían a Roma era muy baja. A los hunos, por ejemplo, los llamaban bestias de dos patas. César habla de los bárbaros de la Galia mencionando su falta de pudor, su religión simplona, su comida basta y su gusto por la violencia, una constante en todos ellos.

De la mezcla de pueblos a la cristianización

La mezcla y, con el tiempo, la convivencia con tantas culturas no modificó sensiblemente la romana, que fue por el contrario la que se impuso culturalmente a las de los vencidos y la que, al cristianizarse, cristianizó al Imperio, dándole una segunda capa de homogeneización aparente. Porque los pueblos bárbaros, cristianos o no, continuaron oprimiendo los límites de Roma hasta que en el siglo V, vencido por su propia magnitud y extensión, el tambaleante artefacto imperial se vino abajo y llegó el momento de la verdad para los bárbaros, un momento que significó el comienzo de una larga y oscura Edad Media europea que se prolongó mil años.

La invasión del Imperio Romano por los bárbaros es una de esas cuestiones que la Historia no ha terminado de dilucidar con precisión. Quedan pocos documentos fiables de la época y fueron muchos los movimientos de pueblos que buscaban nuevas tierras para asolarlas o para establecerse en ellas si les venía en gana. Ostrogodos, visigodos, suevos, alanos y vándalos fueron los amos de Europa durante generaciones. Se calcula que una tercera parte de los nombres de persona franceses son de origen bárbaro. La mayor parte eran cristianos debido a su vecindad con las fronteras imperiales, aunque entre ellos predominaba la herejía arriana, que estuvo a punto de producir el primer cisma de la cristiandad. Otros, que llegaron de tierras más remotas, mantenían tenazmente sus religiones tradicionales, y las mantuvieron hasta que en el siglo XI los últimos paganos –pictos, rusos y escandinavos– abrazaron con mayor o menor entusiasmo el cristianismo.

En el siglo VIII, las costas francesas y británicas conocieron el desembarco de unos nuevos bárbaros a los que llamaban vikingos. Aparecían por sorpresa ante una población costera, desembarcaban y, con toda rapidez, mataban a diestro y siniestro, se apoderaban de cuanto tenía algún valor y volvían a sus naves llevándose a las mujeres y los niños como esclavos. Su objetivo preferente eran las abadías cristianas, con sus ricos tesoros sagrados de oro y joyas. Se hablaba sin parar de sus correrías, así como de sus banquetes orgiásticos en los que podía ocurrir de todo. Se cuenta que en cierta ocasión apresaron a un obispo, lo convidaron a su banquete y, como no se quiso quitar el sombrero (sinople) por ser el símbolo de su dignidad, se lo fijaron al cráneo con un clavo de un palmo.

Acuarela en la que se representa la llegada de barcos vikingos a Britania. Foto: AGE.

Visigodos contra sarracenos

A la península Ibérica, romanizada y cristianizada siglos antes, llegaron sucesivas oleadas bárbaras. Primero entraron los alanos, suevos y vándalos y más tarde los visigodos. Alanos y suevos hallaron tierras en las que establecerse en el occidente peninsular, pero los vándalos saltaron al norte de África después de arramblar con cuanto encontraron a su paso. De entre todas las tribus, estos eran los más temidos. Además de exhibir la misma fuerza y crueldad que los otros, se entretenían en demoler por sistema los muros de las poblaciones después de haberlas arrasado, una costumbre que escandalizaba a los romanos, quienes consideraban sagradas las murallas de sus recintos. A esa saña destructiva contra lo urbano es a la que deben su apelativo los que hoy seguimos llamando vándalos. La única explicación que se ha ofrecido para aquella actitud colectiva de furia gratuita es que la tribu se hubiera juramentado para no aposentarse en ninguna parte, y en consecuencia se obligaba a sí misma a destruir aquello que hubiera podido aprovechar para establecerse.

En Iberia, los visigodos pronto dejaron de ser considerados bárbaros. Terminaron controlando todo el territorio y la población autóctona romanizada acabó mezclándose con ellos hasta que unas cuantas generaciones después llegaron por el sur unos nuevos invasores a los que ya no se llamó bárbaros, sino sarracenos. En aquella época, la cultura musulmana era muy superior a la cristiana de modo que, para los invasores, los bárbaros eran los nativos del país. En cambio, la civilización occidental era cristiana en su conjunto, así que para ella los bárbaros –los gentiles– eran los no cristianos: los musulmanes. En la otra punta de la cristiandad, el Oriente ortodoxo, se concentraban los bárbaros asiáticos: tártaros y mongoles tomaron Moscú en el año 1238, quemaron la ciudad hasta los cimientos y violaron y masacraron a sus habitantes.

La frontera vino-cerveza

La historia del término “bárbaro” se oscurece durante siglos. La expansión imperial europea, empezando por la española, no consideró bárbaros a los habitantes naturales de los territorios que conquistó, aunque sí se habla, por ejemplo, de los ritos bárbaros de los aztecas y de sus horribles ceremonias con los corazones palpitantes de sus víctimas propiciatorias. 

Ofrenda del corazón de una víctima aún viva al dios de la guerra, Huitzilopochtli (imagen del Códice Magliabecchiano, s. XVI). Foto: Album.

En el Siglo de las Luces, que marca el inicio del conocimiento científico del planeta con los grandes viajes y el inicio de las grandes exploraciones, se habla de barbarie como la condición en que vive un pueblo sin ley, y de barbaridad para referirse a algo brutal y cruel. Pero en la misma época surge la noción del buen salvaje como el paradigma del ser humano libre de leyes sociales impuestas y orientado naturalmente hacia el bien. Se trata de una idea turbadora, porque supone que la barbarie no es el estado al que el ser humano está condenado por naturaleza, sino que, como todo lo demás, es algo que se aprende. En el siglo XIX, los italianos resucitaron el término para referirse al emperador austríaco como il barbaro tedesco, y parece que Verdi también lo utilizó aludiendo a Wagner. El sentido de “disparate” que le damos actualmente al término barbaridad es mucho más moderno.

Aunque hoy, expuesto en el ámbito de la Unión Europea, sea políticamente impertinente, hay que reconocer que la frontera que marca diferencias en el continente es la del Rin, la misma que conocieron los romanos como su limes, y a la que se ha aludido a veces como la frontera vino-cerveza. Al oeste y al sur de ese río sólo hay pueblos de habla romance y griega. Al este y al norte, lenguas germanas, nórdicas y eslavas.

El siglo XX ha sido la centuria de las Grandes Barbaridades, con dos guerras mundiales como máximos exponentes, y el origen de las mismas ha sido de nuevo el cruce de esa frontera del Rin por parte de los germanos, como si la Historia se complaciese en repetirse a sí misma.

La Gran Guerra dejó para la Historia de la barbarie batallas más cruentas y brutales que las que enfrentaron a romanos y germánicos como la del Somme o la de Verdún (en la foto). Foto: Alamy.

Dos Guerras Mundiales (y otras barbaridades)

Hay quien ha dicho que la convivencia entre el este y el oeste europeo sólo es posible cuando las cosas marchan bien para ambas partes, y que se deteriora rápidamente cuando surge el menor desacuerdo. La Unión Europea es, antes que nada, un intento para mantener la paz duradera en el continente buscando un provecho común, porque lo otro ya lo conocemos y no nos gusta. A lo largo del siglo pasado hemos ejercido de bárbaros luchando contra bárbaros, arrojándonos gas mostaza y bombas de fósforo y debatiéndonos entre el fango, la disentería y las alambradas de las trincheras. La feroz barbarie de los dos conflictos no hay quien la olvide, pero entre las cosas memorables las hay superlativas. Batallas como las de Verdún y el Somme fueron mucho más cruentas y brutales que cualquiera de las batallas entre romanos y bárbaros

Hemos cometido barbaridades inasequibles a los bárbaros más bárbaros, como el Holocausto o los bombardeos de Dresde, que revelan hasta qué punto somos capaces de crear monstruos mientras soñamos con la razón. Y monstruos que, pretendiendo ser del todo diferentes unos de otros –incluso enemigos irreconciliables– producen monstruosidades parecidas. Desde el punto de vista del sacrificio de sus pueblos, la barbarie nazi sólo encuentra un vago paralelo en la barbarie estalinista. Pero no hay que olvidar que fue Hitler quien invadió la Unión Soviética y no al contrario. Con Stalin sufrieron sobre todo los rusos; con Hitler padecieron los alemanes, los rusos y el resto de la humanidad.

La de Stalingrado fue una de las peores batallas de la Segunda Guerra Mundial, con bajas estimadas en más de dos millones de personas entre ambos bandos. Foto: Album.

El atávico miedo al diferente

La explosión sucesiva de dos bombas nucleares sobre sendas ciudades japonesas muy pobladas fue la barbaridad culminante que acabó con la barbarie de aquella guerra e inauguró una era nueva: la atómica. Como se sabe, los técnicos que construyeron las bombas solicitaron del presidente que sus efectos fueran exhibidos previamente ante el enemigo, haciéndolas explotar en lugares no poblados para forzarlos a pedir la rendición. Pero la decisión de Truman fue bárbaramente inflexible y unos 300.000 japoneses, la inmensa mayoría civiles, ardieron literalmente en unos momentos.

Luego llegó la Guerra Fría, y los soviéticos fueron vistos como los nuevos bárbaros, gentes sin dios dispuestas en cualquier momento a cruzar las fronteras e invadir el planeta para someterlo a su brutal dictadura. Aparentemente fue una época incruenta; no hubo sangre entre los grandes protagonistas, pero su sorda lucha produjo millones de víctimas interpuestas. Corea, Vietnam o Tailandia fueron otros tantos campos de guerra donde se escenificó lo que algunos entendieron como la pugna entre el moderno imperio occidental y las hordas asiáticas, repitiendo sin pretenderlo la definición de Hitler sobre el pueblo ruso y los eslavos en general.

Con la caída del Muro de Berlín se vio que eso no era cierto. Detrás de aquella vergonzosa barrera no esperaban las hordas de Atila con el sable entre los dientes, sino muchos millones de personas civilizadas que, como todas las demás, deseaban mejorar su vida. Más tarde, con la globalización y la entrada de China en el atrio de las grandes potencias, las calles de París, Berlín o Madrid se colorearon con todas las razas y, excepto en algunas conciencias, se instaló la consideración de que ni el color ni la lengua ni la religión suponen barreras insalvables para el trato social. Cayeron prejuicios atávicos y ese cambio parecía prometedor para la convivencia planetaria, dominada desde hace milenios por el miedo al diferente, que siempre fue la sustancia de fondo de la barbarie.

Vista desde el este de los berlineses reunidos en el Muro de Berlín para celebrar el Año Nuevo y el fin efectivo de la división de la ciudad, 31 de diciembre de 1989. Foto: Getty.

Pero los bárbaros de nuestra época han desarrollado nuevos métodos: son los grupos terroristas. Y más que bárbaros, porque ni Atila hubiera enviado a una niña de 10 años a hacer explotar una bomba en un hospital. Son individuos que se complacen en demostrar su crueldad y su desprecio a lo que consideramos humanidad, utilizando los medios de comunicación para globalizar sus acciones; gentes que practican lo que podríamos llamar marketing criminal. Los peores bárbaros, orgullosos de serlo.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-06-13 11:16:11
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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