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de la Santa Alianza a la Triple Entente

de la Santa Alianza a la Triple Entente

Había mil cosas ricas de comer: helados, ponches, caldos, dulces de todas clases y las exquisiteces más delicadas”. Ese era el fastuoso refrigerio que –según el relato de la joven esposa de un noble suizo– degustó lo más granado de la aristocracia y de las casas reales europeas durante el baile de inauguración del Congreso de Viena.

Mientras, las gentes comunes del continente seguían sumidas en la escasez provocada por dos décadas de guerra en territorio continental, a causa de la Revolución Francesa, primero, y del imperialismo napoleónico, después. El aprovisionamiento de los ejércitos, la devastación provocada por estos, el pillaje y el reclutamiento forzoso para interminables campañas habían causado estragos y dejado en la postración a la población de todos los países.

El Congreso de Viena se convocó para volver a la normalidad del Antiguo Régimen y se hizo, como no podía ser de otra forma, a la manera antigua, con toda la fastuosidad y el lujo habitual de los reyes y nobles, con extravagancias como el banquete citado o las más de 10.000 velas adquiridas solo para la velada inaugural, pero también con un esfuerzo de coordinación entre Estados nunca visto hasta entonces.

Congreso de Viena
Para reorganizar las políticas del Antiguo Régimen, se celebró el Congreso de Viena (en la litografía coloreada) de noviembre de 1814 a junio de 1815. Foto: Album.

La elegante Viena fue escogida como sede porque el Imperio austrohúngaro se puso al frente de los intentos para recomponer el mapa europeo, que había estallado hecho pedazos. Era uno de los ganadores, uno de los que había derrotado a Napoleón, y, gracias a las finas artes diplomáticas de su canciller Klemens von Metternich, se convirtió en el núcleo del bloque político legitimista de los llamados “Imperios Centrales”, por su posición en el continente, cuyo enfrentamiento con los países más liberales (Francia de nuevo) iba a definir la historia del siglo XIX. Y las consecuencias desembocarían en la Primera Guerra Mundial.

Cuatro potencias ante el liberalismo

El desarrollo del Congreso de Viena, que empezó –con retraso– el 1 de noviembre de 1814 y se dilató hasta el 9 de junio de 1815, supuso la consagración como actores principales en la escena principal de cuatro potencias que, a partir de entonces, empezaron a ser conocidas como los “Cuatro Grandes”: la citada Austria, Rusia, Inglaterra y Prusia. Relegadas a un papel menor quedaron dos superpotencias venidas a menos: España y Suecia, que a partir de entonces verían cómo su ascendiente disminuía de manera cada vez más acusada, para gran disgusto del orgullo español.

El canciller austríaco, Klemens von Metternich, defendió a las monarquías europeas en el Congreso de Viena. Foto: ASC.

A Francia, por su parte, no se la humilló a pesar de ser la gran derrotada, ya que se quería evitar generar un descontento en el país que pudiera ser el germen de nuevas guerras (una gran diferencia respecto a lo que harían un siglo después los ganadores de la Primera Guerra Mundial con Alemania). Como se había restaurado en el trono a los Borbones, se consideraba que las cosas habían vuelto a su cauce. Esta oportunidad sería aprovechada con gran inteligencia por Charles Maurice de Talleyrand, que a la sazón combinaba los cargos de primer ministro y ministro de Exteriores francés.

La fugaz resurrección militar de Napoleón, con su vuelta al continente abandonando el exilio de la isla de Elba y dando la batalla de Waterloo apenas unos días después de acabado el Congreso, puso a prueba la resistencia de los lazos forjados en él. Los Cuatro Grandes respondieron firmemente y desarbolaron definitivamente al indomeñable general corso. Pero esta prueba convenció todavía más a las potencias monárquicas del continente de que el gran peligro para la paz era el liberalismo y, por tanto, existía la perentoria necesidad de volver al absolutismo en toda Europa.

Batalla de Waterloo
En 1815, la batalla de Waterloo puso fin a las guerras napoleónicas y trajo consigo el exilio irreversible de Napoleón en la isla de Santa Elena. Foto: ASC.

Para este objetivo consideraron necesario impulsar un nuevo tratado: el de la Santa Alianza. Austria, Rusia y Prusia fueron los impulsores y defensores de esta liga constituida en septiembre de 1815, que se articuló explícitamente en torno a los principios cristianos de justicia, caridad y paz, con la pretensión de combatir el liberalismo y el secularismo.

Tres años después, en el Congreso de Aquisgrán de 1818, la Santa Alianza decidió actuar contra “demagogos y revolucionarios” e intentó definir una actividad intervencionista allí donde saltase un foco de liberalismo. Gran Bretaña se adhirió a ello, aunque con reservas. Las revueltas en Italia, el Trienio Liberal en España (donde Francia intervino decisivamente con su ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis en favor de Fernando VII) y la Guerra de la Independencia de Grecia fueron los tres escenarios donde se puso a prueba esta concertación absolutista. En el conflicto heleno acabaría por colapsarse, debido a las diferencias de intereses entre los aliancistas, ya que aunque los independentistas eran liberales también eran cristianos frente a los musulmanes del Imperio otomano.

Los Cien Mil hijos de San Luis
Esta viñeta recrea al ejército de los Cien Mil Hijos de San Luis, enviado por la Santa Alianza para poner fin al Trienio Liberal (1820-1823) en España. Foto: Album.

Confederación del Rin

El Congreso de Viena también había intentado encontrar una solución para la cuestión de los ducados y principados alemanes, que habían quedado huérfanos con la desaparición del Sacro Imperio Romano Germánico, ordenada por Napoleón, quien había creado en su lugar la Confederación del Rin. Muchos de estos pequeños entes soberanos habían apoyado al general francés en sus pretensiones imperiales, por lo que Austria se ocupó de constituir un nuevo ente que pudiera controlar, para evitar cualquier veleidad francófila. Así nació la Confederación Germánica, que reunió a 39 estados, el principal de los cuales era el Reino de Prusia. Todos ellos, incluidos los ya por entonces pujantes prusianos, quedaban bajo la presidencia de la Casa de Austria.

Pero, para gran disgusto de las monarquías absolutistas, las ideas liberales no desaparecieron con Napoleón. Llevadas por toda Europa con sus ejércitos, fueron asumidas por unas clases medias que cada vez soportaban menos el despotismo, aunque fuera ilustrado. Dieron lugar a la Revolución de 1830, que fue duramente reprimida, en particular por Metternich, tanto en las posesiones que los austríacos tenían en Italia como en Alemania. Las condenas a muerte de los revolucionarios se sucedieron por doquier.

La libertad guiando al pueblo
El cuadro de Eugène Delacroix La libertad guiando al pueblo, que representa una escena del 28 de julio de 1830, cuando el pueblo de París levantó barricadas. Foto: Museo del Louvre.

Eso erradicó los primeros intentos de la década de los 30, pero tan solo temporalmente. Se produjo una fusión entre las aspiraciones liberales y los movimientos nacionalistas, que empezaron a extenderse por buena parte de Europa. En particular, el Imperio austrohúngaro iba a sufrir las tensiones nacionalistas de manera casi continua, ya que sus dominios eran los más extendidos. Hungría, Italia, Eslovaquia, Bohemia y Moravia, y por supuesto los territorios alemanes, pondrían a prueba a los gobiernos de Metternich y sus sucesores, pero también tendrían consecuencias sobre las relaciones internacionales en el seno del continente.

Creación del Imperio alemán

Las revoluciones del 48 fueron el segundo intento de resquebrajamiento del orden monárquico absolutista, y la unificación de Italia por Garibaldi, que pudo expulsar a los austríacos con la inestimable colaboración de Francia, fue el primer resultado trascendente, un proceso que culminó en 1861. Tan solo cinco años después llegaría el enfrentamiento militar entre Austria y Prusia, con la llamada Guerra de las Siete Semanas.

La victoria de los prusianos, liderados por Otto von Bismarck, convirtió a estos en el Estado de referencia dentro de la Confederación Germánica, y pronto más allá de esas fronteras: en 1870 se enzarzaban en la guerra franco-prusiana, que tuvo como causa la voluntad de Bismarck de completar la unificación germánica con la incorporación de los estados alemanes del sur, algo que alarmó a la Francia de Napoleón III, que no quería un gran rival en sus fronteras del norte. La victoria prusiana en esta guerra llevó a la creación del Imperio Alemán en 1871, con la proclamación del káiser Guillermo I. El nuevo Estado, a pesar de ser el heredero de Prusia, tenía unas ambiciones mucho más vastas, algo que iba a ser un factor clave en el camino que llevaría hasta la Primera Guerra Mundial.

Estas aspiraciones llevaron a Bismarck y Alemania a ser el actor más dinámico de la política internacional en los años siguientes. Forjó así la Liga de los Tres Emperadores, una alianza informal con Austria y con Rusia que era la demostración más clara de la confluencia de intereses entre los monarcas conservadores, unidos tanto por sus intereses geoestratégicos como por su rechazo del liberalismo, el socialismo y, por supuesto, el republicanismo. Fue la primera consecución del llamado “sistema bismarckiano”, una serie de alianzas urdidas por el canciller alemán que tendrían como objetivo mantener aislada a Francia y evitar que se vengase de su derrota con Prusia.

Aun así, los problemas se multiplicaron. A la tradicional incapacidad de estas potencias para dar una solución a la situación de Polonia (que estaba repartida entre Austria, Prusia y Rusia desde el Congreso de Viena), se sumó el desplome del Imperio otomano en el este de Europa, que despertó la avidez de Rusia por anexionarse todos los territorios que aquel fuera dejando atrás, en buena parte fronterizos con los suyos. Su expansionismo fue frenado por las potencias occidentales en la Guerra de Crimea.

Pero la pérdida de autoridad de Constantinopla tuvo más consecuencias; en particular, la de disgregar los Balcanes, donde ya se daba una difícil coexistencia entre musulmanes y cristianos. Empezó a experimentar auge el movimiento conocido como “paneslavismo”, muy vinculado a Rusia. La identidad eslava sería acogida con entusiasmo en territorios como Serbia.

Firma de la Entente Cordiale

En el Congreso de Berlín de 1878 se llegó a un acuerdo sobre una nueva estructura territorial de los Balcanes, que consistió en la formación de muchos pequeños estados. Se pretendía así reducir la importancia del paneslavismo y en la práctica quedaron fijadas dos zonas de influencia: la austríaca (a quien se le concedió la administración de Bosnia) y la rusa. Esto, que los contemporáneos vieron como una gran solución, acabaría siendo el detonante más decisivo de los varios que contribuyeron al estallido de la I Guerra Mundial.

Congreso de Berlín
En 1878, se celebró el Congreso de Berlín (en este cuadro de 1881, los firmantes del acuerdo berlinés), en el que participaron los principales dirigentes europeos. Foto: Album.

El mapa de las alianzas experimentó una nueva sacudida en 1879 con la firma de la Dúplice Alianza entre Alemania y Austria-Hungría, que se revelaría como una colaboración muy sólida y duradera. Enseguida llegaría la conversión en Triple Alianza en 1882, con la incorporación de Italia. Antes Rusia había rehusado, disgustada con los otros dos emperadores, antaño amigos, por cómo se había resuelto el reparto de los Balcanes.

La Triple Alianza, que también pretendía servir para canalizar las pretensiones alemanas e italianas de contar con colonias en los otros continentes, es el precedente más directo del pacto de los imperios centrales en la Primera Guerra Mundial y también del Eje de Alemania, Italia y Japón en la Segunda Guerra Mundial. El acuerdo más importante entre sus integrantes fue el de protegerse mutuamente en caso de ser atacados por el Reino Unido o por Francia, percibidos entonces como las principales amenazas.

Pero estas dos potencias empezaron a revisar su política internacional al ver que estaban quedándose aisladas. En 1904, ambos países firmaban la llamada Entente Cordiale, poniendo punto final a una historia común plagada de guerra y rivalidad durante siglos. Se trataba fundamentalmente de un pacto de no agresión inspirado por las ideas del que desde 1898 era ministro de Exteriores francés, Théophile Delcassé, quien creía que solo el entendimiento con Gran Bretaña podía proporcionar seguridad a su país frente a las alianzas que estaba tejiendo Alemania. Ambas naciones consiguieron un productivo acuerdo que les permitió repartirse el norte de África.

Isabel II y el presidente francés Jacques Chirac
Isabel II y el presidente francés Jacques Chirac pasan revista a las tropas en los Campos Elíseos (París), el 5 de abril de 2004, en un acto para conmemorar los 100 años de amistad formal entre Francia y Gran Bretaña. Foto: Reuters.

Pronto contarían con un aliado más: Rusia. Esta gran potencia había experimentado múltiples desencuentros con Alemania en los años anteriores y eso ya le había llevado a firmar una alianza con Francia en 1891.

Dos bloques divididos

Las relaciones rusas con Gran Bretaña eran mucho peores, enfrentados por el control del Asia Central durante décadas en la rivalidad conocida como “El Gran Juego”. Este antagonismo había llevado a que los británicos apoyasen a Japón en la guerra que le enfrentó con Rusia entre 1904 y 1905. Pero, acabado este desastroso episodio militar de los ejércitos zaristas, los rusos aplicaron el pragmatismo y firmaron un acuerdo con los británicos en 1907, lo que les vinculaba sólidamente a los dos firmantes de la Entente Cordiale, que sería por ello conocida a partir de entonces como Triple Entente.

En los años subsiguientes, estos dos bloques se dedicarían a reforzarse y no tomarían ningún tipo de iniciativas encaminadas a rebajar la tensión. De ese modo se forjó un antagonismo que pronto iba a acarrear dos guerras mundiales.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-11-15 05:19:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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