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el éxodo olvidado de la Guerra Civil española

el éxodo olvidado de la Guerra Civil española

Ana Pomares responde al teléfono con una voz enérgica, pero que atesora la calidez que ofrecen décadas de vida y sabiduría. A su edad sigue activa, sin perder ni un ápice de ilusión por el día a día. Tanto, que solo alberga una exigencia para Muy Historia.

O, más bien, una amigable petición: que la entrevista no se extienda demasiado, pues algunos quehaceres la esperan. «Sigo cocinando con 93 años», declara. Minutos después, el tono, desde el principio vivaracho, se torna afligido cuando afloran los recuerdos de aquel 8 de febrero de 1937, día en que las tropas de Francisco Franco pisaron Málaga.

Ella tenía 9 años. «Estábamos en una casita de campo un poco alejada. Nos llevaron mis padres por los continuos bombardeos que había en la ciudad». A partir de entonces comenzó la pesadilla.

«La más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros tiempos…». Son palabras del doctor Norman Bethune, testigo de la DesbandáÁlbum

«Llegó mi padre y le dijo a mi madre que cogiera lo que tuviera a mano porque ya entraban los “moros”». Ana se refiere a los Regulares, columna vertebral de las fuerzas franquistas del sur de la península, junto a las tropas italianas. «Nos vistió solo con unos abriguillos que teníamos, porque toda nuestra ropa estaba en la otra casa».

En la calle les esperaba otra familia, con la que subieron a un vehículo. «Era un coche negro, grande, cuadrado y muy antiguo. Íbamos tantos dentro que los pequeños nos tuvimos que sentar en el suelo. No cabíamos». Solo faltaba su hermano, Guardia de Asalto de 21 años, al que un amor de juventud le llevó a permanecer en Málaga.

El automóvil inició renqueante la marcha con un objetivo: la carretera Málaga-Almería, hoy N-340. Única salida natural de la ratonera en la que se había tornado una urbe tomada por el pánico. No tardaron en darse de bruces con otros tantos miles de hombres, mujeres, niños y ancianos que habían tenido su misma idea y que, a esas horas, saturaban el camino dispuestos a recorrer —ya fuera «a pie, en borriquillo o, si eran afortunados, en coche»— los 200 kilómetros que les separaban de Almería.

No hubo orden. Los milicianos, víctimas del miedo, habían entonado también el sálvese quien pueda. Pero lo peor estaba por llegar. Y es que, en mitad de aquel caos, de aquella Desbandá, como se llamó décadas después, hicieron su aparición los buques y los aeroplanos de Franco.

«La más grande, la más horrible evacuación de una ciudad que hayan visto nuestros
tiempos…». Son palabras del doctor Norman Bethune, testigo de la Desbandá.
Álbum

«Los aviones, desde el cielo, lanzaron bombas y ametrallaron a la gente. Y los barcos, pegados a la costa, nos tiraron cañonazos», afirma. Ana no recuerda con exactitud las imágenes, pues su madre apagó la típica curiosidad infantil e intentó que no miraran por la ventana para que no vieran a los muertos.

Lo que jamás desaparecerá de su memoria es el sonido de las explosiones. «Las bombas silban de una forma muy característica». El miedo, ya a flor de piel, se exacerbó todavía más. «Algunos quisieron subirse al coche, pero es que no cabían». Ellos consiguieron huir, pero no así las entre 3000 y 5000 víctimas que se dejaron la vida en el camino.

«Fue una matanza, una carnicería que silenciaron los vencedores». Solo años después se supo lo que había ocurrido en la Carretera de la muerte.

Refugiados regresan a Málaga tras la ocupación de la ciudad por los sublevadosGetty Images

Objetivo: Málaga

El origen del que fue uno de los episodios más desconocidos de la guerra fratricida hay que buscarlo en los primeros días de la contienda. Tras el levantamiento del 18 de julio de 1936, el sur de la península se convirtió en un objetivo prioritario; un puente de entrada al corazón mismo de España para las tropas que arribaban desde África.

Durante los primeros momentos, los sublevados consiguieron el control de Sevilla, Cádiz, Huelva, Córdoba y Granada. El frente se estabilizó en agosto, cuando las tropas de Franco resistieron el envite de una columna miliciana en la ciudad de la Alhambra.

Esa batalla hizo que Málaga, un puerto clave en el Mediterráneo que albergaba más de 150.000 habitantes, se transformara en una suerte de península republicana rodeada casi en su totalidad por territorio enemigo.

Los sublevados sabían que Málaga era clave para controlar las comunicaciones con Marruecos y Mallorca. Por ello, se obcecaron desde el principio en su conquista e iniciaron una guerra psicológica que buscaba destruir los ánimos de la población.

Así, todas las mañanas despegaban varios bombarderos para soltar su letal carga sobre la ciudad. Con la tradicional gracia andaluza, imposible de perder a pesar de la situación, los habitantes equiparaban su llegada a la del panadero: «Ya está aquí el tío de los molletes».

«Desfile de la Victoria» en Sevilla, con tropas del Ejército del Sur (17 de abril de 1939)EFE

A estos aparatos se sumaron las soflamas radiofónicas de un exaltado Gonzalo Queipo de Llano que, al mando del Ejército del Sur, amenazaba con entrar en la ciudad a sangre y sexo. «Decía que las republicanas íbamos a saber lo que eran hombres de verdad, y no los maricones que teníamos con nosotras», recuerda Ana.

El 17 de enero comenzó la ofensiva sobre la provincia bajo la dirección del duque de Sevilla. El bando rebelde no escatimó efectivos y movilizó una división española acompañada —según los cálculos del militar e historiador franquista Ramón Salas Larrazábal, presente en la Guerra Civil— de unos 10.000 italianos pertenecientes al Corpo Truppe Volontarie.

Todos ellos, apoyados por la aviación cedida por Hitler y Mussolini; carros de combate; vehículos blindados; artillería y buques de la talla de los cruceros Canarias, Baleares y Almirante Cervera.

Mientras, la situación de los republicanos era dantesca. Apenas disponían de 12 000 combatientes procedentes, en su mayoría, de las milicias sindicales y a los que las luchas internas les preocupaban más que el enemigo.

Por si fuera poco, el coronel José Villalba Rubio, al frente de la plaza, tan solo contaba con fusiles para armar a dos tercios de sus hombres debido a la inacción y a la desconfianza del gobierno central.

De hecho, parece ser que la única respuesta que obtuvo por parte del presidente, Francisco Largo Caballero, cuando le solicitó refuerzos y munición fue una frase tan lapidaria como concisa: «Ni un fusil ni un cartucho más para Málaga».

El destino parecía escrito a pesar de que soldados como el capitán Pizarro prometían defenderse hasta la muerte de los carros de combate franquistas. «Que vengan, estrangularemos con nuestras manos desnudas a esas máquinas del demonio», afirmó a un periodista.

Las primeras acometidas provocaron, según explica a Muy Historia Fran Martín, memorialista y autor de La guerra en mis ojos. Los cuatro exilios de Ana, el éxodo masivo de unos 90 000 refugiados hacia Málaga. Después ocurrió lo que cabía esperar.

Soldados italianos del Corpo Truppe VolontarieGetty Images

Al no hallar una resistencia bien organizada, los sublevados progresaron a toda prisa y el pánico cundió en el seno de la ciudad. Al anochecer del día 6, el parte de guerra franquista ya hablaba del «victorioso avance por la provincia, llegándose al sector de Alhama, a doce kilómetros de Vélez-Málaga».

El 7 todo estaba perdido y los mandos huyeron. Villalba fue uno de los primeros en marcharse en coche tras animar a los escasos defensores: «La situación es crítica, pero Málaga sabrá defenderse». Uno de sus coroneles se escribió a sí mismo un salvoconducto en el que exigía a las patrullas fronterizas que le dejasen pasar porque tenía una «misión importante en Valencia». El 8, las defensas cayeron.

Un camino infernal

Así fue como se forjó la Desbandá. A golpe del miedo transmitido a través de la radio por Queipo de Llano y de una tradición tan castiza como los correveidiles que comunicaban el triste destino que esperaba a los republicanos que se mantuvieran en la ciudad y la barbarie de las tropas arribadas desde el norte de África.

Esa atmósfera hizo que, desde el 7 de febrero, miles y miles de milicianos, refugiados de otras urbes y civiles abandonaran sus casas y se dirigieran, desesperados, hacia la actual carretera N-340. La vía, que unía Málaga con Almería, se convirtió en la única salvación para nada menos que entre 150 000 y 300 000 personas. Y eso, en una época en la que la población del país no superaba los 25 millones de habitantes.

Para ellos, la única opción era sobrevivir. Ya lo dijo Adolfo Sánchez Vázquez, de las Juventudes Socialistas, tras la contienda: «No me planteé […] si la decisión era justa o no, sino qué hacer para no caer en la trampa mortal que estaba tendida sobre la ciudad. Y lo razonable, entonces, era salir inmediatamente hacia la carretera de Almería».

La vía, sin embargo, era una trampa mortal. No ya porque discurriera pegada a la costa (lo que la convertía en blanco fácil para posibles ataques de navíos enemigos), sino por las malas condiciones en las que se encontraba.

Villalba Rubio en 1924, cuando mandaba la 2.ª bandera de la Legión.ASC

Así la describió en sus memorias el inglés Thomas Cuthbert Worsley, quien, junto al cirujano canadiense Norman Bethune y Hazen Sise, viajaba aquellos días de febrero en una ambulancia hacia Málaga para ofrecer asistencia sanitaria al ejército republicano: «La carretera se retorcía y serpenteaba a lo largo de la dentada costa. Estaba tallada en la roca gris oscuro, que por un lado descendía escarpadamente hacia el mar y por el otro ascendía de forma brusca hacia los acantilados».

En sus palabras, estaba «encajada entre las montañas ascendentes y la orilla del mar» y «era hermosa», pero «se avanzaba muy lentamente por ella debido a las curvas cerradas», a la escasa visibilidad y a los «estrechos puentes» que había salpicados en el trayecto. Ana, a pesar de viajar en coche, recuerda las piedras, capaces de provocar ampollas en los pies más curtidos.

El líder nazi Heinrich Himmler visitó la antigua cheka de la calle Vallmajor, en Barcelona

José Luis Hernández Garvi

Muerte en la carretera

Cuesta entender la verdadera dimensión de la muchedumbre que pretendía escapar de la ciudad. Para explicarlo, Ana se remite a las palabras de su hermano: «Después de la guerra me dijo que, cuando vio tal marabunta de gente intentando salir de Málaga, se quedó horrorizado».

Los supervivientes coinciden en que la mayoría de las familias se dispusieron a hacer el camino a pie y que, al menos en principio, intentaron llevar consigo sus pertenencias. Los más afortunados contaban con un vehículo y algunos, pocos, con un burro al que cargaron hasta la quijada.

«La huida fue totalmente desorganizada. […] Cada uno llevaba lo que más apreciaba: el ajuar, el traje de novia, máquinas de coser…; yo cogí mis zapatos blancos, que habían costado 13 pesetas, y el vestido celestito de escobón que había estrenado ese día», recordaba Natalia Montosa Roa, entonces de 14 años, en una entrevista posterior.

Francisco Largo Caballero rechazó múltiples peticiones de refuerzos para la ciudadASC

En mitad de aquel caos, no faltaron aquellos que se aprovecharon de las armas de fuego o de su cargo para huir. Un grupo de milicianos, por ejemplo, detuvo un camión e hizo bajar a varios civiles para —o eso dijeron— requisarlo y acudir a defender el frente.

Sin embargo, cuando lo tuvieron en su poder continuaron trayecto hacia Almería. Triste contrapunto de otros tantos que, durante las siguientes jornadas, se ofrecieron a llevar en sus vehículos o monturas a los niños.

Worsley dio buena cuenta de ello en su viaje inverso hacia Málaga: «Vimos un grupo de caballería con aire indefenso de derrota, enlodados y sudorosos; los caballos andaban lentamente, a menudo con doble carga: un niño o una niña además del jinete; algunos tiraban de sus monturas por haber dejado su sitio a mujeres mayores o chiquillos».

Pero el camino que unía Málaga con Almería no ha sido apodado la Carretera de la muerte por este éxodo, sino porque las tropas de Franco atacaron a los civiles durante los 200 kilómetros de trayecto desde todos los frentes.

El filósofo y militante de las Juventudes Socialistas Adolfo Sánchez VázquezASC

Por aire, los cazas arribados de Sevilla dejaron caer sus bombas sobre los exiliados para, a continuación, descender y disparar sus ametralladoras contra el gentío. «Los aviones, que no ocultaban su nacionalidad, […] escogían los lugares más a propósito para conseguir el mejor blanco posible.

Trozos de carretera donde la población no tenía más remedio que aguantar, tendida en el suelo, pues era imposible huir», narraba Manuel Sánchez Fuertes tras el conflicto. El sonido de los explosivos sobre la vía acompaña todavía a Ana.

Manuel Nájera, en un testimonio recogido por Jesús Majada Neila, recordaba también los ataques de estos aparatos. El entonces chiquillo se hallaba junto a un grupo de ochenta niños que esperaba la llegada de unos autobuses. Creía, inocente, que los llevarían hasta Almería.

Pero entonces ocurrió el desastre. «Alguien dio la alarma y apareció un avión. […] Muchos salimos corriendo a refugiarnos en el campo; otros prefirieron quedarse en el autobús para asegurarse una plaza.

Cuando se marchó, después de hacer varias pasadas en las que arrojó bombas incendiarias, volvimos y encontramos los autobuses ardiendo». Intentaron reunirse con sus profesores y compañeros, pero 70 de ellos habían desaparecido. El resto del camino lo hicieron a pie, entre hambre y frío.

Desde el mar, los cruceros, bien pegados a la costa, abrieron fuego sobre la carretera con su artillería pesada. Manuel Muñoz Robles, uno de los supervivientes, dejó testimonio de ello en el libro Norman Bethune.

El crimen de la carretera Málaga-Almería: «Se vivieron momentos muy críticos […]. Los obuses lanzados desde los buques Canarias, Baleares y Cervera, acompañados también por barcos alemanes e italianos […] ocasionaron víctimas entre los refugiados».

Hazen Sise y Norman Bethune junto a la ambulancia con la que socorrieron a los evacuadosASC

En sus palabras, los navíos hacían blanco, «supuestamente, contra la retirada de las fuerzas republicanas en su repliegue», a pesar de que los milicianos fueron de los primeros en marcharse.

Por último, los miles de civiles fueron perseguidos en tierra por las tropas italianas de Manzini. Las historias se cuentan por decenas y, según Fran Martín, todo un experto en recabar testimonios, hay que llevar a cabo una verdadera labor de prospección para sacarlas de nuevo a la luz.

Gracias a su trabajo han aflorado vivencias como las de José Antonio Rodríguez, entonces un niño que vio como a una madre se le caía su bebé de los brazos y era aplastado por la muchedumbre.

Pero también las de Antonio Pascual, un chico que se perdió en mitad del camino y tuvo que cambiar una paloma por tres reales de dátiles para poder comer. Acabó en Almería, donde un guardia le acogió durante ocho meses, hasta que pudo reunirse con sus padres.

Después del éxodo

El resultado fueron entre 3000 y 5000 víctimas que avergonzaron a ambos bandos; a los «hunos y a los hotros», en terminología de Unamuno. Para el resto la vida cambió de forma definitiva.

Aunque se considera que la Desbandá terminó el 12 de febrero de 1937, la realidad es que aquellos que llegaron a Almería se tuvieron que enfrentar al hambre, a la falta de un techo y, pocas jornadas después, a un nuevo bombardeo que hizo estremecerse a la ciudad.

Los más afortunados, como Ana, pudieron refugiarse en las casas de algunos familiares y conocidos. Su caso es de los más curiosos. Según explica, su familia huyó en un pequeño barco. «Nos fuimos a Orán, seguidamente a Barcelona y luego a Valencia. Al final conseguimos volver a Almería, donde nos cogió el fin de la guerra».

Unos se diseminaron por Andalucía. Cientos se marcharon a Valencia. Otros intentaron pasar a Francia en 1939, donde fueron internados en campos de concentración por el gobierno galo… Cada uno tuvo un destino diferente, pero todos coinciden en una cosa: no se debe silenciar el pasado.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-30 13:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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