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El movimiento partisano que liberó a Italia del fascismo y el nazismo

El movimiento partisano que liberó a Italia del fascismo y el nazismo

El 25 de julio de 1943, poco después del desembarco aliado en Sicilia y a la espera de la invasión de la Península, el rey de Italia, Víctor Manuel III, destituyó e hizo arrestar a Benito Mussolini. Poco después, Italia firmó el armisticio con los angloamericanos, anunciado el 8 de septiembre. Esta decisión, que implicaba un cambio de bando en la guerra, desencadenó el caos: el Estado se hundió, se disolvió el Ejército, el nuevo Gobierno corrió a ponerse a salvo en el sur y Alemania invadió el país. Surgió entonces, como de la nada, la Resistencia, que luchó a la vez contra la ocupación nazi y contra más de dos décadas de Estado totalitario.

El movimiento partisano que liberó a Italia del fascismo y el nazismo. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Mussolini había llegado al poder en 1922, nombrado primer ministro por Víctor Manuel III después de la amenaza de guerra civil que supuso la Marcha sobre Roma. Atrás quedaban tres años de luchas entre el movimiento fascista y las izquierdas al calor de las tensiones posteriores a la Primera Guerra Mundial. A partir de entonces, la oposición a la que Mussolini tuvo que hacer frente fue más bien débil. Los comunistas se habían escindido de los socialistas, que se dividían, a su vez, entre moderados y radicales. Para contrarrestar la violencia de los Camisas Negras, sólo quedaba el grupo paramilitar antifascista Arditi del Popolo –formado por comunistas y anarquistas, pero sin apoyo de los partidos–, que fue completamente aplastado en un par de años.

La construcción del Estado totalitario italiano comenzó desde el minuto uno, entre una implacable represión (supresión de los sindicatos, asesinato del diputado socialista Matteotti en 1924), intensa propaganda nacionalista, grandes obras públicas y una pretendida eficiencia (siempre se repite el tópico de que los trenes volvieron a ser puntuales). Todo ello sustentado por la fascinación que ejercía sobre el pueblo un dictador con gestos de histrión de ópera bufa y delirios de grandeza, tomado enseguida como modelo nada menos que por Adolf Hitler.

El diputado socialista fue secuestrado y asesinado por el Estado totalitario italiano en 1924, lo que causó una enorme conmoción. Arriba, el traslado de sus restos mortales. Foto: Album.

Ídolos con pies de barro

Pero ese intento de reconstruir la Roma imperial con que soñaba el Duce no sólo no trajo la gloria, sino que fue la perdición de los italianos. En la década de los treinta, Mussolini se embarcó en una serie de campañas bélicas (Libia, España, Etiopía) que desangraron económicamente al país y le dieron una idea errónea de su capacidad militar. El estallido de la Segunda Guerra Mundial le pilló por sorpresa. Hitler le había prometido que tardaría aún tres o cuatro años en comenzar, para que Italia pudiera modernizar su ejército –este seguía siendo, en esencia, el de la Gran Guerra–, pero, igual que a tantos otros, le engañó. Mussolini retrasó la entrada de Italia en el conflicto todo lo que pudo, hasta que a los ojos de Hitler ya no podía esperar más –Italia estaba obligada por el Pacto de Acero–. También se decidió porque pensaba que los alemanes ya habían vencido y podría obtener algo en el reparto.

Un grupo de nativos de Etiopía hace el saludo romano ante un cartel con la efigie de Mussolini. Foto: Getty.

En junio de 1940, declaró la guerra a Inglaterra y Francia y se lanzó a invadir. Entonces se comprobó hasta qué punto el Ejército italiano no estaba preparado. No era lo mismo gasear desde el aire a unos etíopes que combatían con lanzas que enfrentarse a potencias europeas, por muy debilitadas que estuvieran por el combate contra los nazis. También se vio que las cualidades de estratega del Duce eran nulas. Actuaba por impulsos, de forma errática, sin la menor planificación; así, mandaba a sus soldados a la muerte. Las derrotas se sucedieron una tras otra sin mezcla de victoria alguna (Francia, Grecia, norte de África).

En el verano de 1943, con Italia en bancarrota, hambrienta y asediada por los aliados al sur, quedó claro hasta para el Gran Consejo Fascista que cualquier solución pasaba por deshacerse de Mussolini, quien, a esas alturas, más que un Julio César del siglo XX parecía un boxeador sonado.

La creación de la Resistencia

A partir del anuncio del armisticio –8 de septiembre–, los acontecimientos se sucedieron de forma frenética. En sólo tres días, los alemanes tomaron todo el norte y el centro de Italia, incluida Roma, lo que provocó la huida al sur del rey, la corte y el recién nombrado primer ministro, Pietro Badoglio. Este abandono ha sido considerado históricamente una indignidad, ya que dejó la capital indefensa y sumió al Ejército en el caos, sin planes ni mandos que dieran órdenes ni tampoco idea de quién era ya el enemigo. En medio de la confusión, se improvisó una heroica defensa de la ciudad, que costó un millar de muertos y en la que restos del disuelto Ejército Regio combatieron junto a civiles que se les unían espontáneamente.

Varias mujeres de un grupo de partisanos del Partido de Acción durante la liberación de Milán. Foto: Getty.

En sustitución de ese Estado que se había desvanecido, el día 9 de septiembre se creó el Comité de Liberación Nacional (CLN), que inmediatamente lanzó un llamamiento a la población para que iniciase la lucha armada. Estaba compuesto por seis partidos hasta entonces clandestinos y de muy distinta ideología: comunistas, socialistas, accionistas, demo cristianos, demócratas del trabajo y liberales. El nuevo organismo actuó con rapidez y, a lo largo de los días siguientes, fue formando comités locales que pusieron en marcha la insurgencia en las distintas provincias. Era el nacimiento de la Resistencia italiana.

Pero el guion de este embarullado conflicto reservaba aún una sorpresa. El 12 de septiembre, en una audaz operación aérea, Hitler hizo rescatar a Mussolini y lo colocó al frente de un Estado títere creado ex profeso para él en el norte de Italia, la República Social Italiana o República de Saló (el Duce, cada vez más una sombra de lo que había sido, aceptó a regañadientes). El objetivo era mantener en pie el Estado fascista para que actuase como dique de contención contra el inminente avance aliado.

Echarse al monte

El país quedó así dividido en dos mitades: al sur las fuerzas angloamericanas, el rey –en el llamado Reino del Sur– y el nuevo Gobierno de Badoglio; al norte, al otro lado de la llamada Línea Gustav –situada por debajo de Roma–, la Italia ocupada y la república nazifascista, contra la que empezaban a actuar los partisanos. La guerra de liberación se convirtió así, de pronto, también en una guerra civil.

La Resistencia fue formándose y creciendo poco a poco, alimentada por miles de personas que, a la vista de los acontecimientos, decidían echarse al monte con cualquier arma que tuvieran en casa. Estos grupos, al principio simples bandas, aglutinaban a gente de todo tipo. Abundaban los campesinos y los obreros industriales, pero también había miembros de la burguesía urbana, soldados del antiguo Ejército italiano que se había disuelto en desbandada y veteranos de las brigadas que habían acudido en defensa de la República española. Al frente se situaban comandantes de gran personalidad y una cierta aura romántica (abundaban el bigote con perilla, el pañuelo al cuello, el gorro con pluma), líderes como Vincenzo Moscatelli, Enrico Martini, Giovani Pesce o Arrigo Boldrini, capaces de inspirar a sus milicianos.

La decisión de sumarse a la Resistencia no era poca cosa: implicaba dejar el trabajo y la familia e internarse mal equipado en la montaña con un fusil al hombro. Pero, en un país que llevaba veinte años aceptando sin rechistar la dictadura fascista, para muchos era la primera oportunidad de tomar una decisión propia, de hacer algo valiente. Suponía, además, emprender una nueva vida. La Resistencia aceptaba a todo el mundo sin tener en cuenta el pasado. El recién llegado escogía un nombre de guerra –Landrú, Bulow, Renata, el que fuera–, abandonaba su antigua identidad y volvía a empezar. Así se convirtieron en partisanos antiguos fascistas e incluso unos cuantos desertores alemanes.

Los partisanos y la política

Las estimaciones que se han hecho sobre el número de combatientes son diversas y contradictorias. Lo que parece claro es que en el otoño de 1943 eran sólo unos pocos miles y que el fenómeno fue creciendo exponencialmente según transcurrían los meses. Se habla de unos 80.000 en el verano de 1944 y de 300.000 al final de la guerra. La Resistencia italiana operó fundamentalmente en el medio rural y, sobre todo, en la montaña, que, pese a las duras condiciones que presentaba en invierno, ofrecía buenas posibilidades de refugio. Las tácticas fundamentales fueron la guerra de guerrillas y el sabotaje, ya que las fuerzas alemanas eran imposibles de batir en el enfrentamiento directo, como dolorosamente se comprobó muy pronto en diversos encuentros.

El movimiento resistente se organizó enseguida en brigadas definidas por su filiación política, si bien esta disposición no era excluyente y los grupos acogían a combatientes de otras ideologías. La más numerosa –y la que sufrió mayores bajas– fue la Brigada Garibaldi, de orientación comunista, cuyos miembros se identificaban por usar un pañuelo rojo. La Brigada Justicia y Libertad dependía del Partido de Acción, de tendencia liberalsocialista, y la Brigada Matteotti, del Partido Socialista Italiano. La Democracia Cristiana estuvo representada también en varios grupos (Fiamme Verdi, Ossopo, del Popolo) y hubo igualmente brigadas monárquicas y badoglianas. Todos estos grupos actuaban con estructuras bien definidas militarmente –escuadrones, compañías, batallones– bajo el paraguas del CLN, que se dividió en dos zonas: Alta Italia (es decir, zona ocupada) e Italia Central. En junio de 1944, se creó el Cuerpo de Voluntarios de la Libertad, estructura destinada a coordinar militar y políticamente a las brigadas y que obtuvo el reconocimiento de los aliados y del Gobierno de unidad nacional que en abril se había constituido en el sur.

Los pioneros de la resistencia italiana fueron los grupos paramilitares antifascistas Arditi del Popolo, creados en 1921 por comunistas y anarquistas y aplastados por Mussolini. Foto: Album.

Revolución, ¿sí o no?

La diversidad ideológica de las distintas corrientes de la Resistencia dio lugar a disensiones tanto en el plano táctico como en el político. Frente al ímpetu de los combatientes comunistas, las brigadas de tendencia conservadora eran en general proclives a una lucha de menor intensidad, a la espera de que el Ejército se reorganizara en el sur y fuera avanzando por la Península a la vez que los aliados. La otra gran pregunta que se planteó, ésta en el seno de las izquierdas, era si la Resistencia debía dar también lugar a la revolución social. Este punto, que podría haber provocado una enorme fractura, fue zanjado, no sin oposición, por el líder comunista Palmiro Togliatti, que, recién llegado del exilio ruso, decretó que la transformación social debía supeditarse a la previa liberación del país. Togliatti iniciaba así el camino democrático del comunismo italiano.

Pero la mayoritaria presencia de la izquierda en la Resistencia provocó la desconfianza de las fuerzas aliadas –y en especial de Winston Churchill–, que temieron no poder controlar la evolución del movimiento. Esto llevó a una discriminación en la ayuda prestada por los aliados a los resistentes a partir de mayo de 1944, que benefició a las brigadas moderadas o conservadoras –Democracia Cristiana, monárquicos–, pese a su menor importancia, frente a las comunistas, socialistas y accionistas. En el mismo sentido se ha interpretado siempre la ambigua proclama del general inglés Alexander, que en noviembre de 1944 invitaba a la Resistencia a suspender temporalmente la lucha y retirarse a los cuarteles de invierno.

En la República de Saló, la población se dividió entre partidarios y opositores al renacido régimen de Mussolini. El Ejército Nacional Republicano, que llegó a tener 300.000 miembros, fue una buena muestra de que el fascismo aún suscitaba adhesiones. El alistamiento, no obstante, era obligatorio: en febrero del 44 se anunció la pena de muerte para objetores y desertores, muchos de los cuales pasaron a engrosar las filas de los brigadistas.

La vida bajo el dominio alemán

En las ciudades del norte se organizaron también formas de lucha urbana. Los Grupos de Acción Patriótica (GAP) y Escuadrones de Acción Patriótica (SAP) se componían de células más pequeñas que llevaban a cabo audaces acciones armadas contra nazis y fascistas. Lamentablemente, estos golpes desencadenaban siempre atroces castigos contra la población civil, como ocurrió en Roma con la Masacre de las Fosas Ardeatinas: 335 ciudadanos ejecutados –diez por cada alemán muerto– después del atentado de Via Rasella llevado a cabo por los GAP.

Uno de los peores castigos de los nazis fue la Matanza de las Fosas Ardeatinas, en Roma: 335 ejecutados. En 1945, un año después, se les recordó en este acto. Foto: Album.

Otra de las formas que adoptó la lucha fueron las huelgas, reprimidas también a veces con fusilamientos. La mayor tuvo lugar en marzo de 1944 y paralizó todo el norte industrial del país. Fue la más importante de la Europa ocupada, seguida, según diversas fuentes, por entre 350.000 y 500.000 trabajadores. En esta ocasión, la represalia consistió en masivas deportaciones de obreros italianos a Alemania para ser utilizados como trabajadores esclavos (Hitler había ordenado que fueran un 20% de los huelguistas, pero al final se quedó en unos pocos miles). La invasión alemana de Italia supuso también el envío de cientos de miles de judíos italianos a campos de exterminio, un extremo al que el régimen de Mussolini, a pesar de las leyes raciales de 1938, no había llegado.

El avance de las tropas angloamericanas, a las que acompañaba el reconstituido Ejército del Sur, fue lento debido a las características orográficas de la península Itálica. Pero, después de la feroz batalla de Montecassino, se consiguió romper la Línea Gustav y, el 4 de junio de 1944, los aliados liberaron Roma. La retirada hacia el norte de los alemanes fue dejando un reguero de indiscriminadas masacres contra civiles desarmados (familias enteras, niños, ancianos…), normalmente con la excusa del apoyo prestado a las brigadas partisanas. Los números son escalofriantes: 244 asesinados en Civitella, 560 en Stazzema, 770 en Marzabotto (aunque otras fuentes hablan de más de 1.800)… A las matanzas se unía la sistemática destrucción de todo tipo de infraestructuras.

La retirada de los alemanes hacia el norte produjo numerosas masacres contra civiles, acusados de apoyar a los partisanos. Aquí, los cadáveres de una familia de campesinos en Marzabotto. Foto: Album.

En diciembre, el CLN Alta Italia firmó acuerdos tanto con los aliados –ayuda económica a cambio del compromiso de desarmarse después de la guerra– como con el gobierno del sur, que reconocía a la Resistencia como su legítimo representante en la zona ocupada.

Hacia la liberación final

A partir de marzo de 1945, los aliados se encontraron en disposición de lanzar la ofensiva final, de la que los partisanos serían la vanguardia. El 21 de abril tomaron parte en la liberación de Bolonia y, el día 25 –hoy celebrado como Día de la Liberación en Italia–, el CLN llamó a la insurrección ciudadana y la huelga general. En Milán, la primera ciudad del norte, el mensaje lo leyó por radio el que décadas más tarde sería presidente de la República, Sandro Pertini, líder de la Brigada Matteotti. A partir de entonces, la Resistencia empezó a bajar de las montañas y a hacerse con el control de las ciudades antes de la llegada del Ejército aliado. En pocos días, fueron liberadas Génova, Turín, Milán y Venecia mientras los nazis se batían en retirada.

Tras 20 años aceptando sin rechistar la dictadura fascista, muchos italianos tomaron la decisión de unirse a los partisanos para luchar hasta el fin. En la foto, liberación de Milán. Foto: Getty.

Ese mismo día 25, Mussolini trató de ponerse a salvo negociando una rendición con condiciones. Pero la Resistencia lo había condenado a muerte, por lo que ya no había mucho que hacer. Huyó disfrazado de soldado alemán en medio de una columna de la Wehrmacht en fuga hacia Suiza. En la localidad de Dongo, en el lago de Como, fueron detenidos por miembros de la 52ª Brigada Garibaldi. Un partisano sospechó enseguida de un soldado mucho mayor que los demás, que llevaba gafas negras e intentaba taparse la cara con el casco.

Mussolini y su amante, Clara Petacci, fueron fusilados al día siguiente en el pequeño pueblo de Giulino y luego trasladados a Milán, donde se les colgó cabeza abajo junto a varios jerarcas fascistas en la Plaza Loreto, lugar habitual de ejecución de partisanos. El 2 de mayo, las tropas alemanas en Italia se rindieron incondicionalmente a las angloamericanas. Ese mismo día, los soviéticos tomaban Berlín. La guerra había terminado.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-09-03 04:38:48
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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