Cuentan que, con la espalda apoyada en la tapia del manicomio, Manolo Caracol arrancó a llorar desconsoladamente al escucharlo cantar. Así es como se forjan o construyen las leyendas. Ésta, más concretamente, ocurrió en el sanatorio o manicomio de Capuchinos, sito en Cádiz. El responsable de semejante llanto: Francisco Gabriel Díaz Fernández, apodado «Macandé». Un apodo oportuno teniendo en cuenta que en la lengua calé esta voz sirve para designar a aquellas personas con problemas mentales: los «locos».
¿Quién fue Gabriel «Macandé»?
Es poco lo que sabemos de uno de los personajes más «auténticos» y dolientes del cante flamenco. Se dice que Gabriel vino al mundo en Cádiz en 1897. Formaba parte de una familia pobre de origen gitano que se ganaban la vida como vendedores ambulantes. Y a ese oficio se dedicó desde muy niño, anunciando a los cuatro vientos sus famosos caramelos con una popular tonadilla conocida ya como «el pregón de los caramelos». Así rezaba su cante:
«A la salida de Asturias,
a la entrada en la montaña
fabrico mis caramelos
para venderlos en España.
Si los quiere de menta
yo los tengo de Limón.
Los tengo de Gaona, Belmonte y Vicente Pastor».
Gabriel Macandé, probablemente en 1905. Créditos: Wikipedia
De esta forma, distintos flamencólogos parecen estar de acuerdo en que esta copla, popularizada por «Macandé», tiene su origen en la cordillera cantábrica, zona por la que los carameleros —como se conoce a los vendedores ambulantes de esta golosina— importarían la mercancía hasta nuestro territorio. Cómo llegó hasta sus oídos una copla oriunda de tan lejanas tierras es algo que aún desconocemos. No obstante, pronto la hizo suya, incluyendo en la letra un hecho anecdótico: «Macandé» envolvía los caramelos que vendía por las calles y plazuelas de Cádiz en cromos de los toreros más famosos del momento, algo que parecía gustar a los críos de principios del siglo XX, quienes se afanaban en coleccionarlos.
¿Por qué venían los caramelos de Asturias? Un breve apunte sobre la historia del azúcar
El azúcar es un producto que se conoce desde tiempos inmemoriales. Así, la propia palabra parece derivar de la sánscrita śarkarā, que muchos lingüistas traducen como «arenilla». Y es que fue en la región india de Bengala donde parece que se obtuvo por primera vez ese polvo blanquecino proveniente de la caña de azúcar (Saccharum spp.), allá por el siglo II d. C. No obstante, conocemos tratados indios, como el Arthashastra, que adelantan la obtención de azúcar cristalizado hasta el siglo III a. C. Sea como sea, este preciado manjar llegó a Europa de la mano de los cruzados y de la buena publicidad que le hizo Guillermo de Tiro quien en sus crónicas llegó a escribir que se trataba de «un producto muy valioso, muy necesario para el uso y la salud de la humanidad». Que a principios del siglo XII los potentados venecianos adquiriesen aldeas cerca de la ciudad de Tiro para establecer explotaciones agrícolas dedicadas al cultivo y producción de azúcar fue una simple casualidad, ¿verdad?
Franz Karl Achard. Créditos: Wikipedia
Así fue como el azúcar y los subproductos elaborados a partir de él se convirtieron en nuevos y exclusivos objetos de poder al alcance sólo de los bolsillos más pudientes. Sin embargo, para que algunas élites se endulzaran el paladar, otros debían sufrir condiciones laborales muy precarias. Y como llega el día en el que el tonto se cansa de ser tonto —perdóneme la expresión—, llegaron las revoluciones obreras en zonas caribeñas como Haití, donde llevamos el cultivo de caña de azúcar a mediados del s. XVI. Viendo que el pingüe negocio se iba a pique, Andreas Sigismund Marggraf y su alumno, Franz Karl Achard, empezaron a estudiar la posibilidad de extraer azúcar de la remolacha (Beta vulgaris) por encargo del rey de Prusia. En 1747, Marggraf y su discípulo anunciaron la obtención de azúcar de remolacha para, posteriormente, idear un método industrial y económico para su extracción. Este hito propició que el rey Guillermo II de Prusia crease la primera fábrica de azúcar de remolacha en todo el mundo, ubicada en Cunern. Recordemos que, en aquel momento, Silesia aún formaba parte del imperio prusiano.
Y en eso llegó Napoleón
La industria azucarera suministró su codiciado polvo blanco a toda Europa hasta la intensificación de los conflictos napoleónicos. A decir verdad, las mal llamadas «Guerras Napoleónicas» sólo fueron una serie de conflictos mantenidos entre diferentes coaliciones europeas frente al poder o avance imperialista/colonialista del que fuese Rey y Emperador de Francia. Este fenómeno conllevó que, a largo plazo, nuestro país vecino sufriera los estragos del bloqueo británico impuesto a las importaciones provenientes del Caribe, entre la que se encontraba la caña de azúcar. Y el motivo de tener que volver a importar azúcar del Caribe reside en que fueron las propias tropas napoleónicas las que, en 1801, acabaron con la planta azucarera instalada en Cunern. ¡Europa se quedaba sin sus preciadas golosinas!
Y así es como, dibujando un círculo perfecto, volvemos a retomar la historia de Gabriel «Macandé», el famoso caramelero gaditano. Porque, muy probablemente, él tomó prestada la tonadilla de aquellos hombres que, partiendo desde diferentes puntos de la geografía española —principalmente Asturias y Cantabria— iban a buscar a Francia ese preciado ingrediente con el que poder elaborar caramelos. Debe saber, estimado lector, que el azúcar no sólo ha servido para endulzar la vida de las élites europeas. Muchos de estos «contrabandistas» también se la suministraban a farmacéuticos y médicos rurales como forma de administrar diferentes drogas. Si es que ya lo decía Mary Poppins: «Con un poco de azúcar esa píldora que os dan pasará mejor».
Caramelos de mentol y cocaína
Quizás usted no lo sepa, pero muchos de los remedios farmacéuticos más populares a finales del siglo XIX y principios del XX incluían distintos principios activos. Principalmente opiáceos como la cocaína. Por aquel entonces, la Ley de Sanidad de nuestro país prohibía «la venta de todo remedio secreto, específico o preservativo de composición ignorada, sea cual fuere su denominación». De esta forma, muchos farmacéuticos empezaron a publicitar sus famosas panaceas: una suerte de pócimas milagrosas que todo lo curaban. Eso sí, debían hacer pública la composición de su moderno bálsamo de Fierabrás. Así sabemos, por ejemplo, que el vino de kola de Pinedo —un ilustre farmacéutico bilbaíno— estaba compuesto por kola, cacao, «guarano» —el anuncio se refiere en estos términos al guaraná— y coca y que curaba «la clorosis, la anemia, el raquitismo, las enfermedades nerviosas y las cardíacas». Juzgue usted mismo, pero sepa que muchos de los ingredientes que decía contener esta formulación son estimulantes del sistema nervioso y hacen subir la presión arterial.
Imagen de las curiosas «Pastillas Bertrán». Créditos: Wikipedia
Algo similar ocurría con los famosos caramelos de mentol y cocaína que se vendían bajo el nombre del doctor de turno. ¿Recuerda las famosas pastillas para la garganta del Dr. Andreu? Pues ahora imagine tantas marcas comerciales como apellidos sea capaz de recitar de memoria. Esta formulación seguía un procedimiento similar a la del jarabe Burger de heroína o el sirope de la señora Winslow, que llevaba morfina en su formulación. Lo curioso es que se vendían ¡como analgésicos para niños! Y es que los farmacéuticos, mal que les pese, fueron los primeros influencers científicos, pues se valían de personajes famosos para publicitar sus milagrosos remedios. ¡Hasta al mismísimo Antonio Chacón estos caramelos de mentol y cocaína le templaban la voz después de toda una noche de cante! Si a él, figura del cante, le ayudaba a calmar la garganta… ¿qué no me haría a mí, simple mortal?
Anuncio publicado en «El Eco de Santiago» del 5 de enero de 1903. Créditos: Biblioteca Virtual de Prensa Histórica
Fin del uso de la cocaína. ¿Se acaba el mito de su milagroso mito?
Esta situación acabó en 1919 cuando en España se hizo obligatorio el registro de medicamentos. Así, el Gobierno vetó el coto a curanderos que, ataviados con batas blancas, prometían curarlo todo —ya ve que el debate aún no se ha cerrado y los oportunistas se han reinventado—. Sin embargo, aunque se prohibió el uso de cocaína para elaborar estos productos, no perdió su halo místico de planta sanadora. Irónicamente, casi un siglo y medio después de estos hechos aquí narrados, encontramos autores que siguen vendiendo la bonanza del consumo de coca en forma de buyo —una especie de bola que se hace al masticar hoja de Erythroxylum coca con algún álcali— para perder peso. Su mensaje, que publicitan gracias a otros medios más novedosos y alejados de la prensa y la radio, les ha permitido vender miles de libros en todo el mundo con esta novedosa dieta. Sostienen que el consumo de hoja de coca tiene potencial anorexígeno, sin importar los problemas de salud que se puedan derivar de un consumo excesivo y desmesurado de la misma. O sin tener en cuenta si esta dieta —si es que puede recibir este nombre— puede interferir con la medicación prescrita para tratar otras patologías. En la sociedad de la inmediatez se requiere la misma rapidez en todo lo que hagamos.
Máscara de terracota de un hombre mascando coca. Créditos: Wikipedia
El mito del consumo de coca como inductor de la pérdida de peso no es más que una falacia. Desde hace muchos años se sabe que el consumo de cocaína está relacionado con episodios de hiperglucemia que pueden desencadenar diabetes mellitus. La cocaína eleva los niveles de catecolaminas en sangre y, de alguna forma que aún desconocemos, disminuye la acción de la insulina. Si, además de cocaína consumimos antipsicóticos como olanzapina, se potencia la adiposidad, puesto que este fármaco inhibe las células betas de nuestro páncreas —productoras de insulina—. No hace falta que le diga que las hojas de coca contienen cocaína. ¿No se le antojan demasiados riesgos para perder peso? Bastaría con llevar una vida sana y equilibrada alejada del consumo de sustancias tóxicas y realizar un poco de deporte.
Caramelos y cocaína, dos sustancias unidas —en este caso— por el azúcar. Historias comunes de dos drogas —en la actualidad se debate la consideración del azúcar como tal— en la que una enmascaraba la amarga realidad que escondía la otra. Y es que la realidad nunca suele ser tan dulce. Que se lo digan a Gabriel «Macandé», de quien Pericón llegó a decir que su locura se debió a tener que cubrir las necesidades de una mujer y tres hijos mudos que no podían quejarse o manifestar gratitud.
Referencias:
- Argente Villaplana, C. & cols. (2008). Hiperglucemia secundaria a consumo de cocaína y antipsicóticos atípicos. Endocrinología y nutrición. 55 (8): 372-375.
- Bravo, L. (2003). Farmacognosia. Elsevier España. 355 pp.
- León Benítez, C. (2006). El flamenco en Cádiz. Almuzara. 256 pp.
- Puerto Sarmiento, F. J. (1992). Ciencia y farmacia en la España decimonónica. Ayer: Revista de Historia Contemporánea. 7: 153-191.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-06-25 14:38:54
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