La solidaridad y el orgullo del pueblo árabe no desaparecieron durante los cuatro siglos de dominación turca, pero las bases de un panarabismo identificado con un movimiento nacionalista coherente e integrador no se establecieron hasta que, en el siglo XIX, las potencias occidentales desempeñaron un papel colonial. Inspirado por el liberalismo europeo, el panarabismo caló en los círculos intelectuales árabes, especialmente en las ciudades de Beirut y Damasco, donde adoptó la forma de un renacimiento cultural y político con el objetivo principal de acabar con la dominación turca.
Fiel a esta corriente, en 1904 se creó la Liga de la Patria Árabe, con un programa de actuación de carácter revolucionario. El I Congreso Nacional Árabe, organizado en París en 1913, propugnó la independencia del Imperio otomano, propósito que fue apoyado por los británicos al estallar la Primera Guerra Mundial. En otros lugares, como en Argelia y Túnez, la lucha se dirigió contra la presencia colonial europea.

Tras el final de la Primera Guerra Mundial, el desmantelado Imperio otomano fue sustituido por las potencias vencedoras en la contienda. Los británicos pasaron a controlar Irak, Palestina, Jordania, Egipto, Sudán y Yemen, al tiempo que Francia ejercía su dominio sobre Marruecos, Túnez, Argelia, Líbano y Siria. Libia estaba ahora en manos italianas, mientras que la península Arábiga era un feudo de las compañías petroleras norteamericanas. En respuesta a este férreo dominio colonialista, en 1919 el I Congreso General Sirio recogió unas aspiraciones nacionalistas distorsionadas por la injerencia de las potencias coloniales.
Crear una sola patria árabe
Hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, el panarabismo pretendía alcanzar la independencia política y crear un Estado plurinacional –algo parecido a la UE actual– organizado como las democracias europeas. Con ese propósito surgieron toda una serie de partidos, entre los que destacaron especialmente el Wafd en Egipto, el Baaz en Irak y Siria, el Destour en Túnez y el Istiqlal en Marruecos. Para evitar su acercamiento a la causa nazi, los aliados se vieron forzados a conceder la independencia a varios países que luego se integraron en la Liga Árabe, organización fundada en El Cairo el 22 de marzo de 1945 por iniciativa personal de Mustafa al-Nahhas y Nuri al-Said, primeros ministros de Egipto e Irak, respectivamente.
Sus primeros socios fueron Arabia Saudí, Siria, Egipto, Irak, Líbano, Transjordania y Yemen, a los que posteriormente se unirían el resto de Estados árabes según fueron adquiriendo su independencia. Sin embargo, la Liga nació lastrada desde un principio por los vaivenes de la política exterior de cada uno de los países miembros y la resistencia a ceder parte de su soberanía, una falta de unidad que impidió que los objetivos iniciales de colaboración e integración pudieran llegar a alcanzarse.

Así, ante la falta de resultados tangibles, el panarabismo se centró entonces en el rechazo a todo tipo de injerencia extranjera, ya fuera en el plano militar, económico o cultural, al mismo tiempo que el enfrentamiento contra el recién nacido Israel y el apoyo a la causa del pueblo palestino sirvieron como elementos aglutinadores.
El enemigo común
En 1947, las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina en un Estado judío y otro árabe. El plan de la ONU no fue bien acogido por los países de la región y las críticas iniciales dieron paso a una abierta hostilidad tras la declaración de independencia del Estado de Israel en mayo de 1948. Esta fecha marcó el inicio de la sucesión de guerras que, desde entonces, han enfrentado a árabes e israelíes y han convertido la zona en un foco permanente de tensión internacional.

La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) nació bajo el amparo de la Liga Árabe con el propósito de aglutinar los movimientos políticos y militares que luchaban contra la presencia israelí. Tutelada en principio por Egipto, la figura carismática de Yasir Arafat (1929- 2004) consiguió unificar bajo su mando a las diferentes corrientes que convivían en el seno de la Organización.
En 1974, la Asamblea General de la ONU declaró a la OLP representante del pueblo palestino. Ese reconocimiento atrajo las miradas de todos aquellos que querían hacerse con el control de la Organización para aumentar su prestigio personal ante la opinión pública de los países árabes. Sin embargo, la firmeza y fuerte personalidad de Arafat, que se dejó querer por unos y por otros mientras mantenía su independencia –a costa, muchas veces, de los intereses de la causa palestina–, llegaron a convertirlo en un símbolo de ese panarabismo que tantas personalidades en el mundo árabe querían representar y liderar.

Los Acuerdos de Oslo de 1993, por los que se puso fin al estado de guerra latente entre la OLP y el Estado de Israel, supusieron para muchos una traición a los ideales del panarabismo identificados con el apoyo a la lucha palestina. Las críticas contra Arafat arreciaron desde varios frentes y señalaron el ocaso de su figura, que tuvo su epílogo en las extrañas circunstancias en las que se produjo su muerte.
Mucho antes de eso, a finales de la década de los 40, el partido Baaz impulsó una unificación árabe inspirada en el socialismo, propuesta que en el contexto de la Guerra Fría fue bien acogida por los dirigentes de la Unión Soviética, dispuestos a brindar todo su apoyo político a cambio de incrementar su influencia en la región. Con el respaldo de Moscú, se iniciaría así una etapa marcada por una radicalización de las posturas y el aumento de la tensión, que acabó desembocando en nuevos conflictos bélicos.
Ante este panorama, de las filas de los principales partidos nacionalistas árabes surgió toda una galería de personajes que albergaron la ambición de convertirse en los líderes de un panarabismo renovado que, sin rechazar el islam, acercó sus posturas hacia un laicismo que impregnaría las estructuras del Estado. Entre todos ellos destacó la figura de Gamal Abdel Nasser, oficial del ejército egipcio que se hizo con las riendas del poder en su país tras liderar, al frente del Movimiento de los Oficiales Libres, el golpe militar del 22 de julio de 1952 que derrocó al régimen corrupto del rey Faruq.

Con la proclamación de la República, Nasser se convirtió en el hombre fuerte de Egipto después de librarse de sus rivales políticos. En los años posteriores se consolidó su poder, pero el carácter personalista del régimen y sus aspiraciones de convertirse en la figura que, por encima de las demás personalidades políticas del mundo árabe, acaudillase el panarabismo acabaron jugando en su contra.
Nasser y la República Árabe Unida
Su intención de crear un gran Estado socialista dirigido desde El Cairo se concretó en 1958 en la creación de la RAU (República Árabe Unida), que integró a Egipto y Siria en una única nación. De ella surgirían los Estados Unidos Árabes, que posteriormente sumarían a Yemen a la unión de los dos países anteriores. A pesar de contar con el respaldo exterior de la Unión Soviética, la existencia de la República Árabe Unida fue efímera debido a las reticencias del partido Baaz, que no aceptaba el protagonismo asumido por Nasser.
El rais (presidente) de Egipto se propuso imponer un cambio social y económico en Siria que se concretó en los decretos de nacionalización de 1961, una medida discutible que no tuvo en cuenta, además, la opinión del gobierno sirio. De esta manera, en su afán por desarrollar el proyecto unificador, el centralismo del que hizo gala Nasser acabó colmando la paciencia de sus socios. La ruptura definitiva entre ellos se escenificó con el golpe de Estado del 28 de septiembre de 1961 liderado por los militares sirios, que no tardaron en romper los lazos que unían a su país con Egipto.
El fracaso político de la RAU se unió a la derrota militar egipcia ante las tropas enviadas por Francia y Gran Bretaña en la que fue conocida como Crisis del Canal de Suez, episodio que tuvo lugar cuando Nasser se propuso nacionalizar esta estratégica vía de comunicación. Su imagen no salió malparada de estos conflictos, aunque sí menguaron en cierta medida su prestigio. Ante la falta de apoyo de las potencias occidentales, Nasser buscó el amparo de la URSS para llevar a cabo una de sus obras más emblemáticas: la construcción de la presa de Asuán. En un grave error estratégico, Occidente se negó a financiar el colosal proyecto, oportunidad que sería aprovechada por los soviéticos para aumentar enseguida su influencia en el mundo árabe.

En el plano estrictamente político, Nasser dirigió su atención hacia Israel en un intento por recuperar parte del crédito y la autoridad que había perdido. Decidido defensor de la causa palestina, se presentó como un adalid que garantizaba su supervivencia ante el agresor israelí. Sin embargo, desoyó a todos aquellos que le advirtieron de la capacidad de respuesta de Israel, que en junio de 1967, durante el transcurso de la Guerra de los Seis Días, infligiría al mundo árabe una de sus mayores humillaciones.
Un nuevo protagonista: Gadafi
Esta derrota de 1967 y la muerte de Nasser en 1970 supusieron dos duros golpes para la causa del panarabismo, pero el testigo no tardaría en ser recogido por una nueva generación de líderes, dispuestos a ocupar el lugar que el rais había dejado vacante.
Así, el 1 de septiembre de 1969, el joven coronel Muamar el Gadafi encabezó un golpe militar contra el rey Idris I de Libia. Tras el triunfo de la intentona, se apresuró a proclamar una República que asumió como principio rector un programa socialista de gobierno. Dos años más tarde, Gadafi fue el impulsor de la Federación de Repúblicas Árabes, proyecto dirigido a crear –otra vez– un gran Estado panárabe formado por la unión de Libia, Egipto y Siria.

La propuesta fue aprobada en referéndum por la población de cada país, pero el intento no fue más allá. Las diferencias sobre los términos en los que debía llevarse a cabo la unión y las luchas intestinas y egocéntricas por hacerse con el control de esta entidad supranacional minaron sus cimientos antes de que tuvieran tiempo de consolidarse.
La Federación de Repúblicas Árabes se disolvió en noviembre de 1977 sin alcanzar ninguno de sus objetivos. Gadafi no se dejó llevar por el desaliento y en años posteriores volvió a intentarlo, con resultado parecido. En paralelo, su régimen fue degenerando en una siniestra dictadura en la que la disidencia era reprimida brutalmente.
En las últimas décadas de los más de cuarenta años que permaneció en el poder, Gadafi se dedicó a amparar a grupos terroristas mientras ofrecía al mundo una imagen histriónica. En busca de un reconocimiento por parte de sus hermanos árabes, fue un firme defensor de la causa palestina y declarado enemigo del imperialismo norteamericano y el sionismo, argumentos a los que han recurrido en los últimos tiempos todos aquellos que han levantado la voz para presentarse ante el mundo como únicos representantes del panarabismo.
Sadam el megalómano
Abandonado por todos, Gadafi pasó sus últimos días huyendo de los numerosos enemigos que se había granjeado a lo largo de su despiadado ejercicio del poder, para finalmente ser linchado por los que decían ser representantes de la llamada Primavera Árabe, que se extendió como un reguero de pólvora por varios países musulmanes a finales de 2010.
Antes de eso, Sadam Husein exhibió las mismas ambiciones panarabistas tergiversadas que mostraron Nasser y Gadafi. En cuanto se hizo con el poder absoluto, sus anhelos expansionistas y megalómanos trajeron como resultado la interminable guerra con Irán y la invasión de Kuwait, conflictos ante los que las naciones árabes reaccionaron de forma diversa, lo que puso de relieve el carácter utópico de la pretendida unidad de sus pueblos.

En sus horas bajas, Sadam hizo un llamamiento a la guerra santa contra Occidente y se presentó como defensor de la causa palestina. Sus ataques con misiles contra Israel y las bases militares norteamericanas en Arabia Saudí pretendieron movilizar en su favor a la opinión pública de los países musulmanes. Sin embargo, sus actos tan solo consiguieron evidenciar, una vez más, la división interna en el seno del mundo árabe.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-01-25 06:00:00
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