Menú Cerrar

entre las ‘fake news’ y el gore

entre las 'fake news' y el gore

El canibalismo nos horroriza y repele, pero la inquietud que provoca, al mismo tiempo, nos fascina. Es por ello que los cuentos y narraciones de muchas sociedades en todo el mundo recogen figuras de caníbales y chupasangres y que esos relatos continúan vivos. Ahí están, por ejemplo, las películas que recogen este legado tradicional y nos aterrorizan con sus caníbales, brutales o sofisticados, salvajes o posmodernos. Ahí están esas leyendas urbanas que invito a rastrear por internet, con inverosímiles historias de antropofagia en nuestro mundo de hoy.

El canibalismo estimula nuestra imaginación de forma ineludible. Pero, justo por eso, tal vez debamos hacernos una pregunta. ¿No habrá demasiada imaginación en el canibalismo? O, llevando la duda al extremo, ¿no será el canibalismo producto, únicamente, de nuestra fantasía? Dicho en pocas palabras: ¿han existido caníbales alguna vez? El antropólogo estadounidense William Arens se hizo esta misma pregunta a finales de los años setenta del pasado siglo. Su respuesta cobró forma de libro, publicado en 1979 y traducido al español en 1981, con el título El mito del canibalismo. Antropología y antropofagia. Y la respuesta que dio el autor es tajante. 

El canibalismo no ha existido nunca ni existe en la actualidad.

Festín de caníbales
en la isla de Tanna
(1885-89), Nuevas
Hébridas, por Charles E.
Gordon Frazer.
Frazer

Documentos sobre la antropofagia

No es necesario decir que sí ha habido antropófagos, los hay y, con toda probabilidad, seguirá habiéndolos. Hay criminales con psicopatologías profundas que devoran a sus víctimas o, sencillamente, matan con el único fin de comérselas. Hay también situaciones desesperadas en las que algunas personas, para seguir vivas, eligen comerse a sus semejantes ya muertos, como último remedio para evitar su propio fin por inanición. Pero estos no son los casos que interesan a W. Arens

Él se interesa por el canibalismo como costumbre, no como excepción. Por la captura y asesinato de seres humanos, cuyos cuerpos serán ingeridos, de forma más o menos ritual, configurando un hábito social aceptado y moralmente intachable. Un canibalismo que siempre se ha atribuido a pueblos lejanos, desde tiempos de Herodoto, y que en la tradición europea se sitúa siempre, como pauta general, en los límites del mundo conocido. Conforme los límites se alteran, se altera la ubicación de estos caníbales: América, África, Nueva Guinea. Heródoto los ubicaba algo más allá de Escitia, los límites del mundo conocido por entonces.

Los documentos sobre antropofagia son abundantes, particularmente en algunas sociedades americanas. Caribes, aztecas, tupinambás son algunas de las más destacables, por la riqueza de la documentación que atestigua sus prácticas caníbales. Y, para mayor peso, esos documentos están firmados por personas tan relevantes como Cristóbal Colón, Hernán Cortés o Bartolomé de las Casas, amén de otras muchas, menos conocidas o de importancia secundaria. 

La documentación sobre África presenta un aspecto menos ilustre (con la excepción, si acaso, de Livingstone) y, en general, menos sólido. Sea como fuere, hay fuentes numerosas, de legitimidad incuestionable y de peso histórico. Ante este material, ¿qué puede argumentarse para negar la existencia de la antropofagia? ¿No es evidente el canibalismo, al menos en la América de hace algunos siglos?

America tertia pars. Escena de canibalismo pintada en 1592 por el grabador y editor de libros
ocultistas y de historia de América, Theodore de Bry. Biblioteca Mário de Andrade (Brasil).
ASC

La respuesta de Arens, como he dicho, es definitiva. No ha habido ni hay canibalismo. Una tras otra, las fuentes caen bajo su ojo crítico. Arens exige un testimonio directo para brindar veracidad a los relatos y, es cierto, buena parte de ellos hablan de testimonios prestados por terceras personas. Ni Colón, ni Cortés, ni tantos otros asistieron jamás a un banquete antropófago (Arens olvida el testimonio directo de Américo Vespucio). En resumen, bajo el criterio de este antropólogo, la inmensa mayoría de los documentos que fundamentan la existencia del canibalismo son mendaces y sus autores, simplemente, mienten, exageran o fabulan

Tampoco da con textos etnológicos de nuestro tiempo que constaten de primera mano la práctica de la antropofagia. La conclusión de Arens no admite dudas: el canibalismo no existe ni ha existido jamás.

Mención aparte merece el caso de Hans Staden. Staden fue apresado a mediados del siglo XVI por los tupinambá, en lo que hoy es Brasil. Bajo el continuo temor de correr la misma suerte, presenció numerosas ejecuciones de prisioneros a manos de sus captores, a lo que seguía un macabro banquete antropófago con los restos de la desdichada víctima. Pudo regresar a Europa, donde publicó sus aventuras en un libro titulado Verdadera historia y descripción de un país de salvajes desnudos, feroces y caníbales, situado en el Nuevo Mundo, América. Staden sí que relató como testigo presencial actos de canibalismo. Pero Arens refutó su testimonio alegando el plausible desconocimiento de Staden del idioma de los tupinambá, así como el exceso de detalles, que le pareció sospechoso por el tiempo pasado entre el cautiverio y la publicación del libro, amén de insinuar la mano de un tercero en esa crónica temible.

La preparación de la comida (1898). Mujeres N’asakara
practicando el canibalismo. Collection Dupondt.
Album

¿Fue real el canibalismo?

Arens es un autor sutil. Si el canibalismo fuera real, las preguntas sobre sus causas, su sentido y sus implicaciones culturales serían pertinentes. Pero el caso es que no hay la menor realidad, a su juicio, en los actos antropófagos. Solo podemos encontrar relatos sobre canibalismo, canibalismo que, además siempre se atribuye a grupos distintos al propio. La consecuencia resulta sencilla. Literalmente, escribe: «La pregunta importante no es por qué la gente come carne humana, sino por qué cada grupo invariablemente supone que los demás lo hacen». A partir de aquí, su análisis se proyecta hacia la articulación entre naturaleza y cultura en el ámbito de lo mítico y cursa las narraciones tradicionales sobre pasados remotos, en los cuales lo humano y lo animal no están claramente diferenciados. Tiempos originarios, telúricos, habitados por seres indómitos y extraordinarios en los que no faltaba la ingesta de seres humanos.

Con todo, una segunda pregunta flota sobre este planteamiento. Siendo meras fantasías, ¿cómo todos esos textos, esos relatos escritos por conquistadores, misioneros o exploradores pudieron ser creídos y difundidos? ¿Cómo pudieron adquirir una expansión tan amplia? ¿Cómo es que fueron producidos o admitidos por muchas personas de innegable capacidad intelectual? 

La argumentación de Arens enlaza con el mundo simbólico al que hemos hecho referencia, ese mundo mitológico poblado por seres que no son completamente humanos. Los europeos, atribuyendo a americanos o africanos el afán por devorar a sus semejantes, los deshumanizaron, degradándolos casi al rango de las bestias. Y al deshumanizarlos, brindaron a sus propias empresas imperiales y coloniales una legitimación aceptable. Ningún acto de Hernán Cortés, por brutal que fuera, admitiría comparación con el canibalismo, por ejemplo, de los aztecas, organizado por el propio reino azteca, y que contaría sus víctimas por decenas de miles en periodos muy cortos de tiempo. Complementariamente, la expansión europea acabó con la antropofagia en las tierras que iban cayendo bajo su control. La expansión europea limpió el mundo de salvajes sanguinarios, ávidos de poner en sus parrillas carne humana. Y esta parece una empresa encomiable, desde todo punto de vista.

En este grabado de 1878,
Horace Castelli representa
a caníbales comiendo
carne humana. El jefe
tribal da cuenta del ojo.
AGE

En esencia, las líneas maestras de esta tesis habían sido expuestas hace poco más de un siglo por Julio C. Salas, sociólogo venezolano, en su libro Los indios caribes. Estudio sobre el origen del mito de la antropofagia, publicado en Madrid en 1920. Es de justicia mencionar a este estudioso, aunque Arens omita o ignore este trabajo

Salas emprendió una lectura crítica de las fuentes primarias, los libros escritos por los conquistadores, dando por inverosímil o por interesado, cuando no ambas cosas a la vez, todo relato sobre antropofagia en tierras americanas. Su criterio es sensato. Los caníbales figuran junto a las amazonas (las fabulosas mujeres guerreras), los indígenas con cabeza de perro y otras criaturas, animales o humanas, de veracidad bastante escasa. Esta mezcla de antropófagos con seres decididamente imaginarios despierta suspicacias. Como más tarde propondría Arens, Salas vio en las intenciones de todos esos autores mera propaganda, lo que hoy llamaríamos desinformación. Cuanto se informa sobre caníbales debe ser catalogado como fake news.

El eco de las propuestas de Arens no ha sido unánime. Algunos investigadores se inclinan hacia la inexistencia del canibalismo, tildándolo de mito proyectado sobre tierras salvajes. Otros suscriben su realidad histórica. El célebre antropólogo Marvin Harris, que ya había tratado este asunto en 1977, en su libro Caníbales y reyes, volvió a hacerlo en 1985, en Bueno para comer, mencionando abiertamente a William Arens y esgrimiendo en su contra fuentes históricas de primera mano. 

Nativos comiendo y cocinando carne humana, en el norte de Brasil, alrededor de 1500.
Es una reproducción de una xilografía coloreada a mano de una ilustración del siglo xvi.
Album

En 1986, Peggy R. Sanday rebatió los argumentos de Arens en su libro El canibalismo como sistema cultural, apoyada en los documentos recopilados de los misioneros jesuitas, y daba por cierta la antropofagia en treintaisiete sociedades. Entre los reticentes en aceptar las propuestas de Arens se encuentran otros antropólogos de fuste, como Robert Carneiro o Marshall Sahlins. En todo caso, en nuestros días, el debate no parece atraer la atención de los estudiosos. El canibalismo como sistema simbólico, ideológico, como proyección cultural o referencia literaria puede encontrarse en recientes escritos académicos, pero el hecho de que antropófagos y antropófagas hayan tenido existencia real parece, sorprendentemente, ser un asunto menor, que no merece atención por parte de los especialistas.

El problema principal con el que se enfrentaron Arens y Salas estriba en que la refutación sistemática de todos los documentos que aluden a la realidad palpable del canibalismo, inevitablemente, conduce a la desconfianza sobre tal procedimiento. A la postre, podría ser el propio Arens quien pretendiera generar desinformación… Pero, sin duda, le debemos el uso de un mayor sentido crítico ante los testimonios o los relatos, una contextualización rigurosa de las fuentes y debemos poner esto en su haber. 

En otro plano, si se quiere ir más allá de la crítica, también ocurre que es difícil demostrar la inexistencia de lo que no existe (aunque en disciplinas fuertemente formalizadas, como las matemáticas, sea posible). No se pueden presentar pruebas palpables de que algo no existe. Y este es un obstáculo insuperable. Es el drama ante el que se vieron las personas acusadas de brujería, siglos atrás. No podían demostrar no haber volado en escobas, demostrar no haber participado en aquelarres, demostrar no haberse puesto al servicio de Satán.

Acaso por ello, estas personas, incapaces de demostrar su inocencia, solían también ser acusadas del crimen mítico, el más odioso y el que las hacía semejantes a las fieras más terribles: el canibalismo. Una práctica atroz cuya existencia nos gustaría poder refutar.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-06-30 06:20:58
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Mi resumen de noticias

WhatsApp