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Esta es la historia de Constantinopla, una ciudad en continuo asedio

Esta es la historia de Constantinopla, una ciudad en continuo asedio

Tras derrotar a Licinio –coemperador romano de Occidente– en las batallas de Adrianópolis y Crisópolis, Constantino decidió fundar una nueva capital para su Imperio de Oriente en la antigua colonia griega de Bizancio, enclave que gozaba de una situación geográfica privilegiada a la entrada del Bósforo. A finales del año 324 se iniciaron las obras para convertir la vieja ciudad en un centro comercial de primer orden y en una plaza fuerte inexpugnable que pudiera hacer frente a las continuas incursiones de los bárbaros procedentes de Oriente. En los trabajos para embellecer y fortificar la antigua urbe se empleó la fuerza de los músculos de cuarenta mil trabajadores, en su mayoría esclavos godos.

Cuando era la Constantinopla bizantina, fue baluarte de la Cristiandad y heredera del mundo grecorromano. En la foto, vista nocturna de Estambul con la Mezquita Azul al fondo. Foto: AWL/Pilar Revilla.

“La Nueva Roma”, como llegaría a ser conocida, contó desde un principio con las mismas instituciones, exenciones fiscales y edificios públicos que había tenido la antigua capital del Imperio desde la que se había extendido la civilización romana por toda la cuenca mediterránea. El territorio que comprendía Constantinopla recibió inmediatamente el estatuto de ius italicum, título que la distinguía de las posesiones provinciales, concediendo al perímetro de su término municipal la categoría de suelo italiano libre del pago de impuestos. A partir de entonces, la ciudad de Constantino se convirtió en el centro político, religioso y cultural del Imperio Romano oriental y más tarde del mundo bizantino.

La nueva Roma

Después de doce años de intensos trabajos, el emperador Constantino celebró la conclusión de las obras de su nueva capital con ritos litúrgicos y fiestas que duraron cuarenta días. En aquel entonces se calcula que la población de la ciudad alcanzaba los treinta mil habitantes, cifra que no dejaría de crecer en las décadas siguientes. Desde su fundación, Constantinopla contó con un cinturón amurallado que la aislaba del continente, defensas que fueron reforzadas durante los siguientes reinados. Teodosio II hizo levantar una nueva muralla al oeste de la ciudad para proteger los barrios que habían surgido fuera de las fortificaciones construidas por Constantino. La última gran ampliación del muro defensivo la realizó Heraclio, que lo extendió por la parte oriental para incluir en su interior el barrio de Blanquernas. Después de todas estas reformas, las murallas de Constantinopla tenían una extensión de casi siete kilómetros, abarcando desde el mar de Mármara hasta el Cuerno de Oro, convirtiendo a la ciudad en una plaza fuerte inexpugnable capaz de resistir los ataques de cualquier enemigo por poderoso que fuera.

Desde la fundación de Constantinopla como capital del Imperio romano de Oriente por Constantino, las murallas que la protegían sufrieron diversas ampliaciones y modificaciones. Foto: Getty.

Contradiciendo su poder, el Imperio Romano de Oriente era un gigante con pies de barro que cada cierto tiempo era sacudido por los vaivenes de una constante inestabilidad política interna y los embates de los pueblos bárbaros que llamaban con violencia a sus fronteras. La única base sólida sobre la que se sustentaba era la propia Constantinopla, hasta el punto de que la supervivencia del Estado bizantino, con el que se identificó plenamente, estuvo ligada a la de la ciudad. Mientras la capital resistió, el Imperio logró subsistir a pesar de haber perdido la mayoría de sus provincias. Gracias a su pervivencia pudo resurgir varias veces de manera asombrosa, renaciendo de sus propias cenizas.

Ciudad de una intensa vida social

Debido a la precaria situación política del Imperio, muchos emperadores fueron depuestos o ascendidos al trono por revueltas populares, golpes de Estado o movimientos religiosos que tuvieron como principal escenario Constantinopla. En este sentido cabe decir que todo se cocía en la capital, hasta el punto de que los célebres juegos que se celebraban en su hipódromo y las disputas que surgían entre los partidarios de los equipos verde y azul servían de termómetro para conocer el estado de salud de la vida pública y la evolución del estado de opinión hacia determinados personajes.

En el plano social, Constantinopla siguió creciendo desmesuradamente favorecida por su situación estratégica como nexo de unión entre Oriente y Occidente. La afluencia constante de población procedente de diferentes regiones del mundo conocido la convirtió en una ciudad próspera y cosmopolita en la que convivían razas y culturas, en un clima de frágil convivencia que casi siempre parecía estar a punto de estallar.

La importancia estratégica del estrecho del Bósforo fue uno de las razones de Constantino para establecer allí la nueva capital del Imperio Romano de Oriente. Foto: Getty.

Responsable del orden público

Respecto a la administración urbana, Constantinopla estaba gobernada por un prefecto que tomó el nombre de eparca y que era el primer senador y miembro del Consistorium imperial. El eparca era el responsable de mantener el orden público en las calles y su jurisdicción civil y criminal se extendía por toda la ciudad y sus alrededores. La capital estaba dividida en catorce barrios y al frente de cada uno de ellos había un curator, al mando de las competencias de policía en cada distrito. El eparca no tenía autoridad sobre las colonias de poderosos comerciantes extranjeros que a partir del siglo IX se establecieron en la ciudad, minorías influyentes que gozaban de impunidad rigiéndose por sus propias leyes. A principios del siglo XIII el eparca perdió las competencias que le quedaban y se convirtió en un mero cargo honorífico, mientras la figura del quasitor se encargaba de velar por la seguridad en las calles de la capital.

La basílica de Santa Sofía fue la sede del Patriarca de Constantinopla y el epicentro de la Iglesia ortodoxa oriental durante casi mil años. Foto: AGE.

En el siglo V Constantinopla contaba con más de trescientas calles, que formaban un auténtico laberinto en el que era fácil perderse. También tenía censadas más de cuatro mil trescientas domus, villas romanas que eran propiedad de grandes señores, sumando un total de cerca de quinientos mil habitantes, cifra que se vio incrementada durante el reinado de Justiniano. Fue este emperador quien embelleció la ciudad con magníficos monumentos como la basílica de Santa Sofía o la iglesia de Santa Irene. En aquellos días Constantinopla atravesó por uno de sus períodos de deslumbrante esplendor, llamando la atención de pueblos bárbaros que intentaron conquistarla para apoderarse de sus inmensas riquezas. Hunos, ávaros, persas, árabes y rusos se presentaron ante sus murallas dispuestos a conquistarla, pero sus recios muros los mantuvieron a raya y les hicieron desistir de sus propósitos.

Enemigo a las puertas

A mediados del siglo V, hordas de guerreros hunos procedentes de las estepas de Asia Central penetraron en Europa aprovechándose de la debilidad del fracturado Imperio Romano. Lideradas por Atila, caudillo sanguinario que dejaba un rastro de saqueos y matanzas por donde pasaba, sembraron el terror entre las tribus bárbaras que huían de sus incursiones. Durante sus forzosas migraciones, los refugiados narraban historias terroríficas sobre el aspecto y comportamiento de los hunos, más semejante al de las fieras que al de los seres humanos.

Para muchos, los hunos representan la imagen del bárbaro por antonomasia. Arriba, su más carismático caudillo arrasando Italia en un óleo de Delacroix (1798-1863). Foto: Album.

Las legiones romanas no estaban en condiciones de detener el avance imparable de aquellos jinetes nómadas que ponían en grave peligro las fronteras imperiales, por lo que se decidió pactar con ellos para hacer frente a enemigos comunes como los germanos. Las negociaciones emprendidas por Teodosio II, en un esfuerzo por mantenerlos alejados de Constantinopla, lo llevó a jugar con fuego y aceptar las condiciones tributarias impuestas por Atila. Contentos con su botín, los hunos se retiraron al interior del continente a la espera de una mejor ocasión para apoderarse de la capital del Imperio de Oriente.

Las concesiones de Teodosio pudieron parecer excesivas, pero le permitieron ganar tiempo para reforzar las defensas y los muros de la ciudad ante un más que posible ataque futuro de los hunos. Mientras estos se dedicaban a consolidar su autoridad sobre los territorios conquistados, Teodosio II construyó las murallas marítimas de Constantinopla y levantó nuevas líneas defensivas a lo largo del curso del Danubio. Las derrotas sufridas por las fuerzas de Atila frente a los persas los empujaron de nuevo hacia las fronteras del Imperio oriental, cruzando el Danubio y encontrando una débil resistencia hasta los Balcanes, donde detuvieron su ofensiva relámpago para recobrar aliento y disfrutar de sus nuevas conquistas. Aquel paréntesis fue aprovechado por el Emperador para acelerar los preparativos para la defensa de su capital, trayendo refuerzos procedentes de diferentes provincias del Imperio.

Derrota de las legiones romanas

Atila reanudó su campaña militar en el año 443, avanzando hasta aplastar a las desmoralizadas legiones romanas concentradas a las afueras de Constantinopla. La conquista de la ciudad parecía inminente y el pánico se extendió entre sus habitantes ante la visión de los aguerridos jinetes hunos gritando como salvajes a los pies de sus formidables murallas. Sin embargo, el asalto contra la capital no se produjo finalmente. Los soldados nómadas de Atila, acostumbrados a la lucha en campo abierto, no estaban preparados para la guerra de asedio, por lo que tuvieron que desistir de sus pretensiones, retirándose al interior del territorio bajo su control.

Atila, rey de los hunos, gobernó el mayor imperio europeo de su tiempo, desde el 434 hasta su muerte en 453. Foto: Album.

A Teodosio no le quedó más remedio que admitir la derrota de sus legiones y pagar un alto rescate por mantener a salvo la capital de su debilitado Imperio. Los hunos se retiraron a sus bases con las alforjas cargadas con un inmenso tesoro compuesto por varias toneladas de oro y riquezas, además de la promesa del pago de un elevado tributo a cambio de una ansiada paz que podía romperse en cualquier momento. Mientras tanto, Constantinopla quedó sumida en el caos, situación que se vio agravada por graves disturbios políticos, hambrunas, terremotos y epidemias. Ante aquel estado de calamidad pública, Atila vio la oportunidad de volver a intentarlo y en el año 447 partió de nuevo hacia los Balcanes al frente de un poderoso ejército.

Como había ocurrido anteriormente, las legiones apenas fueron capaces de oponer una débil resistencia. La decidida intervención de Flavio Constantino, eparca de Constantinopla, organizando brigadas de defensa civil para reconstruir rápidamente las murallas derribadas por los terremotos, consiguió frenar la arremetida de los hunos, que volvieron a retirarse con la promesa del pago de nuevos tributos. Atila concentró entonces su ambición en las fronteras occidentales de Europa, aplastando a los pueblos bárbaros que habían desbancado al poder de Roma. El ejército de los hunos, debilitado por su rápido avance, se detuvo en la ribera del río Po, mientras Atila se retiraba a la línea del Danubio. El caudillo que había sembrado el terror por todo el continente europeo murió de forma súbita cuando preparaba un nuevo ataque contra Constantinopla. La capital del Imperio de Oriente podía sentirse de nuevo a salvo, aunque no por mucho tiempo.

El sufrimiento de los asedios

Los árabes, en su expansión imparable por todo el Mediterráneo, protagonizaron los nuevos asedios sobre Constantinopla. En el año 717, el emperador León III organizó una enconada defensa desde sus murallas frente al ataque de un ejército compuesto por cerca de cien mil soldados musulmanes, a los que repelió mediante el uso masivo de un arma terrorífica, el “fuego griego”. Hasta la retirada del desmoralizado enemigo, la capital sufrió las penurias de doce meses de infructuoso sitio.

En el siglo VIII, para proteger la ciudad se empleó el llamado “fuego griego”, una especie de lanzallamas muy temido por los musulmanes. Arriba, un grabado que representa la escena. Foto: AGE.

Esta victoria marcó el inició de un largo período de paz y prosperidad para Constantinopla, alcanzando en los siglos IX y X su época de mayor esplendor bajo el reinado de los emperadores de la dinastía macedonia, tiempo que estuvo marcado por un renacimiento de la depauperada economía y de las artes en todas sus expresiones. En el último cuarto del siglo IX fue cuando la ciudad albergó al mayor número de extranjeros de toda su Historia. En esos años, rusos, búlgaros, armenios y árabes, junto con los inmigrantes de otras muchas nacionalidades, afluyeron a Constantinopla atraídos por su comercio o para servir como mercenarios en sus ejércitos.

Bajo el gobierno de la dinastía de los Comneno, ya en el siglo XI, se instaló en la capital una importante colonia de comerciantes italianos procedente de sus principales ciudades-Estado. Amparados por los grandes privilegios otorgados por los emperadores, estos asentamientos formaron de hecho un Estado dentro del Estado que contribuyó a la decadencia progresiva de Constantinopla. Al otro lado de la ciudad, en el Cuerno de Oro, se formaron barrios enteros como los de Pera y Gálata habitados exclusivamente por italianos, que fueron alcanzando un poder cada vez mayor.

La torre de Gálata es uno de los lugares más llamativos de la ciudad. Fue construida por los genoveses en 1348, en la parte más septentrional y elevada de la ciudadela. Foto: AWL/Pilar Revilla.

Entre pisanos, genoveses y venecianos se calcula que su número llegó a los sesenta mil habitantes en tiempos del reinado de Manuel I Comneno. Dueños del comercio de la ciudad, los italianos impusieron sus condiciones minando aún más una autoridad imperial que ya había sufrido un duro desgaste, gobierno que con el paso del tiempo apenas extendía su influencia unos kilómetros más allá del perímetro circundante de las murallas de Constantinopla. Debido a estas circunstancias, la ciudad se fue encerrando cada vez más prisionera de sí misma.

Hacia el ocaso definitivo

Situada en el camino hacia Tierra Santa, la decadencia de Constantinopla se aceleró con las Cruzadas, que a partir del siglo XI se sucedieron como una auténtica plaga. Al contrario de lo que había ocurrido otras veces, la ciudad no consiguió recuperarse de esta nueva crisis, agotada después de tantos siglos de Historia convulsa. Su población quedó reducida a un tercio respecto a su época de mayor esplendor y su importancia política y económica se situó al nivel de una factoría controlada por la poderosa colonia veneciana que se había instalado en algunos de sus barrios.

El canto del cisne de Constantinopla se produjo durante el reinado de Miguel VIII Paleólogo, que intentó por todos los medios recuperar la prosperidad. Para incrementar la población y relanzar la economía, el Emperador permitió el establecimiento de una gran colonia genovesa que pudiera contrarrestar el poder de los venecianos haciéndoles la competencia. El barrio de Gálata fue rodeado por una muralla y fue puesto bajo el gobierno de un podestá de origen genovés, cargo que a partir de entonces ocupó un destacado lugar en la Corte de la dinastía de los Paleólogos.

Miguel VIII Paleólogo reinó como emperador bizantino desde 1259 hasta 1282, logrando con su hábil política neutralizar a los enemigos de Bizancio y expandir las fronteras del Imperio. Foto: ASC.

Durante el siglo XIV, Constantinopla entró en la última etapa de su decadencia definitiva. El Imperio había perdido todas sus provincias y se limitaba a la capital y a una serie de pequeños territorios dispersos difíciles de defender. La presión turca había conseguido estrangular las principales vías comerciales de la ciudad desplegando una estrategia que tenía como objetivo su conquista. Cuando parecía que su caída era inminente, un milagro la salvó de nuevo in extremis. A principios del siglo XV, el victorioso sultán Bayaceto, que entre los años 1391 y 1398 había asediado Constantinopla levantando el sitio a cambio del pago de un cuantioso tributo, parecía decidido a incluir a la capital bizantina entre sus posesiones. Sin embargo, un suceso imprevisto iba a truncar sus intenciones. El 20 de julio de 1402, el jefe mongol Tamerlán infligió al ejército de Bayaceto una aplastante derrota en la batalla de Ankara, combate en el que fue hecho prisionero el sultán, que moriría pocos meses después.

Caen las murallas de la urbe

La precipitada retirada turca permitió que Constantinopla pudiera sobrevivir. La lenta agonía de la ciudad se prolongó durante otros cincuenta años más, hasta que el sultán otomano Mehmed II inició en el verano de 1452 una campaña militar con la que cercó sus murallas al frente de un poderoso ejército. Después de cortar las vías de suministro de la ciudad, el asalto definitivo comenzó el 6 de abril de 1453 con una serie de ataques coordinados de artillería y tropas de infantería. La guarnición de Constantinopla apenas estaba compuesta por ocho mil hombres bajo el mando de Constantino XI, frente a los cien mil del ejército otomano entre los que se encontraban los famosos jenízaros, tropas de élite que no se detenían ante nada.

Estatua de Constantino XI Paleólogo, el último emperador bizantino antes de la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453. Foto: Alamy.

El asedio se prolongó durante seis semanas hasta que, al amanecer del 29 de mayo de 1453, Mehmed II ordenó lanzar el asalto definitivo. Los defensores habían perdido la esperanza depositada en la llegada de refuerzos venecianos mientras los turcos concentraban sus fuerzas en los sectores de la muralla más debilitados por el bombardeo de sus cañones, algunos de gran calibre. Exhaustos y desmoralizados, los bizantinos abandonaron sus posiciones ante el empuje del enemigo, que consiguió finalmente penetrar en los barrios de Constantinopla.

Tal y como había prometido, Mehmed consintió que sus hombres se dedicaran al saqueo de la ciudad. Durante varios días las tropas otomanas se entregaron a una orgía de ejecuciones, torturas y violaciones. Según cuenta la leyenda, el emperador Constantino XI murió en el transcurso de los combates mientras defendía las murallas. Su cabeza decapitada fue exhibida por los turcos, mientras que su cuerpo fue enterrado con todos los honores en la que había sido la capital de un Imperio que hacía tiempo que ya no existía.

Las noticias que hablaban de la caída de Constantinopla causaron una gran conmoción en el Occidente europeo. Muchos llegaron a pensar en el fin del cristianismo, aplastado por la expansión del Imperio otomano. Los más comprometidos hablaron de organizar una nueva Cruzada para recuperarla, pero en Europa nadie parecía demasiado interesado en embarcarse en esa aventura.

En la época de la conquista turca, la ciudad era una sombra de lo que había sido. Sin embargo, los otomanos la convirtieron en su capital, embelleciéndola con obras que han pasado a la posteridad y que continúan deslumbrando al visitante que llega a la moderna Estambul. De esta forma, Constantinopla volvió a resurgir de sus cenizas.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-06-12 10:24:21
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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