Las mujeres todavía son percibidas como elementos ajenos al poder (…). Nuestro modelo cultural y mental de persona poderosa sigue siendo irrevocablemente masculino”, escribe Mary Beard en su ensayo Mujeres y poder (Crítica, 2018). Si eso sigue siendo verdad en el siglo XXI, podemos imaginar cómo debía ser en el pasado, empezando por la Antigüedad.
Cleopatra VII (siglo I a.C.), la última reina de Egipto, es considerada la seductora por excelencia, capaz de todo con tal de lograr sus propósitos. Exuberante, lista y sumamente peligrosa, reinó durante dos décadas. Su único objetivo era el poder, que alcanzó asesinando a sus hermanos de forma despiadada, y lo mantuvo usando sus habilidades políticas y su mejor arma: el sexo, con el que se ganó la confianza de los hombres más importantes de Roma.
Pese a su mala fama, hay que tener presente que casi todas las historias sobre Cleopatra las escribieron los romanos, que no la apreciaban demasiado. ¿Podemos entonces fiarnos de lo que se dice de ella? El psiquiatra David Mallor, que ha realizado su perfil psicológico, concluye que tenía un comportamiento psicopático y que mataba sin ningún remordimiento.

Según este experto, su conducta estaba guiada por un fin concreto, como la de otros malvados del pasado; sin ir más lejos, la de uno de sus amantes, Julio César. Aun así, para Mallor la reina tiene un perfil más oscuro y psicopático, lo que la sitúa junto a grandes asesinos como Calígula o Atila. Además, le encantaba ser el centro de atención. Baste de ejemplo la teatral escena que montó para presentarse ante César, escondida en una alfombra. Eso indicaría que sufría un trastorno histriónico de la personalidad, es decir, que tenía la necesidad de ser admirada. Y que, cuando era necesario, se mostraba fría y desapasionada.
Una emperatriz de mala fama
Peor fama tiene, si cabe, la emperatriz Wu Zetian (625-705), la única mujer que ha reinado en China en solitario. Se la ha acusado de intrigante, se la ha criticado por coleccionar amantes y se han acentuado sus peores rasgos, pero lo cierto es que fue una gobernante competente. Con ella, el país vivió una época de estabilidad política, económica y cultural. Además, favoreció la agricultura y elevó la posición social de las mujeres. Pese a sus logros, la leyenda negra puso el acento en sus errores, relegando a un segundo plano las eficaces reformas.

Tras la muerte de su marido, el emperador Gaozong, Wu decidió ocupar el trono saltándose los derechos de sus hijos. En una sociedad claramente patriarcal, eso rompía todas las normas. Inicialmente concubina del harén real, su importancia había ido en aumento, algo que la emperatriz Wang no veía con buenos ojos.
Wu tuvo una hija con el emperador que murió prematuramente, y se la acusó de haberla matado ella misma para endosarle el asesinato a Wang. De hecho, se le atribuyó el infanticidio hasta que en 1968 el sinólogo C.P. Fitzgerald escribió una biografía sobre ella en la que consideraba el crimen poco verosímil, porque difícilmente habría tenido la condición física para matar después del parto y porque no era habitual que una primera concubina del emperador que acababa de dar a luz se quedase a solas, sin una sirviente que hubiera servido de testigo. Verdad o no, el emperador repudió a Wang y nombró a Wu esposa principal y emperatriz. Ya en la cúspide del poder, se llegó a afirmar que ordenó asimismo la muerte de Wang.
Con su marido delicado de salud, Wu empezó a tomar las riendas del poder. Cuando Gaozong murió, en 683, se rumoreó que ella lo había envenenado. Durante más de dos décadas probó su habilidad para reinar: sus detractores no lograron bajarla del trono hasta que tenía ya más de 80 años, en 705. Y ese mismo año falleció.
María la Sanguinaria y Catalina la Envenenadora
Claro que no hay que irse tan lejos para encontrar mujeres despiadadas. El sobrenombre de “la Sanguinaria” evidencia la fama, en este caso merecidamente ganada, de María Tudor (1516- 1558), que ocupó el trono de Inglaterra de 1553 a 1558 como María I.

La única hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón quiso reconducir a Inglaterra por la senda del catolicismo, tras el cisma anglicano provocado por su padre. Para ello se apoyó en su marido, Felipe II, y restituyó a golpe de ejecuciones la obediencia a la Iglesia de Roma. María inició una feroz represión que condenó a muerte a casi 300 personas entre febrero de 1555 y noviembre de 1558. Entre los que ardieron en la hoguera estaba Thomas Cranmer, que siendo arzobispo de Canterbury había autorizado el divorcio de sus padres. Con este bagaje, resulta lógico que los protestantes la apodaran Bloody Mary.
Otra reina de la misma centuria comparte con María I un puesto en este ranking de “malas”: Catalina de Médici (1519-1589). Esposa de Enrique II de Francia y madre de cinco reyes y reinas sin descendencia, marcó la política francesa durante más de treinta años. Cuando en 1560 falleció su primogénito, Francisco II, y accedió al trono su segundo hijo, Carlos IX, fue designada regente, y desde entonces mostró su enorme capacidad para ejercer el poder. Ella sería la instigadora de la Matanza de la Noche de San Bartolomé (24 de agosto de 1572), en la que murieron asesinados en París más de 4.000 protestantes. Obsesionada con preservar el trono para sus vástagos, no dudó en usar venenos letales contra quienes se interpusieron en su camino.

Catalina, que intentó reconciliar a católicos y protestantes con el matrimonio de su hija Margot y Enrique de Navarra, murió a los 70 años. Su figura se ha modelado en torno a una cierta leyenda negra (común a otros Médici) en la que hay verdades y exageraciones: maquiavélica, intrigante, falta de escrúpulos, seductora, asesina…
De Hungría a Madagascar
También si hacemos caso a la leyenda, la condesa húngara Erzsébet Báthory (1560-1614) sería la primera asesina en serie. Se cuenta que estaba obsesionada con la belleza y que por eso torturó y asesinó a unas 650 jóvenes: creía que si se bañaba en su sangre y se la bebía conservaría la juventud. Cuando sus crímenes salieron a la luz, fue condenada a encierro de por vida. Pasó sus últimos años en la habitación de un castillo, sin dejar de proclamar su inocencia y de asegurar que su desgracia se debía a un complot del rey para quedarse con sus tierras. Cierto o no, la historia ya la ha juzgado y bautizado como “la condesa sangrienta”.
Y sangrienta y asesina son algunos de los calificativos que suelen dedicarse a Ranavalona I (1778- 1861), reina de Madagascar. Llegó al trono en 1828 tras la muerte de su esposo, Radama I, al que según algunas fuentes envenenó. El legítimo heredero era el sobrino del rey, Rakatove, pero Ranavalona urdió un engaño: mantuvo en secreto la muerte del monarca hasta el día de la Reunión Pública, cuando obligó a sus súbditos a jurarle lealtad. Para evitar opositores, mandó ejecutar a Rakatove y a sus padres.

Varios países occidentales aspiraban a explotar las riquezas de Madagascar, mientras que los misioneros intentaban convertir a los nativos. A Ranavalona le horrorizaba que los extranjeros les impusiesen su estilo de vida y se propuso recuperar la religión de sus ancestros. Así, anuló los acuerdos internacionales firmados por su marido y dictó una orden de expulsión y confiscación de propiedades contra todos los foráneos. En 1830, los cristianos empezaron a ser perseguidos, torturados y ejecutados. Muchos renegaron de su fe antes de ser arrojados por acantilados, metidos en aguas infestadas de cocodrilos, vestidos con pieles de animales ensangrentadas para que perros hambrientos los despedazaran… Como los acusados eran cada vez más, la reina puso en práctica los llamados “juicios de Dios”: les daban comida envenenada y si sobrevivían, eran inocentes; si morían, culpables justamente castigados.
A Ranavalona le llovieron los sobrenombres: “Calígula femenina”, “Bloody Mary de Madagascar”, “moderna Mesalina”… En 1835, franceses e ingleses se aliaron para intentar derrocarla, pero no lo lograron. Es más, cortó las cabezas de algunos y las clavó en picas en la costa a modo de advertencia. Aquello funcionó y los extranjeros no volvieron a molestarla. Las cifras de sus víctimas varían mucho. Unos dicen que asesinó a unos 2,5 millones de personas, la mitad de la población de la isla, aunque una estimación más realista rondaría las 150.000 muertes. Ella falleció en la cama, tras 33 años de reinado.
Gánster y madre amantísima
Entre las “malas” del pasado hay un nombre que quizá no les sea familiar a muchos, Kate “Ma” Barker (1873-1935), pero que es la protagonista de la canción Ma Baker de Boney M. La verdadera “Ma” Barker (la “r” desapareció al componer el célebre tema) fue la matriarca de un clan de gánsteres que murió a los 62 años, abatida a tiros por el FBI, tras sembrar el terror en el Medio Oeste de Estados Unidos con sus fechorías.
Amante de las armas y cómoda en los márgenes de la ley, dio lugar al arquetipo de la madre amantísima que no dudaba en usar su Colt cuando alguno de sus cuatro vástagos tenía problemas. Aunque la banda llevaba tiempo dando pequeños golpes, en 1927 un atraco fallido acabó con un agente muerto y, ante la perspectiva de volver a la cárcel, Herman, el hijo mayor, se disparó en la sien. Con el tiempo y la colaboración de Alvin Karpis, fundaron otra banda: los Barker-Karpis. Y tras la muerte de Dillinger (el enemigo público número 1) y de Bonnie y Clyde, se quedaron solos en la cumbre del crimen.

Aunque por poco tiempo, pues el 16 de enero de 1935 “Ma” Barker y su hijo Fred fueron sitiados por el FBI en una cabaña de Florida. El tiroteo duró cuatro horas y se dispararon más de 2.000 balas. Según el sumario policial, “Ma” murió con una ametralladora Thompson en las manos. Desde entonces, fuera cual fuese su verdadera relación con los crímenes de sus hijos, forma parte de la cultura popular y ha inspirado cómics, novelas y películas: Shelley Winters la interpretó en Mamá sangrienta (1970), de Roger Corman.
Las carniceras nazis
La Alemania nazi puso el listón muy alto en cuanto a dosis de maldad, pero los actos sádicos no fueron, ni mucho menos, exclusiva de los varones: algunas mujeres destacaron también por ser especialmente abominables. Maria Mandel, apodada “la Bestia”, fue una guardia femenina de las SS con alto rango en Auschwitz. Controlaba todas las secciones y subsecciones femeninas del campo de exterminio, creó la “orquesta de Auschwitz”, que ponía música a recuentos y ejecuciones, y era la encargada de escoger quiénes acabarían en las cámaras de gas, adonde envió a alrededor de 500.000 mujeres y niños. En 1947 fue condenada a muerte y falleció en la horca al año siguiente.
Mandel, además, fue quien ascendió a supervisora de Auschwitz a Irma Grese, que también lo fue en los campos de Bergen-Belsen y Ravensbrück y que moriría en la horca asimismo. Tras los cautivadores ojos claros de “el ángel de Auschwitz” o “la Bestia bella”, se escondía una de las figuras más siniestras del Holocausto. Entre sus crueles métodos, se dice que dejaba que perros hambrientos atacaran a las prisioneras, que abusaba sexualmente de las internas, que torturaba a niños, que daba palizas mortales con látigo y que confeccionaba pantallas de lámparas con piel humana.

A ese macabro hobby se dedicaba también Ilse Koch, “la Bruja de Buchenwald”. Obligaba a los prisioneros a desnudarse y seleccionaba a los de piel más firme, en especial si tenían tatuajes. Una vez muertos, los desollaba. Entre los objetos que realizó había una lámpara. Juzgada en 1947 en EE UU y condenada a cadena perpetua, se suicidó en su celda en 1967.
El injusto caso de Lucrecia Borgia
Quizá una de las mayores injusticias históricas cometidas al juzgar a una mujer hayan sido las acusaciones contra Lucrecia Borgia (1480- 1519): incestuosa, ninfómana, envenenadora… Los historiadores actuales coinciden en que Lucrecia no merece la fama de perversa que la acompaña. La hija del futuro papa Alejandro VI nació en una familia de origen valenciano que llegó a lo más alto del poder en Roma. Atractiva e instruida, fue utilizada tanto por su padre como por su hermano César, que decidieron cuándo y con quién debía casarse, incluso cuándo debía quedar viuda: César mandó matar a su segundo marido, Alfonso de Aragón. Fue entonces cuando aparecieron los rumores de incesto con su hermano, algo de lo que no existe ninguna evidencia.
Pese a que todo el mundo la quiso (padres, hermanos, maridos, el pueblo…) y a que se esforzó siempre en ayudar a los más necesitados, a Lucrecia Borgia se la sigue recordando como una mujer disoluta, malvada y pecadora. Por algo era una Borgia, piensan muchos. En este y en otros tantos casos, es en realidad la propia historia la que se muestra muchísimo más cruel que sus protagonistas.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-12-23 04:57:00
En la sección: Muy Interesante