Un imán de nevera, una virgen de cerámica o una camiseta con el nombre de esa capital europea de moda: es muy probable que, en algún momento de nuestras vidas, hayamos recibido (o incluso comprado) alguno de estos suvenires. El fenómeno de la compraventa de recuerdos ligados a los viajes y al turismo, sin embargo, dista mucho de ser un fenómeno mercantilista contemporáneo. Según las investigaciones históricas, en el occidente Europeo la explosión del suvenir se produjo ya durante la Edad Media, vinculada a las rutas de peregrinación. El viaje del peregrino, además de tener como meta el santuario o lugar santo, también solía incluir la adquisición de suvenires que materializaban la vivencia espiritual. Medallas, broches, camafeos y otros pequeños objetos devocionales hacían tangibles los recuerdos del camino. Al mismo tiempo, funcionaban como amuletos protectores, signos de fe y elementos que se integraban en el culto doméstico.
Los distintivos del peregrino: entre la devoción y la protección
Uno de los suvenires más comunes para los que acometían una peregrinación eran las insignias de peregrino. Fabricadas en serie, principalmente en materiales baratos como el estaño o el plomo, estas medallas reproducían símbolos asociados a los santuarios visitados. Así, encontramos conchas de vieira para los viajeros que se dirigían a Santiago de Compostela, cantimploras (ampullae) para los que visitaban Canterbury y distintas figuras de santos.
La iconografía de estos objetos solía mostrar rasgos demasiado genéricos como para poder asociarlos con un santuario específico. Algunos, sin embargo, muestran formas y símbolos religiosos que posibilitan una identificación clara. Es el caso de las cruces tau de San Antonio, las imágenes de la Virgen o los relicarios portátiles.

De la calle al hogar: usos domésticos de los suvenires
Tras la peregrinación, y una vez de vuelta al hogar, estos recuerdos de viaje no se desechaban sin más. Al contrario. Muchos de ellos se integraban a la vida religiosa cotidiana del devoto: se clavaban en las paredes de la casa, se disponían sobre las mesas o se integraban en los pequeños altares domésticos. Noera infrecuente colocarlos en las habitaciones privadas, en rincones cubiertos por cortinas o incluso junto al lecho.
La popularidad de estos elementos derivó también del hecho de que su forma reproducía versiones en miniatura de las imágenes cultuales. A pesar de la modestia de los materiales, como el plomo o la pasta de papel, con los que se fabricaban, la intención de estos objetos era reproducir el aura de las imágenes sagradas veneradas en iglesias y catedrales. Así, su carácter portátil permitía la repetición de las prácticas religiosas propias de los templos cristianos en los espacios privados.

Producción masiva y control eclesiástico
El auge del mercado de suvenires propició una producción en masa organizada y regulada por las instituciones eclesiásticas. En santuarios como el de Santiago de Compostela, la venta de conchas se realizaba bajo licencia, y su comercialización fuera de los límites establecidos se castigaba con la excomunión. En lugares como Canterbury, incluso se controlaba el diseño de los moldes empleados para producir estas figura, hasta el punto de que los artesanos debían pagar por usarlos.
Pese a ello, en ocasiones especiales como los jubileos de Aquisgrán, se abría el mercado a artesanos externos, que competían ofreciendo suvenires más elaborados. En esas ocasiones, podían adquirirse medallas con compartimentos, imágenes tridimensionales, espejos y pequeños trípticos plegables. Esta oferta apuntaba a un público peregrino con mayor capacidad adquisitiva y un gusto más refinado.

Suvenires interactivos: tocar lo sagrado
Según la historiadora Sarah Blick, estas piezas devocionales tenían un carácter interactivo, es decir, estaban diseñadas para ser contempladas, tocadas y fijadas en altares domésticos. Algunos diseños poseían piezas móviles, como espadas diminutas que se desenvainaban (en el caso de las insignias de San Miguel). Otros estaban concebidos para ser abiertos y cerrados, como los trípticos o dípticos devocionales que reproducían escenas como la Anunciación o la Pasión de Cristo.
El ritual de revelar una imagen sagrada mediante la apertura de una cajita o un relicario reproducía, en miniatura, la teatralidad de las ceremonias litúrgicas, en las que la exposición de lo sacro se rodeaba de un aura emocional cargada de simbolismo. Como señala Blick, este recurso era muy apreciado incluso por los fieles más humildes, que no podían permitirse altares de lujo, pero sí un pequeño díptico de estaño con la Virgen y el Niño.

Broches, relicarios y objetos colgantes
Una tipología de objeto religioso que gozó de gran difusión fue la de los relicarios personales. Se trataba de pequeños broches, colgantes o medallones que contenían fragmentos de hueso, tela o tierra de un lugar sagrado. Muchos imitaban las joyas de las élites y, aunque estuvieran hechos de plomo, su significado religioso era el mismo. Uno de los ejemplos más célebres lo constituye el relicario de Carpow, diseñado para portar un fragmento de la Vera Cruz.
También existían broches que reproducían relicarios arquitectónicos, con inscripciones como Ave Maria Gratia Plena. La portabilidad de estos objetos permitía mantener lo sagrado junto al cuerpo, a menudo sobre el corazón, considerado la entrada del alma.
Suvenires sonoros: campanas, silbatos y sonajeros
Los objetos sonoros conforman una categoría peculiar de suvenires eran. Silbatos, cascabeles y sonajeros se creían eficaces para alejar el mal, espantar tormentas o proteger a los niños. A menudo, tenían formas antropomórficas o animales fantásticos, y se vendían tanto en santuarios como en ferias.
El sonido, considerado por algunos teólogos como un medio eficaz para invocar la gracia divina, también tenía un papel protector. En muchos casos, estos instrumentos se llevaban colgados del cuello o se usaban en las procesiones.

¿Suvenir o amuleto?
Una cuestión central de estas medallas, estatuillas y broches concierne cómo considerarlos: ¿son suvenires de peregrinación o amuletos mágicos? En realidad, ambas funciones coexistían. Además de su función conmemorativa, los suvenires medievales eran auténticos amuletos protectores. Muchos peregrinos atribuían a estos objetos un poder intrínseco, reforzado por su asociación con lugares santos o con el acto del peregrinaje mismo.
Algunos de estos objetos contenían nombres sagrados —como los de los Reyes Magos, asociados a la protección contra la epilepsia— inscritos en placas metálicas o escritos en papel y doblados en pequeños cilindros. Incluso existía la práctica de disolver textos sagrados y beber la tinta como medicina, o ingerir nombres santos escritos en mantequilla o pan. Esta mezcla de religiosidad popular y creencia mágica evidencia una espiritualidad profundamente encarnada en el objeto físico y en la experiencia sensorial del creyente.

La fusión de lo sagrado y lo secular
No todos los suvenires tenían una iconografía estrictamente religiosa. Muchos imitaban objetos seculares de prestigio, como broches, espejos o camafeos de marfil, que se elaboraban en metales modestos a los que podía acceder un público más amplio. Esta imitación no implicaba una pérdida de sacralidad: incluso un objeto en forma de monedero podía ser visto como una fuente de protección o buena fortuna, si estaba vinculado a un contexto de peregrinación. Este fenómeno refleja la integración entre lo sagrado y lo cotidiano que caracterizaba la religiosidad popular medieval.
Objetos que revelan la religiosidad cotidiana
Los suvenires medievales de los peregrinos —las medallas, los broches, las estatuillas y otras piezas devocionales— funcionaban como extensiones de la experiencia sagrada, objetos de veneración, protección y conexión con lo divino en el espacio cotidiano. Su producción masiva, su variedad tipológica y su carácter interactivo reflejan una religiosidad vivida intensamente a través de lo material.
Estos objetos hablan de una espiritualidad accesible, adaptada a todos los niveles sociales, que fusionaba fe, práctica ritual y cultura visual en formas concretas y manipulables. En su humildad, estas piezas siguen revelando las aspiraciones y esperanzas de aquellos que, siglos atrás, caminaron en busca de salvación.
Referencias
- Blick, Sarah. 2019. «Bringing pilgrimage home: The production, iconography, and domestic use of late-medieval devotional objects by ordinary people». Religions, 10.6. DOI: 10.3390/rel10060392
- Rasmussen, Ann Marie. 2021. Medieval Badges: Their Wearers and Their Worlds. University of Pennsylvania Press.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2025-05-01 15:00:00
En la sección: Muy Interesante