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Estos son los emperadores romanos más sanguinarios

Estos son los emperadores romanos más sanguinarios

Puede parecer paradójico que Roma –y en particular el Imperio Romano de Occidente (27 a.C.-476)– haya quedado a un tiempo como sinónimo de civilización y de barbarie, pero no lo es tanto. En primer lugar, los cánones éticos de hoy no son los de aquel pasado: vistos con nuestros ojos, todos los emperadores (pero también el resto de gobernantes del Mundo Antiguo) fueron brutales. Y por otro lado es innegable que Roma fue, como a sí misma se consideraba, un faro cultural y moral que dio luz –con resplandores prestados por Grecia– a los pueblos a los que sometió y, a la postre, a todo el orbe. Lo cual no quita para reconocer que, parafraseando a Obélix, algunos de estos romanos estaban verdaderamente locos.

Tiberio, maestro del vicio

Fue precisamente el enemigo de Astérix y Obélix, Julio César, quien dio origen a la primera dinastía imperial, la Julio-Claudia, fundada por su sobrinonieto y heredero adoptivo Octavio Augusto. Y no es que este fuera un angelito –aunque sí un gran gobernante–, pero sus sucesores lo hacen bueno, empezando por el primero de ellos, su hijastro Tiberio.

Nacido en 42 a.C., rigió los destinos del Imperio desde el año 14 de nuestra era hasta su muerte en el 37. Tiberio empezó siendo un excelente militar y luego un administrador eficaz que trajo prosperidad a Roma, pero en una segunda fase se desentendió de las tareas de gobierno y, amargado por sus vicisitudes personales –la mayor, haber sido obligado, para heredar el trono, a divorciarse de la esposa a la que amaba y casarse con la hija de Augusto; pero también el asesinato de su hijo, la traición de su amigo Sejano y sus complejos físicos (calvicie, úlceras faciales)–, se recluyó en Villa Jovis, su palacio de la isla de Capri, donde dio rienda suelta a sus perversiones, su crueldad y su paranoia.

Tiberio en Capri
Sobre estas líneas, estatua dedicada al emperador en la isla italiana, donde se entregó a la pedofilia, la tortura, el asesinato y todo tipo de perversiones en sus últimos años. Foto: Alamy.

El historiador Suetonio –si bien no coetáneo (70- 126)– relata muchos ejemplos de su viciosa criminalidad. Tiberio, que veía conspiraciones (algunas reales, hay que decirlo) por todas partes, se deshizo de medio Senado y, según costumbre, de las esposas e hijas de los senadores condenados; como estaba prohibido ejecutar a las mujeres vírgenes, ordenaba que a las hijas antes las violaran. En la tortura también era sádico e imaginativo: obligaba a la víctima a beber ingentes cantidades de vino al tiempo que se le ataba con fuerza el pene, hasta que la vejiga le explotaba por no poder orinar. Tras el suplicio, la arrojaba al mar desde una alta y escarpada roca de Capri. Asimismo, cuenta el cronista latino que se bañaba con niños y adolescentes a los que llamaba “pececillos”, pues estaban adiestrados para bucear entre sus piernas y proporcionarle placer oral.

Un psicópata llamado Calígula

Según la misma fuente –el mencionado Suetonio, al que se suma el aún posterior Dión Casio (155- 235)–, Tiberio hizo participar desde muy joven en sus crueles orgías de sangre y sexo a su heredero y sucesor, Calígula, hijo del llorado Germánico, hijo adoptivo a su vez de Tiberio. Unos dicen que esto marcó su futura vesania, otros que la traía “de serie”, otros más que lo que lo volvió loco fue alguna enfermedad (encefalitis, epilepsia, hipertiroidismo) o el dolor por la temprana muerte de su adorada hermana Julia Drusila. Sea como fuere, resultó ser un alumno aventajado que pronto superaría a su preceptor.

Nacido el año 12, Calígula heredó pues el Imperio con 24 años. Recibido con júbilo por el ejército y el pueblo, que lo aclamó llamándolo “nuestro bebé” y “nuestra estrella”, esta alegría iba a durar poco, lo mismo que su reinado (cayó asesinado en una conjura cuatro años después, en el 41). Pero lo breve no quita lo terrible: aunque es seguro que los susodichos Dión y Suetonio, que lo odiaban por ser patricios de la casta senatorial duramente castigada por el emperador loco, cargan las tintas de su maldad, tampoco ninguna de las pocas fuentes contemporáneas –Filón de Alejandría, Sénecada una visión favorecedora.

Unos y otros lo pintan como un auténtico psicópata, arbitrario e impredecible, que lo mismo mantenía relaciones sexuales con sus propias hermanas y con las mujeres de los senadores que se le antojaban, o incluso las hacía prostituirse, que ordenaba ejecutar a los que osaran interrumpir la actuación de sus actores y aurigas favoritos. A los miembros del Senado gustaba de humillarlos con todo tipo de vilezas, además de que como administrador y jefe del ejército fue un auténtico desastre: sus gastos de maníaco –entre otros, los destinados a su propio culto como divinidad en vida, que contravenía las leyes romanas– vaciaron las arcas imperiales, y la campaña de Britania fracasó cuando puso a los soldados a recolectar conchas marinas en las playas como “tributo” a su persona, en lugar de plantar cara al enemigo. Empero, ciertas famosas historias sobre él, como la de su intención de nombrar cónsul o senador a su caballo Incitato, no parecen ser más que bulos sin fundamento.

Calígula hablando con la Luna
Al parecer, entre otras cosas, Calígula padecía de insomnio y pasaba gran parte de las noches recorriendo su palacio, hablando con la Luna e invocando la llegada de la luz diurna (grabado). Foto: Álbum.

La lira delirante de Nerón

Tras su muerte y la etapa de prosperidad y retorno a la cordura de Claudio –aunque la historiografía actual no le es tan favorable, ni mucho menos, como el novelista Robert Graves–, le llegó el turno imperial al último miembro de la saga, sobrino de Claudio. Nerón Claudio César Augusto Germánico, Nerón a secas para sus (pocos) amigos, había nacido el año que Calígula ascendió al poder, el 37, y reinó desde el 54 hasta su caída y muerte en el 68. Y en esa escasa década y media, se las arregló para casi hacer realidad el refrán que reza: “Otro vendrá que bueno te hará”.

Nuevamente, hay que poner en sordina o directamente descartar algunos de los bulos que la antipropaganda tendenciosa –otra vez Suetonio y Dión más Tácito, que tenía 13 años cuando murió el emperador– ha esparcido en torno a su figura: por ejemplo, su responsabilidad en el Gran Incendio de Roma, que asoló la Ciudad Eterna en julio del año 64.

Gran Incendio de Roma
Hoy se cree que Nerón no fue el artífice del llamado Gran Incendio, que arrasó parte de la ciudad en julio del año 64, pero la tradición se lo atribuye (cuadro del francés Hubert Robert, siglo XVIII). Foto: ASC.

Parece que, antes al contrario, Nerón se aprestó con celeridad a ayudar a los afectados, aunque sí es probable que contribuyera al rumor de que los culpables eran los primeros cristianos y que los castigara por ello severamente. En cualquier caso, ni fue el principal perseguidor de estos –por entonces, una secta menor en Roma– ni, claro está, se paseó tañendo la lira entre las llamas. De hecho, fue al principio un césar muy querido por el pueblo, sobre todo en las provincias orientales.

No obstante, su “haber” está cargado de otras maldades, tiranías y extravagancias. Su ambición de poder lo llevó a asesinar sin escrúpulos, tras varios intentos, a su propia madre, Agripina la Menor –quien, dicho sea de paso, no era precisamente una santa y puede que mantuviera una relación incestuosa con él–, así como a su hermanastro Británico. La paranoia dictó, asimismo, innumerables ejecuciones o suicidios inducidos de senadores y notables, incluyendo a quien había sido su tutor, amigo y consejero, el filósofo Séneca. Las matanzas no se detuvieron ahí, sino que afectaron también a muchos ciudadanos desafectos y sembraron Roma de cadáveres, represión y temor.

Nerón ante el cadáver de su madre
Nerón ante el cadáver de su madre en un óleo decimonónico. Foto: Museo del Prado.

Uno de los rasgos principales de Nerón fue su egolatría. Así, aficionado a conducir carros, a tocar la lira y a componer canciones y poesía, no dudó en hacer de ello un espectáculo público: empezó a actuar como cantante y arpista en el año 64 en un festival en Neápolis (Nápoles)… ¡y ay de aquel que se atreviera a criticar su calidad artística! También “se presentó” a las Olimpíadas del año 66 –Grecia estaba bajo el dominio romano– conduciendo un carro de diez caballos y en el apartado poético-musical; naturalmente, ganó todas las coronas posibles, que luego hizo exhibir en Roma en un desfile.

No es extraño, pues, que (según Dión Casio), tras caer por una conspiración liderada por Galba –entonces gobernador de la Hispania Tarraconense y más tarde emperador–, huir y verse abocado a suicidarse, sus últimas palabras fueran: “¡Qué artista muere conmigo!”. Solo las gentes del teatro y los esclavos, a los que favoreció –y entre los que reclutó a sus amantes masculinos, como el liberto Pitágoras o Esporo–, le llorarían.

De lo mejor a lo peor

Con él, como se dijo, finalizó la dinastía Julio-Claudia, a la que siguieron tiempos turbulentos para Roma –el año de los cuatro emperadores–, la dinastía Flavia y la dinastía Antonina. Esta última iba a marcar el siglo II de tal modo que es llamado “el siglo de los Antoninos”, pero también “el siglo de oro o de los cinco buenos emperadores, pues –con sus cosas, naturalmente– fueron sin duda los mejores de la historia del Imperio y conformaron su período de máximo esplendor: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío y Marco Aurelio (y su corregente Lucio Vero). Sin embargo, dicha etapa tuvo un final abrupto en la persona de Cómodo, hijo de Marco Aurelio, que correinó (bien) con su padre entre 177 y 180 y reinó (francamente mal) en solitario de entonces a su muerte en 192.

Joaquin Phoenix como Cómodo en Gladiator
Joaquin Phoenix en el papel del emperador en el film Gladiator (2000, Ridley Scott), que ganó 5 Oscar de Hollywood y lo retrata como un perturbado. Foto: ASC.

Si bien su pésima imagen –como la de Calígula, Nerón y otros– está distorsionada por las fuentes adversas, la literatura y el cine (en La caída del Imperio Romano, de 1964, y Gladiator, de 2000, es presentado como un mero loco, y la segunda inventa que mató a su padre y que murió en el circo), lo cierto es que su paranoia, su lujuria y su gusto por la sangre abocaron al Imperio a una nueva crisis entre matanzas injustificadas – ordenó el exterminio de todo un clan romano, la gens Quintilii–, terror represivo y desastres militares. Finalmente, como tantos otros, sería asesinado en una conjura.

La crisis llevó al poder a la dinastía Severa, con miembros tan cuestionables como Heliogábalo y tan detestados como Caracalla. Nacido como Marco Aurelio Antonino Basiano en el año 186, recibió su sobrenombre de una túnica, caracallus, que solía lucir. Entre sus otras “prendas”, la megalomanía (quería imitar a Alejandro Magno) y un furor asesino sin límite: mató a su hermano y corregente Geta y ordenó incontables ejecuciones masivas (en una de ellas, se dice que acabó con 20.000 vidas). Murió, claro, asesinado por conspiradores.

Las rosas de Heliogábalo
Las rosas de Heliogábalo (1888), cuadro del pintor neerlandés historicista Lawrence Alma-Tadema. Foto: ASC.

Damnatio memoriae

Por último, un caso controvertido es el de Domiciano, que reinó entre los años 81 y 96. Su mala fama se debe a la propaganda cristiana −su “tolerancia cero” hacia otras religiones causó su persecución; el Apocalipsis de san Juan, se dice, se escribió durante su reinado− y a la de escritores hostiles como Tácito o Plinio el Joven, que llevó a que se dictara contra él Damnatio Memoriae (borrado de su recuerdo). Pero hoy se le reivindica como autor de todo un “renacimiento” económico y cultural. Seguramente, ni tanto ni tan calvo.

Cristianos a punto de enfrentarse a los leones
Domiciano fue, sin duda, un autócrata y persiguió a los judíos y los cristianos (en la imagen, cuadro decimonónico que recrea a estos a punto de enfrentarse a los leones en el circo), pero hoy se le reivindica. Foto: ASC.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-12-21 11:00:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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