Tartessos es el gran reto y la gran promesa de la arqueología española. Su asignatura pendiente. Es como si supiéramos que hay un tesoro enorme enterrado en nuestro jardín, un tesoro que todos nuestros vecinos buscarían con ansia, pero que nosotros no apreciamos lo bastante como para ponernos a buscarlo en serio. Porque si lo hubiéramos convertido en un propósito colectivo nacional, si alguno de nuestros sucesivos Ministerios de Cultura hubiese comprendido la repercusión del posible hallazgo, hace tiempo que se habrían puesto en marcha comisiones interdisciplinares de estudio con el objeto de encontrar la joya de nuestro patrimonio arcaico. Y tal vez lo hubieran conseguido. O estaríamos más cerca de conseguirlo.
Recreación de la ciudad de Tartessos. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.
Por el testimonio de numerosas fuentes escritas milenarias dignas de crédito, nos consta que desde una fecha indeterminada hasta el siglo VI a.C. existió una ciudad –o tal vez toda una civilización rica, próspera y culta, con alfabeto propio y leyes escritas– en algún lugar de la costa atlántica andaluza, entre la desembocadura del río Guadiana y el peñón de Gibraltar.
Todas las referencias antiguas la consideran un emporio de riqueza, una especie de país de Jauja, y sin duda hubo una razón para ello. Durante más de mil años, el único metal utilizado en el mundo para producir armas y herramientas fue el bronce, una aleación de cobre y estaño. Y el cobre abunda, pero los yacimientos de estaño europeos se encuentran en la vertiente atlántica y faltan por completo en el Mediterráneo.
La Tarsis bíblica y el griego Koleo
En alguna fecha indeterminada del II milenio a.C. hubo de producirse el inevitable contacto comercial entre los productores de estaño atlánticos y los ávidos compradores mediterráneos de ese metal, contacto que daría paso al establecimiento de un punto fijo de venta en un lugar remoto, en el confín occidental del mar, al que la Biblia llama Tarsis.
La competencia entre los pueblos mediterráneos por la adquisición del estratégico estaño debió de ser feroz, y al final fueron los semitas quienes se impusieron, asentándose en la zona y prohibiendo la navegación por aquellas aguas. Primero fundaron Gadir, en el Atlántico, y después Cartago, una estación intermedia en el largo viaje a Gadir. El acceso al extremo oeste del mar quedó taponado durante siglos para el resto de los pueblos mediterráneos.
Pero en el siglo VII a.C. se produjo una filtración. Un mercante griego de Samos, impulsado por un viento de levante irresistible, atravesó accidentalmente el Estrecho (las Columnas de Hércules) y arribó a las costas de un país occidental desconocido llamado Tartessos, donde fue bien recibido. Era un mercado virgen para los griegos, y cuando el mercante volvió a Samos cargado de plata blanda, su armador, Koleo de nombre, se convirtió en uno de los hombres más ricos de su tiempo.
Descubrimiento oficial de Tartessos
Tres generaciones más tarde, los griegos de Focea, cerca de Samos, se establecieron en Marsella, adonde llegaba por tierra el estaño del norte de Francia a lomos de caballerías. Pero en el año 546 a.C., focenses, samiotas y el resto de los jonios, en la costa del Asia Menor, se vieron presionados por los persas, que desde el interior de Anatolia se les echaban encima amenazando con arrojarles al mar. Necesitaban buscar nuevos territorios a los que emigrar en masa, y entonces fue cuando los colonos focenses de Marsella recibieron una oferta inusitada: el rey de Tartessos les ofrecía instalarse libremente en su territorio.
Argantonio es el nombre que Heródoto da al monarca de Tartessos. Foto: Album.
La oferta llegó a la Jonia, y allí decidieron enviar una embajada a Tartessos para informarse y sopesar la posibilidad de establecerse al otro lado del mar, lejos para siempre de la amenaza persa. Según cuenta Heródoto, este viaje supuso el descubrimiento oficial de Tartessos.
El rey Argantonio los trató con gran deferencia y les permitió explorar su reino para escoger un asentamiento. Cuando los griegos comprendieron que el verdadero propósito de Argantonio era interponerlos entre ellos y sus vecinos fenicios de Cádiz, se despidieron pretextando que debían regresar para defender su ciudad de los persas. Entonces, Argantonio, como último gesto de amistad, les llenó la nave de plata blanda para que reforzaran con ella los muros de su ciudad.
Después de esto, la única noticia plenamente histórica que tenemos de Tartessos es que los focenses, en el año 540 a.C., ya con el enemigo persa a las puertas, desistieron de emigrar a Tartessos al saber que Argantonio había muerto. Todo esto lo cuenta Heródoto y es absurdo considerarlo una invención por su parte. Sin duda la ciudad existió, tuvo un rey y estaba más allá de las Columnas, a un día de marcha del Mediterráneo.
El primer mapamundi, circular, lo elaboró el historiador, geógrafo y cosmógrafo griego Hecateo de Mileto en el siglo VI a.C. y en él situó a Tartessos en la Andalucía atlántica. Foto: Getty.
El primer mapamundi conocido, que elaboró Hecateo de Mileto poco después de que tuviese lugar la expedición focense al reino de Argantonio, sitúa a Tartessos más allá del Estrecho, en la Andalucía atlántica. Pero ¿dónde, exactamente?
Un poema con datos e incógnitas
Para intentar responder a esa pregunta hay que acudir a otra fuente. Se trata de Ora Maritima, un poema griego del siglo VI a.C. traducido y retocado por un erudito latino del s. VI de nuestra era llamado Rufo Festo Avieno. El original griego fue un documento, hoy perdido, que consignaba las etapas de un viaje por mar entre Marsella y Tartessos, con el valor inapreciable de que fue escrito en el siglo VI a.C., cuando Tartessos aún existía.
En él se explica cómo llegar a Tartessos y se describe su entorno geográfico, pero plantea dos problemas considerados insolubles: los nombres de los lugares que menciona no se corresponden con los actuales y las distancias que los separan están expresadas en singladuras (días de navegación), una cifra muy difícil de establecer. Así y todo hay tres accidentes identificables con seguridad en Ora Maritima: la desembocadura del Guadiana, el estrecho de Gibraltar y la propia ciudad de Marsella.
En torno al cabo de Trafalgar
Por otro lado, analizando el texto es posible establecer de manera indirecta que la distancia entre Gibraltar y Marsella se cubría en nueve días de navegación. Esa distancia es de unas 800 millas náuticas, de modo que la singladura media era de unas 90 millas, cifra aceptable para aquellas embarcaciones. Pues bien: de acuerdo con el viejo derrotero, la frontera occidental de Tartessos se encontraba detrás de un cabo –el cabo Sagrado de Saturno–, a un día de navegación al este del Guadiana.
Si transportamos 90 millas en esa dirección iremos a caer en el cabo de Trafalgar, que es el único promontorio de fuste en la costa atlántica andaluza. Ora Maritima aporta además varios detalles del cabo Sagrado que solo encuentran sentido en Trafalgar. Entre ellos sus formidables acantilados, únicos también en toda aquella costa, y la afirmación de que junto al cabo hierve el mar, exactamente la misma expresión que siguen usando hoy los pescadores de la zona para referirse al hilero de corrientes más potente de Europa, que se encuentra en Trafalgar. Además, menciona la existencia en el cabo de un templo elevado a una deidad del más allá, y Trafalgar fue conocido hasta el siglo XVIII como el cabo del Templo de Juno.
Son muchos los indicios que apuntan a que el cabo sagrado de Tartessos se trata del cabo gaditano de Trafalgar. Foto: AGE.
Coincidencias razonables
Una vez establecido el valor de la singladura a través del propio documento, la situación de Tartessos queda mucho más acotada: al este de Trafalgar, o sea, en el Estrecho, detrás de las Columnas. Esta ubicación coincide con el informe de Ora Maritima acerca de que la distancia entre Tartessos y el Mediterráneo se cubría en un día de marcha, o sea, en torno a los 40 km.
Pero además, de acuerdo con dicho texto, la ciudad perdida estaba asociada a tres elementos acuáticos: un río –el Tartessos–, una marisma llamada Erebea, muy próxima al cabo de Saturno, y un lago al que Avieno llama Ligustino. Ante un mapa, se advierte que el único río de fuste en aquella zona es el actual Barbate, que desemboca junto a Trafalgar formando una marisma y que hasta mediados del siglo pasado alimentaba también a la mayor laguna de toda España: La Janda.
La laguna de La Janda, un verdadero paraíso acuático de 14 km de largo, estación de descanso para los millares de aves que todos los años cruzan el Estrecho. Foto: AGE.
Estas coincidencias convierten al Barbate en el candidato más razonable para ser identificado como el río Tartessos de acuerdo con Ora Maritima, en detrimento de la opinión secular que lo ha venido identificando con el Guadalquivir desde los tiempos de Adolf Schulten, quien buscó la ciudad en aquella zona sin éxito alguno. Es un error comprensible, dado que este último río, grande y navegable hasta muy arriba, parece el más adecuado para sustentar una civilización importante.
Pero hay varias razones para descartarlo como el Tartessos que describe Ora Maritima: la primera es que no existe cabo alguno entre el Guadiana y el Guadalquivir; la segunda, que la distancia entre ambas desembocaduras, de acuerdo con la magnitud hallada para la singladura, se cubriría tan solo en medio día de navegación, y la tercera, que si Tartessos hubiera estado en el Guadalquivir de ninguna manera podrían salvarse en una jornada de marcha por tierra los 120 km que median desde allí al Mediterráneo.
Aparte de la coincidencia en el noble metal que le da nombre, la gaditana Sierra de la Plata podría ser el Mons Argentarius de la Ora Maritima por su ubicación. Foto: Alamy.
Además, hay otros datos en Ora Maritima que coinciden con la configuración del Barbate: el Tartessos fluía junto al Mons Argentarius igual que el Barbate discurre junto a la sierra de La Plata; y más allá del lago Ligustino, el Tartessos recibía por el este a tres afluentes, igual que el Barbate recibe por oriente a tres afluentes, al norte de la –hoy desecada– laguna de La Janda.
Nexo entre Mediterráneo y Atlántico
Esta hipótesis nueva, que sitúa a Tartessos en la cuenca del Barbate, detrás de Trafalgar, es la que propongo en mi libro Tartessos. Un nuevo paradigma (Libros de la Herida, 2015). Y coincide con la del holandés Abraham Ortelius, la máxima autoridad en cartografía del siglo XVI, que por recomendación de Arias Montano trabajó para Felipe II en la confección de un mapa de la España Antigua titulado Hispaniae Veteris Descriptio.
El geógrafo y cartógrafo flamenco Abraham Ortelius (1527- 1598), retratado aquí por Peter Paul Rubens, situó Tartessos cerca del cabo de Trafalgar. Foto: Museo Plantin-Moretus (Amberes).
No hay duda de que Ortelius conoció Ora Maritima, ya que dejó una copia de su puño y letra con algunas variaciones sobre la versión que conocemos. Pues bien: su mapa de la España Antigua también emplaza a Tartessos detrás de Trafalgar, el cabo de Juno. Y no solo eso, sino que incluye en la parte inferior derecha un detalle de la zona del Estrecho en el que rotula la llanura de La Janda como Argantonini Campus, o sea, la Llanura de Argantonio, que era el nombre del rey de Tartessos según Heródoto.
Llegados aquí, es preciso observar algo importante. El modesto Barbate no es un río cualquiera, porque hay algo que lo distingue de todos los demás ríos europeos: se trata del único río continental que no desemboca en el Mediterráneo ni en el Atlántico, sino en la junta entre ambos, o sea, en el estrecho que los comunica. Así que ocupa el lugar perfecto para convertirse en el punto de intercambio, en el mercado entre ambas vertientes europeas: la Tarsis que proveía de estaño a la orgullosa Tiro, la Tartessos que hizo rico al mercader Koleo cuando atravesó las Columnas y también la Tartessos de Argantonio, que fortaleció con su plata las murallas de Focea.
En este mapa que Felipe II encargó al cartógrafo Ortelius en el siglo XVI, la llanura de La Janda recibe el nombre de Argantonini Campus, como se ve en el detalle. Foto: Biblioteca Nacional.
Sombras misteriosas
Si el Barbate fuera el río de Tartessos, habría que buscar la ciudad por encima de donde recibe a sus tres afluentes orientales, que es donde la sitúan los griegos. Y en el Barbate, más allá de esa confluencia, se llega a una isla que el río abraza entre sus dos ramas, una isla fluvial completamente llana y al pie de un monte de baja altura que la resguarda del viento de levante. Se encuentra en el término de Medina Sidonia y tiene 75 hectáreas.
En el vuelo topográfico sobre esa zona que se conserva en el IGN (Instituto Geográfico Nacional), realizado en agosto del año 2000, aparecen en la isla ciertas sombras que, al ser viradas a tonos cálidos y fríos, parecen revelar estructuras coherentes y relacionadas entre sí. No son superficiales, ya que se prolongan a lo largo de las dos fincas en que está dividida la isla, y sus dimensiones son notables. El lado de la gran estructura cuadrada que parece verse en la mitad de la isla mide 120 metros.
Sin embargo, aunque muy llamativas, no son más que sombras. Solo los medios científicos podrán determinar si se trata o no de estructuras enterradas. Y si lo fueran y se decidiese su excavación algún día, es posible que nos acercásemos a la resolución de este fascinante reto.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-09-27 06:00:00
En la sección: Muy Interesante