Hace mucho tiempo ya que, cada vez que tengo ocasión, defiendo la figura de Francisco de Goya como un pionero del mundo de la historieta. Como genio de la historia de la pintura —y el de Fuendetodos merece dicho apelativo como pocos pintores de su época—, deja una huella profunda en todo el arte posterior; y esa herencia puede rastrearse hasta el arte de la viñeta.
Esta asociación entre Goya y el noveno arte se me hizo evidente por primera vez cuando vi los lienzos que componen la serie sobre La captura del bandido «Maragato» por fray Pedro de Zaldivia (hacia 1806), en los que se muestra en seis pinturas sucesivas el modo en que el citado ladrón es reducido por el religioso.
La captura del bandido «Maragato» por fray Pedro de Zaldivia, hacia 1806. Serie de 6 lienzos de Goya que muestran la maestría del aragonés como narrador secuencial. Foto: Instituto de Arte de Chicago.
En las tres primeras telas se observa cómo fray Pedro de Zaldivia forcejea con el criminal Pedro Piñero agarrando su fusil. En el cuarto lienzo se aprecia cómo le ha derribado y se ha hecho con el control del arma. El quinto muestra al bandido a la fuga y cómo el fraile le dispara en la pierna para frenar su huida. Y, finalmente, en el sexto se presencia cómo el bandido es maniatado por este religioso de «armas tomar».
Lo que impresiona de estas piezas es la modernidad narrativa desarrollada por Goya, que no desentona con las propuestas contemporáneas de arte secuencial que plantean actuales maestros de la novela gráfica.
Pero es que, además, hay una relación menos evidente pero igualmente profunda entre las estampas de Goya y el cómic.
Como es sabido, Goya es un gran renovador del mundo del grabado, que es utilizado por el aragonés con un espíritu plenamente moderno: creando una serie de piezas de gran difusión en las que consigue una perfecta adecuación entre técnica y contenido. O dicho de otro modo, Goya usa el grabado como medio para contarnos una historia, y el ejemplo más destacado es los Desastres de la guerra (1810-1815), serie en la que se narran de forma terrible los horrores y atrocidades de la lucha por la independencia española ante Napoleón. Para muchos, esto le convierte en un antecesor del periodismo gráfico de guerra, ya que renuncia a la idealización del conflicto para glorificar a uno u otro bando y opta en cambio por una descripción minuciosa y realista de lo que acontece, del horror.
Sin embargo, poco se ha insistido en el hecho de que, con el objetivo de lograr esta claridad narrativa en una sola imagen, Goya tiene que reinventar su dibujo para adecuarlo a aquello que nos quiere contar. Esto le convierte en un referente ineludible para cualquier autor de cómic de la historia.
Su destreza para el dibujo le permite sintetizar y deformar la imagen de forma magistral, dotándola de fuertes cualidades expresivas que se encuentran a medio camino entre la caricatura y el expresionismo, logrando así que sus estampas transmitan emociones intensas como el miedo o el horror con una eficacia sin precedentes en la historia del arte. Este nuevo grafismo creado por Goya influye a muchos autores de las primeras comic strips, que también orientan su dibujo hacia lo caricaturesco y expresionista, con la misma finalidad que el aragonés.
Pero, además, el de Fuendetodos utiliza el trazo con inteligencia para crear una mayor fluidez narrativa y facilitar la lectura. Los elementos esenciales a los que se refiere la acción están dibujados con mayor detalle; pero todos los elementos secundarios o son eliminados, o se reducen a su mínima expresión. Un sencillo entrelazado de líneas o una mancha oscura de tinta sin degradados sirven para situar a los personajes principales de la imagen en su contexto, eliminando de este modo cualquier tipo de distracción y, por tanto, favoreciendo sobremanera el discurso narrativo que plantean las propias imágenes.
Qué valor! (1810-1815), estampa núm. 47 de Desastres de la guerra. Foto: Museo Nacional del Prado.
Se trata de una solución sintética que, por un lado, se adecúa a las necesidades intrínsecas de un medio de reproducción seriada como es el grabado y, por otro, facilita la lectura de la imagen, llegando a marcar de forma inteligente y evidente el recorrido visual que ha de realizarse a la hora de abordar una estampa concreta. Y es precisamente esta capacidad de síntesis para facilitar la comprensión de la narración por el lector lo que le convierte en un auténtico pionero del cómic.
Expresividad y síntesis
De forma análoga al grabado, el cómic también es un medio destinado a ser reproducido de forma masiva. Las daily strips o tiras de prensa de los periódicos fueron el lugar donde se gestó y creció el arte del cómic a finales del siglo XIX y, como es sabido, ni los avances de impresión de la época ni el papel de las rotativas permitían reproducir con fidelidad todos los matices que permite el dibujo directo.
Por todo ello, los historietistas comprendieron con rapidez que debían inclinarse por un estilo de dibujo sintético, adecuado para ser reproducido en los diarios sin que mermase su calidad. Los autores del noveno arte conocen los grabados del aragonés y el trabajo de otros autores que le son deudores como Daumier, y recorriendo la misma senda hicieron de esta limitación virtud, convirtiéndola en estilo.
Expresividad en el dibujo y síntesis gráfica para optimizar las cualidades narrativas de una imagen son características propias de los grabados de Goya, y también rasgos habituales en el estilo de muchos historietistas contemporáneos.
Un ejemplo particularmente claro es el de Mike Mignola, creador de Hellboy, uno de los personajes de cómic norteamericanos más populares de las últimas décadas. El propio historietista quiere dejar constancia de su deuda estilística con el pintor de Fuendetodos y hace patente esta influencia a través de diversos homenajes explícitos y literales a la obra del sordo aragonés, tal y como sucede en la portada de la saga Chapell of Moloch o en una ilustración incluida en el libro El arte de Hellboy.
El arte de Hellboy (Mike Mignola, 2003). Dark Horse / Norma Editorial. La ilustración homenajea una de las Pinturas negras de Goya, titulada Las parcas o Atropos (1820-1823).
Una iconografía de lo fantástico
Más allá de las cuestiones narrativas, Francisco de Goya es el creador de una iconografía plagada de seres imposibles, tan maravillosa como perturbadora. Sus criaturas fantásticas tienen una influencia capital tanto en el cine como en el cómic del citado género.
Los historietistas han bebido a menudo de su iconografía más macabra. Goya se erige así como uno de los principales creadores del romanticismo, brillando con una intensidad que quizá solo iguala William Blake.
Su conocido grabado El sueño de la razón produce monstruos, estampa número 43 de los Caprichos, es posiblemente la pieza más simbólica a la hora de mostrar la transición de un pintor como Francisco de Goya, que inicia su carrera bajo los rigores del neoclasicismo para terminar sumergiéndose en los fértiles territorios del romanticismo.
Nadie lo ha entendido mejor que Gabriel Walta, que en una ilustración inédita rinde homenaje a este grabado incluyendo en su composición a Sandman, personaje del mundo de la historieta inspirado en el popular «arenero» de la cultura anglosajona que Neil Gaiman hace crecer, convirtiéndolo en una suerte de Morfeo.
Ilustración inédita de Gabriel Walta titulada Homenaje a Goya y Sandman (hacia 2010). Foto: Cortesía del autor y de los editores del personaje DC / ECC.
La propuesta de Walta es brillante, ya que en ella se enfatiza la apuesta del de Fuendetodos por transitar nuevos caminos que, más allá de la fría razón, discurren por el reino de los sueños y las pesadillas.
Otro autor que recorre este camino es Diego Olmos, que en su novela gráfica Goya (2011) imagina una historia sumamente sugerente protagonizada por el genial sordo.
Goya (2011), de Diego Olmos. Ediciones B. El maestro ejecutando la pintura de Saturno (1820-1823) en su casa de la Quinta del Sordo. Foto: Cortesía del autor.
En esta novela gráfica, el autor fabula en torno a la enigmática decimoquinta Pintura negra plasmada por Goya en los muros de la Quinta del Sordo, inventariada por Antonio Brugada pero que, como es sabido, no llegó al Museo del Prado, que en la actualidad custodia las restantes catorce obras recuperadas de las paredes de la casa de campo.
Olmos deja volar su imaginación y crea la más sugerente de las hipótesis posibles: la pintura desaparecida estaría en el infierno y su tema no sería otro que el propio Lucifer, que, impresionado por la maestría del aragonés para capturar las imágenes de otros seres del inframundo, le encarga un retrato regio en el que se le muestre como soberano del citado reino.
Pesadillas y horrores
Pero quizá el historietista que mejor ha sabido acercarse al universo de Goya sea el guionista «El Torres», que visita de forma recurrente el universo del aragonés.
Así, por ejemplo, da muestras de su querencia por lo fantástico entendido a la manera goyesca en la novela gráfica Las brujas de Westwood (2014), en la que Ángel Hernández evoca con acierto las estampas del aragonés a la hora de presentar a las hechiceras que protagonizan el relato.
Las brujas de Westwood (2014), de «El Torres», Ángel Hernández y Abel García. Ed. Dibbuks. Claro homenaje a Mucho heno que chupar y Linda maestra. Foto: Cortesía de los autores.
Pero es con Goya, lo sublime terrible (2018) cuando se zambulle de forma completa en su genial mundo de pesadillas y horrores.
El punto de partida de esta historia sigue una línea que ya apuntaban otras obras de cómic anteriormente citadas: las criaturas que Goya dibuja no son monstruos surgidos de su fértil imaginación, sino seres reales que lo acechan. Sin embargo, el historietista consigue llevar la historia un paso más allá, convirtiéndola en una reflexión interesantísima sobre el proceso de creación del artista.
El guionista se sirve de un hecho histórico probado, la grave enfermedad de la que le trata el doctor Arrieta, y ahí desliza la ficción para crear un nuevo relato. «El Torres» muestra a un Goya presa de sus alucinaciones, que sufre todo tipo de dolores y fiebres que evidencian su lucha interior.
Paulatinamente, el pintor toma conciencia de que sus visiones no son tales, y no le queda otra que hacer frente a los demonios que le han poseído. Descubre que lo único que parece aliviarle es pintarlas, plasmándolas en sus obras pictóricas.
Goya, lo sublime terrible (2018), de «El Torres» y Fran Galán. Ed. Dibbuks. Goya en la Quinta del Sordo junto a sendas versiones de Duelo a garrotazos y La lectura. Foto: Cortesía de los autores.
Así, se plantea un sugerente enfoque, un giro a los relatos en torno a la posesión que tanto abundan en el género del terror, en el que es la pintura misma, en cada uno de sus trazos poderosos y expresivos, la que contiene todo el dolor que atormenta al artista. Se trata por tanto de una reflexión sobre el acto de creación entendido ante todo como una suerte de exorcismo; un proceso de búsqueda interior que conmueve al creador y que le obliga a sacar a la superficie aquello que lleva en su yo más íntimo.
«El Torres» entiende a Goya como un hombre cuyos sueños han sido destrozados por los horrores que contempla durante la guerra y que esconde en su interior una inmensa negrura en la que habitan seres demoníacos. Sin duda, se trata de un concepto tan complejo y difícil de transmitir como aterrador, y plasmarlo en viñetas supone un reto mayúsculo. Para afrontarlo, el dibujante Fran Galán hace gala de una gran inteligencia y con humildad estudia a Goya, adoptando una paleta similar a la usada por el maestro en las Pinturas negras.
Así, elige una gama de color reducida a base de luces amarillentas y sutiles pinceladas verdosas, combinadas con todo tipo de sombras de colores terrosos, que según avanza la historia se va oscureciendo paulatinamente hasta llegar al negro.
En el cénit del relato, todo se desdibuja y se vuelve más abstracto. Galán ilustra a través de grandes manchas de color, añadiendo texturas y salpicaduras de pintura como un artista de dripping. Al hacerlo, consigue lo imposible: es la propia pintura, y no las criaturas, la que encarna y transmite mejor las sensaciones de angustia, cansancio y miedo.
Aragonés inmortal
El historietista maño Bernal realiza el cómic Aragón explicado a los NO aragoneses, en el que aparece el maestro de Fuendetodos acompañado de un selecto grupo de aragoneses ilustres, cuya excelencia les ha permitido alcanzar la fama.
Y es que Goya es seguramente, junto a Velázquez, Dalí y Picasso, el más conocido de los pintores patrios. Gran parte de dicho reconocimiento se debe a su labor como cronista de una época. Se puede entender la historia de la España de su tiempo simplemente analizando sus retratos nobiliarios y sus cuadros y grabados que versan sobre la guerra.
Así parece entenderlo la historietista Laura Pérez Vernetti que, cuando es invitada a participar en el Museo ABC en una exposición homenaje al bicentenario de la Constitución de Cádiz, elije a Goya y sus retratos de Fernando VII como tema a partir del cual crear su obra.
Julián Olivares y Juan Aguilera realizan un peculiar homenaje al aragonés. Fascinados por su lienzo El 3 de mayo en Madrid (1814), toman al emblemático personaje de Mejías que ocupa la posición central entre los fusilados del óleo de Goya y lo utilizan como hilo conductor del cómic histórico titulado 1808 Madrid (2017), que recrea de forma fidedigna y documentada los acontecimientos del levantamiento del 2 de mayo en la capital.
1808 Madrid (2017), Julián Olivares y Juan Aguilera. Foto: Cascaborra Ediciones.
Y es que la obra del aragonés es tan potente a la hora de retratar la lucha entre el pueblo y el ejército que muchos historietistas realizan hoy día guiños a la obra de Goya cuando quieren plasmar en la suya cualquier tipo de conflicto entre la ciudadanía y la autoridad. Así sucede, por ejemplo, en el trabajo de Don Julio titulado Museo de la crisis (2011), en el que se muestran los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes del 15 M; o en La voz del pueblo (2011), de Gustavo Rico y Jorge García, que utiliza como referente el lienzo El 2 de mayo en Madrid (1814).
Museo de la crisis (2011), de Don Julio. El Jueves. Foto: Cortesía del autor.
Goya y el Prado
Muchos autores que usan a Goya en sus obras han ambientado sus historias dentro del Museo del Prado, como sucede en Animal (2018), de Colo, en que se muestra cómo un dibujante amateur acude al museo una y otra vez para copiar una obra que le fascina, Perro semihundido (1820-1823).
Animal (2018), de Colo. Ed. Dibukks. Foto: Cortesía del autor.
El coloso (1818-1825) es uno de los cuadros que custodia el Prado, y también el título de una historieta de Javier Olivares y Santiago García, que se hace eco de las conclusiones del encuentro entre especialistas con motivo de la exposición Goya en tiempos de guerra en el que Manuela Mena Marqués anunciaba la posible atribución errónea del lienzo.
Durante la celebración de su bicentenario, el museo programa la exposición El Roto. No se puede mirar (y otras estampas), en la que el genial humorista gráfico se acerca a la figura del maestro a través de 30 estampas. El comisario de dicha muestra es José Manuel Matilla, jefe del departamento de estampas y dibujos del Museo del Prado y alma mater de la colección de cómic de la pinacoteca.
Saturno devorando salchichas y Goya, dos ilustraciones de El Roto para No se puede mirar (y otras estampas) (2020). Foto: Reservoir Books / Penguin Random House Grupo Editorial.
Gran estudioso de la obra gráfica de Goya, Matilla conoce a la perfección la herencia del aragonés en el mundo de la historieta que yo he desgranado brevemente en este artículo; y sin duda, esta exposición es, entre otras muchas cosas, la manera que tiene de contarnos que el de Fuendetodos sigue influyendo a los grandes creadores contemporáneos del noveno arte.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-08-09 05:18:10
En la sección: Muy Interesante