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¿Héroes o traidores? Los partisanos del Eje contra los aliados… y el comunismo

¿Héroes o traidores? Los partisanos del Eje contra los aliados... y el comunismo

El término Resistencia se suele asociar con la oposición civil armada contra los alemanes en la Segunda Guerra Mundial y, en particular, con los grupos de combatientes antinazis franceses, a los que se considera la Resistencia por antonomasia. Hay, sin embargo, muchos casos en los que un tipo similar de lucha –guerra de guerrillas, sabotaje, etc.– se utilizó, tanto en el medio rural como en las ciudades, contra las fuerzas aliadas. Destacan, en primer lugar, una serie de grupos del este de Europa que intentaron frenar el avance del Ejército Rojo.

La milicia nacional alemana Volkssturm («fuerzas de asalto del pueblo») marcha hacia la Puerta de Brandemburgo (Berlín). Foto: Getty.

A pesar de ser organizaciones con orígenes y objetivos muy distintos, hay una circunstancia que es común a todas ellas: empiezan a combatir durante la guerra, pero sus actividades no cesan con el fin del conflicto. Dado que pertenecen a países que quedan bajo la órbita de la URSS, lo que sufren es la sustitución del nazismo, que en algunos casos es aliado y en otros invasor, por el comunismo estalinista. Estos grupos siguieron operando, normalmente en condiciones muy duras, hasta finales de los años cuarenta o incluso entrada la década de los cincuenta, cuando fueron completamente derrotados.

En los bosques del Báltico

Entre los movimientos más importantes se encuentra el de los Hermanos del Bosque, denominación con la que se conoce a la Resistencia organizada en las repúblicas bálticas de Letonia, Estonia y Lituania contra la Unión Soviética. Se calcula que, entre el comienzo de la guerra y mediados de los años cincuenta, se enfrentaron al Ejército Rojo unos 50.000 partisanos.

En 1939, como consecuencia del Pacto de no Agresión germano-soviético, que dejaba vía libre a la URSS para ejercer su influencia sobre el Báltico, comenzó una invasión en dos fases. Primero los tres Estados fueron obligados a firmar acuerdos de “defensa y ayuda mutua” que permitieron a la URSS enviar tropas: 25.000 efectivos a Estonia, 30.000 a Letonia y 20.000 a Lituania. 

Luego, en 1940, mientras el mundo estaba pendiente del avance nazi sobre Europa occidental, el Ejército Rojo invadió los tres países con cientos de miles de soldados utilizando como excusa un supuesto incumplimiento de esos pactos de ayuda. Esta ocupación fue seguida de masivas detenciones, ejecuciones y deportaciones a la URSS (unas 125.000 víctimas en el primer año), lo que provocó que decenas de miles de personas se refugiaran en los densos bosques de la región y empezaran a montar la Resistencia.

Una imagen propagandística en la que el pueblo letón recibe alborozado en su capital a las fuerzas alemanas. Foto: Getty.

Pero un año más tarde, en junio de 1941, Hitler rompió el Pacto de no Agresión e inició la invasión de Rusia, lo que incluía los países bálticos. A partir de entonces, los Hermanos del Bosque combatieron junto a los nazis para expulsar al Ejército Rojo, a veces como milicias independientes y otras integrados dentro de la Wehrmacht. La respuesta de los alemanes a esa colaboración, sin embargo, no fue la de un aliado sino la de un ejército invasor.

La toma de Tallin

En Estonia, 10.000 Hermanos del Bosque organizados en la milicia Omakaitse –Guardia Nacional– atacaron a las fuerzas soviéticas en retirada, a las que infligieron 4.800 bajas y de las que tomaron 14.000 prisioneros. También liberaron la ciudad de Tartu tras un combate de dos semanas y aseguraron el control del sur del país. Ese verano, los Hermanos del Bosque y la Omakaitse combatieron codo con codo junto a los alemanes para expulsar de Estonia a las fuerzas soviéticas. 

El 17 de agosto tomaron juntos la capital, Tallin, donde la bandera estonia ondeó durante unas horas antes de ser sustituida por la bandera imperial de guerra alemana. Luego los nazis disolvieron el Gobierno provisional estonio que acababa de formarse y el país pasó a formar parte del Reichskommissariat (Comisariado del Reich). La Omakaitse fue incorporada a la Wehrmacht, desde donde siguió combatiendo contra los soviéticos.

A diferencia de lo sucedido en Estonia y Letonia, en Lituania la Wehrmacht no integró a la población dentro de las Waffen-SS, sino que creó la Fuerza de Defensa Territorial Lituana, compuesta por 10.000 hombres y dirigida por el general Povilas Plechavičius. Los alemanes, sin embargo, acabaron considerando que este cuerpo era una amenaza y, en mayo de 1944, arrestaron a sus líderes y enviaron a Plechavičius a un campo de concentración.

Invasión y leva obligatoria

En 1944, la contraofensiva rusa sobre los países bálticos hizo retroceder a la Wehrmacht y dejó solos a los Hermanos del Bosque. La represión fue brutal: deportación a la URSS de quienes habían combatido con los nazis y reclutamiento forzoso de la población para integrarla en el Ejército Rojo, lo cual empujó otra vez a miles de personas a continuar la lucha partisana. En 2003, el antiguo Hermano del Bosque estonio Alfred Kaarmann explicó a The New York Times esta elección: “Pensamos que era mejor morir en el bosque con un arma en la mano que en un campo de concentración soviético”.

La Resistencia más numerosa, mejor organizada y con armamento más potente fue la de Lituania, en la que se estima que participaron unos 30.000 combatientes y que controló regiones enteras del país hasta 1949. En los dos primeros años –entre el verano de 1944 y el de 1946–, murieron unos 10.000 partisanos en enfrentamientos con las fuerzas de la URSS.

A partir de entonces, la Resistencia lituana se estructuró en grupos más pequeños y mejor organizados –el país se dividió en tres regiones y nueve distritos– y se enfocó más hacia el sabotaje y la propaganda que hacia los encuentros armados. Uno de los aspectos más controvertidos de esta Resistencia fue la represión de simpatizantes comunistas, que ocasionó 19.000 muertes. En los años cincuenta, el movimiento entró en un lento declive que duró toda la década. El último comandante de los Hermanos del Bosque lituanos, Adolfas Ramanauskas, fue detenido, torturado y ejecutado a finales de 1957.

En Estonia participaron unos 15.000 combatientes entre 1944 y 1953. En el período de mayor actividad – hasta 1947– se llevaron a cabo 773 ataques, en los que murieron un millar de soldados o colaboradores rusos. Entre los partisanos estonios destacó por su ferocidad el famoso Ants Kaljurand, conocido como «Ants el Terrible», ejecutado en 1951. En Letonia, combatieron igualmente entre 12.000 y 15.000 partisanos.

Un caso especialmente interesante de Resistencia contra fuerzas aliadas es el de los llamados “soldados malditos” polacos. Bajo este término se engloban una decena de organizaciones que se opusieron a la implantación del comunismo en Polonia. La mayoría provenían de la Resistencia polaca antinazi, por lo que no arrastran el estigma de otros grupos anticomunistas –los Hermanos del Bosque, por ejemplo– de haber apoyado el nazismo. Un momento clave en el surgimiento de estos movimientos fue el verano de 1944, cuando quedó perfectamente claro que Stalin no iba a permitir una Polonia independiente.

En el caso de Polonia, la insurgencia no sólo hubo de luchar contra Alemania, sino también contra la URSS. La imagen corresponde al inicio del alzamiento de Varsovia. Foto: Getty.

La larga peripecia de los «soldados malditos»

Para entonces, el Ejército Rojo se había adentrado ya en territorio polaco y, en el mes de julio, se creó en la ciudad de Lublin el Comité Polaco de Liberación Nacional, un gobierno títere a las órdenes de Moscú que, desde el primer momento, consideró a la Resistencia, fiel al Gobierno de Polonia en el exilio, uno de sus principales enemigos. A partir de entonces, se desató la persecución de combatientes antinazis por lo que, en medio de una gran confusión, la guerra de liberación contra los alemanes se solapó con la lucha contra las fuerzas, en teoría aliadas, de la Unión Soviética.

El 1 de agosto comenzó el alzamiento de Varsovia, como parte de la Operación Tempestad, con la que se pretendía liberar las principales ciudades antes de la llegada de los soviéticos para asegurar la soberanía polaca. El Ejército Rojo se encontraba a escasos kilómetros, pero Stalin dejó que el alzamiento fracasara –con un enorme coste en vidas– y así consiguió ocasionar un daño irreparable a la Resistencia. El 17 enero de 1945, el Ejército Rojo tomó una Varsovia destruida y, dos días más tarde, la principal organización de la Resistencia, el Armia Krajowa, se disolvió para evitar un enfrentamiento directo.

La decisión de muchos combatientes de formar nuevas organizaciones para continuar la lucha –NIE, Unión Miliar Nacional, Ejército de Resistencia Local, Libertad y Justicia, etc.–, esta vez contra el comunismo, se debió a la inmisericorde represión que sufrieron los miembros de la Resistencia polaca a manos de las fuerzas comunistas. En los últimos meses de la guerra y una vez finalizada ésta, decenas de miles de combatientes antinazis fueron detenidos, muchas veces con promesas de amnistía falsas, y encerrados en cárceles o campos de concentración por todo el país o incluso en la Unión Soviética. Esto dio lugar a lugar a una suerte de guerra civil entre los distintos grupos clandestinos y las fuerzas combinadas de los comunistas polacos y el NKVD soviético.

La polaca Resistencia antinazi y católica, el Armia Krajowa, quería continuar la lucha contra los soviéticos. Recreación de un grupo del AK en la ciudad de Gdansk (2017). Foto: Getty.

La lucha se centró en ataques a prisiones comunistas y campos de detención con el fin de liberar a los prisioneros políticos, pero en ocasiones se llegó a enfrentamientos de mayor entidad. El más importante fue la batalla de Kuryłówka, al sudeste de Polonia, en mayo de 1945, en la que la Unión Militar Nacional –uno de los principales grupos– logró imponerse a las fuerzas del NKVD, que perdió 70 agentes (posteriormente, las fuerzas soviéticas regresaron y arrasaron la ciudad).

Los “soldados malditos” siguieron combatiendo como fuerza partisana durante los primeros años de la Guerra Fría. La mayor parte de ellos fueron eliminados por los cuerpos de seguridad polacos y los escuadrones de la muerte del NKVD en la segunda mitad de la década de los cuarenta o en los primeros cincuenta. No obstante, el último “soldado maldito” conocido, Józef Franczak, murió en una emboscada en 1963.

Cambio de bando en Rumanía

En agosto de 1944, se produjo en Rumanía el golpe de Estado propiciado por el rey Miguel I, que acabó con el régimen dictatorial del mariscal Ion Antonescu y determinó el cambio de bando del país en la Segunda Guerra Mundial. Rumanía pasó de una alianza con las potencias del Eje a firmar el armisticio con los aliados en septiembre y, a partir de ese momento, la URSS, que había entrado en el país en marzo desde Ucrania, ocupó la mayor parte del territorio. En octubre, Churchill y Stalin se repartieron los Balcanes en áreas de influencia diferenciadas: Grecia para Occidente; Rumanía y Bulgaria para la URSS.

Hasta 1944, Rumanía fue un aliado de Alemania. En la imagen, Hitler acompañado por el dictador rumano Ion Antonescu. Foto: Getty.

En esos meses de la segunda mitad de 1944, se formaron movimientos guerrilleros compuestos por grupos de 15 o 20 combatientes que, escondidos en los bosques, se enfrentaron en escaramuzas al Ejército Rojo. La fuerza de esta oposición fue, no obstante, muy escasa y las guerrillas acabaron disolviéndose o permanecieron inactivas hasta 1948, cuando se comprobó que la implantación del comunismo en Rumanía no tenía marcha atrás.

En 1946, con el país ocupado por las fuerzas soviéticas, unas elecciones fraudulentas dieron lugar una aplastante mayoría comunista y, al año siguiente, el rey Miguel I fue obligado a abdicar. La oleada de represión que se desató entonces contra cualquier oposición al nuevo régimen llevó a la creación de diversos movimientos anticomunistas, en los que participaron unos 10.000 partisanos. Esta Resistencia, dirigida sobre todo por líderes fascistas, como Ion Gavrilă Ogoranu y Leon Șușman, se mantuvo activa hasta finales de los años cincuenta.

Partisanos búlgaros antisoviéticos

La situación en Bulgaria fue en cierto modo similar a la de Rumanía, si bien los goryani –que se podría traducir como “hombres del bosque”– búlgaros no sólo no tenían relación con el fascismo, sino que provenían más bien de la izquierda antinazi y, sobre todo, del campesinado, que se opuso a las colectivizaciones impuestas por el régimen comunista. El movimiento surgió como consecuencia del golpe de Estado del 9 de septiembre de 1944 por el que Bulgaria, con el patrocinio de la Unión Soviética, rompió con el Eje e inició el camino del comunismo con una fuerte represión de cualquier disensión política

Los goryani surgieron inmediatamente como oposición al nuevo régimen y se hicieron fuertes sobre todo a partir de 1947, como reacción a la ejecución del líder campesino Nikola Pektov, que había participado en la Resistencia contra los alemanes, y a la prohibición del Partido Socialdemócrata Obrero de Bulgaria en 1948.

En esos años, los goryani llegaron a contar con unos 2.000 partisanos organizados en bandas que se refugiaban en la montañas. Uno de los grupos principales fue el del líder y mártir Gerasim Todorov, muerto en 1948, que actuaba en los montes Pirin. El movimiento siguió activo hasta mediados de los años cincuenta.

Las guerrillas nazis

A medida que se acercaba el fin de la guerra, los nazis también trataron de echar mano de movimientos partisanos para la defensa de Alemania. Hubo dos proyectos, ambos sonoros fracasos. La Werwolf fue una guerrilla con la que se intentó imitar las técnicas empleadas por los partisanos rusos. Llegó a tener unos 5.000 miembros, la mayoría de corta edad y provenientes de las Juventudes Hitlerianas, que nunca recibieron el entrenamiento adecuado ni el armamento prometido. Sí contó, en cambio, con gran publicidad –un periódico y una radio– y con el apoyo del propio Goebbels, que en marzo de 1945 pronunció el llamado “discurso Werwolf”, en el que animaba a los alemanes a luchar hasta la muerte.

A finales de 1944, se creó también una milicia nacional alemana, la Volkssturm, con el fin de reclutar a todos los hombres de entre 16 y 60 años que, por diversos motivos –fundamentalmente edad o incapacidad física–, no hubieran sido llamados antes a filas. Se reclutó así a seis millones de alemanes, muchos de ellos ancianos e inválidos, que no recibieron ni instrucción ni armas apropiadas ni municiones. Tampoco uniformes ni mantas, que debían traerse de casa. Aun así, los batallones de la Volkssturm combatieron en muchas localidades, normalmente con resultados nefastos y un desproporcionado número de víctimas del llamado fuego amigo. Tuvieron una honrosa participación en la defensa de Berlín, pero con muchísimas bajas.

Cartel propagandístico nazi en el que se alienta a la población a alistarse en su milicia nacional, la Volkssturm. Foto: Getty.

Pero el intento de los nazis de recurrir a la guerra partisana no se limitó a Alemania. Entre los esfuerzos por crear movimientos de Resistencia locales se encuentra la Guardia Nacional Eslovena, compuesta por eslovenos católicos y de carácter anticomunista. El grupo llegó a tener unos 15.000 miembros y, a partir de 1943, combatió contra el Frente de Liberación Yugoslavo, sobre todo en la provincia de Liubliana. 

En Croacia se creó la milicia de los Cruzados, formada por los violentos ustachas –fascistas croatas–, que contó con unos 2.000 miembros y siguió combatiendo contra el régimen de Tito hasta comienzos de los cincuenta.

Un proyecto más modesto fue el de los Gatos Negros bielorrusos, grupo de treinta partisanos entrenados en Berlín por el coronel de las SS Otto Skorzeny. Una vez expulsados los nazis de Bielorrusia, los Gatos Negros saltaron en paracaídas por detrás de las líneas enemigas con el fin de iniciar una guerra de guerrillas, pero, después de unos pocos éxitos iniciales, fueron aniquilados.

La Operación Gulag partió de una idea parecida, que resultó igualmente infructuosa: el intento de crear un movimiento resistente en Siberia compuesto por presos de los campos del Gulag soviético, a los que previamente había que liberar. Para ello, en 1943, un grupo de doce rusos disfrazados de miembros del NKVD se lanzaron sobre la zona en paracaídas. Fueron reconocidos, detenidos y encerrados enseguida, y ahí acabó todo.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-09-11 02:51:25
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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