Los artrópodos, esas criaturas que a menudo pasan desapercibidas o son objeto de desdén, son en realidad los verdaderos titanes de la biodiversidad terrestre. Representando más del 80% de la diversidad animal, estos seres han estado esculpiendo el mundo que conocemos desde hace más de 500 millones de años. Su papel en los ecosistemas es tan crucial como variado, participando en el reciclado de nutrientes, la oxigenación de los suelos, el control poblacional y la productividad oceánica.
Aunque pequeños en tamaño, los artrópodos son gigantes en importancia. Desde escorpiones prehistóricos de un metro de largo hasta cangrejos con una fuerza de pinza superior a la mordida de un tigre, estos seres son un testimonio de la extraordinaria adaptabilidad y diversidad de la vida. Las arañas, por ejemplo, pueden adoptar formas y comportamientos asombrosos, como imitar excrementos de pájaro para evadir a los depredadores, mientras que los miriápodos utilizan abrazos venenosos para capturar a sus presas.
Fernando Cortés-Fossati, un apasionado investigador especializado en la ecología de los artrópodos y la divulgación científica, nos invita a explorar este mundo oculto a través de su libro “Mucho más que bichos”. Con una formación en ambientología, oceanografía y zoología, Cortés-Fossati dedica su carrera a estudiar el comportamiento animal y la ecología de los artrópodos tóxicos, compartiendo sus hallazgos con el público a través de la docencia y los medios de comunicación.
Para aquellos que deseen sumergirse en las profundidades de este fascinante reino, el primer capítulo del libro “Mucho más que bichos”, escrito por Fernando Cortés-Fossati y publicado por Pinolia, ofrece una ventana a un universo lleno de maravillas y descubrimientos. Te invitamos a comenzar esta aventura y descubrir por ti mismo la riqueza y el misterio que aguardan en cada página.
A tortas con el vocabulario
Un monstruo terrible, enorme como una montaña y cuya oscura sombra devoraba todo a su alrededor. Poseía una piel de brillantes escamas que parecía impenetrable, cuatro patas que se erigían desde el suelo como torres imposibles de derribar, y unas fauces repletas de colmillos afilados como espadas. Se trataba del dragón de Brno, ese que las leyendas contaban que aterrorizó en aquella región, allá por el medievo. Decían que, tras reiteradas encarnizadas batallas, un día la criatura había sido finalmente derrotada, y que su cuerpo conservado yacía en la ciudad, como símbolo. Pero yo lo miraba, y lo volvía a mirar, y lo único que veía era un cocodrilo —del Nilo, a mi parecer— allí, disecado y colgado del techo de una torre del siglo XIII. En un día normal en la ciudad checa de Brno, mientras caminaba por el centro histórico, me topé con aquella estampa, en el interior del arco que formaba parte de la base del Starà Radnice, el antiguo ayuntamiento de la ciudad. Aquello era, cuanto menos, curioso. Tenía que investigar el porqué.
En mi búsqueda de la historia real detrás de la leyenda, descubrí que, para algunos, el dragón acabó convirtiéndose en realidad cuando alguien, en el siglo XV, trajo un cocodrilo disecado a la ciudad a modo de presente. Cuando los habitantes vieron a aquella criatura expuesta en las calles, pensaron que se trataba del dragón de Brno, del cual se habían disecado sus restos como prueba irrefutable de que había sido abatido. Sí, sí, puedes estar riéndote, tirado por el suelo, gritando: «¡¿Cómo alguien puede confundir un cocodrilo con un dragón?!». Sin embargo, esta experiencia me sirvió para darme cuenta de una cosa: nadie tiene criterio para discernir realidad y ficción si no tiene las herramientas para hacerlo. Aunque pueda parecerte exagerado, esto aún ocurre hoy día. La falta de conocimiento y la mezcla de mito y realidad han persistido en la percepción de animales que el público general no conoce de forma adecuada. Porque, ¿y si vives en el siglo XV y nunca has visto a un cocodrilo, cosa bastante normal por aquella época? Pero ¿y si vives en el siglo XXI y crees que los «bichos» son una masa oscura de entes indistinguibles unos de otros, que hacen cosas sórdidas allá donde se encuentren, como estorbarnos, envenenarnos o mordernos, disfrutando mientras lo hacen?
Bicho. Sí, esa palabra que tanto decimos, que tanto usamos, y que, ojo al asunto, forma parte del título de este libro. Una palabra que normalmente se refiere, de forma despectiva, a cualquier criatura que nos parezca desagradable, asquerosa, y horripilante a nuestros ojos, y que en el imaginario colectivo suele ser asociada a la oscuridad, a la suciedad, a la maldad. Así, un bicho puede ser casi cualquier ente que la cultura imperante nos haya enseñado que es perjudicial. Para muchas personas, una serpiente podría considerarse un bicho, al igual que un sapo, o una lombriz… Es lo que tiene la palabra bicho, es tan ambigua, que cualquiera puede usarla de la forma que le venga en gana, porque estimado lector, estimada lectora… ¿Qué es un bicho? El famoso novelista y científico Arthur C. Clarke dijo en el siglo pasado que «cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia». Pues déjame decirte que un fenómeno de muy similar naturaleza ocurre en las calles en relación con los animales. Así, esta acertada frase se puede reformular de la siguiente manera: «cualquier animal que no conocemos adecuadamente es indistinguible de un bicho».
El dragón de Brno. Foto: Istock
La sociedad está malacostumbrada. No creas que esas criaturitas que tienen más presencia en los medios y en las redes, como los monos y achuchables osos panda, leones, foquitas y zorritos, son los más abundantes, los más representativos. Para empezar, ten en cuenta que, a pesar de lo que creas, más del 90% de la vida animal de la tierra tiene un tamaño corporal menor que la uña de un dedo de la mano. Y de ellos, la mayoría son seres realmente minúsculos a la par que anónimos, seres raros que nadie conoce, pero que están haciendo cosas trascendentales en su micromundo tales como comer bacterias y controlar sus poblaciones, o remover y oxigenar la tierra con sus movimientos a nivel milimétrico. Por otra parte, si los animales en cuestión no entran dentro de los que probablemente serían protagonistas de todo documental, y se salen de los cánones anatómicos esperables para considerarse peluchitos vivientes, son considerados no animales, sino bichos.
Y hay unas criaturas en particular que se llevan el título de bichos por excelencia, pues para prácticamente cualquier ser humano del mundo son desconocidas, oscuras y malignas: si tienen varios pares de patas, son pequeñas y peludas en aspecto, y tienen alas o antenas… ¡Ahí no hay duda! ¡Uf, eso ya son bichos con pedigrí! ¿Qué iban a ser, si no, seres tales como las cucarachas, las moscas, las arañas, o todos aquellos otros miles de seres de su calaña, iguales de asquerosos y perversos? Pues animales, fíjate. Sí, como un perro o nosotros mismos. Concretamente, Artrópodos, un gran grupo del reino animal que engloba, entre otros integrantes, a todos los insectos, arácnidos, o cochinillas y sus parientes, ¡como los cangrejos que te comes! También incluye a las abejas y las mariposas, algo más estimadas por el público general, pero que son tan insectos, y, por tanto, tan artrópodos y tan bichos como las cucarachas. «¡Pero, si no se parecen en nada, dirás!». Oh, ya creo yo que sí. Lo que ocurre es que hay un estigma social muy grande que nos impide ver la realidad con claridad. Entonces, si esto es así… ¿qué caracteriza a estas criaturas que son los Artrópodos, que tienen en común todas ellas para ser parientes?
Además de tener muchos ojos y patas como te imaginas cuando te mencionan la palabra bicho, los Artrópodos poseen un duro esqueleto externo formado por una cutícula muy resistente, pero provista de articulaciones entre todas las piezas que lo forman, a modo de armadura medieval. Esto les confiere protección sin renunciar a la flexibilidad. Asimismo, estos animales se caracterizan por ser generalmente de tamaño pequeño, micrométrico, milimétrico o centimétrico, y tener ciclos vitales muy cortos: en muchos casos, en tan solo un año, han hecho todo lo que tenían que hacer. Todos ellos son animales de cuerpo segmentado, y presentan tagmas o regiones corporales más o menos diferenciadas. Así, en su anatomía, podemos identificar una cabeza, un prosoma —la primera región corporal de animales como las arañas, entre otros—, un tronco, un abdomen, un tórax, o lo que corresponda en función del animal.
Los Artrópodos poseen un duro esqueleto externo formado por una cutícula muy resistente. Foto: Wikipedia
En el caso de los artrópodos terrestres, en muchas ocasiones, el cuerpo está cubierto de sedas, que nos recuerdan a pelos, pero que no tienen nada que ver con estas estructuras propias de los Mamíferos. Algunas de estas sedas tienen funciones receptoras de corrientes, vibraciones o campos eléctricos: son los llamados tricobotrios. En cuanto a olfato, pues estos animales no huelen como nosotros, sino que tienen receptores de químicos situados en diferentes partes del cuerpo en función del grupo. Por ejemplo, mientras que los insectos «huelen» con las antenas, las arañas lo hacen con las patas. Suelen también disponer de receptores químicos en la boca.
Lo mismo ocurre con su sentido del oído, que se parece de lejos al nuestro: algunas especies tienen estructuras parecidas a tímpanos en alguna parte del cuerpo, y otras no. Además, estos animales son, por lo general, ectotermos; es decir, no pueden regular su temperatura corporal como nosotros, sino que dependen de la temperatura del ambiente para activar su metabolismo. Por cierto, no tienen sangre, sino hemolinfa, un líquido transportador análogo a esta, que se mueve por el cuerpo gracias al bombeo de un corazón muy simple del que disponen estos animales. Su sistema circulatorio es abierto: a diferencia del nuestro, que es cerrado —la sangre nunca sale de nuestros vasos hasta que llega su destino, sean órganos, tejidos o lo que corresponda— la hemolinfa de los Artrópodos viaja por una red de vasos nada compleja que finaliza en unas áreas abiertas llamadas lagunas, en donde acaba derramándose dentro del animal, alimentando así con los nutrientes que transporta a los órganos y tejidos correspondientes.
En función del animal, la hemolinfa puede transportar, entre otros, nutrientes, hormonas o células del sistema inmunitario además de oxígeno —por ejemplo, en los Multicrustáceos acuáticos como la langosta o las Arañas— o bien transportar únicamente nutrientes y otras sustancias, pero no oxígeno, que se distribuye en un sistema aparte —como ocurre con los Insectos y sus tráqueas—. En el caso de que la hemolinfa transporte oxígeno, esta no la hace mediante el uso de hemoglobina, como en nosotros los humanos, sino con hemocianina, una proteína basada en el cobre, y no en el hierro.
Por otra parte, siempre, siempre, necesitan realizar mudas de su exoesqueleto cada cierto tiempo para avanzar a la siguiente fase de maduración de su ciclo, poder crecer y llegar al estado adulto. Esto les permite regenerar partes dañadas del cuerpo de cara a la siguiente muda. Es usual que los individuos no muden más una vez llegan a su estado adulto. En muchos casos, el cuerpo de estos animales sufre en el proceso de maduración una serie de transformaciones muy extremas y complejas. Este proceso es el que llamamos metamorfosis, y es típico de los Insectos, pero también de los cangrejos y otros artrópodos marinos.
Su reproducción suele ser de tipo sexual, y las especies cuentan con dos sexos separados, hembra y macho. La reproducción resulta, por lo general, en una increíblemente numerosa puesta de cientos de huevos que las hembras depositan en el medio, y abandonan a su suerte, pues como regla, los Artrópodos no cuidan de sus crías. En adición, muchos de estos animales poseen estructuras como las mencionadas antenas, que les confieren sentidos increíblemente refinados del tacto o el olfato, alas que les permiten volar, e incluso glándulas que les permiten generar sustancias increíbles, como la seda o el veneno. En cuanto a respiración se refiere, si se trata de especies acuáticas, respiran por branquias, pero si son terrestres, lo hacen mediante un sistema de tubitos distribuidos por todo su cuerpo llamados tráqueas. Algunos artrópodos incluso respiran directamente con la superficie corporal, a través de la cutícula, como ocurre, por lo general, en los Colémbolos. Y hasta aquí, las reglas generales de cómo son los Artrópodos…
Algunos artrópodos incluso respiran directamente con la superficie corporal. Foto: Istock
Porque claro, con tanta diversidad de especies, nada puede darse por sentado al cien por cien en el mundo de los Artrópodos. Luego te enteras de que existen especies para nada pequeñas, sino monstruosas en tamaño, como el cangrejo gigante japonés, que mide cuatro metros, o de que hay insectos como ciertas cucarachas que paren vivas a sus crías, pues estas primero nacen de sus huevos en el interior de su madre y luego salen al exterior —es decir, son ovovivíparas—. O lees que existen especies de mariposas nocturnas, himenópteros o escarabajos que pueden controlar su temperatura corporal elevándola a más del doble de la temperatura que existe en el ambiente. O te enteras de que las madres araña suelen cuidar de sus crías y de que hay artrópodos que viven un siglo sin problema alguno, como la langosta americana… ¡Una criatura que puede llegar a pesar, por cierto, lo que una hembra adulta de American Stanford! Y es que, con tantas especies —¡más de un millón!— puedes encontrarte prácticamente todo bicho que puedas imaginar, y casi cualquier excepción a la norma establecida. ¡Son animales realmente complicados!
Aun así, y aunque aún nos queda mucho por estudiar y conocer, gracias a las técnicas científicas más avanzadas, hemos conseguido comprender, al menos a grandes rasgos, la ecología de estos animales o los grados de parentesco que existen entre ellos. Los científicos y científicas siempre consideramos válidos aquellos grupos de organismos en los que sus integrantes siempre provienen del mismo ancestro común —grupos monofiléticos—.
Cuando tenemos varios grupos monofiléticos, volvemos a ordenar a estos grupos en función de su parentesco, y así, una y otra vez, cada vez a mayor escala, podemos remontarnos al mismo nacimiento de la vida. Así, ordenamos a los seres vivos desde el nivel de especie, el más bajo, hasta el nivel más alto, que es el de reino, en el caso que nos ocupa, el de los Animales. Gracias a ello, actualmente sabemos que las arañas no son insectos, que los Crustáceos no existen, que los Insectos y las gambas son primos, o que las termitas son realmente cucarachas —¡toma ya!—. En este libro, usaremos la clasificación más actualizada de los Artrópodos de la que disponemos hoy día, basada en los estudios más punteros. De este modo, visitaremos a cada uno de los grupos que los conforman, y nos adentrarnos en cada uno de sus increíbles estilos de vida. Para alcanzar este estado de conocimiento del que disponemos hoy, hemos sufrido mucho a lo largo de la historia de la ciencia. Muchos porrazos… para que ahora los llamemos «bichos», de forma despectiva, a secas.
En nuestros albores como civilización, venerábamos a muchos artrópodos y temíamos a otros, pero aun así comprendíamos su importancia ecológica. Muchas culturas relevantes de la historia, como la sumeria, la egipcia, o la romana así lo atestiguan. Sin embargo, poco después comenzaron a ser considerados seres infernales o sinónimo de enfermedad, una percepción que perduró hasta el siglo XVII incluso entre los círculos académicos, en parte porque eran usados como figuras de aleccionamiento moral acerca de lo que no estaba bien. Esta herencia cultural, fuertemente arraigada, fruto de una cosmovisión caduca, ha sobrevivido hasta nuestros días. Una herencia que provoca falta de aprecio por la historia natural de estos animales y que lleva a la percepción generalizada de que todos estos organismos —que ojo, representan el 85% de las especies animales conocidas en el mundo— son lo mismo: una masa de seres asquerosos y malignos.
Amblipigio o araña látigo. — Greg Hume/Wikimedia
Sin embargo, el progreso de la ciencia moderna fue revelando una verdad abrumadora, incontestable: los artrópodos son animales de luz, imprescindibles para nuestra existencia. ¿No te lo crees? Cierra los ojos, respira profundamente un par de veces… Y vuélvelos a abrir. Mira con detenimiento a tu alrededor. Puede que estés leyendo en tu salón o en un parque. Todo, absolutamente todo lo que te rodea, está ahí gracias a la existencia de diversos grupos de seres vivos esenciales para nuestra vida en los que nadie repara, como es el caso los Artrópodos. Las plantas crecen sanas y fuertes porque miles de millones de organismos básicos en los ecosistemas, entre ellos hormigas o escarabajos, remueven y oxigenan el suelo durante toda la vida de la planta. Los suelos son más fértiles porque estos animales reciclan miles de toneladas de nutrientes al participar en los procesos de descomposición. Las redes tróficas se mantienen en funcionamiento gracias a ellos, pues se encuentran en la base de todas ellas. Además, participan de forma crucial en procesos como la polinización de las plantas, el control poblacional de otros animales…
En definitiva, sea en una pradera, en el pico más gélido de la cordillera del Himalaya o en lo más hondo de la fosa de las Marianas, en la madera de cualquier mueble o barco fabricado vez alguna, en las frutas y peces que comes, e incluso en tu piel en simbiosis con ácaros, los Artrópodos y su esencialidad están presentes, ahí y por donde mires. ¡Ostras, si es que hay artrópodos que hasta viven en la lava de los volcanes casi recién solidificada, como ciertas tijeretas o escarabajos lavícolas, que colonizan antes estos ecosistemas que plantas o cianobacterias!
¿Te está picando la curiosidad? Te adelanto que, si continúas leyendo, no habrá vuelta atrás: descubrirás un mundo maravilloso, repleto de seres sorprendentes que te dejarán atónito, que romperá todos tus esquemas y prejuicios, y que te hará ver el mundo de una forma completamente distinta. Porque en este libro para nada trato a unos seres cualesquiera.
Estamos haciendo mención del más grandioso grupo animal que la Tierra ha visto. Un grupo de origen ancestral, cuyo antepasado más primigenio vivió en nuestro planeta hace, nada más y nada menos, que 538,8 millones de años, a comienzos del periodo Cámbrico. Por aquel entonces, los Artrópodos fueron protagonistas de una revolución que cambió la historia de la evolución de los animales y el mundo para siempre. Desde ese instante, hasta hoy, han moldeado el planeta en que vivimos, pues fueron vitales para mantener el funcionamiento de todos los ecosistemas del mundo, ecosistemas que ellos mismos ayudaron a cincelar, en un tiempo remoto. Y es, justo aquí, donde comienza nuestra historia.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-06-25 13:03:51
En la sección: Muy Interesante