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La locura de Van Gogh, ¿mito o realidad?

La locura de Van Gogh, ¿mito o realidad?

Groot-Zundert, 1852. En el seno de una familia protestante nace muerto el primer Vincent Willem van Gogh. El 30 de marzo de 1853, exactamente un año después del alumbramiento de este primer hijo, Anna Cornelia van Gogh da a luz a un niño al que llamarían por el mismo nombre para mantenerlo en su recuerdo. Enterrado cerca de la iglesia en la que su padre ejercía como pastor, cada domingo Vincent contemplaba su nombre reflejado en la lápida. Muerto.

Autorretrato con oreja vendada (1889). Aun con sus pinceladas vibrantes, aparece calmado y sereno.  Foto: Getty.

De Van Gogh suele decirse que fracasó en prácticamente todos los aspectos de su vida. Vincent pintaba con una celeridad obsesiva, y llegó a reunir un gran número de obras que, aunque apenas se vendieron y expusieron en vida, abrirían el camino del arte moderno, sirviendo como referente para artistas que encabezaron movimientos vanguardistas como el expresionismo. 37 años después de su nacimiento, en 1890, moriría en Auvers-sur- Oise, cerca de París, en la auténtica ruina.

Van Gogh, el chiflado

Sobre su supuesta locura, que lo llevó al suicidio, se ha teorizado mucho. De hecho, no existe evidencia alguna, ni siquiera el historial clínico, sobre tal enfermedad. Es difícil definir, entonces, si se vio afectado por una patología en concreto a partir de pocos testimonios que existen, las cartas a su hermano Theo y a otros artistas, en las que se ven reflejados muchos más momentos de lucidez que de locura.

Para el dramaturgo Antonin Artaud (1896- 1948), a Van Gogh lo mató la inercia burguesa de la sociedad dominante del momento: “No, Van Gogh no estaba loco, pero sus telas eran como fuegos incendiarios, como bombas atómicas cuyo ángulo de visión, comparado con el de todos los cuadros que hacían furor en la época, hubiera sido capaz de perturbar gravemente el larval conformismo de la burguesía”.

Antonin Artaud, autor de El suicidado de la sociedad, en el que culpa a esta, a su hipocresía inmoral, de la muerte de Van Gogh. Foto: Getty.

Sea como fuere, tras la muerte de Vincent , su hermano Theo quiso reivindicar su trabajo y promover la exposición de sus lienzos. Con el fallecimiento de este último, sería su viuda, Johanna van Gogh-Bonger, quien retomaría este trabajo. Muchos años después, y coincidiendo con el centenario de la muerte del pintor en 1990, el Retrato del Doctor Gachet (1890) se subastó por más de 80 millones de dólares, la cifra más alta pagada hasta entonces por una pintura. Un viejo mito del arte había fraguado de nuevo, el del pintor chiflado, inclinado a la soledad y abrumado por la melancolía, incomprendido en su tiempo, pero ensalzado y valorado años después.

Sangre, dolor y gloria

Aunque los primeros dibujos conocidos de Vincent datan de 1862, no es hasta 1880 cuando su deseo de ser pintor se materializa. Si bien es, en esencia, autodidacta, a lo largo de su vida entra en contacto con otros artistas que lo adentran en el arte del dibujo. En Bruselas aprende con Anthon van Rappard (1858-1892), y más tarde, en La Haya, con su primo, el también pintor Anton Mauve (1838-1888). En 1886, decide ingresar en la Academia de Amberes, aunque, dada su frustración al tener que limitarse a las inquebrantables normas pictóricas de esta institución, pronto la abandona: “Las críticas de los de la academia suelen resultarme insoportables, porque decididamente siguen siendo desagradables”. Durante su estancia en París asiste a la escuela de Fernand Cormon, donde entra en contacto con los impresionistas y conoce a Toulouse-Lautrec o Émile Bernard.

Además de los cambios que sobrevienen en su forma de pintar, la relación postal, que se acabará convirtiendo en una suerte de diario, es interesante porque permite arrojar luz sobre sus dolencias. A partir, fundamentalmente, de 1885, en las cartas que Vincent dirige a Theo son constantes las referencias a las molestias físicas, en numerosas ocasiones adolecidas por la mala alimentación y el abuso del alcohol o el tabaco: “En el fondo, mi salud no está comprometida y esto no es un estado crónico, porque no está provocado por los excesos, sino por la falta de alimentos o por una alimentación que se ha tornado a la larga muy poco sustancial. Haz, pues, lo posible, hermano, por venir rápidamente, porque no sé hasta cuándo me podré sostener. Estoy muy agotado y siento que voy a sucumbir bajo este peso”.

¿Una psicosis?

Quienes se han dedicado a especular sobre la enfermedad mental de Van Gogh, datan los principales acontecimientos relativos a su psicosis durante su estancia en Arlés, esta ciudad del sur de Francia, a la que Vincent se traslada en febrero de 1888. Allí pasará un año y tres meses. Durante este período, y empecinado en la idea de que su casa sirviese como lugar de acogida de otros artistas, en octubre de 1888 recibe a Paul Gauguin (1848-1903). Sin embargo, el 23 de diciembre del mismo año, la convivencia se trunca al suceder el hecho que le dará la fama de por vida (cortarse parte de su oreja izquierda). Como consecuencia, Vincent es ingresado en el hospital de Arlés, donde es tratado por el doctor Félix Rey quien, a pesar de no ofrecer un diagnóstico oficial, sospecha que sufre epilepsia, provocada, en gran parte, por la mala alimentación y el abuso de sustancias como el café y el alcohol.

Huerto en flor, vista de Arlés (1889), Van Gogh. Foto: Album.

“Mi querido Theo: en tanto que mi espíritu estaba completamente falto de asiento, habría sido en vano que hubiera intentado escribirte para responder a tu buena carta. Hoy acabo de regresar provisionalmente a mi casa; espero que será de veras”. A partir de entonces, las idas y venidas de Vincent al sanatorio son constantes. En febrero de 1889, es de nuevo hospitalizado, aunque pronto se le autoriza, de forma provisional, a regresar a su casa.

A finales del mismo mes, sus vecinos de Arlés solicitan que vuelva de manera definitiva al hospital y, así, el 8 de mayo de 1889 Van Gogh es internado en el psiquiátrico Saint-Paul-de- Mausole, en Saint-Rémy, en el que estará un año, sufriendo, según los médicos, diversos síncopes y crisis, una de ellas tras exponer en el Salon des Indépendants de 1889. Es allí, desde la ventana de su habitación del asilo, donde pintará La noche estrellada: “Esta mañana he visto la campiña desde mi ventana largo tiempo, antes de la salida del sol; no había más que la estrella matutina, que parecía muy grande”. Durante este tiempo es constante su deseo de curación, y así lo hace saber a su hermano: “Ahora, ya comprenderás que si mi locura ha venido evidentemente por culpa del alcohol, habrá sido muy poco a poco y también se irá muy poco a poco, en caso de que se vaya, por supuesto. O si vino de fumar, pues lo mismo. Eso es lo único que deseo –la curación–, sin la asombrosa superstición de ciertas personas respecto del alcohol, de manera que ellas mismas se privan de beber y fumar”.

Noche estrellada. Museo de Arte Moderno, Nueva York (1889). Foto: Getty.

Finalmente, en mayo de 1890, es trasladado a la localidad de Auvers-sur-Oise, donde vive en relativa libertad bajo la atenta mirada del doctor Gachet, psiquiatra y aficionado al arte moderno. En una ocasión escribió a Theo: “No te oculto que hubiera preferido morir que causar y sufrir tantas molestias”. El 27 de julio del mismo año, Vincent-según la teoría sentada- se propina un disparo en el pecho. Dos días después, muere en brazos de su hermano.

La creación del mito

En la actualidad, Van Gogh es un ídolo de masas. Las imágenes por él creadas fueron capaces de conquistar el corazón del mismísimo Woody Allen, y por ello se repiten y versionan en películas, series, memes, etc. El merchandising, que en ocasiones abusa de su rostro, sus cerezos en flor y su habitación, lo ha convertido en un auténtico producto de la sociedad capitalista. Incluso se están celebrando exposiciones sensoriales en las que prima la experiencia interactiva por encima de la obra, presentando a un Van Gogh alejado de sus telas.

Todo ello se debe, en gran parte, al apego que la cultura popular siente por la imagen del artista alienado. Un artista entregado a la creación que, en vida, subsistió a duras penas, entre la frustración y la incomprensión, entregándose al alcohol pero que, tras su muerte, empieza a ser valorado por su originalidad e ingenio. “Yo siento, hasta el extremo de quedar moralmente aplastado y físicamente aniquilado, la necesidad de producir; precisamente porque, en resumen, no tengo otro medio de llegar a compensar nuestros gastos. Y no puedo hacer nada ante el hecho de que mis cuadros no se vendan. Llegará un día, sin embargo, en que se verá que esto vale más que el precio que nos cuestan el color y mi vida, en verdad muy pobre”.

El hospital de Saint-Rémy (1889), cuadro pintado durante su estancia en este sanatorio. Foto: Getty.

Vincent van Gogh nunca dejó de producir. Para algunos, fue un lunático que reflejaba en su pintura las secuelas y las crisis de un posible trastorno mental. Para otros, un hombre que se resignó a ser tachado de loco antes que doblegarse a lo que la moral del momento le exigía.

Una idea asentada desde Platón

En realidad, esta idea que vincula genialidad y desequilibrio emocional viene de mucho más lejos. Platón, en efecto, ya hablaba de la locura creativa asociada a los poetas. Siglos más tarde, Séneca acuñó el aforismo “Nullum magnum ingenium sine mixtura dementiae fuit ” (Jamás ha habido un gran talento sin algún toque de locura). A su manera, vertebrada junto con la idea cristiana del Dios creador, durante el Renacimiento los pensadores retomaron la teoría platónica hasta llegar al siglo XIX, momento en que nacen ciencias como la psiquiatría, que confirmó a través de distintas presunciones la relación existente entre el genio y la locura. No es extraño encontrar, entonces, durante todo el XIX, representaciones y autorretratos de artistas melancólicos, incluso enfermos, alimentando este mito y advirtiendo una introspección en la parte vulnerable de la masculinidad en función de la espiritualidad del genio artístico.

El mito trágico del artista loco se ve sustentado, en gran parte, por el cine. Aunque existen cintas con vocación documental, como el cortometraje dirigido en 1948 por Alain Resnais o la película de 1987 de Paul Cox, lo cierto es que, en su mayoría, las ficciones ofrecerán una imagen dominante del pintor desequilibrado. Lust for life (Vincente Minnelli, 1956) –conocida en España como El loco del pelo rojo–, película de ficción producida por la Metro-Goldwyn-Mayer, que adaptaba la novela homónima que Irving Stone publicó en 1934, ofrece una imagen bucólica de los últimos años de vida de Vincent, interpretado por Kirk Douglas. A pesar de introducir matices biográficos, el largometraje se inclina por las tragedias de su vida, así como por su desequilibrio emocional. Solo hace falta echar un ojo al título por el que la película fue conocida en nuestro país, o a alguno de los carteles promocionales del film, para percibir esta forma de ver a Van Gogh.

Cartel de la película El loco del pelo rojo. Foto: Alamy.

Amarillo Van Gogh

Arlés, marzo de 1889. “El doctor Rey dice que en lugar de comer bastante y regularmente, me he sostenido, sobre todo, por el café y el alcohol. Admito todo esto; pero ¿quedará como cierto que, por conseguir la alta nota amarilla que he logrado este verano, me ha sido muy necesario empinar un poco el codo?”.

Esta etapa de la vida de Van Gogh ha dado lugar a muchas especulaciones a causa del uso de colores más saturados y brillantes, como el azul o el amarillo, llegándose a decir que los mismos eran producto de las alucinaciones sufridas a causa de su enfermedad. Si bien es cierto que sustancias como el alcohol pudieron distorsionar la realidad del pintor, es necesario entender que durante estos periodos le debió ser muy difícil trabajar (en algunas de sus cartas afirmaba que la debilidad hacía mella en sus manos, hasta el punto de impedirle sostener los pinceles).

Piénsese, entonces, en los Girasoles (1888), El café de noche (1888) o el retrato de La arlesiana (1888), pintados en ‘estados de cordura’: “Ahora por aquí tenemos un calor espléndido y fuerte sin viento, lo que me viene muy bien. Un sol, una luz, que a falta de otra cosa mejor no puedo llamar más que amarilla, amarillo de azufre pálido, limón pálido oro. ¡Qué hermoso es el amarillo!”. Para él, “el color por sí mismo expresa alguna cosa; no se le puede ignorar y hay que aprovecharlo; lo que embellece y es verdaderamente bello, es igualmente verdadero”.

Interior de café de noche, de Van Gogh (1888). Foto: Getty.

Dibujos que golpeen

Su supuesta locura condicionó su arte mucho menos de lo que se ha comentado. En realidad, la pintura fue para él una vía de escape, una terapia: “Mi querido hermano –siempre te escribo en intervalos de trabajo–, trabajo como un verdadero poseso, un furor sordo de trabajo, más que nunca. Y creo que esto contribuirá a curarme”.

Vincent van Gogh fue un pintor que ‘se volvió loco’ a causa de los cómplices que respaldaban la hipocresía de la sociedad. Un pintor que sintió el rechazo y desdén de la mayoría. Alguien que, por no herir, se hirió (si es cierto que se suicidó e, incluso, si se debió a un disparo casual, puesto que no inculpó a nadie y lo asumió). De las pocas noticias sobre Van Gogh que aparecieron en alguna revista del momento, destaca la referencia que Albert Aurier (1865-1892) publicó en Mercure de France en enero de 1890: “Es un hiperestésico con síntomas evidentes, que percibe con intensidad anormal, y quizás incluso dolorosa, los caracteres imperceptibles y secretos de las líneas y formas, y todavía más los colores, las luces, los matices invisibles para las pupilas sanas, las irisaciones mágicas de las sombras”. 

El periodista Albert Aurier, que celebró la obra de Van Gogh pero lo tachó de hiperestésico. Foto: ASC.

Hiperestéstico, altamente sensible. Lo que verdaderamente se empezó a considerar a partir de la muerte del pintor fue su dedicación temperamental a la pintura, que lo aislaba tanto física como psicológicamente, llegando a crear un estilo propio que contribuiría a cambiar el sentido del arte. “Quiero hacer dibujos que golpeen a ciertas personas. […] Sea en figura, sea en paisaje, yo quisiera expresar no algo así como un sentimentalismo melancólico, sino un profundo dolor. Por encima de todo, yo quiero llegar a un punto en que se diga de mi obra: este hombre siente profundamente y este hombre siente delicadamente. A pesar de mi reconocida torpeza, ¿me comprendes, no?, o quizá a causa de ella. ¿Qué soy a los ojos de la mayoría de la gente?: una nulidad o un hombre excéntrico o desagradable, alguien que no tiene un sitio en la sociedad ni lo tendrá”.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-05-28 03:44:52
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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