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La obra de Karl Marx que cambió el mundo

La obra de Karl Marx que cambió el mundo

Hace ya siglo y medio que la editorial alemana de Otto Meissner publicó la primera edición (1.000 ejemplares) de un tratado sobre economía política firmado por Karl Marx, un doctor en Filosofía por la Universidad de Jena que en ese momento cumplía 50 años. Hijo de judíos conversos, sus padres lo llamaron Karl Heinrich y le añadieron por tercer nombre el de Mordechai (Mardoqueo), que respondía a su tradición hebraica.

Tan inteligente como interesado en el estudio, el joven Karl quedó pronto fascinado por las ideas de Hegel, el minucioso y sistemático filósofo que había sucedido en la cumbre del pensamiento germano al no menos sistemático Emmanuel Kant.

El Capital: La obra de Karl Marx que cambió el mundoCopilot / Pablo Mora

Siguiendo a Hegel, que murió en 1831, sus discípulos directos Bruno Bauer y Ludwig Feuerbach estaban desarrollando a su vez una corriente del pensamiento hegeliano radicalmente materialista, la primera de cuyas conclusiones era la negación completa de la idea de Dios.

Estos “hegelianos de izquierdas” escandalizaron a la filosofía idealista de su momento con títulos como La esencia del cristianismo (Feuerbach) o Crítica del Evangelio de Juan (Bauer).

Amigos hasta la muerte

En 1844, exiliado en París después de haber fundado varias revistas de índole revolucionaria, un joven Marx de 26 años conoce a Friedrich Engels, que tenía dos años menos que él y que sería su amigo hasta la muerte. Engels incluso llegará a reconocer como suyo a un hijo natural de Marx concebido por una criada. Los dos amigos descubren inmediatamente que tienen mucho en común.

Ambos acaban de vivir sendas experiencias sobre las condiciones de vida del proletariado. Engels, hegeliano autodidacta, viene de conocer la miseria de los trabajadores ingleses en la fábrica de su padre, mientras que Marx ha sido expulsado de Alemania por sus artículos sobre las condiciones laborales de los vendimiadores del Mosela.

Representación en un cuadro del también alemán Friedrich Engels dando forma al famoso manifiesto junto a Karl MarxÁlbum

Juntos, empiezan a redactar una serie de obras críticas contra quienes habían sido sus admirados maestros, como el francés Proudhon o el propio Feuerbach. La evolución de su pensamiento los hace cada vez más radicales, y la policía francesa expulsa a Marx de París. Engels le sigue a Bélgica, un país entonces más liberal bajo el reinado del primer Leopoldo. Allí toman contacto con una organización secreta de izquierdas compuesta por alemanes exiliados, la Liga de los Justos, que con el ingreso de Marx y Engels cambia de nombre en 1847 para convertirse en la Liga de los Comunistas, término que aparece así por primera vez en la Historia.

Tres meses más tarde se divulga el Manifiesto Comunista redactado por Marx y Engels. En 1849, después de viajar por Bruselas, París y Colonia siguiendo los estallidos revolucionarios europeos, Marx decide establecerse en Inglaterra, donde permanecerá hasta su muerte, 34 años después.

Representación en un cuadro de Karl Marx dando forma al famoso manifiestoCopilot / Pablo Mora

La vida en Londres resultó muy dura: Marx no hubiera podido atender a su numerosa prole sin la asistencia económica de su amigo Engels. Endeudado, requerido por unos y por otros, sosteniendo a su familia a base de artículos periodísticos mal pagados o imposibles de cobrar, Marx encuentra tiempo para redactar su obra decisiva: El Capital, tal vez el libro menos leído que ha tenido mayor influencia en la Historia.

Paradojas del marxismo

La obra cumbre de Marx no es un trabajo de divulgación, sino un sesudo y consistente tratado que resulta árido, difícil e incómodo de leer. Sumido en el mundo proletario de los obreros ingleses de mediados del siglo XIX, montado sobre la carreta hegeliana de la escuela de pensamiento germánica y empuñando las riendas de la observación y el análisis “científico”, el autor lleva a cabo un sistemático razonamiento que reescribe la Historia definiéndola como una larga crónica de la lucha por el reparto de las riquezas.

Se trata de una noción novedosa, pero que puede entenderse como un fruto maduro del árbol materialista que había crecido entre el humus del idealismo anterior. Los filósofos manoteaban intentando eliminar las telarañas acumuladas por la religión y el idealismo, y su manoteo se había convertido en un deslumbrado vuelo hacia la luz siguiendo un rumbo limpio de adherencias, de fábulas, supersticiones y reglas morales, bajo el impulso exclusivo y supremo de la cínica razón científica.

Los obreros de una fábrica en Londres hacen cola para cobrar su salario hacia 1910Getty Images

“El sueño de la razón produce monstruos”, escribió Goya bajo uno de sus Caprichos. Cabe preguntarse si acaso El Capital no resultó ser una obra monstruosa, pero lo que sí es seguro es que sobre ese libro se asentaron varios regímenes monstruosos que ocuparon la mitad del mundo, y que fue tenido casi como un libro revelado por figuras tan tenebrosas, tiránicas y genocidas como Stalin o Pol Pot, sin ir más lejos.

Seguramente Marx se hubiera cortado la mano con la que escribía de haber sabido que su retrato presidiría los campos de exterminio siberianos, pero lo cierto es que fue así. Marx no escribió para las masas proletarias, su libro no tiene nada de divulgativo. De hecho, resulta pesadísimo de leer.

Se trata, más bien, de una guía teórica para uso y discusión de una élite dirigente destinada a conducir a los pueblos hacia su felicidad, una élite de bienaventurados que se llama Partido Comunista: aquella misma dirigencia que el libertario Bakunin pronosticaba con ojo de águila que se convertiría inevitablemente en un instrumento de dominación.

Porque eso fue lo que terminó ocurriendo tanto en el propio seno de los partidos comunistas, cuyas élites (nomenklatura) dominaban desde arriba a sus miembros, como en los pueblos dominados férreamente –para su bien, desde luego– por el partido, que constituía su indiscutible e imprescindible élite.

Si se juzga una obra por sus consecuencias, es evidente que ninguna otra tuvo jamás una repercusión equivalente en el campo de la política como El Capital. Pero a la vez hay que admitir, a la misma luz científica que usó su autor para escribirla, que ninguna otra ha desencadenado un fracaso semejante, ni ha tenido consecuencias remotamente parecidas en la Historia del mundo.

Cuando la Unión Soviética entregó la cuchara en 1991, se puso de manifiesto la gran equivocación de Karl Marx: no es el capitalismo, sino el marxismo el que aloja en su seno el germen de su autodestrucción.

El capitalismo ha sido capaz de renacer una y otra vez de sus crisis, ha inventado el neocapitalismo, el liberalismo económico, la globalización, y ha conducido a paradojas tan incomprensibles como la actual República Popular China, donde se practica de hecho un capitalismo salvaje a la sombra de la bandera con la hoz y el martillo.

Una partida perdida

Hay un problema insoluble con la palabra escrita: se lee hoy, pero se seguirá leyendo mañana. Marx tuvo visiones muy acertadas, conceptos luminosos. Pero, como cantaba Machado de sí mismo, también vio claras en su soledad muchas cosas que no eran ciertas o que terminaron por enturbiarse y dejar de ser ciertas.

Él trabajó sobre los hechos históricos que fundamentaban la realidad europea de su tiempo, escribió con su mejor intención para mejorar la vida de una clase proletaria de trabajadores activos que en nuestros días no existe como tal o que se compone básicamente de parados, jubilados, inmigrantes y subempleados.

Karl MarxGetty Images

En todo caso, el hecho es que el marxismo ha perdido la partida frente al capitalismo, que impera hoy en todo el planeta con su rostro más cínico e inhuma no. Los trabajadores semiesclavizados de Africa, América y Asia se consideran afortunados y contentos de ser explotados. Y además ahorran céntimo a céntimo para convertirse alguna vez en explotadores.

No importa que, de vez en cuando, los etéreos ángeles del mercado provoquen crisis que enriquezcan a cien y empobrezcan a millones. La desigualdad está presente allá donde pongamos la mirada. Las 300 personas más ricas del planeta tienen tanto dinero como los 3.000 millones de las más pobres. El potro capitalista sigue saltando vallas cada vez más altas, mientras que, para visitar la tumba de Marx en el cementerio londinense de Highgate, hay que desembolsar seis libras.

Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com

Publicado el: 2024-08-21 14:30:00
En la sección: Muy Interesante

Publicado en Humor y Curiosidades

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