Alemania invadió Noruega para asegurarse la llegada del preciado hierro sueco a través del puerto de Narvik, cuyas aguas nunca se congelaban. Además, las costas noruegas eran una buena plataforma ante una posible invasión de Gran Bretaña y el consiguiente control del tráfico marítimo del mar del Norte. Hitler conocía las tentaciones británicas de invadir el país escandinavo por los motivos opuestos, y contactó con los nazis noruegos para establecer una alianza antibritánica. Ambos bandos sabían de la vocación neutral de Noruega, pero los dos ansiaban controlarla para que el otro no lo hiciese, y los nazis estaban decididos a ganar la carrera y ocuparla primero. Creían, además, contar con la simpatía de la población local, calculando que la ocupación sería poco más que un desfile militar.
Alemania invadió Noruega en abril de 1940. Esta imagen de un desfile de la Wehrmacht por Oslo, con el Palacio Real al fondo, es de un año después. Foto: Getty.
El 9 de abril de 1940, Alemania se adueñó de Dinamarca como paso previo, y sin disparar un solo tiro. Impotentes, los daneses no tuvieron otra opción que rendir su pequeño país conservando una ficticia autonomía. Ese mismo día, el político nazi noruego Vidkun Quisling dio un golpe de Estado mientras los alemanes atacaban Oslo. Pero, a diferencia de los daneses y para sorpresa de los alemanes, los noruegos ofrecieron resistencia y su rey Haakon VII, que era hermano del rey de Dinamarca, proclamó su decisión de aguantar –que su gabinete respaldó unánimemente– y retransmitió su posición con toda solemnidad por radio a la población.
Los alemanes respondieron tratando de matar al rey, que tuvo que huir. El 23 de abril, logró ser evacuado a otro punto más al norte del país y, finalmente, el 7 de junio se trasladó a Londres, en donde se instaló con su Gobierno en el exilio. Mientras tanto, los invasores mostraron su voluntad de someter y explotar a los noruegos y controlar sus materias primas, acabando con el espejismo de “autonomía” que al principio trataron de proyectar.
Haakon VII de Noruega a su llegada a Inglaterra en 1940 tras huir de los nazis. Foto: Getty.
Primeras acciones de la Resistencia
Impulsados por el ejemplo de su rey y viendo las verdaderas intenciones de los nazis, la mayor parte de los noruegos empezaron a mirar con hostilidad a los ocupantes y comenzaron las tareas de agitación y protesta. Nacía así la Resistencia noruega, que fue proporcionalmente muy importante para un país de apenas 4 millones de habitantes y que obligó a que 400.000 soldados alemanes se dispersasen por todo el país para tenerlo controlado y sometido.
Al principio, la Resistencia fue sólo llevada a cargo por asociaciones culturales, deportivas o profesionales que efectuaban simples declaraciones. Poco a poco, fueron surgiendo publicaciones clandestinas que se distribuían en pequeños círculos. Luego se pasó a la impresión y lanzamiento de octavillas en calles y mercados, hasta que, en la primavera de 1941, se dieron los primeros atentados y sabotajes. Los objetivos fueron las instalaciones militares utilizadas por los invasores, las redes de comunicación por la que trasladaban sus efectivos y suministros y, por supuesto, los oficiales del Ejército alemán o miembros de la Gestapo destacados por sus labores represivas. También fueron objeto de atentados destacados colaboracionistas. En mayo se creó la primera organización como tal de resistencia armada, la Milorg, acrónimo de Militær Organisasjon y brazo guerrero del llamado Frente Patriótico.
Desembarco de tropas alemanas en Oslo el 21 de abril de 1940. Foto: Album.
La «profesionalización» de la Milorg
Su objetivo era coordinar las acciones que, hasta ese momento, habían sido en buena parte espontáneas. La organización estaba en estrecha relación con los británicos, de los que recibía material (armas, explosivos, aparatos de radio…) e instructores. A lo largo de la guerra, participaron en ella unos 40.000 hombres y mujeres, combinando sabotajes y transmisión de información a los aliados. No fueron muchos en comparación con las Resistencias de otros países, pero su actividad tuvo mucho peso y trascendencia en la evolución general de la guerra, rebasando con creces el teatro de operaciones noruego.
Como todas las Resistencias, tenía a su favor el perfecto conocimiento del terreno, pero en Noruega este factor era mucho más importante: los hielos, las bajas temperaturas y las extensas superficies nevadas exigían una capacidad de adaptación al medio y una pericia que la mayoría de los alemanes no tenía. Ello se evidenciaba, por ejemplo, en el dominio de los esquís, que eran un elemento de uso cotidiano para la mayor parte de los noruegos y sobre los que se desplazaban con rapidez, mientras que entre los alemanes sólo las fuerzas alpinas estaban capacitadas para su uso. El resultado fue que, generalmente, los resistentes podían escaparse en las zonas rurales de sus perseguidores, siempre que fuesen por campos nevados. En contraste, era en las áreas urbanas en donde las acciones de vigilancia y represión de la Gestapo y del Ejército alemán solían ser más letales para la Resistencia.
Los esquís eran un elemento de uso cotidiano para los noruegos, mientras que entre los alemanes sólo las fuerzas alpinas sabían manejarlos. Por eso fueron vitales para la Resistencia. Foto: Getty.
La importancia de la Resistencia noruega se incrementó notablemente tras la invasión de la URSS. Desde el verano de 1941, fue necesario enviar numerosos convoyes británicos con material que debía llegar a los puertos árticos soviéticos y, por tanto, pasar cerca de las costas del país escandinavo.
Cada vez más audaces
Los alemanes dificultaban con sus buques y su aviación este tráfico, atacando los convoyes y hundiendo muchas de las naves. La Luftwaffe y la Kriesgmarine planificaban sus ataques desde sus bases en los fiordos y, para conjurarlos, era imprescindible la información de los resistentes noruegos sobre sus ubicaciones. Gracias a los datos que pasaron sobre los puntos de atraque de los navíos alemanes, sobre los aeródromos y los centros de comunicación, fue posible que comandos británicos y fuerzas de la RAF (la aviación británica) atacasen los centros operativos alemanes y aliviasen, en consecuencia, la presión enemiga sobre los navíos que marchaban cargados de pertrechos con destino a los puertos árticos de la Unión Soviética (Arkángel y Múrmansk).
Como el resto de Resistencias europeas, a medida que pasaron los años las acciones de la noruega se volvieron cada vez más audaces y efectivas. Los alemanes se iban desgastando y debían enviar fuerzas al Frente del Este y, además, los insurgentes iban ganando experiencia, al tiempo que contaban con mayor apoyo aliado. Desde finales de 1941, existía una unidad de soldados noruegos incorporada al Ejército británico y llamada Compañía Independiente Noruega 1, NORIC 1 o Compañía Linge, bautizada así porque uno de sus fundadores más destacados había sido Martin Linge, un actor que murió combatiendo en diciembre de 1941 en una acción de comando sobre suelo noruego.
Una compañía con base en Escocia
Sus hombres, uniformados con vestimentas británicas para evitar ser ejecutados por saboteadores, debían mantener el enlace con la Resistencia noruega y, con ayuda de los británicos, ejecutar acciones de sabotaje. Tenían su base en Escocia, en donde recibían un intenso entrenamiento, y de allí partían para actuar en Noruega. Uno de sus miembros más activos fue Max Manus, quien, en marzo de 1943, fue lanzado en paracaídas cerca de Oslo, en donde encontró fácil refugio en pisos de simpatizantes de la causa. Al mes siguiente, en el fiordo de la capital, su grupo logró hundir varios buques nazis mediante la colocación de minas magnéticas. Ese mismo año atentaron contra la Oficina de Trabajo, entidad encargada de reclutar mano de obra para trabajar en Alemania, y también robaron 75.000 cartillas de racionamiento, lo que permitió escapar del desabastecimiento a buena parte de los ciudadanos de Oslo y, de paso, aumentar su prestigio y simpatía entre la población civil.
Manus actuó con otros destacados insurgentes como Roy Nielsen o Gunnar Sønsteby, quienes intensificaron con éxito sus acciones a partir de 1944, justo cuando los nazis tuvieron que retirar fuerzas de Noruega para reforzar el Frente del Este. Así, en agosto de ese año, un grupo de comandos, entre los que estaban los tres citados, logró detonar 120 kilos de explosivo plástico en un hangar de la Luftwaffe en Bjolsen, cerca de Oslo, destruyendo 25 aviones (15 más quedaron averiados) y 150 motores, así como toneladas de combustible y repuestos.
Otras exitosas acciones fueron la destrucción de una fábrica de ácido sulfúrico en Lysaker, la de un tren con repuestos y armas, la de otras fábricas de armas, la de varios depósitos de combustible y aceites lubricantes empleados en armamento, puentes, nudos ferroviarios, etc. Sin embargo, el acoso incesante de los nazis pudo con Nielsen y, junto a otros compañeros, fue acribillado en una redada a principios de abril de 1945. Mejor suerte tuvo Sønsteby: fue un maestro del disfraz y utilizó hasta 40 identidades falsas, lo que le permitió siempre zafarse de la persecución de la Gestapo.
Hacia el final de la guerra, en enero de 1945, lanzaron una espectacular acción contra el carguero SS Donau, de 9.000 toneladas de desplazamiento, adhiriendo a su casco minas temporizadas que adosaron tras agujerear el hielo que rodeaba el buque. El navío era usado tanto para el transporte de tropas como de prisioneros, judíos deportados o material de guerra, y se había convertido por todo ello en un siniestro símbolo de la presencia nazi en Oslo. Los alemanes, ante la derrota militar cada vez más evidente, reprimieron con terrible dureza en esos últimos meses a la Resistencia. Así, en el Castillo de Akershus, en Oslo, símbolo de la monarquía noruega, ejecutaron en febrero y marzo de 1945 a 42 resistentes; hoy en día alberga un museo en memoria de todos los que lucharon contra la ocupación.
La batalla del agua pesada
Sin duda, el episodio más famoso de las acciones de la Resistencia noruega fue la acción de sabotaje contra la planta que producía agua pesada (óxido de deuterio), componente relacionado con la investigación y fabricación de un reactor nuclear en la que los científicos alemanes venían trabajando desde hacía años y que podía ayudar a desarrollar un arma de esta naturaleza. Tal fue la fama del episodio que, en 1965, fue llevado al cine en el film Los héroes de Telemark, de gran éxito comercial.
Planta de Vemork, en la región noruega de Telemark, que fue el centro de la batalla del agua pesada. Foto: AGE.
Las instalaciones de la firma noruega Norsk Hydro, en las montañas de Telemark y cerca de la localidad de Vemork, trabajaban desde mediados de los años treinta en la fabricación de fertilizantes de los que se generaba como subproducto el agua pesada. Los nazis vieron rápidamente sus posibilidades para el estudio de la fabricación de bombas nucleares de fisión nuclear (trabajaban en el Proyecto Uranio desde 1938) y, en consecuencia, los aliados también comprendieron los enormes peligros que se cernían sobre el mundo en caso de que Hitler pudiese desarrollarlas.
La destrucción de las instalaciones pasó a ser, desde ese momento, el objetivo prioritario de la Resistencia noruega y los aliados. En octubre de 1942, cuatro comandos noruegos entrenados en Gran Bretaña fueron lanzados en paracaídas con el fin de preparar una incursión de un mayor número de saboteadores británicos. Su objetivo era conseguir detalles y planos de las instalaciones, así como ayudar a los refuerzos que llegarían más tarde para sabotearlas.
Operación Gunnerside
Sin embargo, cuando estos fueron enviados un mes después, el mal tiempo no permitió que aterrizasen los aeroplanos y fallecieron casi todos los tripulantes. El resto fueron capturados y luego fusilados; en total, murieron 33 agentes británicos.
El fracaso fue total, pero en febrero de 1943 se volvió a planificar una nueva incursión de comandos: la Operación Gunnerside. Seis noruegos más fueron lanzados en la región y lograron enlazar con los cuatro que habían llegado meses atrás, al cabo de unos días. Una vez reunidos y bajo el mando de otro líder de la Resistencia, Joachim Ronneberg, planificaron el ataque a la planta, cuya seguridad había sido reforzada con focos, minas y numerosos guardias. El acceso a las instalaciones era muy complicado y tuvieron que vadear el río y escalar las paredes montañosas, pues el único puente de acceso estaba muy vigilado.
Por suerte, contaron con la ayuda de un agente de la Resistencia que trabajaba en la planta: les permitió acceder al interior y colocar los explosivos con temporizadores, que destruyeron 500 kilos de agua pesada e impidieron la producción de otros 400. Antes de hacer estallar las cargas, dejaron un fusil británico para dar a entender que había sido obra de agentes aliados y no de noruegos y, de este modo, evitar represalias sobre la población civil. Los diez agentes lograron escapar sin sufrir una sola baja, internándose seis en Suecia; el resto siguió trabajando en la lucha contra los nazis.
Un éxito relativo
Fue una operación tan limpiamente ejecutada, que fue elogiada por el mismo jefe de las fuerzas alemanas en Noruega, el general Nikolaus von Falkenhorst. Aunque, sin duda, poca gracia les hizo a los oficiales alemanes responsables de las instalaciones, que fueron enviados como castigo al Frente del Este. Sin embargo, los nazis lograron en abril volver a poner en marcha las instalaciones, por lo que 161 bombarderos B-17 y B-24 norteamericanos lanzaron 711 bombas en un nuevo intento por destruir la planta. La mayoría no acertó en el blanco debido a los recovecos montañosos en los que estaba ubicada la fábrica, y causaron, en cambio, la muerte de 22 civiles. Los daños sufridos fueron importantes en los alrededores y dificultaron la actividad de la planta, pero ésta pudo volver a funcionar al cabo de unas semanas.
El sabotaje final
Era evidente que la amenaza no había acabado. A pesar de las dificultades, los alemanes habían logrado fabricar y almacenar 14.000 kilos de agua pesada, que quisieron trasladar a Alemania en febrero de 1944, en donde pretendían dar el impulso definitivo a la fabricación de bombas nucleares. Enterados del plan por los informantes locales, los aliados ordenaron a la Resistencia noruega impedirlo a todo trance. La operación revestía muchas dificultades, pues el cargamento estaba estrechamente vigilado. Se consideró más factible una acción individual: el agente podría pasar inadvertido y camuflarse mejor.
En 39 toneles como el de la imagen, los nazis intentaron trasladar 14 toneladas de agua pesada a Alemania para fabricar bombas atómicas. Foto: ASC.
Así, el resistente Knut Haukelid logró embarcarse en el transbordador que llevaba el agua, mezclado con el conjunto de viajeros. A los pocos minutos de iniciarse la travesía, hizo estallar un explosivo en la embarcación mientras ésta surcaba el lago Tinn, en donde se hundió definitivamente. El sabotaje fue un éxito y se logró destruir toda la carga, pero el precio pagado fue alto: murieron 14 pasajeros civiles, incluida una niña de tres años. El sueño nuclear de Hitler había acabado para siempre, desapareciendo con él la última esperanza nazi de revertir la marcha de la guerra.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-09-09 08:00:00
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