Para salvar Madrid había que atacar en Aragón. Este es el telegráfico resumen que explica por qué, durante la segunda mitad de 1937, los mandos militares republicanos convirtieron las tierras aragonesas en el escenario de dos de las batallas más importantes y duras de la Guerra Civil: la de Belchite y la de Teruel.
No sólo se quería aliviar la presión sobre la capital desviando la atención de las fuerzas franquistas, sino también alejarlas del norte de España, la presa más codiciada por Franco en aquellos momentos. También había motivos políticos para que la República escogiera Aragón como principal teatro de operaciones: el Gobierno de Negrín quería tomar el control efectivo tanto de la región maña –dominada por los anarquistas, que estaban experimentando con sus políticas colectivistas– como luego de Cataluña, donde nominalmente mandaba la Generalitat, aunque en la práctica eran también los anarquistas quienes imperaban en muchos lugares.
Ruinas del pueblo viejo de Belchite, que fue arrasado durante la Guerra Civil. Foto: Getty.
Misión: reducir focos rebeldes
La operación principal republicana consistió en una ofensiva sobre Zaragoza que comenzó el 24 de agosto. Lograron situarse a unos 40 km de la ciudad. Se trataba de un ataque “extendido”, con la acción simultánea sobre siete puntos distanciados entre sí unos 100 km que formaban una franja en torno a Zaragoza de norte a sur. Esta configuración estratégica se decidió para hacer más difícil la réplica franquista y en particular para reducir la efectividad de sus bombardeos aéreos, en los que la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana se habían demostrado letales (Guernica estaba muy reciente).
En el frente Sur aparecieron más complicaciones de las previstas, al subsistir bolsas de resistencia en pequeñas poblaciones. Una de ellas fue Belchite, un pueblo a 40 kilómetros al sur de Zaragoza. Es entonces cuando “los mandos republicanos se obsesionan”, en palabras del historiador militar Antony Beevor, por reducir estos focos rebeldes activos en lugar de seguir avanzando hacia la capital. Su justificación era que querían limpiar totalmente el territorio para evitar amenazas desde la retaguardia. En este caso, fue el líder miliciano comunista Juan Guilloto León (conocido por el sobrenombre de Juan Modesto) el que propuso realizar un ataque para conquistar Belchite, donde se habían concentrado algunos miles de soldados franquistas (una cantidad indeterminada entre 3.000 y 7.000, cifra que varía según las fuentes).
El teniente coronel Juan Modesto Guilloto, jefe del V Cuerpo de Ejército, en uno de sus puestos de mando durante la batalla de Brunete. Foto: Album.
Aunque la potencia de fuego desplegada por la República contra Belchite fue tremenda, e incluyó previamente bombardeos aéreos a cargo de los primeros pilotos formados en Rusia, el problema para los republicanos fue que sus defensas eran muy sólidas. Contaba con buenas fortificaciones de hierro y cemento repletas de nidos de ametralladoras. A su vez, estas trincheras se apoyaban en edificios perfectos para la resistencia, como el seminario y la iglesia de San Agustín.
Embestida definitiva
El asalto final contra Belchite fue encomendado a la XV Brigada Internacional (popularmente conocida como Brigada Lincoln, por estar compuesta mayoritariamente por estadounidenses y otros voluntarios de origen anglosajón). En principio, el ataque directo no hubiera tenido que resultar difícil, ya que la aviación republicana había barrido previamente las casas de adobe del pueblo; pero a la hora de la verdad el tremendo bombardeo generó como daño colateral indeseado toneladas de escombros, que impidieron el paso de los tanques T-26 soviéticos, la pesadilla de las tropas franquistas.
Así las cosas, la batalla rápidamente degeneró en una lucha de proximidad en la que los republicanos tenían que conquistar inmueble tras inmueble para poder avanzar unos metros. Los belchitanos, instados a resistir por el mando militar franquista, se hacían fuertes en cada edificio importante y no daban ninguna muestra de estar dispuestos a rendirse. El seminario del pueblo y la iglesia de San Agustín se demostraron como unos duros baluartes y, aunque cayeron el día 2 y el día 4 respectivamente, los franquistas prolongarían su defensa casa por casa, e incluso habitación por habitación. El empeño en aguantar amargó la operación republicana, aunque también se demostraría letal para algunos resistentes nacionales, como el propio alcalde de la ciudad y comandante de la guarnición, Ramón Alfonso Trallero, que murió accidentalmente al explotarle un mortero sobrecalentado por el exceso de uso.
El día 5 estaban replegados los belchitanos en su último reducto, la iglesia de San Martín de Tours, donde instalaron cuatro ametralladoras. Ante lo inminente del final, este grupo de unas 550 personas entre militares y civiles se precipitó a un postrer intento: la huida. Salieron en tromba intentando romper el cerco, para lo cual lanzaban bombas de mano en su desesperada carrera. En esta fuga cayó el comandante Joaquín de Santa Pau, último mando vivo de los resistentes. Tan sólo ochenta personas lograron llegar a Zaragoza y zafarse del destino que esperaba a los prisioneros, la mayoría de los cuales fueron fusilados en los días posteriores.
El campanario de la iglesia de San Martín de Tours (en la imagen) alojó nidos de ametralladoras durante la batalla que devastó el pueblo de Belchite. Foto: Shutterstock.
Pérdidas de vidas y armamento
Los republicanos habían tomado Belchite tras haberlo reducido a escombros en una inusitada concentración de potencia de fuego, pero a pesar de esa aplastante superioridad inicial la lucha urbana se les había atragantado y acabaron por perder mucho material. Además, entre los dos bandos murieron de 3.000 a 5.000 personas.
Pero, sobre todo, la movilización de un gran número de efectivos militares distrajo recursos que habrían sido más útiles en el avance hacia Zaragoza. Así que, aunque Belchite se rindió al Ejército republicano, la ofensiva sobre Zaragoza quedó en agua de borrajas. Tampoco sirvió la pírrica victoria en Belchite para retrasar el ataque de los sublevados sobre Santander, que era por entonces el gran objetivo estratégico de Franco. El 25 de agosto se había rendido la capital cántabra, y el resto de la región quedó totalmente controlado por los sublevados el 17 de septiembre. Se trataba de un paso decisivo para arrebatar el control del norte de la Península al Gobierno. Los republicanos, en cambio, sólo habían conquistado 15 kilómetros de tierra yerma en Aragón y se quedaron a 25 kilómetros de Zaragoza.
En el frente del Norte, el Ejército de Franco luchaba por hacerse con Santander, que cayó en manos de los nacionales el 17 de septiembre de 1937. Arriba, su entrada en la ciudad. Foto: EFE.
Tras Belchite, los mandos militares de la República se enzarzaron en acusaciones mutuas sobre quién tenía la culpa del desastre. Se criticó mucho al general Walter, como se conocía a Karol Świerczewski, militar polaco al cargo de las Brigadas Internacionales. De hecho, fue por entonces cuando se decidió acabar con la autonomía de las Brigadas –estaban controladas por la Comintern, la Internacional Comunista– y éstas fueron integradas dentro de la estructura organizativa del Ejército Popular Republicano.
Reordenamiento general de la República
También se apuntó a los daños que provocaba una presunta “Quinta Columna” trotskista, el enemigo interior, que estaría pasando información y saboteando acciones. Esta queja era habitual entre los mandos comunistas, por ejemplo el propio Walter, quien denunciaría una conspiración para asesinarlo, así como “varios ejemplos de internacionalistas heridos que estaban muriendo en los hospitales españoles a causa de intervenciones quirúrgicas negligentes o completamente innecesarias, y de diagnósticos y métodos de tratamiento que eran claramente obra de saboteadores”.
En cualquier caso, el resultado en Aragón y su efecto dominó en el norte obligaron a un reordenamiento general de la República. Y no sólo de sus fuerzas militares, sino también de su Gobierno, que trasladó su sede a Barcelona con la esperanza de obtener el máximo rendimiento de la industria catalana y reforzar el espíritu de resistencia en la región. Al mismo tiempo, empezó a reavivarse el temor a la ofensiva sobre Madrid.
Para desbaratar las operaciones franquistas contra la capital, Vicente Rojo, el máximo estratega militar republicano, propuso un ataque sobre Teruel, que era una importante cabeza de puente del Ejército franquista sobre la zona republicana y la costa mediterránea. De esta forma volvía a intentar la estrategia de obligar a sus enemigos a distraer esfuerzos para lograr una cierta ventaja que pudiera explotar más adelante.
Al frente de las operaciones situó al coronel Juan Hernández Saravia, jefe del ejército de Levante. En total, 40.000 soldados fueron desplazados a Teruel, aglutinados en seis cuerpos de Ejército y 10 divisiones, entre ellas la 11ª liderada por el famoso dirigente comunista Enrique Líster. La 11ª era considerada la más selecta unidad republicana, un batallón entrenado para operaciones especiales en las líneas cercanas al frente y que ayudaba en las maniobras de ruptura o defensa a ultranza. Por la parte nacional, defendían la ciudad unos 3.000-4.000 hombres, al mando del coronel Domingo Rey d’Harcourt.
Infografía sobre la batalla de Teruel en la que se muestran las principales líneas estratégicas desarrolladas por ambos bandos. Foto: Carlos Aguilera.
Encarnizada disputa en la nieve
La batalla se desencadenó en medio de un gélido mes de diciembre, con algunas de las temperaturas más rigurosas del siglo XX en esta zona, ya de por sí caracterizada por sus fríos inviernos. El poeta Miguel Hernández, que era Comisario de Cultura de la República, estuvo en el frente de Teruel en los primeros compases del enfrentamiento y lo que allí vio le inspiró versos como los de El soldado y la nieve: “Diciembre ha congelado su aliento de dos filos / y lo resopla desde los cielos congelados, / como una llama seca desarrollada en hilos, / como una larga ruina que ataca a los soldados”.
Así las cosas, la de Teruel iba a resultar una de las más crueles y encarnizadas disputas de toda la guerra, ya que, a pesar de las difíciles condiciones climáticas, ambos bandos mostraron una gran tenacidad en la conquista y defensa de la ciudad. En un primer momento, el éxito republicano fue absoluto. Sorprendieron por completo a los nacionales con un ataque imposible de prever, ya que se realizó sin ninguna preparación artillera preliminar. Así consiguieron avanzar con rapidez por los puertos y cerros que rodeaban la ciudad creando una bolsa que envolvió la plaza. Fue una acción audaz de la 11ª División de Líster, que se vio bien acompañada por el heroico comportamiento (en palabras de Beevor) del capitán del Regimiento Internacional de Tanques, el soviético Pavel Tsaplin, que resistió ocho horas dentro de un blindado averiado por los disparos enemigos y no lo abandonó hasta agotar su munición.
Anciano ayudado por dos combatientes durante la batalla de Teruel, una de las más cruentas del conflicto civil. Foto: Getty.
Lucha por la capital turolense
El impacto de la noticia del ataque en los mandos nacionales y en el propio Franco resultó demoledor. El efecto buscado por el general Rojo se consiguió al 100%. Franco, haciendo caso omiso a sus asesores alemanes e italianos, abandonó la ofensiva que, desde Guadalajara, se cernía sobre Madrid para formar, a partir del 20 de diciembre, un ejército destinado a socorrer Teruel, que puso al mando del general Dávila.
Los republicanos, sin embargo, ya estaban entrando en las calles de la ciudad el 21 y el 22, y su toma parecía un hecho. Tanto, que en el día de Nochebuena el Gobierno republicano otorgó premios y ascensos a Hernández Saravia y a Rojo por el éxito obtenido en Teruel. Los corresponsales internacionales que acompañaban a los atacantes, entre ellos Hemingway, el fotógrafo Robert Capa y Herbert Matthews (del New York Times), escribían ya sobre la esperada reconquista de una capital de provincia por el Gobierno legítimo. En contradicción con la noticia difundida por medio mundo, la realidad era que en la capital turolense se seguía luchando. Quedaba un foco de resistencia al mando del coronel Rey d’Harcourt, a quien Franco, mediante telegramas, animaba encarecidamente a aguantar: “Tened confianza en España, como España confía en vosotros”, le escribió. Lo que le pedía era aguantar hasta el final, como había hecho Moscardó en el Alcázar de Toledo un año antes.
Combate sin pausas festivas
Así que el optimismo republicano se demostraría prematuro. Además, el contraataque franquista se había retrasado a causa del mal tiempo, pero llegaría a partir del día 29, y con terrible potencia de fuego: la Legión Cóndor alemana y sus baterías antiaéreas machacaron las posiciones de la República en las afueras de la ciudad. El día de Nochevieja, a una temperatura de 20 grados bajo cero, se seguía luchando. No había tiempo para pausas festivas.
Por momentos el ejército republicano perdió el control de la ciudad, al retirarse la 40ª División por orden del mayor Andrés Nieto, el nuevo comandante de la plaza. Esta situación la salvaría el V Cuerpo de Ejército, mandado por Juan Modesto, que cortó el paso a los nacionales.
Soldados republicanos en el interior del Palacio de la Comandancia de Teruel, el último bastión de resistencia fascista, que cayó el 3 de enero de 1938. Foto: Robert Capa /Magnum Photos / Contacto.
La situación dio un inesperado giro el 7 de enero cuando Rey d’Harcourt, refugiado con sus últimos hombres en algunos de los principales edificios de la ciudad, decidió rendirse. Su situación era muy precaria, tras haber aguantado 24 días sitiados en unas condiciones lamentables, pero para Franco supuso un tremendo revés, justo cuando veía muy cercana la reconquista de la ciudad. Inmediatamente, se consideró a Rey d’Harcourt un cobarde y la propaganda franquista lo denigró. Y aunque el destino de este militar ya no tenía remedio (quedó preso por traición a la República y fue fusilado sumariamente junto a otras 42 personas en una carretera fronteriza con Francia el 7 de febrero de 1939, durante la huida republicana tras la pérdida de Cataluña), eso no evitaría que Franco siguiera alimentando el mito de su cobardía durante décadas. Según César Vidal, “Franco llegó a impedir a la viuda la limpieza de su nombre”. El dictador prohibiría también el traslado de sus restos mortales, que quedaron en el lugar del fusilamiento –en el que había sido erigido un monumento en homenaje a los caídos– hasta 1972, cuando finalmente su familia logró el permiso para llevárselos a un panteón propio.
El corredor mediterráneo, partido en dos
En cuanto a la lucha por Teruel, no había acabado con la rendición de la guarnición. Durante todo el mes de enero, las tropas enviadas por Franco continuaron pugnando para su reconquista. Decisivo fue el contraataque que realizaron por el norte, en la zona del valle de Alfambra. En torno a las colinas y altos que dominan este río se fijaron las líneas de confrontación y se planteó una dura batalla, que incluyó la última carga de caballería de la Historia militar de España, a cargo de la 1ª División de los sublevados, mandada por el general Monasterio. El 22 de febrero, unos 2.000 soldados republicanos abandonaron Teruel, que sería inmediatamente ocupado de nuevo por los franquistas. El espejismo de la conquista de una simbólica capital de provincia había durado menos de dos meses.
Las tropas de Franco (examinando mapas ante la batalla de Teruel) vencieron en el frente de Aragón, lo que desmoralizó a los republicanos y abrió camino a los nacionales hacia Levante. Foto: Contacto.
El balance en pérdidas humanas fue terrible: 60.000 bajas para la República y 40.000 para los nacionales. En términos militares, el resultado final iba a demostrarse muy pernicioso para las esperanzas republicanas. Con Teruel de nuevo en manos franquistas, pero además habiendo infligido tan cuantiosas bajas a su enemigo, los hábiles estrategas sublevados no iban a perder la oportunidad de dar un golpe decisivo. Así, el general Aranda se lanzó como una flecha en dirección al mar tomando el Maestrazgo a placer, sin apenas oposición. El 15 de marzo sus hombres llegaban a las playas de Vinaroz, en Castellón. El corredor mediterráneo, hasta entonces en manos republicanas, quedaba dividido en dos. Con su territorio escindido, la suerte de la República estaba echada.
Fuente de TenemosNoticias.com: www.muyinteresante.com
Publicado el: 2024-06-20 06:29:53
En la sección: Muy Interesante